Autor: Humberto Guarín Gómez
Este escrito, mamotreto o como quieran llamarlo, no es cosa distinta que la visión de un mundo y una época que le correspondió vivir a su autor, muchas veces con todos sus horrores... para entenderlo es necesario comprender el nivel de desarrollo de un niño campesino santandereano de hace más de 50 años, hijo de una maestra de escuela rural y natural de un pueblo en que además de la maestra y el cura, muy pocos sabían leer.
Por eso y con las frágiles bases que le fijó la maestra que enseñaba hijos ajenos mientras sus propios hijos al otro lado del camino apacentaban los rebaños, también ajenos, ese niño no pensaba en otra cosa que en aprender cosas... y muchos años después su hermano mayor, sentado en la puerta de su tienda en Barranquilla leyendo con incredulidad los escritos que a su hermano le publicaban los periódicos, decía muy filosóficamente a sus paisanos amigos: “Con tal que no se le dé por echarle piedra a los buses”.
No podría seguir adelante sin expresar mi sentimiento de gratitud a don Juan Goenaga, por muchos años jefe de redacción de El Heraldo; al escritor Alberto Duque López, al profesor Jesús María Guillén, y por sobre todos al Doctor Juan B. Fernández Ortega, Director Propietario de El Heraldo, quien por muchos años acogió en su diario mis escritos... los dos primeros como diarios pasajeros de mi taxi me corrigieron centenares de esos escritos que en los comienzos no contenían errores sino verdaderos horrores de todo tipo... gracias a ellos el secretario del culebrero de 1945 pudo evitar que sus hijos recorrieran el mismo camino y fueran a las universidades a estudiar y a no vender naranjas y cocos como le tocó a su padre.
Yo llegué a Barranquilla en el Vapor “Catatumbo”. Era junto con el “Marvásquez”, el “Jesusita” y el “David Arango”, de los mejores que subían y bajaban el Magdalena. Para el niño casi analfabeto que no había visto un barco ni en pintura, el viaje fue espectacular sin ninguna exageración. En los playones de la ribera se asoleaban por millares y el solo pito del barco los hacía sumergirse.
No eran millares sino millones las aves de toda clase que se disputaban los desperdicios del barco mientras el humo de las chimeneas dibujaba figuras caprichosas sobre el cielo incomparable.
Como la mayoría de muchachos del pueblo, mi destino original fueron las petroleras de Barrancabermeja. Un ficho de latón que exhibían orgullosos los que regresaban a vacaciones en el pueblo era un imán poderosísimo que hacía que los niños se prendieran a la pretina de esos hombres con la súplica constante de que los sacaran del pueblo rumbo a ese otro mundo que se insinuaba en esos fichos con nombres jamás antes escuchados.
“Departamento de Sanidad”, “Departamento de Producción”, “Departamento de Transporte”, eran para los niños campesinos del pueblo palabras mágicas que los ponían a soñar sin remedio.
Pero no eran solo los fichos...también las palabras “vacaciones”, “cesantías”, “turnos”, “liquidación”, todas ellas hablaban de algo que jamás habían escuchado...hasta que un día de 1944 la maestra de escuela, viuda con 7 hijos, que ganaba 14 pesos mensuales, no pudo retener más al tercero de 13 que pegado a la pretina de Vicente Santamaría emprendió el camino sin regreso...
Pero el niño no tuvo suerte...el presidente Lleras Camargo tuvo la genial idea de prohibir el empleo de menores en las empresas extranjeras en Colombia y el niño no pudo trabajar lavando inodoros en el “Departamento de Sanidad” de la Tropical Oil Company, su sueño dorado...
El niño ignoraba la existencia de océanos y mares y le era incomprensible la existencia de un hueco tan grande a donde pudiera estar cayendo tanta agua como la que pasaba por el muelle de Barranca... ese hueco debía ser tan profundo que bien valía la pena el viaje a conocerlo...
El puerto era un hervidero de gente...nadie está desocupado...cada quien en lo suyo, todos van de prisa, hablan a la carrera, los barcos pitan, los ayudantes de los carros apuran a la gente, la romería a pie hacia la ciudad es una invitación a seguirlos y tras ellos caminé...
Pero la ciudad era peor. La entrada al enorme pueblo arenoso era por lo que hoy es la carrera 39, llamada entonces Ricaurte, y desembocaba en la plaza de El Boliche donde los viajeros de mi barco desaparecieron en un santiamén.
