Autor: Moisés Pineda Salazar
Estando lejos de casa, la experiencia de ver gente parecida a la que uno conoce, no es extraña. Muchos me han comentado haber experimentado la misma sensación. Dicen que es producto de la soledad, del deseo de estar entre conocidos.
No se trata de la situación en la que fue sorprendido un antiguo compañero de trabajo, becario en Alemania, quien durante un fin de semana, en un burdel en Ámsterdam, terminó haciéndole el amor a una fémina en la que reconoció el tipo de mujer blanca, rubia, de formas generosas y proporcionadas con las que alimentó sus sueños adolescentes en Barranquilla luego de haber salido a los 10 años de edad, desde las breñas de Santander.
Después de una noche de pasión y malabares, sorprendido por el español de su pareja, al final, en medio de besos, abrazos y promesas de despedida, descubrió que su hetaira era una paisana suya nacida en uno de los corregimientos enclavados en las montañas que rodean su ciudad de origen.
“Darle la vuelta al mundo para terminar tirando con una vecina. Manda guevo!!!”
Pero, no. Los eventos a los que me refiero carecen de ese morbo y truculencia.
Son incidentes, sencillos. Casi sin importancia.
Unos, lo toman en son de guasa. Como Alberto, un amigo de Barranquilla, quien me aborda desde la espalda en La Plaza Céspedes, en medio de la presentación de los Grupos que han llegado procedentes de México al XXXIII Festival del Caribe, y me dice: "Nojoda, Moise, creí que iba a poder levantarte una calumnia diciendo en Barranquilla que habíamos visto un tipo igualito a ti en Santiago de Cuba. ¿Desde cuándo estás por acá?".
Otros sirven para entablar conversa e intercambiar opiniones y noticias con el personaje como el que he visto en la mesa del café de este aeropuerto con pretensiones de Internacional. Es un sujeto tan parecido a un reconocido periodista barranquillero, que no tuve más remedio que preguntarle: ¿"Tu apellido es González"?
De ahí en adelante, de todo se habló…de economía, de política, del servicio aeroportuario, de Cuba, de Colombia, de Pablo Escobar. Pero, nada de las conversaciones, ni de las negociaciones de paz que se adelantan con las FARC en La Habana.
Poco sabe la gente del común de tan complicada situación como no sea la sospechosa y reiterada costumbre de buscar “solidaridad internacional”.
En otras, ni dan ganas de acercarse a un tipo como el panzón blanco, narigudo, calvo, ojos glaucos, frio y distante, se me antoja que debe ser pariente de Cuco, el antiguo dueño de "La Mansión del Pelícano", en Puerto Colombia quien se confiesa enemigo de Fidel y, al mismo tiempo, admirador del Cura Hoyos y de la saga de los herederos de su fallido proyecto izquierdista, admiradores de la Revolución Cubana que tomaron de aquel lugar el nombre que los identificó durante su fugaz incursión en la política: “Los Pelícanos”.
Es muy poco probable que Cuco venga a su país de origen mientras el actual régimen continúe gobernando.
Así nos lo ha dicho a todos los que en algún momento, en medio de tragos y boleros, le hemos propuesto pagarle el boleto de ida y vuelta a la Isla. Pero, de que el tipo es idéntico a él, es idéntico a él.
En otras oportunidades, esto de “la gente parecida” es una trampa mental.
Es la memoria la que falla pues, luego de mirar insistentemente a la dama y de esta sostenerme fijamente la mirada, finalmente, a la pregunta de: ¿De dónde nos conocemos?, pasé por la vergüenza al descubrir que detrás de las canas, las arrugas y las antiparras, se encuentra una antigua compañera de andanzas de juventud en “La Casita de Paja”, que ha venido a este Festival a darse gusto paseándose por las calles de Santiago y haciendo el deber de participar en “El Desfile de la Serpiente” con el que se inaugura oficialmente “La Fiesta del Fuego”.
Con un andar de pasitos cortos, como pegados al piso, con la prisa de quien desea llegar pronto a alguna parte, se ha metido en “La Conga de Paso Franco”.
Lo uno y lo otro, mi falla en la memoria y su andar, el de ella, me hacen vaticinar un mal suceso para el futuro de ambos.