Autor: Moisés Pineda Salazar
¿Cuáles son esas “formas moleculares”, comparables a la proteína del RbAe48, “cuya presencia en el hipocampo hace posible revertir los efectos de la edad” y la capacidad de la ciudad para desarrollar las nuevas, y actualizar las antiguas competencias útiles para poder adaptarse a las condiciones del futuro?
Introducción
A título de diletante, sin pretensiones distintas a las de aportar unos puntos de vista que ayuden a comprender el fenómeno cultural urbano en Barranquilla y que hagan posible su abordaje desde las ciencias para producir un conocimiento útil que resulte aplicable a otras urbes, me aventuraré por los caminos de las ciencias del comportamiento.
Semejante osadía les da a Ustedes, mis amables y doctos escuchas, el derecho a meterse sin permiso en los vericuetos del carnaval en Barranquilla. Solo puedo recomendarles que lo hagan provistos de dos herramientas esenciales y juveniles:
- la decisión de gozárselo y
- la avidez de explorar para aprender.
Porque, de eso se trata nuestro carnaval: de un juego que es mucho más que el del llamado “mundo al revés” característico de las carnestolendas de tradición occidental. En el nuestro, además de eso, se propicia un ejercicio que nos permite a los que participamos de esta herencia cultural, la reconstrucción de la memoria colectiva y el mejoramiento de la capacidad de aprendizaje social.
Por eso, nuestro carnaval está mucho más cerca de las tradiciones Judias, más cerca de las fiestas bíblicas que de las fiestas paganas. Nuestra fiesta patrimonial, con sus máscaras, con sus teatralizaciones, sus concursos de belleza y comidas típicas, está más cerca de las Fiestas del Purim Judío (465 A.C) con las que Israelconmemora quem gracias a Esther, pudo librarse de la suerte que sobre ellos lanzó Amán para asesinar al pueblo, que de las Saturnales Romanas (217 A.C).
Nuestras fiestas, con sus casetas y carpas, decoradas con guirnaldas, bajo las cuales los vecinos se reúnen para comer, beber y visten trajes típicos, para danzar bailes ancestrales, se parecen más a las fiestas de los Tabernáculos, de La Sucot, que recuerda el pasó del Pueblo de Israel a través del desierto (1353 A.C), que a las Bacanales romanas (200 A.C).
Quizás sea por eso que Barranquilla, cada cierto tiempo, resurge de su deterioro y “se pone de moda”. Los carnavales son una especie de palimpsesto sobre el quedan escritas esas transformaciones.
Hipótesis
En el caso del carnaval en Barranquilla, la Fiesta Urbana actúa como la “Ruta” que permite que el material simbólico disponible en la ciudad cumpla con la función de restaurar la memoria y de mejorar las posibilidades de “La Arenosa” para adaptarse de mejor manera a las circunstancias de un entorno inestable, cada vez menos predecible y en períodos más cortos.
Antecedentes
Cada vez que lo hemos requerido, los barranquilleros hemos tenido la capacidad de producir un material simbólico y una institucionalidad que nos han provisto de explicaciones satisfactorias acerca de quiénes somos, de dónde venimos, cómo hemos ocupado nuestro territorio, de qué manera hemos resuelto las necesidades de nuestra propia supervivencia como conglomerado humano y de cómo nos hemos representado nuestro destino manifiesto.
1- La Villa del Libre Cambio
A finales del Siglo XIX los barranquilleros nos enfrentamos a la necesidad de poder explicar tales elementos constitutivos de la identidad y para ello surgió el llamado “Mito Fundacional Galapero”, según el cual hacia 1629 hubo una gran sequia en la Encomienda de Galapa.
Según ese relato de tradición oral, las vacas enloquecidas por la sed, tumbaron las cercas y se metieron en las casas y consumieron todas las reservas del preciado líquido. Una vez que el agua se acabó subieron la serranía y comenzaron a migrar hacia el noroccidente donde encontraron un lugar con mucha agua dulce de las que abrevaron.
