A propósito de Palonegro
“Palonegro será siempre un yerro de estrategia y un pecado de táctica, un monumento de pavor para ejemplo de la esterilidad de las guerras civiles; mas en este campo donde tantos estragos hicieron los cosacos de las bestias apocalípticas, quedó demostrada la masculinidad de los colombianos, llegados de todos los rincones del país”. (Coronel Leonidas Flórez Álvarez)
La Batalla de “Palonegro”, la más prolija que se registra en nuestras tres guerras de tres años, duró 15 días, con sus noches: empezó el viernes 11 de mayo de 1900 y terminó el viernes 26 del mismo mes.
En cuanto a lo sangrienta, excede en cualquier otra de la época, pues un 70 por ciento de la oficialidad quedó herida, y el restante bañó con sangre los campos, dejando en ella la semilla de las nuevas generaciones, que vendrían a formalizar la bizarría y el empuje de los santandereanos.
“Palonegro” fue estéril como vientre de mula, y maldita como la higuera del Evangelio; y lo peor es que, habiendo debido ser colofón de una revuelta, vino a trocarse por arte de magia política en antesala de la guerra de los mil días.
Tamaño esfuerzo tal colosal hecho de armas, nada tuvo que ver desgraciadamente, como resultado pacificador, con la batalla de Enciso cinco años atrás, cuando en obra de dos meses y medio el General Reyes recorrió campeador con sus huestes media república y en un solo encuentro agotó al enemigo.
En la conflagración del 99 hizo falta ese bizarro e invicto jefe que, desde París hubo de responder despreciativamente al gobierno que lo convocaba para su defensa: “¡Yo no soy máquina de extinguir incendios!”, y el gobierno, como el paralítico aquel del Evangelio, no tuvo esta vez hombre alguno que lo arrojara en la piscina salvadora.
“Palonegro” fue una lidia gigantesca, pero infecunda, como lo fue la victoria general de “Los Chancos”, que sacó a flote a un oscuro general, lo aupó a la presidencia, e hizo que su gobierno fuera antesala de la pérdida del poder.
“Palonegro” fue asimismo y a lo menos virtualmente, una batalla de naciones, como Leipzig, porque si bien es cierto que no estuvo representado físicamente, en cuantioso aporte de hombres y municiones, sino el gobierno venezolano de Cipriano Castro, con armamentos, dinero y estímulo de solidaridad colectiva, estuvieron allí los gobiernos de otros pueblos, como Ecuador, Guatemala, Nicaragua, etc.
La situación interna de Venezuela influía de manera notoria en la marcha de la guerra civil colombiana. El general Venezolano, Peñalosa, -que posteriormente se vio repudiado por Castro-, desde el Estado Táchira ofreció su persona y sus hombres, hizo traspaso de todos sus efectivos humanos y en armas, a los revolucionarios de allende el Táchira y se hallaron en “Palonegro”, donde casi todos perecieron.
No correrían mejor suerte los “más de dos mil hombres que al mando de dos generales venezolanos, Clodomiro Castillo y José Antonio Dávila, invadió por la Guajira. Esta expedición que envió el general Cipriano Castro, apoyada también por mar, sufrió la más triste derrota, salvándose apenas unos pocos individuos; la expedición constaba de más de 2500 hombres perfectamente equipados”, dice el general Justo Durán, jefe revolucionario en la Guajira.
“Palonegro”, ya que no fue la culminación, sí fue la acción cimera de la tercera guerra grande colombiana de tres años, consecuencia ella misma de insinceros anhelos revolucionarios que se cohenestaban con el pretexto de justas y nobles reivindicaciones, y de una ristra de desaciertos políticos del gobierno y del Congreso.
No podemos sino enumerar a la ligera dolorosos incidentes que se prestan para hondas cavilaciones, y que podrían constituir un saludable curso de filosofía de nuestra historia política colombiana.
