Autora: Blanca Inés Prada Márquez
Por cerca de 20 siglos la humanidad concibió el Cosmos con las categorías aristotélicas, esto es: un universo absolutamente pequeño, donde todo estaba jerarquizado, concentrado dentro de la esfera de las estrellas fijas con un centro único que era la Tierra. En este universo cada cuerpo tenía su lugar natural y todo estaba orientado y dirigido por movimientos circulares perfectos que conducían las esferas de los cinco planetas conocidos hasta entonces.
Toda esta belleza y armonía que nos había descrito el estagirita en su Física y en el Tratado del cielo, empezará a desplomarse con la publicación del libro de Giordano BRUNO, “Sobre el infinito universo y los mundos” (1584), y dos obras fundamentales de Galileo: “El Mensajero de los astros” (1610) y “Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo” (1633), podríamos decir que con ellas el pequeño y armonioso cosmos aristotélico comienza a desbaratarse para cambiarse poco a poco por un universo dinámico, abierto, y “cuasi infinito”.
Esta revolución cosmológica que se llevó a cabo en el siglo XVII no fue nada fácil de realizar porque exigía un cambio de mentalidad y unas nuevas concepciones del mundo totalmente diferentes a lo que por siglos se había pensado y enseñado; es como si hoy un grupo de científicos nos dijeran que todo lo que se ha dicho sobre el mundo hasta la fecha es totalmente falso y que el universo no es, ni funciona como hasta ahora nos han enseñado las mentes más brillantes, Sufriríamos un show intelectual bastante fuerte.
Es justo decir que el primer paso en esta gran revolución lo dio Nicolás Copérnico (1473 – 1643) con su obra La revolución de las orbes celestes,donde con buenos argumentos matemáticos planteó el sistema heliocéntrico mostrando que este era más lógico y cuadraba mejor con los cálculos hechos por contemporáneos suyos y por él mismo.
Pero su obra, que iba naturalmente en contra del sentido común, es decir de lo que se observa a simple vista: un Sol que nace en las mañanas y se oculta en las tardes mientras que nadie percibía entonces, ni tampoco hoy, que la Tierra es la que se mueve. (Bueno hoy sabemos que en el universo nada está estático, todos está en continuo movimiento).
La obra de Copérnico quedó por largo tiempo desconocida, en parte porque él mismo no hizo nada para darla a conocer, es más sólo en sus últimos días aceptó que la obra se publicara, el primer ejemplar se los mostraron estando ya en su lecho de muerte.
Así las cosas puede decirse que no fue Copérnico sino Giordano Bruno el primero en romper con la perfección del sistema cosmológico tradicional, al postular en su obra Sobre el infinito universo y los mundos (1584), que sólo un universo infinito podía ser imagen de un creador infinito.
Además pensaba que en un espacio infinito podía haber innumerables mundos. Añadiendo que en un espacio infinito no podían encontrarse lugares peculiares, ni privilegiados, como tampoco un centro, sino que cada punto podía tomarse como centro. Bruno llevó el universo copernicano mucho más lejos de lo que Copérnico hubiera ni siquiera imaginado.
Llegó incluso a postular que cada estrella podía ser un Sol y que a su alrededor podían haber otras Tierras con hombres como nosotros. Toda esta riqueza de imaginación que se adelantó varios siglos a su época, fue expuesta en una de las etapas más intolerantes y crueles de la historia humana, llevándolo a la hoguera en 16OO, tras un severo proceso que duró varios años.
Pero Bruno era solamente un hombre capaz de imaginar y deducir cosas extraordinarias sin ningún soporte experimental, sin pruebas, las que si va a proporcionar Galileo con los descubrimientos hechos en 1610, gracias a su anteojo astronómico, mostrando que el universo era muy diferente de lo que habían imaginado, y pensado desde la antigüedad los más eminentes filósofos y científicos.
No podemos en un simple artículo periodístico hablar de la apasionante lucha de Galileo en contra de las ideas establecidas, de sus extraordinarios trabajos, debates, discusiones, polémicas, e incluso de sus errores. Pero si podemos señalar al menos algunas conclusiones epistemológicas que se deducen de su obra y darán nacimiento a la ciencia moderna. Por su puesto que en esta gran revolución no puede dejarse de mencionar a René Descartes, pero de él hablaremos en un futuro escrito.
Todos los historiadores de la ciencia están de acuerdo en aceptar que Galileo Galilei es el iniciador del espíritu científico moderno que va a tener las siguientes características:
1. DESCONFIANZA DE LAS PERCEPCIONES PURAMENTE INTUITIVAS, basadas en observaciones inmediatas, porque ellas pueden llevarnos a conclusiones falsas. Los sentidos siempre nos engañan, lo mismo sostendrá Descartes. Aristóteles por ejemplo, para explicar el movimiento partía de una idea intuitiva del sentido común: para que un cuerpo se mueva es necesario empujarlo.
Galileo va a pensar de otra manera: si un cuerpo no es empujado ni halado por nada se moverá uniformemente, es decir, siempre con la misma velocidad. Claro que serán Descartes y luego Newton quienes van a formular claramente la ley de la inercia o primera ley del movimiento así¨:
“Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o de movimiento uniforme en línea recta, a menos que no sea determinado a cambiar ese estado por fuerzas que actúen sobre él”.