Era temprano en la mañana y el niño de esta historia, completamente solo entre la multitud, empezó a sentir miedo. De haber tenido dinero habría regresado al puerto a comprar un tiquete de regreso. Pero, en medio de tanta gente ocupada, tenía que haber un trabajo para él.
Pocos pasos más adelante, vi un grupo de hombres y mujeres. Curioso por saber lo que ocurría, me acerqué en el instante en que un hombre sacaba de una caja una amenazadora serpiente.
A continuación este hombre sacaba toda clase de menjurjes y los ofrecía para toda clase de dolencias. De tanto en tanto, pedía a alguien que le sostuviera algo y yo parecía ser el único que necesitaba que alguien lo ocupara.
Al rato era su secretario. Llegó la tarde y empezó a recoger todo. Al fin tuvo tiempo libre y me preguntó por el nombre, qué hacía, dónde vivía, y por mis respuestas yo fui su mejor candidato para emplearme.
Muchos años después, leyendo a Sócrates, Platón o al cura Balmes, yo recordaría a este culebrero, el ser más importante que conocí jamás, después de Dios y mi maná. El conocía a todo el mundo y parecía saberlo todo. A los pocos días me llevó donde varios paisanos y seguramente por ello supo que yo tenía en la ciudad parientes de mi madre, y que eran gente muy distinguida.
Como secretario de tan importante personaje, conocí casi toda la Costa Atlántica. Viajábamos por el Río Magdalena en el enorme y viejo barco "Capitán De Caro", que era como el correo del río.
En los puertos demoraba eternidades, lo que aprovechaba mi jefe para desplegar su toldo y vender un jarabe para los parásitos llamado "lombrizol"; para las fiebres, quinina; para los uñeros, "caraña"; para los mosquitos, "Katol"; para los sabañones, permanganato; y jijuemil cosas más para los males habidos y por haber, sin faltar las consultas sobre mal de amores, mala suerte, embrujos, traiciones, y todo lo que le ocurriera a la gente.
El barco atracaba en cualquier lugar donde le hicieran señas con una gallina, un cerdo, una vaca, un bulto de leña, o lo que fuera. En el viaje de subida, era normal ver descargar gaseosas, cervezas, taladros de perforación de pozos petroleros, tractores, los enseres de algún cura, perfumes europeos, damiselas de muchas latitudes y todo lo imaginable en contrabando. Siempre empujaba tres o cuatro planchones, uno de ellos cargado con leña para sus calderas.
Era tan grande y pesado, que para recoger campesinos con sus maletas y productos en el viaje de bajada le tocaba dar vuelta para poder atracar, lo que hacía de los viajes una eternidad.
En ese entonces no había carretera a Ciénaga y el viaje se hacia en lanchas que atracaban en el caño de Barranquilla, frente a la Intendencia Fluvial. Esas lanchas hacían el viaje de noche, quizá por el calor infernal del día y eran unas máquinas alargadas que se desplazaban muy lentamente.
El viaje empezaba a las siete de la noche y se llegaba a Ciénaga a las cinco de mañana. Era muy agradable en época de brisas, pero terrible en el invierno por las oleadas de mosquitos que obligaban a la gente a envolverse en toda clase de mantas, por lo que se aumentaba el calor y convertían las lanchas en calderas desesperantes.
Barranquilla no tenía nomenclatura y sus calles y carreras se identificaban con nombres. Así, la calle 17 era llamada Soledad; la 28, Almendra; la 29, la Cruz; la 30, Las Vacas; la 31, San Roque; la 32, Comercio; la 33, Real, la 34, Paseo Bolívar; la 35, San Blas; la 36, San Juan; la 37, Jesús; la 38, Caldas; la 39, Flores; la 40, Santander; la 41, Bolívar; la 42, Obando; la 43, Medellín; la 44, Sello; la 45, Murillo; la 46 Santa Ana; la 47, Paraíso; y de ahí en adelante vivía la flor y nata de una sociedad a la que solo tuve acceso cuando me "civilicé".
Las carreras se conocían como Olaya (46), Líbano (45), Cuartel (44), veinte de Julio (43), Progreso (41), La Paz (40), Ricaurte (39), Igualdad (38), Sauce (37), Hospital (36), Concordia (33), Buen Retiro (32), Porvenir (31), y seguían Bocas de Ceniza, Libertad, Independencia, Providencia y pare de contar.