Los ganaderos que las siguieron encontraron en aquel lugar de tierra generosa, abundancia en pesca y allí se asentaron, al lado de unas pequeñas barrancas de río que, en oposición a las Barrancas del Rey (hoy Calamar), a las Barrancas de Mendoza (hoy Ponedera), a las Barrancas de Malambo y a las Barrancas de Moreno (hoy Soledad), llamaron “Las Barranquillas” que, por estar en la encomienda de Don Nicolás de Barros, les dieron el apelativo de “Las Barranquillas de San Nicolás).
Ese relato entrañaba algunas verdades históricas -como la sequia que se sufrió en la Región por aquellos años del 1629-; otras expresan, metafóricamente, varias aspiraciones políticas del momento (1860/ 1890) – como la de desligarse política y administrativamente de Cartagena inventándose una pretendida saga galapera y no cartagenera; otros elementos expresan mitos universales como el del Suplicio de Tántalo que consiste en sufrir de sed teniendo el agua muy cerca y que era el principal problema sanitario de la Barranquilla de finales del Siglo XIX en los que el tráfico de viajeros y las deficiencias sanitarias recurrentemente asolaban la Ciudad con epidemias de Cólera Morbo, Paludismo y Dengue; además, de alguna manera, lo azaroso del relato, satisfacía la idea de que la ciudad era el resultado de una tradición libertaria en la que no cabían ni la autoridad, ni la planificación: “ciudad ojalatera”, decían en aquellas centurias para describir un comportamiento socialmente compartido de remitirlo todo al deseo: “ojalá no llueva”, “ojalá el rio se pueda remontar”, “ojala pase pronto la peste”.
El Carnaval para esos años, remembranza de los carnavales europeos, tenía como escenario privilegiado los salones de las mansiones solariegas, los Salones de Baile y los Teatros y como dinámica propia la fragmentación social por clases y los juegos de carnaval.
Las danzas de indios, los jolgorios alrededor de la Cumbiamba, los currulaos, los bambucos y los bundes y las jaranas de negros, tenían en la fiesta cartagenera (11 de Noviembre, de San Martín, de La Candelaria, de San Sebastián), en las Fiestas Patronales de la Ciudad (San Nicolás y San Roque), en la conmemoración religiosa (Corpus Christi y Domingo de Resurrección) su espacio privilegiado.
2- La Ciudad Modernista.
Los desarrollos de la tecnología a vapor, la complejización de las relaciones económicas de la Ciudad, hacia dentro y hacia afuera, la transformación de las elites burguesas, antes asociadas al agro, ahora vinculadas al comercio internacional y proclives al modernismo liberal, individualista y laico, modificaron el perfil de la sociedad barranquillera que ya no sentía que el mito pastoril de las vacas galaperas pudiera explicar sus necesidades de identidad.
Es entonces cuando emergen con fuerza las tensiones entre las elites cartageneristas católicas y conservadoras que buscaban un “retorno a la herencia colonial” y las elites barranquilleristas, laicas y liberales que propendían por un nuevo mito fundacional.
Es cuando surge en Barranquilla un imaginario republicano, una nueva especie de “religión” denominada “El Civismo” en el que “La Patria es Dios”. Este imaginario del “Civismo” -además del discurso filosófico en el que Kant, Hegel, Engels y demás pensadores europeos eran promovidos desde el seno de la Masonería Local- requería de unos elementos simbólicos que expresaran de forma coherente el nuevo discurso de la Ciudad Industrial, de la Ciudad Pionera, de la Ciudad Moderna.
Es entonces cuando se ordenan varios asuntos referidos a la producción de materiales simbólicos. Se ordena al Maestro Marco Tobón Mejía, residente en Paris, que esculpiera un Monumento a la Bandera, en mármol; un memorial que expresara estas representaciones filosóficas, sus aspiraciones hegemónicas y esas decisiones políticas y económicas que habían adoptado por consenso los barranquilleros.
