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Telegrafió un mensaje a su vida y recibió la respuesta, escondida en el Retiro

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Israel Díaz Rodríguez - Médico Ginecólogo - Barranquilla, Colombia

 

Autor: Israel Díaz Rodríguez

Llegó la telegrafista y vino acompañada por cuatro hijos: tres niñas y un varón. El señor que la acompaña, parece ser su padre porque se ve bastante mayor que ella: este fue el comentario que corrió en el pueblo el día 24 de Diciembre de 1938.

Efectivamente había llegado la nueva telegrafista quien venía en reemplazo de Don Prisciliano Prieto quien llevaba ya muchos años en el cargo, pero le había llegado el tiempo de jubilarse.

A los pocos días de haber llegado, -la nueva telegrafista- ya se conocía toda su historia, se supo que era una dama descendiente de una familia muy distinguida del Retiro, de nombre María Elvira de la Fuente, que había cursado estudios superiores en Medellín en un colegio de monjas, pero en unas vacaciones en su pueblo, un señor muchos años mayor que ella la enamoró y ella que ya no quería regresar mas al colegio de las religiosas donde se sentía como en un convento, ante la propuesta de matrimonio que le hizo el maduro galán, le dio el sí y a escondidas se casaron.

Cuando llegaron al pueblo, su hijo mayor de nombre Tulio, tenía 18 años, las niñas, Luz Marina, Cruz Elena y Marcela la menor tenían edades entre los l5, 13 y 11 años respectivamente.

María Elvira de la Fuente, que había cursado estudios superiores en Medellín en un colegio de monjas, pero en unas vacaciones en su pueblo, un señor muchos años mayor que ella la enamoró y ella que ya no quería regresar mas al colegio de las religiosas...Tulio revolucionó a todas las quinceañeras del pueblo porque era un jovencito bien apuesto y una vez que se fue haciendo a las costumbres del pueblo, se dio a querer de todo el mundo, especialmente de una solterona que vio en él la oportunidad de pescarlo.

Las tres niñas eran igualmente muy bonitas, nosotros los muchachos entre los trece y los catorce años, nos volvimos locos, todos estábamos enamorados de ellas y sin que lo supieran, discutíamos ser sus pretendientes.

Desde su llegada Doña María Elvira demostró ser una dama de muy buenos modales y costumbres, de porte distinguido, refinada en su manera de hablar, a pesar del calor vestía elegantemente, sus hijos seguían a su madre en cuanto al comportamiento.

En términos generales, aquella familia se hizo acreedora al respeto y afecto del pueblo, todo el mundo les quería porque ellos supieron ganarse ese cariño. Los hijos participaban de todos los juegos mezclados con los niños del pueblo, Doña Elvira además de atender solícitamente a todo el que llegaba a su oficina, mantenía las puertas de su casa permanentemente abiertas para quien la necesitara. Don Andrés, su esposo, jugaba dominó con unos amigos de su edad en el patio a la sombra de un coposo Naranjuelo.

Podría decirse que aquella familia había encontrado un remanso de paz, pero esa tranquilidad se vio alterada el día que se puso al descubierto lo que nadie jamás imaginó que pasaría. Rebeca la solterona que se destacaba como una morena muy agraciada físicamente, con fama de recatada que pasaba por ser de lo más virtuosa del pueblo; se decía que le tenía el ojo puesto al joven.

Nunca se supo cómo ni donde pudieron tener sus encuentros, el caso es que hasta los cuatro meses de embarazo, pudo Rebeca disimularlo mediante el uso de una faja bien apretada, pero después de este tiempo ya no pudo ocultarlo más y al quitarse la faja, se patentizó lo inesperado, estalló el escándalo en el pueblo, nadie podía creerlo, ¡Rebeca! tan formal, tan seria y juiciosa ¿embarazada? de quien, en qué momento, como pudo ser, era lo que todo el mundo se preguntaba.

Antes de los nueve meses, se produjo el parto, nació un niño prematuro de muy bajo peso, con la piel apergaminada con brazos y piernas deformados, lo cual se atribuía a la presión que mantuvo la madre a la inocente criatura en su vientre.

En el pueblo no se hablaba de otra cosa, la abuela paterna, la telegrafista quien hasta ahora vivía mezclada con todos los habitantes del pueblo, consideró mancillados sus rancios abolengos, horrorizada, cerró por completo las puertas de la casa, no permitía visitas de nadie, las niñas fueron retiradas de la escuela para no someterlas a la curiosidad de sus compañeras.

Al hijo, el autor de todas las desgracias –así lo consideraba ella– sin que nadie se diera cuenta, una noche aprovechando la oscuridad cuando ya la población dormía, lo embarcó en una lancha expresa y lo mandó para la cabecera municipal y de ahí directamente a la ciudad de Cartagena donde unos parientes por parte del marido. Le horrorizaba el solo pensar que fueran a obligar a su hijo consentido, casarse con aquella pueblerina de piel oscura.

Por razones obvias, los nombres verdaderos de los personajes de esta crónica, se han cambiado.

 

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