Autor: Álvaro Serrano Duarte
Efrén está paseando por el Parque Nacional de Bogotá. Lleva debajo de su brazo izquierdo un periódico capitalino. Entre los dedos de la mano derecha lleva un cigarrillo.
Se sienta en una de las bancas construidas con listones delgados de madera. Abre su periódico y deja que sus ojos recorran primero todos los titulares.
Noticias internacionales, nacionales, políticas, económicas, judiciales, sociales y... clasificados. Realmente ésta última es la sección de su interés ahora. Mientras busca la columna de empleos, se da cuenta que una hermosa y joven mujer está caminando hacia él.
La mira pasar sin bajar totalmente el periódico. Para observar el esbelto cuerpo mueve un poco su mano derecha como cerrando el papel.
La muchacha lleva una falda que le llega hasta un poco más abajo de las rodillas, de forma rotonda, a cuadros. Sus cabellos negros están recogidos en un moño alto.
Su frente está cubierta por una “china” perfectamente cortada que cae sobre las tupidas cejas. A través de sus grandes y negros ojos se observa una gran tristeza y miedo. Su caminar lento pareciera que fuera a detenerse pocos pasos después de la silla de Efrén.
La tarde está declinando y por todas partes del parque van y vienen estudiantes, ejecutivos y limosneros. Es un tráfago de desconocidos que van mascando sus propios problemas.
Pero Efrén ha quedado sorprendido con aquella muchacha, no solo por su belleza, sino por ese expresivo rostro que denota un profundo dolor. Se le ve a punto de descargar su llanto, como están a punto de soltarse las nubes.
Efrén es tremendamente tímido; el rubor salta a su rostro con sólo pensar en dirigir un saludo a una dama. Sus piropos resuenan en su mente, pero no logra convertirlos en palabras. Pero en ese momento un extraño impulso lo lleva a dejar el periódico y alcanzar en tres zancadas a la muchacha.
— ¿Porqué estás tan triste? -Se atrevió a preguntar-
La muchacha levanta el pañolón que lleva sobre sus hombros para ocultar su hermoso rostro. Se devuelve un poco y se dirige a la silla que se halla junto a ella. Efrén la sigue con su mirada exploradora. La muchacha estalla en llanto y él se apresura a consolarla.
Unos minutos más tarde, Efrén va con ella escuchando su triste historia.
— Es que estoy sola en el apartamento. Mi papá salió esta mañana temprano y no ha regresado. Tengo miedo que algo malo le haya pasado. Hace tres años mi mamá salió a la calle y tres días después supimos que un carro la había arrollado...
Cuando llegaron al apartamento de la desconocida muchacha, se fue la luz en el sector. Al abrir la puerta, la penumbra se hizo más pesada, por lo que la joven le pidió a Efrén que esperara un momento mientras buscaba una vela.
Esperó un par de minutos y cuando la curiosidad se hizo irresistible, Efrén procedió a entrar. La oscuridad y el silencio hizo temblar al curioso desconocido. Intentando adecuar sus ojos a su alrededor para intentar ver la colocación de los muebles, observó que todo estaba en desorden en aquella sala.
Caminó un poco más adentro y sus pies se tropezaron con un cuerpo blando. Mediante parpadeos más fuertes y abriendo más sus ojos se agachó un poco para ver el objeto de su tropezón. Su sorpresa fue mayúscula cuando se dio cuenta que aquello era el cuerpo de un hombre muerto por estrangulamiento.
Aterrorizado, Efrén buscó con afán la puerta de salida y se lanzó en una loca carrera escaleras abajo. A lo lejos se escuchaban las sirenas que ululaban terror en sus oídos. Bajó tan rápido los seis pisos del edificio de apartamentos que su aliento parecía detenerse por el agotamiento.
En la última sección de escaleras, Efrén resbaló aparatosamente, rodando escaleras abajo... y se despertó en el piso de su estrecha pieza de un pasaje. Era la media noche de su día de descanso.
Tendido en el piso en medio de la total oscuridad y sintiendo en sus espaldas el frío congelante, rió y lloró. Aprovechó la pérdida del deseo de dormir para mirarse a sí mismo, revisar sus ideales y la ubicación de su existencia en el mapa de la vida. Comenzó recordando esos años de campesino en la finca San Jerónimo, cerca al Río Suárez.
Eran recuerdos tan vívidos que hasta los olores de las pomarrosas, los pastizales y la boñiga llegaban a sus narices. Los coces de las mulas y potros que se resistían a su amansamiento le hicieron sonreír por las simpáticas ocasiones en que no pudo escapar a sus violentas patadas.