Desde 1898, el entonces representante del liberalismo en la Cámara, generalRafael Uribe Uribe, parodiando las palabras ominosas del cónsul romano, había dicho ante la consternada Corporación y a la faz de la República toda, que él también traía, a nombre de su partido, para que se hiciera el escogimiento que mejor les pareciera, la paz o la guerra.
Y un conocido jefe de tribu, conservador, no tuvo empacho entonces en abrazarlo allí mismo públicamente y prometerle que él y sus secuaces no tendrían nada que ver en empeños antirrevolucionarios.
Antesala del conflicto
En 1898 se había cometido la pifia política de escoger para presidente y vicepresidente de la República a dos venerables ancianos y se había hecho ostensible prescindencia del hombre mas calificado y aparente para esas épocas frondistas, el general Rafael Reyes, cuya sola presencia habría bastado para que los revolucionarios no echaran cuentas alegres sobre la debilidad del gobierno y se embarcaran en una tal empresa, sin contar con la comunidad.
La posesión misma del presidente titular, Sanclemente demorada algunos días, tuvo lugar en medio de un verdadero combate, y se necesitó que un magistrado de la Corte Suprema de Justicia, el doctor Otoniel Navas, se echara el alma a la espalda y arrostrara la pedrea, para posesionar al anciano en la propia casa de aquel, entre un nublado de pedruscos, y mientras la Cámara de Representantes, timoneada por el Dr.Concha, se convertía en club político y centro de facciosos, declarando vacante el cargo de presidente de la república, sin perjuicio de que, días después y alegando razones de alta política, razones de estado, o razones de Estado, se le reconociera como mandatario, legal vivo y efectivo.
En medio de ese ambiente de afrentas y de conjuras de propios y extraños, el anciano presidente –que tampoco sabía para qué es el poder- empezó a parlamentar con el diablo haciendo concesiones a la revolución, en el afán insensato de aplacar sus ímpetus.
Y como el vicepresidente Marroquín había ocupado el sillón presidencial por ausencia del titular, “tuvo que ofrecer a las cámaras de 1898 grandes reformas a las instituciones de 1886, que si se hubieran llevado a cabo en esa época impropicia, habría sido el más funesto de los crímenes políticos de gobierno.
El presidente Sanclemente fue demasiado pródigo en prometer al liberalismo, hasta el punto de que les ofreció varias de las gobernaciones y no sé cuántos ministerios.
El 12 de enero de 1899 la plana mayor de los generales del liberalismo suscribió en Bucaramanga el compromiso de lanzarse a la guerra en el momento mismo que indicara el jefe del partido en Santander.
La fecha acordada era la del 20 de octubre de 1899, pero como el gobierno estaba más o menos al corriente de lo que se tramaba, el estallido del conflicto se anticipó en dos días, naturalmente que entre promesas de paz.
Otra promesa fue la no emitir papel moneda, o sea, la de maniatarse el gobierno y reducirse por sí mismo a la impotencia. Con este motivo se escribió después de la guerra un artículo en que se estampó la siguiente frase, que se hizo popular entonces:
“Los revolucionarios lucharon antes de ir a los campamentos hasta contra el papel moneda, y el papel moneda los mató”.
Se dice que el gobierno emitió papel moneda por valor de 638 mil pesos, y la revolución, por su parte, no se anduvo en chiquilladas en ese mismo particular. Y es bien curioso el hecho de que el hombre, en cuya casa funcionó la fábrica de billetes, el general Arístides Hernández, el hombre fuerte del régimen que domeñó finalmente la revuelta, vivió después de un modesto almacencito de telas, en completo abandono político, y terminó suicidándose por pura y física miseria.
Mientras tanto los preparativos para la guerra crecían al compás de las concesiones del gobierno. Y el general Uribe Uribe, cuando les reclamó a sus copartidarios de Santander el haber precipitado la revolución, tuvo que oír esta respuesta desconcertante:
“La razón que me dieron fue la de que el gobierno del señor Sanclemente estaba arrebatando al liberalismo la bandera revolucionaria, toda vez que había principiado a conceder lo que servía a la oposición para ir a la guerra”.
