“Es nuestro veredicto que la Inmaculada María, Madre de Dios se ha aparecido realmente a Bernardita Soubirous el 11 de febrero de 1858, y los días siguientes, diez y ocho veces en total, en la Gruta de Massabielle, próxima a la ciudad de Lourdes”.
Así se expresaba el Obispo de Tarbes, en una carta enviada al Clero, el 18 de enero de 1862, cuatro años después de las apariciones, tras una minuciosa y prolija investigación.
¿Qué había sucedido en aquel rincón pirenaico para despertar de tal forma la atención universal? Muy sencillo: generalmente las cosas grandes, y más las de Dios, suelen tener comienzos muy simples, porque —como dice la Escritura— Dios escoge como instrumentos a los más débiles para confundir a los orgullosos y poderosos. Y así sucedió con las milagrosas apariciones de Lourdes.
En la tarde helada y gris del 11 de febrero de 1858, dos niñas del arruinado molinero Francisco Soubirous y una amiguita salieron a buscar leña para combatir el frio y llegaron hasta el camino de Savy, en el punto donde éste vierte sus aguas en la rápida corriente del rio Gave, al pie de la roca de Massabielle.
Antoñita Soubirous–la menor— y Juanita Abadie se metieron chapoteando en el agua, mientras le gritaban a Bernardita que el agua se hallaba muy fría; ésta sufría de asma, achaque que le duraría toda la vida, y dudaba en seguirlas; pero, cuando al fin intentó descalzarse escuchó un fuerte viento; la niña miró hacia arriba, pero no vio nada. Todo estaba tranquilo y cuando iba a quitarse las medias para lanzarse al agua, por segunda vez percibió el extraño ruido.
Al querer incorporarse, terriblemente asustada vio que al frente se agitaba un arbusto como si lo sacudiera una fuerte ráfaga de viento; y de una hendidura o gruta natural, que había en la base de la roca de Massabielle, surgía una nube dorada y dentro de la nube una hermosísima Mujer, de aspecto muy joven y bella, con dos rosas amarillas que posaban sobre sus pies descalzos; el cabello cubierto totalmente por un velo blanco, como igual era el color de su vestido, ceñido el talle con una cinta azul. De su brazo pendía un rosario todo de cuentas blancas, ensartadas en una cadena de oro. La joven sonreía dulcemente, indicándole a la niña que se acercara.
La pequeña Bernardita no salía de su asombro; aquello semejaba un cuento de hadas. Una niña a que le sale al encuentro una hada mágica en el bosque…¿Quién sabe?. La niña, sacando su rosario cayó de rodillas, cuando ve que la joven Mujer –la Señora, como ella la llamó— también iba pasando las cuentas de su rosario. Esto le inspiró confianza, pero, cuando la Mujer volvió a hacerle señas para que se acercara, la niña no se atrevió. Y entonces, la Joven mujer desapareció.
La pequeña quedó sumergida en un mar de confusiones. ¿Quién podría ser aquélla hermosa Mujer? ¿Sus compañeras habrían visto algo? ¿Por qué no contarles?, y les dijo lo que había pasado, indicándoles que no comentaran nada en casa. Pero, aquella noche, al decir sus oraciones, Bernardita empezó a sollozar y entonces su hermanita menor contó a su madre lo ocurrido en la gruta. Alarmada la madre sugirió a su hija que olvidara esos sueños y que no volviera a la gruta.
Mas, no era fácil renunciar; irían otra vez, pero provistas de agua bendita para “protegerse de algún espíritu maligno” que intentara disfrazarse con capa de bondad; al llegar a la gruta se arrodillaron y comenzaron a rezar.
“Allí está, y se sonríe”, exclamó Bernardita. Entonces, tomando el agua bendita roció con ella el lugar donde estaba la Joven, diciéndole: “Si vienes de parte de Dios, quédate”. Luego se arrodilló y quedó inmóvil, en éxtasis. Sus compañeritas empezaron a llorar porque no veían nada y temían que Bernardita se muriese; estuvo quieta e inmóvil durante largo rato.
BROTA EL MILAGROSO MANANTIAL
A la sexta aparición el 21 de febrero estuvo presente, al lado de la niña, el Dr. Dozous, médico de la nombradía, totalmente escéptico, y muy a su pesar, hubo de admitir que todo esto era un fenómeno sobrenatural, ya que el pulso de la pequeña era normal, tranquila su respiración y siempre se encontró en plenitud de sus facultades.
Pero, los tiempos en Francia eran de súbito anticlericalismo y las autoridades civiles de Lourdes estaban decididas a cortar aquella “estúpida superstición”, según ellos.
La pequeña Bernardita fue llevada al Procurador imperial para declarar; se intimidó al papá, obligándolo a prometer a la Policía no permitir a su hija frecuentar la gruta. No podía haber peor castigo para la niña, y ante sus suplicas y su llanto, conmovido y ateniéndose a las consecuencias, aun a riesgo de las sanciones policiales, su padre desobedeció la prohibición.