La caza de perdices, rabi blancas, cúchicas, toches, turpiales y cuanto animalito estuviera al alcance de su vista. Eran las épocas de vacaciones escolares. Por ser el mayor de los ocho hermanos, tenía prerrogativas y tenía obligaciones.
Su ciudad natal, Betulia, no le representaba sino el recuerdo de espantos y fantasmas que podían verse de día a través de la espesa neblina que la cubría. El apodo atribuido a sus naturales no podía ser más gráfico: “Traga nubes”.
Para Efrén, el 17 de Octubre de 1937, su fecha de nacimiento, resulta ser una fecha de grandes sucesos mundiales: el mes de Octubre —significando el octavo mes [octo]— es realmente el décimo mes del año; fue en un octubre cuando el Papa Gregorio XIII decretó acabar 10 días del mes de Octubre de 1575 para acomodar las fechas de celebración de fiestas religiosas cristianas; en un Octubre se descubrió América; también fue el mes en que se inició la II Guerra Mundial; en Octubre de 1990 se tumbó el Muro de Berlín; la Revolución de Octubre en Rusia ocurrió en este mes; también fue el mes en que finalizó el conflicto de Corea; comienza el final del Imperio Francés en ese décimo mes; en Octubre nace Hilary Clinton y es asesinada Indira Gandhi...
Así es Efrén desde niño: un memorista admirable. Como recuerda el día de su primera Primera Comunión. La preparación de ese tercer sacramento de la Iglesia era exigente en cantidad de oraciones, ritos y formalidades extremas.
El niño que fuese a prepararse para la actividad que más ha marcado la vida de muchos, tenía unos ribetes de excesiva protección de los valores religiosos. Y se le llamaba primera Primera Comunión por que precisamente, en algunas ocasiones había que hacerla hasta dos veces para que resultara bien hecha.
Entre los muchos requisitos, había uno que resultaba de gran riesgo: al momento de recibir la hostia, el comulgante no debía tocar la hostia con su mano, pero tampoco debía dejarla caer al piso; la boca debía estar entreabierta como fórmula de etiqueta social, pero no tan cerrada como para que al sacerdote oficiante le impidiera introducir “el cuerpo de Cristo” en la boca del asustado jovencito, mientras decía: “Amén”.
Una vez encima de la lengua, la hostia no debía ser masticada. En cualquier caso de infracción, el incidente era un pecado tan grave que el niño era sometido a una tremenda paliza en la casa, al escarnio y al castigo de Dios por su pecado mortal. Más parecía un proceso excomulgatorio.
Por eso, a Efrén le tocó que prepararse muy bien para hacer su primera comunión un jueves santo, en la atiborrada iglesia de Betulia. Por tratarse de la celebración del sacramento de la Primera Comunión en la semana de pasión, a Efrén le tocó confesar sus pecados durante tres días seguidos.
Para el lunes santo confesó como sus pecados, la ira que sus hermanos le producían; la gula, porque su mamá cocinaba tan sabroso que era inevitable pedir otro plato de ruyas; la envidia que sentía por su papá como músico y cuya capacidad deseaba para él algún día; la mentira que le tocaba decirle a la maestra cuando se le borraba la pizarra y que servía para evitar el castigo.
Para el martes, el niño de 8 años, se presentaba al confesionario con otros pecados que suponía haber cometido por lo que decía el catecismo: los malos pensamientos, que tal vez eran aquellos que le hacían desear que su maestra no le preguntara sobre lecciones que no había alcanzado a estudiar.
Pero el miércoles santo fue un día de gran angustia: no tenía más pecados qué confesar y repetir los mismos era correr el riesgo de no poder comulgar; mientras iba camino a la iglesia, se encontró con un amigo suyo que había hecho su primera comunión el día de la Natividad y le contó lo que le ocurría.
— Igualitico me pasó a mí. -le confesó su amigo-. Dígale al padre lo mismo que yo...
— ¿...Y qué fue lo que usted le dijo? -preguntó Efrén con ansiedad-.
Lo que le dijo su amigo que había confesado como pecado, para Efrén no le parecía que lo fuera. Sobre todo, porque en la finca “eso” se lo echaban para el día de trabajo o para ir a la escuela. Llegado su turno en el confesionario, no tuvo más remedio que confesar:
— Padre: Confieso que me he comido la panela...
Afortunado por no tener que repetir la primera comunión, sí le tocó la reforma educativa que agregó tres años más al bachillerato. Ante el nuevo pensum, decidió aprovecharlo para conformar un quinteto de músicos que empezaron a amenizar las actividades escolares, pasaron a abrir las fiestas familiares y fueron tan exitosos que llegaron a participar en todas los bailes de Zapatoca, tocando hasta en quince reuniones en una misma noche.