Ese monumento, en su actual estado de abandono y suciedad, nos está diciendo que hay un lugar en la memoria de la Ciudad que amenaza con ser borrado, que amenaza con desaparecer, dejando sin explicación el proceso que nos llevó, desde principios del Siglo XX, a ser hoy lo que somos.
Se adoptó como bandera de la Ciudad la que le otorgó en 1813 la Cámara del Estado soberano de Cartagena y que, hasta mediados de la década de los “locos años veinte”, era utilizada como emblema del Club Barranquilla.
Tal vez, hoy las banderas dicen muy poco a las generaciones actuales como no sea para exacerbar manifestaciones nacionalistas en los nuevos rituales festivos urbanos: la fiesta futbolera. Y, para completar los recursos de la Liturgia Republicana, la Ciudad abrió concurso para adoptar un Himno.
El Maestro Simón Urbina vino a ser el Ganador de la justa para dotar a la Sociedad de Mejoras Públicas de un himno que, en un principio, estuvo destinado por su autor para ser el del Cuerpo de Bomberos de la Ciudad de Panamá.
A esa música, mediante convocatoria pública, se le adaptó una letra hecha por la Poetisa Amira De La Rosa, que registraba los anhelos de una ciudad que dejaba de ser Confesional para ser Laica; dejaba de ser una Ciudad Rianera, Ciudad Puerto de Río, para convertirse en Ciudad Marina, Ciudad Puerto de Mar y cuyos ciudadanos, titulares de un eclecticismo pragmático, se enorgullecían de ser los gestores y constructores de la segunda Ciudad de Colombia y una de las Primeras de América Latina.
Una Ciudad pujante, poderosa, colmada de palacetes que hablaban del poderío de los grandes empresarios del transporte, del comercio y de la Industria. Es entonces cuando emerge el Carnaval en Barranquilla como una fiesta urbana en la que la mascarada y los disfraces, el carro alegórico, las reinas y reyes temporeros, la sátira, la comedia y la parodia, el verso urticante, el pelele carnavalero, salen de los salones y se toman las calles y el espacio público.
El pasado marginal de la fiesta rural, el de la celebración, el de la conmemoración religiosa, languidece en la misma medida en la que la religión pierde peso en la conducción de la vida urbana y la herencia folclórica queda confinada a extramuros.
3- Ciudad Ruralizada
A mediados de los años sesentas, la ciudad comienza a perder su dinamismo industrial. Las inmigraciones producidas por la violencia, desde toda la Costa Caribe y desde el interior del País, transforman su perfil urbanístico, otrora ejemplo nacional, reemplazándolo por otro -a su vez- reflejo del drama nacional del desplazamiento forzado: el de los tugurios.
La ciudad se empobrece a ritmo creciente. Sus servicios públicos colapsan. Una nueva clase política de raíces campiranas, de manera progresiva y sostenida, empieza a reemplazar a los miembros supérstites de la antigua elite burguesa.
En un anacronismo, difícil de creer, la ciudad involucionó a las condiciones económicas, urbanísticas, sociales y culturales de la Barranquilla de finales del Siglo XIX, esta vez sin teatro, sin río, sin mar y sin ópera. La llegada de una elite vinculada al tráfico de marihuana, cambió la composición social en la ocupación del territorio y las formas de consumo.
El derroche y la violencia vaciaron, cuando no modificaron, el contenido de las representaciones simbólicas y la manera de hacer la fiesta en la Ciudad. Las formas tradicionales de la fiesta popular “fueron reescritas” con el argumento de “para que el folclor se vista de gala” y las clases altas las enclaustraron en los Clubes Sociales.
De la misma manera, “los recién llegados”, “los inmigrantes” provenientes del llamado Bolívar Grande (Bolívar, Sucre, Córdoba) y del Magdalena Grande (Guajira, Cesar y Magdalena) al encontrar en Barranquilla una gran parte de su memoria colectiva, se apropiaron de ella.