Aquí nos encontramos con una idea especulativa que debe confirmarse por la observación.
2. SEPARACION ENTRE CIENCIA Y FILOSOFÍA, esto es, abandono de la búsqueda de las esencias, para poder, al menos en el ámbito de los fenómenos de la naturaleza, “conocer algunas de las afecciones de los entes naturales”, como dirá Galileo. La ciencia entonces empieza a especializarse, no es la ciencia de la totalidad como pretendía Aristóteles.
Para Galileo el saber científico era “limitado y circunscrito”. Con énfasis explicaba que no se podía pretender que una sola ciencia explicara la totalidad del mundo y que el avance del conocimiento necesita de la especialización.
Esta especialización que tanto sirvió al nacimiento de las ciencias a partir del siglo XVII, —y que fue dando origen a cuerpos especializados del saber como la física, las matemáticas, la geometría, la biología, la química, la astronomía, la geología, etc., hablando sólo de las ciencias naturales, pero a partir del siglo XIX podemos hablar también de las ciencias sociales: Historia, sociología, antropología, economía, etc.—, fue seriamente cuestionada en las últimas décadas del siglo pasado por los mismos científicos. Algunos plantearon que la atomización del saber, es decir la “super especialización”, ha hecho olvidar a muchos las interrelaciones necesarias que existen entre los diversos saberes.
Hoy por ejemplo se aboga por una apertura científica a lo diverso, a lo variable en el tiempo, a la “complejidad”, mostrándose la necesidad de mantener diálogos abiertos entre las diversas ciencias y canales de comunicación entre la ciencia y la sociedad. Se postula la posibilidad y la necesidad de unificar las ciencias en torno a parámetros heterogéneos donde lo físico, lo biológico y lo antropológico se reencuentren y se complementen, como bien lo señalan Ilya Prigogine e Isabelle Stengers en su hermoso libro: La Nueva Alianza metamorfosis de la ciencia (1984).
3. INSTRUMENTALIZACIÓN: Galileo va a ser el primero en demostrar la importancia de los instrumentos científicos en el conocimiento de la naturaleza. El ojo humano es impotente, necesita ayudarse de lentes, caso por ejemplo del telescopio para el conocimiento del macrocosmos y del microscopio para el conocimiento del microcosmos.
Del simple y rudimentario catalejo de Galileo a los radiotelescopios y naves espaciales de hoy, podríamos decir que hay un abismo casi infinito, pero sin duda el invento de Galileo fue para la ciencia de su época verdaderamente revolucionario.
4. ESPÍRITU CRÍTICO: uno de los mejores aportes de Galileo a la epistemología, fue el de haber mostrado la necesidad de ir a los antiguos con espíritu crítico. Cuando se trata de explorar la naturaleza no hay que confiar en la autoridad, hay que buscar y descubrir por sí mismo.
La gran crítica que él le hacía a los peripatéticos era el haber aceptado al pie de la letra lo que enseñaba Aristóteles. Los epistemólogos modernos, especialmente Popper y Bachelard hacen mucho énfasis en el papel que juega la crítica en el avance del conocimiento, a tal punto de considerar que lo que realmente diferencia al conocimiento científico de cualquier otro tipo de conocimiento es su “apertura a la crítica”; la humilde aceptación de que toda verdad científica es falible, es una verdad provisional, exige el perfeccionamiento permanente de sus postulados.
5. UNIR ESPECULACIÓN MATEMÁTICA CON ANÁLISI EXPERIMENTAL: Sostenía Galileo que cuando se trataba de explorar la naturaleza no se debían adelantar verdades antes de que una serie, repetida, consciente y analítica experiencia, acompañada del análisis matemático, hubiera ofrecido pruebas, sino ciertas, al menos probables de aquello que nuestras hipótesis planteaban.
Las hipótesis no tienen que partir necesariamente de la observación, podrían incluso partir de nuestra imaginación, pero para demostrarlas hay que confrontarlas con la realidad de los hechos. Pero Galileo era consciente de que la experiencia no bastaba, que era fundamental saber formular las preguntas, porque como dirá más tarde Kant: La naturaleza responde sólo aquello que el hombre es capaz de preguntarle.
Hoy se acepta que Galileo es el símbolo del pensamiento científico moderno, según el cual, la ciencia no puede llegar a la verdad absoluta, pero con la observación cuidadosa, el análisis matemático, la reflexión y la argumentación crítica permanente debe tender siempre hacia la verdad, tratando de eliminar en cuanto sea posible los errores, como lo señala con insistencia Karl Popper al hablarnos sobre la meta de la ciencia en su obra “Lógica del descubrimiento científico”.
De sobremesa:
Muchos libros se podrían anotar que tratan sobre este extraordinario capítulo de la historia de las ciencias. Me permito sugerirles dos: “Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo”, de Galileo Galilei (1633). El estilo de Galileo es delicioso, claro, polémico, muy diferente al de los escritores de su tiempo.
“Del mundo cerrado al universo infinito” (1910), de Alexander Koyré, francés, de origen ruso y uno de los más grandes estudiosos e historiadores de las ciencias físicas con un profundo acento filosófico.