Autor: Teobaldo Coronado Hurtado
Hemos caído los médicos y hay que aceptarlo con tristeza, en el detestable campo de la mediocridad. En el mismo relajo de otros estamentos de la sociedad, llamados a cumplir un papel preclaro. Visible, sin lugar a dudas, en el desconocimiento de los más preciados valores del espíritu.
La chabacanería imperante en mucha gente del común, como expresión cultural de la falta de respeto, es el modelo a imitar cuando por nuestra condición académica, científica y laboral destinada al loable fin de preservar la salud y la vida debiéramos estar enrolados en un estatus mejor, una condición humana superior.
Esta magnificencia de la bajeza cumple sus denigrantes objetivos en los distintos ámbitos que nos corresponde actuar: ya como seres humanos corrientes o como profesionales destinados a ocupar un sitial de honor en la sociedad.
- En lo individual nos anima —no el altruismo—, sino, el egoísmo, la más infantil de las condiciones, con sus repercusiones lamentables a nivel familiar y hogareño.
- En el aspecto gremial se manifiesta por una marcada falta de solidaridad. Cada uno que se defienda como pueda.
- Desde el punto de vista social en la chocante formación de roscas, círculos cerrados, donde la élite que predomina entendida esta con poder político, económico o de Club trata de imponer sus caprichos a viento y marea, con razón o sin ella para satisfacer ambiciones personales y profesionales.
Esta acomodaticia posición tiene su fermento estimulante en un mercantilismo desbordante. La concepción idealista o romántica de la práctica médica es una farsa. Los códigos morales que regulan la profesión perdieron vigencia. El juramento hipocrático es letra muerta.
El sentimiento Cristiano que debe inspirar y alimentar nuestro comportamiento no tiene cabida. No tiene sentido la Caridad. Hablar del amor, hablar de Dios, invocar el acatamiento a las tradiciones, la nobleza del gesto, la tolerancia en las relaciones interpersonales, son cosas obsoletas.
Para expresar que somos modernos hay que portarse con soberbia, con arrogancia, con vulgaridad; debemos mostrarnos gananciosos económicamente. Perdimos el sostén admirable de la Fe; que es la luz reconfortante del acto médico, que lo magnifica y lo hace trascendental. La famosa y vieja fe del carbonero que sentían los pacientes por su médico es una leyenda.
Al ingrediente hedonista se suma de manera impresionante el analfabetismo, manifiesto sobre todo, en las nuevas promociones, carentes de los más elementales conocimientos de cultura general, en un individuo con casi 20 años de estudios.
No le encuentro explicación valedera a cómo una persona puede aprender Medicina en 5 años, cuando en 4 lustros de escolaridad no ha sido capaz de aprender a leer, sin léxico, sin la ortografía y la caligrafía indispensables para una correcta escritura. Saber nada de nada "El que solo Medicina sabe, ni eso sabe".
La ignorancia particular, de cada uno, tiene implicaciones adversas a nivel profesional con la proyección de un médico inculto, sin carisma, sin vocación, sin don de gentes, un típico comerciante de la salud. El paciente es un cliente más, no una persona que necesita ayuda y hay que dársela según la clásica definición de Weisacker.
Le interesa muy poco a este galeno la suerte de sus colegas. Como las asociaciones médicas o científicas no le producen dividendos, no producen utilidades tangibles, escasamente le llaman la atención. "Eso no sirve, sino, para hacerle perder el tiempo a uno", exclaman irreverentes algunos.
Otros explican su desinterés con el argumento simplista de que ellos no son figurones, no les gusta la pantalla. Algunos más tienen sus complejos por incompetentes.
Estamos ante la figura de un seudo profesional de la medicina que se distingue por carecer de ambiciones dignas, sin metas, no tiene un ideal definido, poco estructurado científicamente, escaso de mística gremial, pobre del sentido altruista que engalana su oficio; pendiente únicamente de su consultorio, de su estómago y de su bolsillo.
Con un substrato de esta naturaleza el médico no reúne las condiciones necesarias para cumplir la función de líder social, del líder político, del líder moral a que está llamado en la sociedad.
No posee la suficiente fuerza ética ni Intelectual, que le permita agremiado, construir el grupo de presión necesario para una buena y efectiva política sanitaria, para el cumplimiento de unos programas técnicos y bien planificados de salud que satisfagan las demandas del pueblo Colombiano.
Ha caído en esta forma el trabajador médico en los linderos del vasallaje y la medicina pierde su característica de arte liberal; no tiene Independencia.
El diagnóstico que resulta consecuencia de toda esta decadencia lo define con acierto el Dr. Jaime Herrera Pontón:
"Hay un divorcio entre la medicina docente y académica; la medicina institucional de servicio social y la medicina privada. Casi que no existe un punto en común entre unos y otros, casi no se conocen".
La rueda suelta en que nos desenvolvemos ha permitido a los más vivos, en especial, a la clase política hacer su Agosto. Las estrategias, planes de salud y todo el engranaje administrativo-asistencial de las instituciones hospitalarias están bajo su control.
Las riendas de nuestro destino como médicos y como ciudadanos las tienen otros, por culpa de nosotros mismos, indignos de las responsabilidades y del compromiso adquirido. Gremialmente no vemos sino el caos: El Colegio Médico no funciona por la apatía de sus miembros. Asmedas tambalea ante la negligencia de sus asociados. De Asomédica no queda sino el nombre. Las sociedades científicas son apenas organismos para hacer cursillos con científicos de afuera, porque los de aquí no tenemos trabajos que presentar.
Sin embargo, al mando de cada una de éstas organizaciones caminan tres o cuatro Quijotes, los mismos de siempre, a la espera de que los compañeros médicos hagan quórum y adquieran conciencia de la encrucijada que vivimos, venciendo el marasmo que los postra y no deja pensar en grande.
Mientras no se produzca el forzoso sacudimiento que permita recuperar la DIGNIDAD MÉDICA, que tanto pregonamos por cafetines y pasillos de clínicas y hospitales, esta seguirá siendo un MITO.