Autor: Álvaro Serrano Duarte
El señor Enzo Grosso es un vendedor de seguros, que disfruta de una holgada posición económica y es buen padre de familia. Todos los días sale en su lujoso vehículo camino a su oficina.
Es cliente de la tienda “Los Comuneros”, de propiedad de Doña Eugenia Durán de Rueda, quien le tiene crédito abierto, pero la cuenta ya va muy larga, por lo cual ella ha dado instrucciones a sus hijos, especialmente a Adonaí, para que cada vez que lleve un nuevo pedido a donde los Grosso, aprovechen para cobrar el saldo vigente.
Un día, Adonaí, viendo a su madre preocupada le pregunta el porqué y ésta le responde:
— Es que el señor Grosso hace más de quince días no nos abona nada y me estoy viendo a gatas para pagar unas facturas. Así, que... mijito... haga lo que sea, pero toca cobrar esa cuenta...
El joven sale presuroso a cumplir la misión y llega en el momento en que don Enzo está sacando el carro del garaje para dirigirse a la oficina.
— Buenas tardes, vecino... mi mamá me mandó por lo de la cuenta... es que ya está crecidita...—dijo tímidamente Adonaí.
— Hola muchacho... Claro! Súbete al carro que en la oficina te doy la plata...
Durante el recorrido, Don Enzo planteó una conversación que más parecía un interrogatorio, aunque en tono paternal, dados los vínculos de amistad de varios años con la familia del joven, a la que admiraba por su laboriosidad.
— Oye, joven, ¿cómo te llamas?
— Adonaí... Adonaí Rueda Durán, señor...
— Yo soy un gran admirador de su mamá, porque me parece que es una mujer muy esforzada y trabajadora. Ustedes los cachacos se distinguen por eso...
— Sí, señor...gracias... ahí estamos en la lucha...
— Sobre todo, con tantos hijos qué alimentar...
— Somos una catorcera...
— ¿Son catorce hijos?....
— No, señor... somos dieciocho...
— ¡Que, ¿qué?! ¡Dieciocho...! te aconsejo que vayas buscando algo qué hacer, porque no te puedes quedar toda la vida trabajando en una tienda...me parece que deberías ir al ejército. Allí puedes aprender a leer y escribir...
— Don Enzo, yo sé leer y escribir...—le respondió Adonaí sentado en la silla de atrás del vehículo, mientras el señor le miraba por el retrovisor y le insistía:
— ¡Oh! Qué bien! Pero debes entrar estudiar a alguna parte y hacer la primaria...
— Yo ya hice la primaria...
— ¡Qué bueno! Pero el bachillerato te da mejores bases para que aprendas un oficio como conductor o... ayudante de mecánica.
— Yo soy bachiller, Don Enzo...
— ¡Vaya!, no me parece... como te veo ayudando en la tienda todos los días cuando salgo en la mañana...! Ya que eres bachiller, no te debe dar miedo ir al ejército, porque a los bachilleres los tratan mejor. No les toca ir al monte, sino quedarse en el cuartel lavando inodoros, cuidando jardines o haciendo de mensajeros...
— Sí... pero, de todas maneras esos trabajos no me gustan...
— Si no te gusta esa clase de trabajos, te tocaría estudiar una carrera universitaria y la tienda de Doña Eugenia no creo que dé para tanto. Esas oportunidades solamente las tienen personas con gran capacidad económica o de un status social más elevado.
— Yo estoy estudiando noveno semestre de arquitectura... —No alcanzó a terminar la frase, cuando un inesperado frenazo le hizo asirse del asiento delantero para no golpear su cara contra la cabeza del sorprendido señor Grosso—.
— ¡Queee ¿qué?! ¿Estás estudiando noveno semestre de arquitectura? ...no puede ser...
— Sí, señor... y seis hermanos más también estudian en la universidad...
— Perdone, entonces ya es todo un doctor...es que no sabía...disculpe mi imprudencia al frenar, pero me sorprendió. Por favor, pase a la silla delantera, doctor... -dijo notoriamente meloso Don Enzo, dejando de tutear al joven—.
