Autor: Ángel Castaño Guzmán
No leo las columnas de William Ospina. Me aburren. No encuentro en ellas nada distinto a los lugares comunes de la mayoría biempensante, adobados con dos citas de Borges y una alusión a García Márquez. Fatigan la prosa azucarada y las continuas salidas en falso. Ospina sacrifica una idea para ¿pulir? una frase.
Por eso, cuando en las mesas del café la charla llega al tema de la última columna del tolimense, discretamente voy al orinal. A los veinte minutos vuelvo con la esperanza de que los tangos y las cervezas hayan conducido la cháchara por otros rumbos. Ospina no es, como lo cree Julio César Londoño, uno de sus defensores acérrimos y vicepresidente del club de fans, el ápice de la crítica.
No sonría, por favor. No le tomo el pelo. ¿Quiere saber dónde lo dice? En la página 93 del volumen La generación mutante. Tampoco es un novelista de primera línea. Es un señor simpático, dotado de una memoria extraordinaria.
Lo anterior explica en parte mi asombro ante el tsunami provocado por la columna del 1 de junio. Varios intelectuales colombianos escribieron cartas públicas de rechazo. Las leí primero, lo confieso. De esa manera me enteré del apoyo electoral de Fernando Cruz a Julio César Turbay.
Supe que muchos colombianos, según el cuentista José Zuleta, consideran a William Ospina un pensador. Vaya, sorpresas te da la vida. El asombro de Zuleta y de Cruz no lo sintió Carlos Vidales. El hijo del autor de Suenan timbres encuentra lógica la postura de Ospina pues, argumenta, ¿qué se puede esperar de un escritor dedicado a reciclar la epopeya de la conquista?
Ahí sí busqué el artículo de Llorente. Tremendo desencanto. Lo de siempre: clichés y desproporciones. Un ejemplo de lo primero: “Tuvieron el talento asombroso de mantenerse en el poder más de cien años, y si lo permitimos, tendrán la capacidad de condenarnos todavía a otros cien años de soledad.”
De lo segundo: ¿a quién se le ocurre meter en la misma lista negra a Camilo Torres, un cura idealista, muerto en el primer combate, junto a Pablo Escobar, un criminal sanguinario, y a Carlos Castaño, el demente vocero de las AUC?
William Ospina se salió del libreto o, quizá, lo adaptó a las nuevas circunstancias del país. Eso es todo. Las acaloradas objeciones son la natural respuesta de la social-bacanería, una amplia franja de la izquierda nacional. Sus miembros, los mismos que encumbraron a Ospina en el pedestal de gurú, se sintieron traicionados.
Lo cómico –o triste, depende de cómo se mire– es la irrelevancia práctica del asunto: la perorata de Ospina no le suma un voto a Zuluaga ni le resta uno a Santos. No lo hace porque las elecciones son el monopolio de las maquinarias burocráticas. Aquí el voto de opinión no cuenta, apenas existe.
El grave delito del disenso en Colombia
La semana pasada el polígrafo William Ospina Buitrago se atrevió a decir que consideraba peor a Juan Manuel Santos que al doctor Oscar Iván Zuluaga, candidato del doctor Álvaro Uribe a la presidencia de la república. Y fue Troya.
La secta de la social bacanería que viene parasitando del Ministerio de la Corrupción llamado de Cultura puso el grito en el cielo, orquestado, claro, por algunos de los hijos e hijas de los ya extensamente favorecidos por los gobiernos de Uribe y su traidor Santos, que los han empleado jugosamente o los han paseado profusamente o les han comprado todos los libros del mundo para esa fosa de la lectura que son sus bibliotecas públicas.
Una legión de menesterosos no perdona a su ídolo y fetiche que ahora piense distinto y opine diferente, así sea también de manera oportuna, como que ha puesto de nuevo su nombre en el candelero de los noticieros y la prensa farandulera.
Porque lo que dice en su nota es que no está de acuerdo con el lanudo Santos por mentiroso y como el otro apenas está por comenzar, digamos, a incumplir, le parece mejor y además, nos evitamos la reelección de un farcsante de marca mayor que quiere entregarnos a los más atroces criminales de nuestra historia, cuya crueldad apenas es comparable a la de Mancuso y Nerón, Heliogábalo o el Tuso Sierra.
Yo tengo muchas diferencias con Ospina. De estilo, de ideas, de sexo y hasta de culinaria. Pero nunca se me ocurriría quitarle el pan de su boca ni encarcelarlo ni enviarlo al ostracismo. El matoneo de la social bacanería gobernante, encarnada en ese miserable lameculos de la oligarquía, los paramilitares y la guerrilla llamado José Mario Arbeláez, demuestra que estamos a las puertas de una suerte de espeluznante estalinismo castro-chavista de ganar el pajudo de las cuatro locomotoras de la traición.
Había que oírle decir y gritar, como un marido engañado, que Uribe era un genio y un salvador y oírlo ahora, que mientras micciona, descubre que es paraco, asesino, chanchullero y de derechas.
Por eso Ospina dice lo que dice. Porque conoce la calaña de personajes como Carlos Lozano Guillén, Celedonio Orjuela Duarte, Eduardo Gómez, Felipe Agudelo Tenorio, Fernando Oramas, Fernando Rendón, Gabriel Jaime Franco, John Jairo Junieles, Juan Manuel Roca, Julián Malatesta, Lucía Estrada, Juan Carlos Moyano, Luis Eduardo Rendón, Luz Eugenia Sierra, Mery Yolanda Sánchez, Omar Ortiz, Roberto Burgos Cantor, Samuel Vasquez, Víctor López Rache o Víctor Rojas, consumados fanáticos estalinistas y adictos consuetudinarios a todas las formas de lucha contra el presupuesto nacional, a quienes no le temblaría un minuto la mano para ordenar nuestras ejecuciones sin juicio alguno, por el mero hecho de no obedecer su centralismo democrático mamerto y castro chavista.
Después de cuatro años de untarse de mermelada adoran a Juan Manuel Santos, a ese Juan Manuel Santos que durante años, uno de sus ideólogos, The King of Somalia atacaba solapadamente en El Tiempo, por orden de quien sabe quién, quizás del propio hermano del traidor, así como se había prestado en la isla del encanto de ahora a difamar de Garcia Marquez y Lezama Lima en una cosa llamada Verde Olivo, claro, pero con seudónimo, como lo juraba sobre una cruz, Lisandro Otero.