Por el sur, los barrios Rebolo y Las Nieves que eran los más apartados de la urbe. En conjunto la ciudad se identificaba como "Barrio Abajo", todo lo que estaba de Olaya hacia el norte y "Barrio Arriba" lo de estaba de Igualdad hacia el sur. El Centro era el centro 'y de la calle Caracas (53) hacia arriba a todo se le llamaba "Prado".
En la calle 30, entre carreras 39 y 40, funcionaban la Cooperativa Panelera de Santander y la Tienda "La Estación" de los hermanos Garrido; en la plaza del Boliche, la tienda 'de don Heliodoro García y en la plazoleta de enfrente de la Cervecería Águila, el negocio de la firma García Hermanos.
En la calle 28 estaba el negocio de Serrano Acevedo y Cía. En la calle 36 con carrera 46, la tienda de la familia Vecino. En la calle 17 con 33, un poco adelante del matadero municipal la tienda "Bola Roja" de don José Quijano.
A partir del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de Abril de 1948, Barranquilla comenzó a ser víctima de una verdadera invasión. A la ciudad llegaban diariamente decenas y decenas de familias que huían de la violencia y en muy buena parte eran santandereanos. Desde luego, también llegaban de otros Departamentos.
Las gentes compraban con lo poco que traían lo primero que les vendieran; el todo era ponerse a trabajar en algo. Muchos no traían nada y fueron los que se ubicaron en los tugurios que fueron creciendo y creciendo poblados por gentes que consumían servicios que no podían pagar y la ciudad empezó a sufrir las consecuencias de la carencia de infraestructura para tanta gente.
Mientras Bogotá, Medellín y Cali consiguieron recursos adicionales para hacer frente a ese desequilibrio, la dirigencia barranquillera no lo hizo y el resultado fue una ciudad que se fue quedando atrás en materia de servicios, después de haber tenido los más eficientes del país.
En medio de ese alud de gentes, algunos paisanos se distinguieron por haber dedicado su patrimonio y su tiempo a ayudar a muchos otros. Especial reseña merece el chucureño Josué Pinilla, dueño de un bar en El Paseo Bolívar, llamado "Bar Selecto". Éste hombre fue especial, pues en las noches, luego de cerrar su negocio, lo habilitaba como dormitorio para muchas familias y recorría la ciudad de día buscándoles trabajo en lo que fuera.
En 1960, cuando los tenderos empezamos a buscar una manera de asociarnos para defendernos de los atropellos de toda clase, Josué nos arrendó una pieza en el segundo piso por $25; hizo venir a su hermano Ramón desde San Gil para que se encargara de nuestra primera "Oficina de Quejas". Como Tesorero de la incipiente asociación, puedo dar testimonio de que nunca le pagamos el sueldo prometido.
Otro paisano que ayudó a mucha gente fue don Gabriel Guarín Villarreal, quien dio posada gratis a muchísimas familias en sus "Residencias Colón", que no era ningún hotel de cinco estrellas, pero sí una gran ayuda para gentes a quienes la violencia les había quitado todo.
La Barranquilla de 1960 era una cosa muy diferente a la de 1945. En 15 años su población se había triplicado y su desequilibrio en servicios públicos y seguridad se tornó dramático. Ya no era la ciudad alegre y cosmopolita cuyas gentes dirimían sus problemas a madrazos y trompadas.
El exceso de población hacía de los pocos espacios una permanente disputa y muchas de sus nuevas gentes acudían a las armas para darles solución.
Si bien muchos desplazados de la violencia lograron recuperar algo de sus bienes abandonados para invertirlos en la ciudad que les dio asilo, el receso industrial era evidente.
Mientras el comercio y el transporte se desarrollaban a todo ritmo, la otrora ciudad industrial se frenaba por falta de infraestructura eléctrica y telefónica, especialmente. El panorama de los negocios de barrio empezó a cambiar aceleradamente.
Las gentes de origen chino, hasta entonces dedicadas a la venta de comestibles en los barrios de la urbe, empezaron a ser empujadas hacia otros oficios, muy especialmente por gentes de origen santandereano.
Todos los días surgían nuevas tiendas en los barrios, atendidos por personas que no tenían horario, que jamás descansaban, donde todo mundo trabajaba, y las amas de casa felices de que esas nuevas gentes les llevaran a su casa, a media noche, el Mejoral que hacía falta.