— No gracias. Ya estamos llegando, no se preocupe... —dijo Adonaí con aire de suficiencia y disimulando su risa al ver la reacción del interlocutor—.
Llegados a la oficina, el señor Grosso se prodigó en atenciones, y lo presentó a su secretaria, dándole instrucciones precisas para que en adelante lo recibiera con todos los merecimientos propios de un arquitecto. Lo hizo pasar a su despacho privado y ordenó un café, mientras sacaba su chequera para cancelar el saldo adeudado.
Adonaí comparte con sus hermanos la tarea de ayudar en la tienda. Madruga a las cuatro de la mañana para ir al mercado de Barranquillita. A las seis está de regreso y ayuda a organizar la mercancía en los estantes, al tiempo que hace conocer a su madre los nuevos precios de los productos; rápidamente se baña y desayuna para asistir puntual a la primera clase de las siete de la mañana.
Regresa al mediodía para almorzar con sus diez hermanos menores, su madre y Don Pedro Vicente Rueda, su padre. La jornada de la tarde en la universidad es más elástica, por eso, Adonaí cuadró el horario para tener disponibles dos tardes a la semana y poder hacer negocios adicionales, como vender tomates, que trae de Sabanalarga en un campero Land Rover, o comerciar el queso que le traen unos paisanos desde Fundación.
De todas maneras, sólo se está desocupando entre las diez u once de la noche, para dedicarse a adelantar sus tareas universitarias, especialmente la complicada elaboración de planos y maquetas.
El bachillerato lo cursó en el Seminario de San Gil, de los más prestigiosos centros educativos, donde recibió clases de inglés, francés, latín, griego; la educación en dicho claustro comprendía también conocer sobre la pintura universal, la escultura, la arquitectura, la filosofía, la música y demás ciencias humanísticas. Fue allí donde supo que su curioso nombre, Adonaí, significa en hebreo “señor mío” o “mi señor”, uno de los muchos denominativos de Dios.
Hoy, sentado en su oficina de Arquitectos Asociados, rodeado de planos y fotografías de grandes edificios diseñados y construídos bajo sus órdenes, teniendo en su escritorio un pabilo encendido y pasando sus manos por el cabello, prematuramente canoso, Adonaí recuerda esos años tan contradictorios de su vida: de ser el niño más inquieto y mal alumno en La Fuente, el pueblo donde nació el 23 de febrero de 1952, a ser un estudiante destacado en la Apostólica de Zapatoca, una exigente institución a la cual llegó inesperadamente gracias a que su maestra Abigail Enciso lo escogió, a pesar de su bajo rendimiento en la escuela pública donde terminó la primaria.
Con el estigma de ser un niño inteligente, esa carga le obligó a no defraudar a sus padres, especialmente su papá, Pedro Vicente, un inventor, filósofo, fotógrafo, corregidor, proyeccionista de cine, músico y con mil profesiones más. Desde muy niño lo acompañaba en el coro de la iglesia dirigido por su padre, quien también ejecutaba el armonio, la bandola, el tiple, el acordeón a piano y el clarinete.
Tanto era su gusto por estar con él durante dos o tres horas escuchando sus interpretaciones, que a los 7 años ya sabía leer el tetragrama, el método de la música y los cantos gregorianos.
Al ingresar al Seminario de San Gil, todo se daba para que se convirtiera en sacerdote. La crisis causada por el Concilio Vaticano II y las nuevas ideas progresistas de la Iglesia Católica, estaban generando deserción eclesial.
Por ello, el cuerpo de profesores y el rector, preocupados porque los integrantes de la promoción de sexto de bachillerato no daban muestras de continuar al seminario mayor, les exhortaron a entregarse al servicio sacerdotal.
Junto a un grupo muy pequeño de compañeros, Adonaí aceptó ir a estudiar un año de Filosofía para tratar de encontrar el llamado más fuerte, que se suponía que Dios les haría.
