Autor: Álvaro Serrano Duarte
— Si Jorge Eliécer Gaitán hubiese sido presidente de Colombia, se le recordaría igual que a cualquier otro; pero como sus ideas de candidato fueron truncadas al asesinarlo, la memoria del pueblo lo eleva a la condición de salvador... -apuntó en una charla de cafetín, uno de los participantes, de clara tendencia conservadora-.
— ...en cambio, si al conservador Belisario Betancur, el presidente menos recordado, lo asesinan durante su campaña presidencial, en la que ofrecía casa sin cuota inicial, educación a distancia, derecho a la mujer a ser cabeza de hogar, creación del subsidio estatal de vivienda y otras promesas que sí cumplió durante su gobierno, hoy lo recordaríamos como un mártir camino a la santidad... -señaló otro, de ideas liberales-.
En la mesa hay tres hombres canosos y de rostro adusto. No hay en ellos la fogosidad propia de los jóvenes, sino la parsimoniosa sabiduría de los viejos. Después de pedir otras tres cervezas, el tercer participante da un giro a la conversación:
— A ustedes debería darles vergüenza hablar de esas vainas. Nosotros hemos sido tres pendejos más en la tierra, que hemos servido de idiotas útiles a los políticos del mundo. Hace unos veinticinco años dejé de “hacer” proselitismo. Precisamente, claudiqué cuando fracasamos en el intento de reelegir a un gran amigo mío, al Concejo Municipal de Barranquilla.
En esa época yo era chofer en su empresa de buses y como éramos paisanos, pues él me pedía que lo acompañara a cuanta reunión debía asistir. En ese tiempo aprendí muchas cosas de la política y tuve oportunidad de estar muy cerca de las conversaciones privadas de los concejales. Porque una cosa es lo que se le dice al público y otra muy distinta lo que se habla en privado...
— Un momento... -interrumpió el interlocutor liberal- si te vas a sentar en la palabra, yo propongo que pagues las cervezas que nos tomemos mientras dura tu intervención. Yo te conozco. Eres un hablador compulsivo y kilométrico... claro que... siempre te he admirado por tu capacidad oratoria... eres de aquellos que “emboban” a la audiencia... y no quisiera terminar bobo solamente, sino borracho también...
— Y que además pague la picada y los cigarrillos... -agregó el conservador-.
Prudencio, el hombre que había sido comprometido a hablar y pagar la cuenta, continuó hablando, mientras sus oyentes apuraban con más gusto la cerveza “gorreada”:
— En las elecciones de 1972, para cuerpos colegiados aquí en Barranquilla, ocurrió un hecho que marcaría la vida de un hombre que no era político. Su nombre fue propuesto por su popularidad entre los santandereanos y los transportadores.
Al salir elegido se percató de que se había metido en un medio en el cual no era bien mirado porque no era un hábil orador; su criterio no aceptaba politizar las propuestas cuando les dijo a los Concejales en plena discusión de un proyecto de acuerdo que autorizaba al Alcalde la pavimentación de una vía arteria:
“— Señores: me parece que pavimentar una calle no tiene nada que ver con estar aquí quitándole el tiempo a la gente de ese barrio que urge la solución de su problema. Si ya discutimos antes de la sesión, que estábamos de acuerdo en dar esa aprobación, para qué hablar entonces de tonterías sobre el partido liberal o el partido conservador, o si la reforma constitucional que propuso el Presidente Pastrana Borrero es necesaria o no. Los habitantes del barrio seguramente tienen muchas cosas que hacer, como para estar perdiendo el tiempo aquí escuchando pendejadas—.”
Sus últimas palabras no se escucharon, porque le apagaron su micrófono y otros concejales se pusieron de pies a hablar y opacaron su intervención.
A partir de entonces, mi amigo, el hombre de quien les hablo, Jorge Guarín Otero, pasó por el Concejo de Barranquilla sin pena ni gloria. La copa se rebozó en una reunión privada de los concejales de la coalición mayoritaria que revisaban las cotizaciones para la compra de unos repuestos destinados a los vehículos de la Administración Municipal:
“— Señores: yo veo que todas las cotizaciones que nos han presentado tienen precios desde, más del doble, hasta cinco veces el valor real en el mercado. Cualquiera que escojamos, representa pérdida para las arcas municipales. Además, con estos costos, saldría más barato comprar carros nuevos...
— Señor Guarín: Usted puede saber mucho de repuestos, porque tiene un almacén, pero de política no sabe un carajo!! -dijo con rabia uno de los concejales, que insistía en la aprobación de la cotización más cara-.”