La cumbia, las danzas de negros, las danzas de relación o especiales, en suma, las expresiones de la fiesta rural salieron a las calles con bríos renovados, junto con nuevas estéticas dancísticas y musicales provenientes del Valle de Upar y de La Guajira.
La fuerza de este proceso desbordó la capacidad de la Institucionalidad política para ordenar esta dinámica festiva y, luego de una década, el carnaval en Barranquilla sufrió un proceso de deterioro y decadencia del que no fueron ajenos los políticos, el Empresariado, los Administradores y la Dirigencia Cultural de la Ciudad.
En medio de la batahola, era imposible distinguir si aquello era una fiesta, un rifirrafe, una manifestación cultural o simplemente un bochinche del que había que alejarse antes de ser víctima de los desafueros que llenaban de titulares la crónica roja.
Al igual que en el ordenamiento feudal de la vida en los campos, en Barranquilla los hacedores de la fiesta y los portantes de la tradición cayeron en las redes del comercio politiquero de concejales y congresistas, o debieron mirar impávidos los irrespetos a los que debían someterse las mujeres cuando los titulares del “poder cuasi feudal de la fiesta” colmaban sus sueños juveniles cobrando “el derecho de pernada”
4- La Ciudad Contemporánea
El debilitamiento de la identidad cultural de la ciudad, en los años setenta y ochenta, estuvo aparejada con la pérdida de su dinámica económica, de su crisis social y de su deterioro material. Sin embargo, como todo sistema vivo lleva dentro de sí la simiente de su destrucción y la posibilidad de su renacimiento, el de la ruralización de Barranquilla nos permitió descubrir una nueva dimensión de la Ciudad.
Gracias a él, hoy somos conscientes de que la nuestra es una urbe que, más que un territorio es una forma de ser; que más que una Ciudad, es un Sistema Urbano alrededor del cual gravitan directamente más de un centenar de municipios; que más que una ciudad aislada, con Santa Marta y Cartagena conforma un continuo urbano, de naturaleza metropolitana, que en menos de 20 años agrupará a más de 300 municipalidades en las que residirán, trabajarán y resolverán sus problemas de subsistencia y desarrollo, más de seis millones de personas.
El Área Metropolitana del Litoral Caribe, será el conglomerado urbano más importante de toda la Cuenca del Caribe, desde Venezuela hasta México, en tensión y, muy probablemente, en competencia con el Sistema continental Medellín, Turbo (Caribe), Tribugá (Pacifico).
¿Cómo hacer posible una identidad cultural que de sustento a la convivencia pacífica y a una institucionalidad que permita la regulación de los aprendizajes necesarios para lograrlo de una manera productiva?
Es en la búsqueda esa solución en la que resultan útiles el modelamiento y la analogía de la ciudad como un ser vivo, como un sistema abierto que recuerda y aprende y que, de esa manera se mantiene actual, redimensionado y adaptado.
La dinámica del material simbólico que viaja desde el Hinterland de Barranquilla en busca de su plataforma urbana con el ánimo de manifestarse, de escenificarse, es analógicamente comparable al comportamiento de la proteína que hace posible restaurar la memoria colectiva que el proceso de envejecimiento tiende, normalmente, a desdibujar, a difuminar a perderse y a ser sustituido por las formas de la experiencia reciente.
Así, pues, en la Fiesta Urbana en Barranquilla, con ocasión del carnaval, al mismo tiempo, al lado de la mascarada, de los carros alegóricos, de las Reinas y Reyes Temporeros, del Pelele, de la Comedia y la Parodia, del verso que hace la crítica social, del trastocamiento de la cotidianidad que constituye esa manifestación “del mundo al revés”, se hacen presentes las manifestaciones del mundo atávico, antiguo, del universo rural que nos explica de dónde venimos.