Jamás pueblo alguno trabajó tanto y tan barato como los santandereanos de las tiendas de esa época, cuyo horario normal era de cuatro de la madrugada hasta las doce de la noche. Y este relato sería injusto si no incluyera los nombres de muchos de ellos, perdón de los muchos que tal vez olvide por culpa de una memoria envejecida.
Pompilio Gutiérrez Isaza, oriundo del viejo Caldas, hombre trabajador como el que más; su negocio, "Mi Kiosquito", fue centro de agitación permanente en la búsqueda de las primeras formas de aglutinamiento de los pequeños comerciantes que disputaban mendrugos de una justicia que brillaba por su ausencia.
Muchas reuniones se hicieron en su establecimiento en aquellos tiempos en que los reclamos se hacían a nivel de Inspecciones de Policía, a falta de una entidad con personería jurídica. Pedro Pablo Acevedo (+), tienda "Los Doce Combates" en la calle Soledad; Eliseo Acevedo CE), tienda "El Centavo Menos", en el callejón Hospital; Buenaventura Guarín,
tienda "El Kilómetro 1" en la salida a Cartagena; Abelardo Calvete (+), tienda “La Santandereana" en el callejón Bocas de Ceniza, hombre lleno de sabiduría popular a a donde era obligatorio ir a recibir "instrucciones" sobre el mejor lugar y la mejor manera montar una tienda en Barranquilla.
Juan Garrido (+), tienda "La Nube Blanca" en la calle Paraíso, que fuera la primera tienda-panadería en la ciudad y que tanto se ha puesto de moda en estos tiempos. José Antonio Duarte, "Tofio", (+) el mejor de mis amigos y compañero de muchas luchas en el propósito de llegar a ser alguien, tuvo muchos negocios y murió muy joven y pobre. Pablo Rueda y más tarde Luis Guarín; tienda "El Tokio" en el barrio Abajo; Aníbal Rueda (+) tienda "La Ideal" y más tarde Don Diego Guarín (+).
Muchas otras gentes oriundas de Santander aportaron a la ciudad de otrora sus luces, su inteligencia y su trabajo. Mercedes Plata Rueda, hermana y secretaria de don Polidoro Plata, recopiló para la posteridad algunos de esos nombres.
Cuenta Mercedes que en 1936 el único apellido Plata en el directorio telefónico era de don José Gómez Plata, constructor del primer edificio de varios pisos en Barranquilla bautizado como edificio O. K., donde funciona hoy el Hotel Caribana. Su hija Cecilia Gómez Nigrinis fue reina del carnaval de esta ciudad y la primera mujer en Colombia que recibió la licencia de piloto de avión.
Por esas fechas llegó a la ciudad don José de Jesús Plata y su familia compuesta por su hijos Mercedes, Ernesto, Polidoro, Rodrigo y Jesús María. Polidoro se vinculó con la casa Helda y Rodrigo a la Industria Harinera Roncallo Hnos. Jesús María trabajó en el Diario La Prensa de la familia Martínez-Aparicio y estaba principalmente a cargo de la recepción de noticias internacionales en código Morse, en plena Segunda Guerra Mundial. Ernesto estudiaba medicina y alcanzó las más altas distinciones en el ejercicio de su profesión.
Por esas mismas calendas arribaron a la ciudad don Heliodoro García y su familia quienes siguió el clan García Gómez, que se convertiría comercialmente en la firma García Hermanos y quienes tenían frente a la Cervecería Águila un negocio de víveres y abarrotes, siendo también distribuidores de gaseosas en la zona, que entonces no se repartían por las tiendas de los barrios como se hace ahora.
También llegaron don José J. Pinilla y familia, de Girón. Don Pablo Emilio y Ulpiano Serrano, de Zapatoca, quienes tenían un importante negocio de abarrotes en la Calle Almendra y otro en la calle Boyacá denominado "Cooperativa Panelera de Santander" que fue uno de los negocios que las turbas sin control del 9 de Abril de 1948 asaltaron en la ciudad al conocerse del asesinato de Gaitán.
También el almacén J. Uribe Wills, en la calle del Comercio, de donde se lanzaron a la calle toneladas de licores y .herramientas, especialmente machetes, con los fue los borrachos convirtieron la ciudad en algo peligroso.
Llegan los hermanos Alejandro y Nicanor, Ariza y sus primos Samuel, y Virgil Acevedo. Samuel socio y alma del negocio con don José Quijano, lo que después se llamó "J. F. 1.". Virgilio, forjador de la empresa "Distribuciones Torhefe", dedicada al región de los tomillos; su hermana Fanny fue la esposa de don Juan Sanabria, propietario de empresa de condimentos "Sasoned". Su hija, conocida como la Chiqui Sanabria, fue también reina del Carnaval de Barranquilla y Presidenta de la Liga contra el Cáncer.