A estas alturas de su disertación, el auditorio de Prudencio se ha crecido. Algunos parroquianos han acercado su mesa a la de ellos y la música ha sido suspendida. Cada cual levanta su mano al cantinero en señal de que le traiga otra tanda de cerveza. Prudencio, ahora de pies, entona mejor su voz para ser escuchado en todo el salón:
— Antes de pasar a contarles la vida de este precursor de la política santandereana en Barranquilla, les quiero aclarar que esta es una profesión como cualquiera otra; sólo que, junto con la religión, son las dos actividades más hipócritas y mentirosas. Yo les haré unas preguntas y ustedes al contestarlas me darán la razón:
Primera: ¿Qué necesitan los políticos, para seguir en el poder?
— ¡Electores...! -respondieron todos a una.-
— ¿Qué requieren los curas o pastores de las iglesias?
— Feligreses que vayan a sus ritos...-respondió alguien desde el fondo del salón-.
— ¿Qué es indispensable para los comerciantes?
— Pues, los clientes... -respondió el cantinero, soltando todos una risotada-.
— Electores, feligreses y clientes somos los mismos: nosotros. Los tres: electores feligreses clientes, ¿tenemos algo en común?
— Que todos pagamos... -gritaron los presentes.-
— Y cuando un cliente no se encuentra satisfecho con el servicio prestado por el comerciante, ¿qué hace?
— Se va y no vuelve... -gritó uno, mientras los demás volteaban a mirar al cantinero, quien se hacía el tonto detrás del mostrador-.
— Y cuando un feligrés no cree en las arengas religiosas de su clérigo, ¿qué hace?
— Si es católico, se vuelve evangélico o musulmán o budista o mahometano... -respondió el tipo del fondo del salón-.
— Y cuando un elector pierde su fe en el político por quien depositó su voto, ¿Qué hace?.
— Busca otro partido... -respondieron todos-.
— No, señores. Están equivocados. Si la política es una sola y siempre es la misma, lo que cambia es el protagonista político. El elector es el único de los tres que no tiene poder.
Los clientes y los fieles pueden acabar con los comerciantes y las religiones, sólo con no comprar sus mercancías o no asistir a los ritos. En cambio, los electores, si votan pierden y si no votan, también. De todas formas son gobernados.
Por lo tanto, no podemos rasgar nuestras vestiduras como hipócritas por la situación de nuestra nación. Los políticos son el resultado de nuestra manera de pensar y actuar.
Todo el que vota, sin excepción, lo hace para que su situación personal mejore: si es médico, vota por un médico; si es comerciante, por un comerciante; si es pastor o cura o lo conmueve el discurso religioso, vota por un clérigo.
Nadie vota para mejorar la condición de los pobres, siendo rico; ni para ayudar a los ricos, siendo pobre. En cada uno de nosotros hay un político sin electores; que en caso de tenerlos, haríamos lo mismo que los demás políticos-.
En el salón nadie habla ni espabila siquiera. Todos están embelesados con el discurso del parroquiano, el único que no está tomando cerveza. Prudencio, viendo el momento propicio para cambiar el tema antes de que se agote su atractiva presentación, les dice:
—Después de Barranquilla, Zapatoca es el nombre de ciudad que más se menciona en la capital atlanticense. Pero muy pocos saben cómo es la denominada “Capital Levítica de Colombia”, llamada así por ser el municipio donde ha nacido el mayor número de sacerdotes católicos y pastores evangélicos. Es un pueblo cuya extensión geográfica no es mayor que la del barrio Boston de Barranquilla.
Con una temperatura máxima de 17º C, Zapatoca vio nacer el 23 de Agosto de 1929 a Jorge Guarín Otero, hijo mayor de Marcos y Anita. Y así fue, solamente lo vio nacer, porque su niñez y su juventud transcurrieron en el corregimiento de La Fuente, a unos veinte kilómetros de aquella.
Fue un niño tan normal como los demás de su época, doblando el lomo sobre una tierra renuente a obedecer a su naturaleza de matriz productora. No estudió sino hasta quinto de primaria.
A los quince años de edad, logra que Don Floro Duarte, gerente de la Compañía Colombiana de Tabaco, lo emplee. Le tocó hacer el curso desde abajo: apilar boñiga para los almácigos, barrer, manejar la báscula y ordenar bultos de tabaco en la bodega.
Afortunadamente, Don Pedro Vicente Rueda, un hombre multifacético, filósofo y cultor de las ciencias, sin haber asistido a ninguna academia —porque no existían en más de doscientos kilómetros a la redonda— le aconseja inscribirse en un curso de Administración de Negocios por correspondencia en Escuelas Internacionales, porque “no debe esperar que la empresa le compense con ascensos, si no se prepara académicamente”.