Al finalizar ese período, lo único que le quedaba a Adonaí era una “cara de cura” y conocimientos profundos de filosofía y humanística, pero nada del llamado de Dios para ser sacerdote, porque no estaba de acuerdo con el celibato.
Partió a Barranquilla a sondear el comercio y ver si era factible que el resto de su familia viniera a establecerse a esta ciudad. Su hermano Guillermo le sugirió que entrara a la universidad y sin pensarlo, lo hizo en la facultad de arquitectura de la Universidad del Atlántico, a pesar de que ya estaba inscrito en la facultad de Ingeniería de la Universidad Industrial de Santander.
Siendo aún estudiante de Arquitectura y ayudante de su mamá en la tienda, participa en las actividades de la Unión de Comerciantes, Undeco, y asume como Secretario de su segunda Junta Directiva en 1974.
Desempeñó diversos cargos directivos hasta que se graduó, momento en el cual tuvo que tomar la decisión de retirarse para poder dedicarse con esmero a su nueva profesión.
Compartiendo responsabilidades con Noel Guarín, adelantó labores de fotógrafo, editor, redactor, diagramador y diseñador del Periódico El Comunero, el órgano informativo de Undeco.
En su época de estudiante trabajó como residente de obra con el Ingeniero Civil Tito Edmundo Rueda Guarín y participó en las primeras campañas políticas de la colonia santandereana que llevaron a éste y a Jorge Guarín Otero, al Concejo de Barranquilla.
Ya siendo arquitecto, trabajando como socio en la firma Rueda & Manotas, ingresó a la campaña electoral del inmolado Luis Carlos Galán Sarmiento, quien con una nueva visión política del país, aspiraba a la Presidencia de la República.
En representación del Nuevo Liberalismo, fue nombrado Jefe de Planeación Departamental—máximo cargo entregado a este movimiento, por el entonces Gobernador Fuad Char— que durante su gestión se convirtió en un Departamento Administrativo.
La arquitectura le ha brindado las más grandes satisfacciones personales y profesionales, como que ha estado presente en todo el proceso de cambio y adecuación de los sitios donde ha funcionado Undeco, desde su primera sede en la calle 38 con carrera 46, hasta el edificio donde hoy se encuentra que fue diseñado y construido por él.
Casado con Miriam Capdevilla, son sus hijos Adonaí, Alberto, Luis Carlos y Alejandra. Adonaí, como si estuviera mentalmente sustraído de su realidad, suspira profundamente mientras escucha complacido una obra de música clásica —una de sus grandes pasiones— que invade el gran salón de su oficina.
Cree que el ser humano debe trabajar en lo que le gusta y a través de eso, estar al servicio de los demás. Considera que los logros materiales son importantes, pero lo más valioso es su evolución espiritual; entender la razón por la cual uno nace, se desarrolla, vive y se acerca cada vez más a Dios en la práctica del amor y el servicio al prójimo.
De su papá aprendió que por encima de las riquezas materiales hay valores espirituales como la honestidad, la sabiduría, el amor, la moral, el respeto por lo ajeno y la igualdad de las personas, que nos deben llevar al logro de una sociedad más justa.
Anhela que los colombianos entendamos que sólo nosotros podemos cambiar nuestro país siendo cada día más honestos.
Un profundo silencio invade la espaciosa oficina de Adonaí. Da la impresión de que la música ha cesado, cual si hubiese sido dispuesta como fondo para declamar un poema a la vida...
"..."
Autor Álvaro Serrano Duarte Impresa en Barranquilla, año 2.000 | RECUERDOS DEL FUTURO | |
Personajes que intervienen en Recuerdos del Futuro como las Biografías verdaderas formando parte de la trama novelesca |
Alejandro | Elías | Ernesto Ch. | Esperanza | Inés | Magola |
Gerardo | Gloria | José | Gonzalo | Hely | Humberto |
Juan F. | Campo | Luis Jesús | M. Aurelio | Jaime | Otilia |
Rosso J. | Adonaí | ||||