También arribaron a la ciudad don Gilberto Serrano, don Roberto Puyana, cofundador de la Sociedad de Mejoras Públicas y quien estableció un vivero en el zoológico desde el cual, con la colaboración de don Polidoro Plata, empezó el plan de arborizar a Barranquilla. Igualmente don Polidoro contribuyó con la donación de una tigresa, lo que hizo posible la creación del zoológico que hoy conocemos.
Don Marco Julio Gómez Mejía, fundador del viejo Hotel Central y hermano del director propietario del periódico El Frente de Bucaramanga. El Doctor Marco Aurelio García Mantilla lije un médico eminente; don Luis Vesga Tapias, creador de la segunda empresa de taxis en la ciudad, "Super Tax Medellín" y Luis María Cuéllar fundador de la empresa "Sobusa". Don José Joaquín Ortiz,.conocido como J. J., con su establecimiento de ropa elegante "American Gentleman" que fuera muy famoso.
La familia Mutis tenía una pensión en el centro donde llegaban familias enteras desde Bucaramanga. El ingeniero Humberto Albornoz encargado de la planeación y construcción de la carretera Barranquilla - Santa Marta y quien propuso que se construyera un túnel bajo el Magdalena como el hecho hace unos pocos años bajo el Canal de la Mancha. Desafortunadamente, se le impidió hacerlo por considerarla una locura.
Don Jorge Enrique Santos, socorrano, quien fuera gerente en Valledupar y Barranquilla de las oficinas principales de la antigua Caja Agraria. Eduardo Santos, fundador de la empresa Industrias "El Barco". Arnulfo Díaz y su familia con su almacén La Casita, vendido a ellos por don Polidoro Plata.
Don Celio Villalba Rodríguez en cuyo nombre fue construido el barrio Cevillar, fundador de la Cafetería Almendra Tropical. El doctor Francisco García Valderrama, abogado, de Bucaramanga. Dr. Vicente Salazar Meléndez, abogado socorrano. Doctores Jorge Pinzón, cardiólogo; Hugo Franco Camacho y Roberto Márquez Rueda. Don Luis Emilio Rey, odontólogo de Piedecuesta.
Marina Sanmiguel de Melo, la primera mujer que la U. I. S. graduó en Ingeniería Eléctrica, funcionaria de la antigua Compañía Colombiana de Electricidad, operada por norteamericanos, y quien fuera más tarde gerente de las Empresas Públicas Municipales de Barranquilla. Rosita Barrera, de San Gil, esposa de don Alfredo Tcherassi. Jorge Barrera Larrarte, hombre cívico de gran trayectoria en Fenalco. El "Flaco" Moisés Díaz Plata y su tienda Santa Marta.
Luis Reyes Díaz y su hija Susana, funcionarios de la Administración de Impuestos. Gustavo Plata, autodidacta de la odontología, capacitación que recibió de la Tropical Company y quien fuera durante mucho tiempo el saca-muelas del barrio Las Nieves. Don Nabor Forero y su familia de Zapatoca. También Jerónimo Rueda, María Pinilla de Díaz casada con don Samuel Viñas, de Magangué.
Natividad Rueda Pinilla, esposa del Dr. Gilberto Hoyos Ripoll, de Sabanalarga. D'Acosta, abogado que falleció al caer en una alcantarilla. Ana Rita y María Delia Villalba, hermanas de Celio, se casaron con los barranquilleros Sergio Martínez-Aparicio y Enrique Abello. Una nieta de Don Celio Villalba, Marina Danko Villalba es la esposa del torero Palomo Linares y su bisnieta Mónica Escolar Danko, fue elegida Miss Mundo Colombia en 1999. Marina Pinilla, dueña del Restaurante Santander de larga tradición la ciudad.
...y quedan muchas otras por registrar, que todavía se siguen construyendo con ese mismo estilo firme, silencioso y esforzado de uña raza que hasta ahora hace pública su pujanza...
[Ésta historia fue escrita por el mismo HUMBERTO GUARÍN GÓMEZ como su expresión personal de hacernos recordar a todos que, al igual que los distinguidos, los anónimos también forman parte de la PUJANZA SANTANDEREANA y merecen ser recordados en el futuro.]