El quinteto llamado “Los Quíntuples” sólo interpretaban los instrumentos de cuerda para pasodobles, bambucos, pasillos, torbellinos y boleros.
Estaba formado por sus compañeros: Carlos Enrique Quijano, apodado el ciego; Sergio Sarmiento Gómez, apodado maíz colgando; los primos Carlos y Antonio Díaz Orejarena y Efrén Gómez Prada, dirigidos por el músico sacerdote Padre Jorge Giraldo.
Todas estas actividades musicales iban acompañadas también de actos culturales auspiciados por el Colegio Salesiano de Santo Tomás de Aquino de Zapatoca, haciéndose destacar principalmente como actor protagonista en más de veinte sainetes, zarzuelas y dramas; excelente ejecutante de instrumentos como la Corneta de la Banda de Música y Trompetista de la Banda de Guerra.
La fuerte disciplina del internado, sumada con la rigidez de su padre Félix, completaron su formación. De esas reminiscencias escolares vienen las imágenes de prestigiosos académicos como los sacerdotes Leonardo Mascagni, italiano; Ignacio Magnussen, danés; Miguelito Sabloslei, polaco y los alemanes Jorge Shasner y Ruperto Steibol.
Su última intervención con el grupo musical la hizo cuando partió de la casa de sus padres y hermanos en Zapatoca.
Fue una hermosa despedida a las dos de la madrugada mientras esperaban el paso del carro tanque que lo llevaría a Bogotá, a casa de su tío Pablo Vicente Gómez, desde entonces nunca más el destino los reunió para repetir la aventura juvenil.
Efrén empieza a sentir deseos de volver a dormir. La soledad de la madrugada le hace estremecer. Está en Bogotá buscando un mejor futuro a su vida, pero ese porvenir parece no llegar.
Se acuerda que aún no ha contestado la última carta de sus padres. Algo debe hacer para resolver su seguridad económica y poder enviar noticias más positivas.
Sobre la pequeña mesa que le sirve de escritorio hay un libro de poemas que hace unos días compró. No lo ha terminado de leer. Al abrirlo encontró el poema EL RETRATO de Ángel Lázaro:
“Mi madre un retrato de lejos me implora,
y no se lo mando, ¡pobre madre mía!
De no verme, dice que sufre y que llora,
¡ay, pues, si me viera, cómo lloraría!.
¡No, no se lo mando! Y acaso se muera
sin ver al que tanto su mano bendijo;
no mando el retrato, porque si lo viera
quizá exclamara: “¡Este no es mi hijo!”.
Así, cuando llegue su postrer instante,
pensará en el niño que se fue aquel día,
no en el mozo fúnebre de triste semblante,
y mirada enferma de melancolía.
—¡Oh, inmenso castigo de mi mala estrella!—
Mi madre sospecha que soy un ingrato,
¡que su hijo del alma se ha olvidado de ella,
porque no le quiero mandar mi retrato!.
Con sus ojos llorosos, Efrén decide mejor acostarse, porque mañana se tomará una fotografía y que acompañará con una amorosa carta a sus padres, donde seguramente podrá contarle que está a punto de conseguir un mejor trabajo.
Luego de varios meses en busca del trabajo ideal, se emplea como patinador de documentos entre oficinas en el Banco Comercial Antioqueño. Su ingreso no fue de mensajero, porque su título de Bachiller le sirvió para un mejor cargo.
Por eso decidió no conformarse y, mientras trabajaba, se inscribió en la universidad donde se recibió como Contador Público. Al cabo de 20 años de trabajo para la entidad bancaria en referencia, y después de haber ocupado todos los cargos administrativos, llegó a ser Gerente. De allí pasó a desempeñarse como Contralor en el Banco Mercantil.
Sus hijos: Luis Efrén, Martha Lucía y Claudia Patricia, todos profesionales, se encuentran radicados en Australia, y Estados Unidos. Y cuando Efrén los menciona, es inevitable ver en sus ojos brillando el orgullo y el amor por ellos. Añora a cada instante ver a su nieto Juan Sebastián.
Para aliviar la comezón de los fines de semana que le produce su lejanía, se dedica a escribir poemas, cartas a los periódicos de Barranquilla, viajar por Internet, mientras sus días laborales pasan en la dirección de su empresa de venta de electrodomésticos, alternando con el encargo de Tesorero en tres asociaciones sociales de Barranquilla.
Por unos momentos se queda en silencio, meditando. Luego dice:
— J. Rockefeller dijo algo que me agrada citarle a los jóvenes:
“A menos que creáis en vosotros mismos, nadie lo hará; éste es el consejo que conduce al éxito”.
"..."