Jorge Guarín es un joven con grandes sueños. Su entusiasmo laboral es reconocido por sus superiores, quienes deciden nombrarlo gerente en el municipio de El Palmar. Antes de viajar, había comenzado sus amores con Lilia García Villarreal, una de las adolescentes más bellas de La Fuente, pero durante los dos años que él permaneció ausente, la relación se fue enfriando y sólo recuperó la temperatura ideal cuando Jorge se enteró de que uno de los jóvenes más apuestos del pueblo estaba pretendiéndola. De inmediato, regresó y le propuso matrimonio, el cual se celebró en El Socorro.
La vida de casado le da nuevos bríos y más aplomo, lo cual le permite desarrollar una labor más fructífera al frente de esa seccional de Coltabaco. Allí, en El Palmar, nacen sus hijos Lilia Stella, Deyanira, Jorge, Néstor, Beatriz y Miriam Cecilia.
Pasan siete largos años y Jorge no ve ninguna mejora laboral, por lo cual solicita traslado a Bucaramanga o El Socorro. Sus hijos ya empiezan a crecer y en el pueblo no hay un futuro académico promisorio.
La empresa hace caso omiso a su solicitud, por lo que procede a atender los consejos de su madre y hermanos —quienes se ya encuentran viviendo en Barranquilla— para que se venga a buscar mejores oportunidades de progreso.
Vino, vio y se convenció. Como lo hacen los vencedores, llegó a esta ciudad incursionando simultáneamente en dos actividades que nunca había ejercido: el transporte y el comercio de autopartes.
Cuando la empresa Coltabaco, comprendió su error, al haberle aceptado la renuncia, le ofreció reengancharlo, nombrándolo gerente de su filial Tabacos Rubios de Colombia, sucursal Algarrobo, Magdalena. Jorge aceptó, pero con la condición de que le instalaran una oficina en Barranquilla, lo cual fue aprobado por la compañía.
Su familia crece más con el nacimiento de su hija Aminta, aunque pocos años después, en un absurdo accidente, pierde a su hijo Néstor. Pero en lo que concierne a sus deseos de mejorar el nivel académico de sus hijos, se cumplen cuanto todos ellos estudian diferentes carreras afines con el ramo comercial y financiero, algunos con especializaciones en el extranjero.
Recuerdo —continúa diciendo Prudencio a su cautivada audiencia— que la frase favorita de Don Jorge, era: “La inteligencia de un hombre, se mide por la clase de amigos que le rodean”. Porque en ese precepto apoyaba su vida, siendo amistoso con todos y probando su seriedad en los compromisos comerciales.
Nada le llegó gratuitamente; todo lo adquirió por la confianza que sus amigos le daban a su palabra. De ello dan fe, Antonio Gutiérrez y Campo Aníbal Triana, con quienes hizo equipo para adquirir la empresa Expreso Brasilia S. A., que atravesaba por una crisis rayana en la quiebra, haciéndola crecer hasta convertirla en una de las compañías transportadoras más grandes de Colombia, con proyección al vecino país de Venezuela.
En los últimos años de vida, tomó la decisión de volver a sus orígenes campesinos al adquirir una pequeña finca cerca de Baranoa, Atlántico, que bautizó como “Villa Lilia”, donde se dedicó a la cría de ganado Pardo Suizo de selección, llegando a convertirse en uno de los más reconocidos expositores en todas las ferias del país.
El transporte intermunicipal e interdepartamental, tuvo en él a un imaginativo empresario que hizo propuestas verdaderamente novedosas en su momento, como la inclusión del servicio de azafatas; importación de vehículos modernos con servicio sanitario y aire acondicionado, y fue el primero en ofrecer a sus clientes las comodidades de una central de transportes propia—.
Todos los presentes están absortos escuchando a Prudencio. No hay ningún otro sonido en aquel cafetín, frente a la moderna Terminal de Transportes de Barranquilla.
De pronto, el volumen del televisor es aumentado al máximo, interrumpiendo la alocución y atrayendo la mirada de los presentes hacia la pantalla, donde aparece la imagen de un moderno bus que se desplaza por diversos lugares de la geografía nacional, llevando en su interior personas que se muestran sonrientes y felices al compás de una melodía que dice:
Viajando con Brasilia,
descubrí que mi Colombia
es una maravilla...
¡Qué bella es mi Colombia!
Por las rutas de mi Colombia:
¡Brasilia!
Es uno de los jingles más antiguos de la publicidad colombiana junto con los de La Fina y Detergente Top. Y más que una propaganda, es una reafirmación de la nacionalidad. Fue creado por el compositor Juan Carlos Rueda Gómez, quien de manera magistral define la visión y la misión de esta gran empresa...
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