Carmen Rosa Pinilla Díaz
Pensionada, Historiadora - Bucaramanga, Colombia
El carpintero que había contratado para que reparara unos daños en mi casa, acababa de finalizar un duro y primer día de trabajo. Su serrucho se dañó y lo hizo perder una hora de trabajo y ahora su viejo camión se negaba a arrancar. Mientras lo llevaba a casa, guardó silencio. Tan pronto llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.
Cuando la puerta se abrió, ocurrió una sorprendente transformación: su bronceada cara estaba llena de sonrisa, abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un amoroso beso a su esposa. Tomanos un café y después me acompañó hasta el carro. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté por qué motivo había acariciado las hojas del arbusto.
— "Oh, -me respondió-, ese es el árbol de mis problemas; sé que no puedo evitar tener contratiempos en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen, ni a mi casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que, cada noche, cuando llego a casa con el humor por el piso, cuelgo mis problemas al árbol y luego, en la mañana, los recojo de nuevo; lo divertido es, -dijo sonriendo-, que cuando salgo en la mañana a recogerlos, ni remotamento hay tantos, como los que recuerdo haber colgado la noche anterior".
Moraleja
Muchas personas llevan a casa los problemas de sus trabajos y viceversa, los de su casa a su trabajo. La enseñanza de este mensaje es grande, amigo-amiga: ¿Cuántas veces, nos desquitmaos con nuestros seres queridos por cosas de las que no son culpables? Irónicamente, esto es contrario a la historia donde Dios envió a su Hijo inocente a pagar y sufrir por lo que nosotros debíamos y no como hacemos nosotros, que hacemos a otros culpables de lo que, únicamente, nosotros somos los responsables.