Entre los héroes griegos no eran raras las contiendas, pero hasta las divinidades consideraban inaceptable el comportamiento de Ares y su séquito; a Ares le gustaba combatir por combatir y se lanzaba de cabeza a una batalla, sin preocuparse de culpas ni razones. Por desgracia para él, no siempre salía vencedor.
Cómo podía ser el dios de la guerra, si Atenea en particular sabía combatir mejor que él; su hermana Eris era tan irascible como él y con frecuencia sus envidias eran motivo de guerra entre ciudades y estados. Ares sacaba partido de todo ello; en el combate se le unían también sus dos hijos varones con las vigas de guerra tiradas por feroces caballos que comían carne humana.
El único dios que gozaba con el comportamiento de Ares era Hades, porque durante las frecuentes guerras su reino se enriquecía con los jóvenes guerreros caídos en los campos de batalla. Entre las diosas, Afrodita era la única que estaba en condiciones de hacer frente a su temperamento impetuoso.
También combatió con Atenea durante la guerra de Troya; Atenea ayudaba a los griegos, mientras que Ares ayudaba a los troyanos. Un día en el que el combate se hizo muy violento, Ares fue atacado por el héroe griego Diomedes quien estaba apoyado por la misma Atenea y cuando ésta vio que Diomedes se encontraba extenuado, descargó contra Ares todas sus flechas. Malherido, el dios de la guerra tuvo que volver al Olimpo.
Ares también se vio envuelto en un choque entre los dioses; en una ocasión, Otto y Efialtes, dos hijos de Poseidón, quisieron escalar el Olimpo y apoderarse por la fuerza del palacio de los dioses; eran dos enormes gigantes e hicieron un plan por todo lo alto.
Tal empresa no podía pasar inadvertida y Zeus se dio cuenta rápidamente y se dispuso a enfrentarlos. Naturalmente, Ares tomó parte en la lucha; Zeus consiguió terminar el combate en poco tiempo, pero Ares cayó prisionero y los gigantes lo escondieron en una gran caldera de bronce de la que era imposible huir; trece meses estuvo prisionero, cuando un día Hermes pasó por casualidad cerca del granero donde estaba la caldera, oyó ruidos extraños y al investigar, lo descubrió.
- “Soy Ares, sácame de aquí y te daré todo lo que pueda garantizar un dios poderoso”.
Hermes levantó la pesada tapa y estirándose y no sin dificultad, salió un Ares demacrado; y así fue librado el dios de la guerra, pero conociendo su naturaleza, podemos estar seguros de que está dispuesto a entrar en otra batalla.
(“Mitología Griega”, Michael Gibson)