Sea como fuere, el bizarro general revolucionario se dolerá, dos años más tarde, de que el gobernador de Tunja, con quien conferenció en octubre de 1899, en vísperas de la revolución, cuando venía a Santander a tomar parte en el alzamiento, de que no lo hubiera hecho poner preso, en conformidad con el telegrama que el funcionario recibió dos horas después de terminada la entrevista, cuando indudablemente todavía el jefe revolucionario paraba en la ciudad de Rondón.
Ese gobernador, como los funcionarios de la Colonia, obedecía pero no cumplía. (José Fulgencio Gutiérrez)
Batalla de Palonegro
Como ya se dijo, la “Batalla de Palonegro” empezó el viernes 11 de mayo de 1900 y se remató el 25 del mismo mes, duró exactamente quince días con sus noches.
La historia nos dirá después por qué tanto sacrificio para tan estéril la victoria; por qué allí mismo no terminó sus días nefandos la Revolución desatentada y loca, sin dejar mas huellas que las del lobo en la montaña; como nube humana que la impulsó de su propia fuerza, al estrellarse contra el gran ejército, se rompió la frente, se hirió los labios, las manos y los pies y al fin desesperada hubo de rasgar sus vestiduras y desgarrarse el pecho, dejando estelas de sangre y muerte en el campo bendito de la Patria.
Bucaramanga, capital de Santander y de la Provincia de Soto, situada casi en el extremo Norte de una llanura aurífera, a 900 metros sobre el nivel del mar; esta llanura empieza al pie de la cordillera que corre a Oriente por Tona a la Mesa de los Santos o de Jéridas; tiene al Norte el llano seco y pajoso de D. Andrés; termina al Norte por el rio Suratá y el de Tona; o Occidente en altos barrancos auríferos trabajados a corte por las aguas lluvias del Río de Oro, rio que corre de Sur a Norte; a legua y media de Bucaramanga, al Nordeste recibe el rio Suratá, que baja de Oriente a Occidente; luego, más abajo a corta distancia, recibe el Rio Negro, que viene de Norte a Sur, en el sitio llamado Las Bocas.
A fines del mes de abril, la revolución, dejando algunas tropas a retaguardia, había adelantado el grueso de sus fuerzas y establecido su línea de batalla en La Montuosa, cerca de Bochalema, con la no muy manifiesta intención de atacar al Ejército, que ocupaba en su línea principal el alto de Los Callejones, en magnificas posiciones militares, por los recursos, la fácil defensa y conservación de sus líneas con Bogotá y la Costa; la dicha revolución, que había llegado a su máximum de poder en armas, gente y recursos, pero ya en grave peligro de perder su línea de retirada, decidió buscar una entrada a las provincias de Soto y García Rovira, especialmente a esta última.
De Concordia, Chinácota y Bochalema, se movió a Salazar y Arboledas; saqueó este pueblo, y por el camino de Bagueche mató algunos prisioneros; se dirigió a Suratá, Matanza, pretendiendo salir por las distintas vías que cruzan El Páramo, entre La Peñuela y Tona, en un espacio de siete leguas.
Con tales motivos, iniciado y comprendido el movimiento de la revolución, claramente determinado después de ocupada Arboledas, se tomaron todas las providencias conducentes a detener la marcha de los revolucionarios, que creyeron burlar al Ejército, dejarle a distancia considerable y engrosar sus filas con la invasión a las citadas Provincias (Soto y García Rovira) un tanto agitadas, aunque impotentes para la guerra.
Del 29 de abril al 3 de mayo empezó, con toda prudencia y previsión el acantonamiento cada División, el movimiento de todo el Ejército a ocupar su nueva línea de batalla.
