* Al advertir que una bandera nazi ondeaba sobre un edificio público, el rey Cristian de Dinamarca llamó la atención acerca de ello a un oficial alemán, al cual manifestó que era un proceder violatorio del acuerdo existente entre Copenhague y Berlín. El oficial se contentó con responderle que la bandera se había izado de acuerdo con instrucciones recibidas de la capital alemana.
- “Si esa bandera continúa ahí a las doce del día –dijo entonces el rey-mandaré un soldado danés con orden de arriarla.
- “Tendremos, en ese caso, que hacer fuego contra el soldado-, le respondió el oficial.
- “Muy bien, -dijo a su vez el rey-, entonces yo seré ese soldado.
No se necesitó de más para que los alemanes arriaran de inmediato la bandera.
“Invicto es quien no se rinde, aunque caiga vencido”, (Joseph Pilsudski)
* Paul Cézanne nunca se enteró de que era “el padre de la pintura moderna”. Después de 35 años de incesante labor artística, cuyo valor y mérito nadie había reconocido, pasaba los últimos años de su vida en la oscuridad de Aix, regalando con frecuencia obras maestras de su genio a vecinos indiferentes.
Un avisado mercader de obras pictóricas de París reunió varios de aquellos lienzos y abrió la primera exposición de Cézanne. Críticos y artistas se quedaron atónitos ante aquella colección de magníficos cuadros y proclamaron a Cézanne un grande del Arte.
Paul llegó a la exposición apoyándose en brazo de su hijo. Lleno de estupor contempló sus propios cuadros. Visiblemente emocionado y con los ojos anegados, le dijo:
- “Mira, hasta les han puesto marcos”.
* Hay millones de relojes que tienen las horas en números romanos, pero las cuatro están señaladas por cuatro, IIII, en lugar de IV; pocas personas conocen el por qué de esta rareza.
Su origen estriba en la siguiente anécdota: el primer reloj de esta forma fue hecho en 1364, por Enrique de Vick para Carlos V de Francia. El rey lo mandó fabricar para ponerlo en la torre del palacio, y cuando el relojero lo terminó, se lo llevó al Rey para que lo aprobara. Éste quiso encontrarle alguna falla, y no hallándola, se fijó en la cifra IV, y le dijo:
- “Esto está mal, porque el cuatro se escribe así: IIII
* Comentaba el Conde de Casa Segovia, que viviendo en Buenos Aires, cierto sujeto de pelaje campesino fue a proponer a un opulento banquero y gran comerciante, que le comprara unas vacas. Le costó mucho trabajo el poderse entrevistar con el hombre y cuando logró verlo fue recibido con muy poca cortesía.
- “Es el caso señor, que yo quiero venderle unas vaquitas”- le dijo.
- “Yo no compro ni una, ni dos, ni veinte vacas.
El pobre campesino seguía de pie, ya que el engreído comerciante no le había solicitado el sentarse.
- “Mis vaquitas le quiero vender –objetó el campesino-, vengo a ver si usted quiere comprarme dos mil vaquitas que me sobran”.
El banquero-comerciante abrió tamaños ojos al oír esto y dijo:
- “Pero, señor, ¡qué cabeza la mía!, ahora reparo que le tengo en pie; perdóneme y tome asiento y hablamos de negocios”.
El ganadero al sentarse, dijo con la mayor naturalidad del mundo:
- “Siéntense mis dos mil vaquitas”.