Autor: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Cuando arrecia la campaña electoral para elegir alcaldes, gobernadores y hasta diputados (¿eso todavía existe?) llegan las flores llenas de espinas para muchos.
Como en Colombia a los mayores de 65 años no los dejan ser jueces ni magistrados, la ley, para compensar, permite elegir ancianos o muchachitos adolescentes, borrachos o loquitos, en cargos de representación popular.
Como las restricciones para aspirar a esos cargos son jurídicas y nunca tienen límites a las fallas físicas o psicológicas de los candidatos, los problemas que algunos candidatos tienen ocultos, o en otros casos evidencian, se vuelven motivo de chismorreo en radio bemba, pero no de discusión en los debates.
De la vejez de Angelino y su evidente deterioro por tantos golpes que le ha dado la salud en los últimos años no se habla en público en Cali, solo se comenta en los bochincheaderos.
La afición al licor de Alonso Salazar en Medellín, en donde genios que bebieron todos los días como Diego Calle, que gerenció extraordinariamente bien EPM o Manuel Mejía Vallejo, que escribió las grandes novelas antioqueñas, apenas si se menciona en las redes sociales.
En el resto del país deben existir muchos casos iguales, menos notorios obviamente, pero que muestran cuán engañosa resulta ser la campaña electoral en donde se discuten otras cosas, pero no las fallas humanas que tienen los candidatos, y así como no se les pide que muestren la declaración de renta, tampoco les piden su perfil íntimo.