Después de ligeras escaramuzas en las cuales los revolucionarios iban siendo rechazados por todas partes y perseguidos por el camino que de Vetas conduce a Tona, se le hicieron varios prisioneros, y ya entrada la noche se suspendió la persecución cerca del sitio denominado El Volcán, sin que los revoltosos hicieran esfuerzo alguno con otro objeto que poner pies en polvorosa.
El día 3, como operación preliminar, de Mutiscua a Pescadero se hizo avanzar la 10ª División a órdenes del general Arturo Dousdebés, pasando luego a Piedecuesta, de donde llegó a Bucaramanga.
El 4 de mayo, pretendiendo los revolucionarios salir por el camino de Cuestaboba, se encontraron con la 6ª. División, a órdenes del general Emilio Ruiz, que con la Columna del Cauca, avanzaban por el camino a Tona. Al oriente se hallaba acantonada la 2ª. División, a órdenes del general Manuel María Castro.
En las horas de la mañana hizo presencia la 8ª. División a órdenes del general Manuel José Santos y el Batallón No. 1 de Artillería, comandado por el general Juan Francisco Urdaneta, haciendo huir a los revolucionarios por el camino de Tona y Suratá.
Del 3 al 5 de mayo avanzaron de Mutiscua a Vetas la 9ª. División a órdenes del general Upegui, como también la 1ª. a órdenes del general Roberto Morales; la 12ª. a cargo del general Luis María Gómez; la 3ª. por el general Ramón González Valencia; la Legión Bolívar, por el general Rubén Restrepo, y ocuparon el Alto de El Viejo a Vetas.
El 5 salió de El Guamal el Batallón Granaderos, comando por el CoronelColmenares, en dirección a Tona, desalojando al enemigo que había ocupado la población.
Igualmente se dispuso que el Batallón Sebastián Ospina y el Posano, de la 8ª. División, siguieran camino de Pescadero a Piedecuesta, previendo que los revolucionarios pudieran ocupar el páramo para tomar el camino para salir a García Rovira.
La revolución hacia movido el grueso de sus fuerzas de Suratá a Matanza y Rionegro, con intención aparente de atacar a Bucaramanga, pero su verdadera intención era la Mesa de los Santos, dejar el Ejército a retaguardia, detenerlos y apoderarse de los pasos del rio y seguir hasta llegar y sorprender a Bogotá. Así lo comprendió el ejército y siguió su camino a marchas forzadas.
Finalmente el día 9 de mayo se tiene noticia que algunos revolucionarios han avanzado sobre Lebrija, al mismo tiempo que las fuerzas legítimas de la 7ª División a cargo del general Arango llegan a Guaca.
El 11 de mayo se reconoció el campo de batalla; el 12 se rectificó en medio del ya avanzado e inevitable combate; el 13 se atacó de frente y en firme; la hábil estrategia y el oportuno refuerzo que recibió la Revolución, ahogó con la maniobra el valor y el arrojo de nuestras tropas.
El 14 al amanecer, la carga por el centro, no soñada ni esperada por los revoltosos, mas la carga por la izquierda, los intimidaron; pero la retirada en la noche por la presencia de nuevas fuerzas los envalentonó para el 15; pero reunidas nuevamente las tropas, la sorpresa por la izquierda, seguida de una carga sin descanso, hasta arrollar cuanto hubo por delante y a las puertas de la caza de los heridos por la Boca del Monte, acabaron de infundir temor a los revoltosos, respeto por nuestras armas y deseos de escapar, que se acentuaron en los diez días siguientes, en que todas las tropas desafiaron y sostuvieron su línea hasta el momento de las dos últimas cargas del 25, por la izquierda y por la derecha, lo cual produjo la consiguiente fuga de la Revolución al amanecer del 26, como golpe decisivo.