El martes 25 de febrero, ante unas 500 personales, la niña compareció en la gruta, y al punto la “Señora” se presentó. Por orden suya, cavó con las manos un agujero en la tierra húmeda; pronto éste se llenó de agua fangosa. Entonces la niña, con las manos recogió un poco de agua, la bebió; posteriormente se lavó las manos y la cara, y luego arrancando unas hierbas que allí crecían, las comió. Esto último hizo tambalear para muchos la seriedad y veracidad de los acontecimientos; según la mayoría, empezando por el médico que la acompañaba siempre, la niña tenía sus facultades mentales perturbadas.
Más tarde, a la pregunta del facultativo, la niña manifestó que la “Señora” se lo había ordenado así, para someter a prueba su obediencia y fidelidad. Aquél manantial fue aumentando cada vez en caudal, y hoy en día, a más de un siglo, manan de él más de cuatro mil litros diarios, convirtiéndose en el manantial más famoso del mundo, como tantos en Francia, sin propiedades minerales; y, con todo, en todo el tiempo que lleva, el Registro del Bureau medico de Lourdes (controlado por facultativos de todas las creencias religiosas, incluso algunos ateos e incrédulos) han reconocido oficialmente cientos de miles de curaciones para ellos inexplicables.
YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN
Hasta la fiesta de la Anunciación, el 25 de marzo, Bernardita no supo quién era aquella hermosa Mujer. Animada por su amabilidad, por tres veces le preguntó su nombre, a lo que Ella, juntando las manos y mirando el cielo, respondió:
- “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
Esto era lo que el párroco, padre Peyramale, quería saber. Por fin se había desvelado el misterio. Bernardita fue corriendo a donde el cura para transmitirle exactamente en “patois”, su dialecto pirenaico (mezcla se español y francés) la celestial respuesta.
Bernardita no tenía la más mínima idea de lo que esas palabras querían decir, pero el sacerdote y muchas personas entendieron su gran significado. En efecto, no hacía cuatro años cuando Pío IX había definido solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de María; la aparición de Lourdes era una preciosa y rotunda confirmación celestial de aquel preclaro dogma.
Dos apariciones más siguieron a ésta: las del 7 de abril y el 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen. Entretanto, el 3 de junio Bernardita hacia su Primera Comunión, cuando solo tenía 14 años.
En julio de 1860, la pequeña niña fue recibida en el Hospicio de Lourdes, medio escuela, medio hospital. Su salud empeoraba; los primeros meses tuvo una congestión pulmonar que a tuvo a punto de llevársela; todos querían verla, platicar con ella. Después de 1862, en que el Obispo de Tarbes declaró verídicas y reales las apariciones, las obras del templo mariano avanzaron notoriamente.
En 1864 se colocaba una estatua de mármol en la gruta, y dos años más tarde, el 21 de mayo de 1866, la cripta de la iglesia proyectada, que había sido excavada en la roca de Massabielle, se declaró abierta al público; posteriormente se levantaría la hermosa Basílica sobre la explanada.
RELIGIOSA DE NEVERS
Almita tan privilegiada no podía ser para este mundo. La vidente de Massabielle sentía el deseo de entregarse a Dios en la intimidad del monasterio, pero le asustaba su pobreza y su delicada salud. “Soy muy pobre y no tengo aptitudes para ningún trabajo en especial; apenas puedo, por tanto, ser recibida en un convento”, le expresó al Obispo de Nevers.
El 4 de julio de 1866, dos años después de su petición al Obispo, la jovencita fue recibida en el Convento de Saint-Gildard, Casa Madre de las Hermanas de Caridad y de Educación Religiosa de Nevers. Lo más triste para ella fue despedirse para siempre de la Gruta que tanto amaba y que tan íntimos y celestiales recuerdos traía a su mente.
Años más tarde, desde el Convento de Saint-Gildard le escribía a una religiosa de la misma comunidad que había conocido en Lourdes:
— “Ruegue por mi cuando vaya a la Gruta; allí es donde me encontrará, adherida a la roca que tanto amo”.
La vida religiosa para Bernardita fue particularmente difícil, por dos motivos: por su salud, que cada día empeoraba, falleciendo el 16 de abril de 1879, a los 13 años de su entrada al Convento; y porque sus superiores, temiendo que las constantes visitas que recibía, tanto de autoridades eclesiásticas como civiles, pudieran envanecerla, constantemente la humillaban y reprochaban y ponían encima de sus hombros trabajos muy difíciles para su salud. Así, entre la enfermedad y las humillaciones fue labrando su corona que la llevó a los altares.
A los 30 años de su muerte, al exhumar su cuerpo, éste estaba incorrupto con la fragancia virginal de la confidente de María. Pio XI la beatificaba el 14 de junio de 1925, y ocho años después, el 8 de diciembre de 1933, precisamente en una fiesta tan preciada para ella, el mismo Pontifica la canonizaba.
(Del libro “Santos de hoy”, de Luis Sanz Burata, extracto)