Esa posibilidad, ese juego en el lugar antropológico que llamamos “carnaval en Barranquilla”, es el que hace de la nuestra una fiesta singular. Son esos elementos los que la UNESCO ha declarado que son Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.
¿Cuáles son esas “formas moleculares”, comparables a la proteína del RbAe48, “cuya presencia en el hipocampo hace posible revertir los efectos de la edad” y la capacidad de la ciudad para desarrollar las nuevas, y actualizar las antiguas competencias útiles para poder adaptarse a las condiciones del futuro?
La Cumbia, es la danza mestiza que nos muestra cómo influyó la decisión de los Reyes Borbones en el poblamiento del territorio y que hizo posible que esta forma de danza se aclimatara en las haciendas cuando en el Magdalena medio, hacia 1620, en los territorios de Indígenas Chimilas y Pocabuyes confluyeron españoles y negros vinculados a la boga en los Ríos Cauca y Magdalena.
Desde las Fiestas Religiosas del Corpus Christi, y otras procesiones religiosas, sincretizadas con los Cabildos de Negros de Nación, con los instrumentos indígenas y las danzas que les fueron enseñadas por los misioneros capuchinos españoles en las misiones católicas, nos llegaron “Las Danzas de Paloteros”, “Las Danzas de Diablos”, la música de los tambores de Congo a los que se adicionaron las “Danzas de Negros de Turbante”, las de “Son de Negros” y “El Mapalé”; las Danzas de Faroteros, reminiscencia de las danzas Gitanas y Romani y las “Danzas de Indios de Trenza.”
Todas ellas son documentos que me llevan a afirmar que el Carnaval en Barranquilla es el último espacio que le queda para que no desaparezca la memoria de la tradición religiosa de la Región. Pero, también hay un espacio para la conservación de instituciones económicas que paulatinamente van desapareciendo a consecuencia del proceso creciente de urbanización.
Me refiero a formas de escenificación que incorporan relatos, música y coreografías como “La Danza de los Gallinazos” que hace referencia a las tradiciones de cacería. Otras danzas, conservan vestigios de la flora y fauna regional que viene siendo arrasada por el cemento y la contaminación como “La danza del Imperio de las Aves”, “La Danza de los Coyongos”, la “Danza del Gusano”.
Soy de los que creen que el principal reto que debemos asumir los barranquilleros es el de poder identificar las “Rutas” exactas que, al modo del PKA - CREB - CBP, “hagan posible viajar” esas moléculas restauradoras que devuelven al sistema vivo y abierto, a esa “Ciudad Mujer”, su memoria y su capacidad de aprender. Frente a ese desafío, mi opinión es que el “Carnaval en Barranquilla”, ha sido y es la “Ruta” apropiada para ese efecto. Sin embargo, hay elementos que rompen la cadena que pueden conducir las moléculas restauradoras.
¿Cuáles son estas formas de la experiencia reciente que, al borrar de la memoria el pasado, pueden convertirse en una verdadera enfermedad social?
5- La banalización, el historicismo, la mitificación y la simplificación.
Recientemente me he referido a la dinámica seguida por muchos “estudiosos” del hecho cultural que conocemos como el carnaval en Barranquilla que encuentran en formulas como la de que “fue que un día en medio de una parranda, a fulano bien llevao, que no tenía como hacerse un disfraz, se le ocurrió ponerse un saco y un pantalón al revés y armar un pito perrateador y le puso unas orejas de cartón y una nariz como una plebedá…”.
Así explican algunos el origen banalizado del disfraz de marimonda. Obvian de esta manera el origen francés vinculado a las fiestas de embarradores en París y que llegaron a Barranquilla desde el Carnaval de Riohacha.
“Pasó que el General Vengoechea, a quien apodaban “General Carajo”, organizó en el carnaval de 1903, un desfile al que llamó batalla de flores para celebrar el fin de la guerra de los mil días”. Explican de esta manera, con algo de coherencia y convicción historicista, el origen de un evento que ya se organizaban en la ciudad desde 1876, con ocasión de las fiestas religiosas y los eventos cívicos, copiados de las Festividades de San Roque de Mont Pellier en el circuito de Sabanilla, La Guaira, Vigo, La Coruña y Le Havre.