Al amanecer de este día los revolucionarios habían abandonado los bosques, las casas, todo su campamento, dejándolo regado de cadáveres insepultos, muchos heridos, armas, dinamita, cohetes en gran cantidad, de los cuales se servían para avisos y acaso, reservados para cantar la victoria; por todas partes solo se veía la desolación y la muerte.
El Batallón Salamina siguió inmediatamente hacia Rionegro. En este día y en los siguientes, hasta bien entrado junio, se recogieron muchos heridos; en lo posible se dio sepultura a los muertos; se recogieron cerca de dos mil rifles, unas cuarenta cargas de municiones y muchos prisioneros. Estos en casi su totalidad fueron enviados a sus casas, bajo palabra de honor, comprometiendo a no volver a tomar las armas contra el Gobierno de la Republica.
Conclusión
Palonegro no fue el resultado de un estudio estratégico, ni de una exhibición científica; fue un combate agotador, en el cual 25.000 hombres tomaron parte por espacio de dos semanas, con encarnizamiento probado en los dos bandos, pero sin que en ellos los combatientes obedecieran a un cerebro genial.
No se desarrolló un movimiento de gran envergadura, ni fue una batalla de estilo clásico, ordenada de antemano, mediante previo conocimiento del terreno. Fue un choque de aldeanos, conservadores y revolucionarios que se despedazaron cuerpo a cuerpo hasta morir, en partidas de mil y dos mil hombres, casi de continuo a machetazos, unos por carecer de municiones, otros por ignorar el manejo del fusil.
La casa de Palonegro cambió de dueño varias veces, sin que la posesión frenética de esos pocos metros de tierra encerrara importancia definitiva. Fue una pelea entre varios miles de hombres inspirada por la necesidad fisiológica de sobrevivir, sin un objetivo definido.
“Los gobiernistas en línea continua por las alturas de Rubén y de Girón apoyaron su ala derecha en Bucaramanga, arrebatada a los revolucionarios, y fuente de recursos de toda naturaleza. En el centro el general Juan Fco. Urdaneta mandaba la artillería; el ala izquierda buscó protección en unas colinas de Lebrija. Los liberales improvisaron fortalezas en la punta de los montes que dominan el llano y desde allí resistieron el fuego enemigo en condiciones inferiores.
Sólo así se explica que 7.000 hombres hicieran frente a 18.000, teniendo el triunfo entre sus manos. El error de táctica del GeneralísimoVargas Santos no fue aceptar la batalla en esas condiciones; fue una vez empeñada, economizar sus soldados.
El 12 mandó la división Ardila; el 13 cuatro batallones de Uribe Uribe; un día después a Herrera, luego a Cortissoz, mas tarde a Eugenio Sarmiento, hasta agotar las reservas. El adversario respondió a estos asaltos con batallones frescos, con mil soldados de rifle a los 500 macheteros que enviaba el generalísimo de la revolución.
“El alto comando revolucionario pensó demasiado en el futuro, pero poco en el presente. Hubiera sido preferible que divididas sus fuerzas en dos grandes masas –una para el choque, otra de reserva- cargasen sobre el enemigo debilitado; pero esto no se hizo, índice de verdaderas capacidades militares.
La batalla se dio en forma fragmentaria, como si el valor de la tropa pudiera transformar las ventajas locales en una victoria general. Táctica de guerrilleros, pero no de alta escuela.
“Los días pasaron en ansiedad continua; los hombres desfallecían de cansancio, de mal humor, de esa inconfundible desconfianza que atacaba los valientes al descubrir las vacilaciones de los jefes.
Al sexto día de la brega, el camino de Palonegro a las Bocas era un continuo desfilar de espectros, asediados por el insomnio, la fiebre y la desilusión. El desengaño desgarraba estos seres anónimos, paralizados, sin munición, aniquilada su voluntad.
“Liberales y conservadores se mataron con gesto mecánico, estúpido, rabiosos, sometidos a un impulso de odio impersonal. Los reclutas de Pinzón, perdido el miedo de la primera tarde, se defendieron con ahínco, pujantes y atrevidos; los voluntarios de la revolución, curtidos por el fuego de Peralonso, cargaban sobre ellos con esperanza de aniquilar su resistencia, pero eran demasiados.
Morían y morían, y otros mocetones fornidos y descansados, llenaban los claros; era una tarea inútil. Sobre la meseta áspera, sucia de sangre, sobre las montoneras fúnebres, sobre los gritos de los heridos, las blasfemias de los hombres, el humo de las hogueras y el silbido de las balas, un alarido arrollador, palpitante, histórico, quebró los nervios de estos condenados a morir: “¡Empujen para que esto se acabe!”.
“El 13 de mayo, Uribe Uribe y Herrera sacaron fuerzas de su heroísmo, y con arrojo encabezaron las célebres cargas de macheteros, desbaratando las columnas enemigas, que al paso de esos soldados quemados por el ardiente sol se doblaban con la facilidad y rapidez que se doblan las espigas en la siga al filo cortante de la hoz; Pinzón opuso a esa furia sus batallones veteranos; fue inútil.
Un golpe, dos, a la derecha, a la izquierda; y los machetes subían y bajaban, con ruido sordo quebrando huesos, cortando cabezas. Avanzaron las huestes revolucionarias mientras tuvieron hombres a su frente; la contienda adquirió entonces aspecto grandioso, pese a la horrible carnicería; el triunfo liberal parecía innegable. Sonaron los clarines y de las toldas de la revolución se alzó un canto de victoria.
“El generalísimo del Gobierno, confundido por el desastre, consultó a sus ayudantes; cedían por todos lados los conservadores ante el empuje irresistible; resonaron las descargas de los fusiles en retirada, las cornetas y los tambores. A las seis de la tarde, el ejército de Pinzón, casi derrotado, estuvo a punto de entregar el campo; una hora más y habrían ganado los revolucionarios.
“La oscuridad salvó a los otros; al resplandor del ocaso los gramalotes, al mando del general Enrique Arboleda, cargaron en fila cerrada, y lo que se creía perdido, fue espléndida victoria.
Desde entonces los liberales sin cápsulas –perenne y dolorosa tragedia de su destino- aflojaron el paso, dispersándose como las hojas cuando las lleva el viento.
Pinzón se retiró a descansar; hombre de profunda religiosidad, esclavo de la disciplina, modesto, tímido, no inspiró a sus soldados verdadero entusiasmo. Pequeño de cuerpo, valeroso, lento en su discurso, carecía de esa nerviosidad de gesto propia de los caudillos e inspiradora de grandes acciones. Impasible, soñador, con esa impavidez del boyacense ante el peligro, se hacía obedecer sin arrebatar, sin imponerse, pero sin tolerar que una orden suya se discutiera.
“En batallar y mas batallar con mudable fortuna llegó el 25 de mayo; cada día se iban haciendo las descargas mas lejanas y menos frecuentes. Como los truenos distantes de una tempestad que se aleja, sin que los revolucionarios abandonaran sus fortalezas de Palonegro.
Con lentitud, aquel ejército diezmado buscó consuelo en su derrota en los cerros vecinos. Los gobiernistas avanzaron con cautela por el campo, prendiendo fuego a los cadáveres, que insepultos envenenaban la atmósfera. La horrible zona era un cementerio abierto: soldados mal heridos con desesperación pedían una gota de agua; confundidos liberales y conservadores eran un solo grupo de miembros y troncos destrozados.
Los gallinazos se dieron cita y acudieron a su odioso festín; nubes de humo de las piras humanas subían al cielo, y en ese escenario de infierno, la sangre, la miseria, el dolor, la muerte, asolaban el yermo oscuro y solitario.
Nadie había triunfado, fue una estúpida locura. ¡Eso fue Palonegro!.
(Recopilación del libro “Palonegro” de Henrique Arboleda Cortés)