“Es que los Indios, para vengar la afrenta que le inferían los españoles al violar a sus mujeres, se disfrazaron con prendas femeninas para engañarlos y los mataron”, es el relato mítico que explica el origen de la “Danza de las Farotas”, una danza tradicional de hombres vestidos de mujer que es derivada de Danzas Gitanas y Romani mucho más antiguas que la colonización española.
“Llegó desde Ciénaga y es una danza guerrera que simboliza la lucha de nuestras naciones para conquistar su independencia”, es el discurso elemental que recitan los cultores de las Danzas del Paloteo tratando de convencer a propios y extraños del origen bélico y republicano de su puesta en escena, desconociendo las tradiciones religiosas y españolas de las que realmente proviene esa tradición.
6- La espectacularizacion.
El paso de la sociedad rural a la sociedad urbana, el confinamiento del Patrimonio en los Clubes Sociales, hizo posible la aparición del proceso de espectacularizacion con innegables influencias nacionalistas provenientes de las relaciones de los coreógrafos locales con el Ballet Nacional de México.
Delia Zapata Olivella y Sonia Osorio, aprenden y emprenden la tarea de formación de profesionales que, un vez emancipados de la tutela de sus maestras, llevaron sus saberes al barrio, a la calle y desarrollaron nuevos productos culturales con perfiles muy propios de la ciudad, especialmente en lo que hace a la base musical, que se denominaron “Comparsas”, “Cumbiones”, ”Fanfarrias” y “Ventoleras”.
En un proceso de hibridación, los materiales simbólicos tradicionales fueron “re leídos” y mutaron a nuevas formas de expresión que cambiaron de manera sustancial no solo la historia, sino el contenido de la tradición misma.
Así, por ejemplo, “El Mapalé” pasó de ser un baile rianero, de carácter mestizo y referido a los movimientos de un pez, para convertirse en una danza negra, altamente erotizada en la que los danzantes bailan casi desnudos. Todo ocurrió a partir de la puesta en escena de la que su autora Sonia Osorio llamó: “La Orgia de los Cuerpos”.
Siguiendo otro camino, pero igualmente bajo la influencia del Ballet Nacional de México, fundamentada en la ambigüedad del significado de la palabra “garabato” y las tradiciones aztecas que rinden culto a los difuntos, sobre las danzas de negros de turbante, llamadas también “Danzas de Congo”, se escribió y se escenificó una metáfora acerca de una pretendida lucha entre la vida y la muerte, que tiene como base melódica un Chandé y que hoy se conoce como la popular “Danza del Garabato”.
Todas estas maneras de explicar el contenido del material simbólico del que dispone la ciudad, cambian el significado, lo resentematizan, le ponen atributos y contenidos a conveniencia, falseando la memoria, privilegiando la memoria de corto plazo, desvalorizando la herencia de aprendizajes acumulados en la tradición.
7- Conclusión.
La fiesta del Carnaval en Barranquilla, es una conmemoración urbana en la que, al modo de las tradiciones festivas orientales, en el ritual se escenifica el pasado y se ejercitan las capacidades de la tradición contenidas en danzas patrimoniales, como una forma de revertir el olvido, de reconstruir la memoria mejorando la capacidad de la Ciudad para adaptarse a las condiciones cambiantes del futuro.
Nuestro drama consiste en que carecemos de una conciencia de aquello y no distinguimos entre el instrumento y su utilidad y, por ello, estamos siendo arrastrados por las dinámicas del mercado en el que todo es efímero y vacio, pero bonito.
OTRAS FOTOGRAFÍAS
Foto 1 | Foto 2 | Foto 3 | Foto 4 | Foto 5 |