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Prometió pintar la casa de Dios al día siguiente, y ¡Cumplió!

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Israel Díaz Rodríguez - Médico Ginecólogo - Barranquilla, Colombia

 

 

Autor: Israel Díaz Rodríguez

Miembro de una acomodada familia de ganaderos y hombres de negocios, heredero por tanto de una gran fortuna, bachiller del prestigioso colegio Pinillos de Mompox, se apartó de todos ellos, renunció a ser un próspero ganadero y se dedicó al oficio de pintar casas con el argumento de que él quería que su pueblo fuera ante los ojos de propios y extraños, como un jardín, un lugar paradisíaco y bello, por eso se dio a la tarea de estimular a la gente para que sembraran arboles, mejoraran el estado de las calles, y pintaran sus casas.

Consideraba que todo pueblo a la orilla de un río, bajo los rayos del Sol durante casi todos los meses del año, nada mejor que verlo arborizado y las casas pintadas de blanco.

Para dar ejemplo, cambió sus vestidos formales por el overol, se armó de brochas, rodillos y escobas y, puso manos a la obra comenzando por su propia casa cambiándole el aspecto de rancho abandonado y sucio, por el de una hermosa mansión de paredes blancas y brillantes usando solo cal viva, la rodeó de arboles entre los cuales primaban el Cañaguate y el Roble pensando en que, al florecer, y caer estas al suelo, produjeran un hermoso contraste de colores dando la impresión de una bellísima alfombra.

Abelito, el pintor de brocha gordaSu imaginación lo llevó hasta inventarse formulas propias, pues, ya no sólo pintaba con cal sola, sino que mezclaba otros materiales como el yeso, el granito y tintes de diferentes colores, que daban a las superficies pintadas apariencia parecida a la del mármol. Se hizo tan famoso, que su prestigio traspasó los linderos de su pueblo y más allá de toda la comarca.

Era un hombre de baja estatura, de contextura delgada y frágil pero supremamente diligente, trabajador que amaba su oficio y muy responsable a la hora de empeñar su palabra cuando se trataba de un compromiso, nunca faltaba. Por eso fue muy notoria su ausencia aquel día en que había comprometido su palabra de iniciar los trabajos de la iglesia parroquial.

Con gran pompa se había programado esta ceremonia, comenzando porque el señor Cura había invitado a las autoridades de la cabecera municipal, las cuales se hicieron presentes, los colegios con sus alumnos que habían ensayado su presentación durante muchas semanas, en uniforme de gala, coreaban el Himno Nacional y otros cánticos con el fin de darle realce a la ceremonia, convertirla en todo un acontecimiento, pues se trataba de cambiarle el aspecto a la iglesia parroquial, que la pátina del tiempo había deteriorado tanto, que sus paredes ya no se sabía de qué color habían sido cuando la construyeron.

El programa estaba elaborado para dar el primer “brochazo” a las nueve de la mañana, ya eran las once, todo el mundo miraba sus relojes de pulsera y dirigían sus miradas hacia el punto de la calle por donde se suponía que vendría Abelito, nadie decía nada ni se movía del lugar que había escogido para estar cerca del “pintor”, saludarle y estimularle con aplausos como manifestación del aprecio y respeto que todos le profesaban.

El Cura intrigado mandó a uno de los sacristanes a indagar a la casa donde vivía Abelito acompañado únicamente por Tiburcio, un loro hablador, y Zarpazo, un gato ordinario que como todo macho de su especie, era callejero, el Sacristán al llegar a la residencia del pintor, tocó más de una vez la puerta de la calle sin obtener respuesta ninguna.

Por ello, resolvió preguntar a los vecinos si habían visto salir a Abelito esa mañana, todos contestaron que les había extrañado justamente, que no lo habían visto salir ni oído ningún ruido de su vecino quien tenía por costumbre levantarse muy temprano, abrir puertas y ventanas, saludarlos a todos y luego recibir una taza de café que solía una de sus más cercanas vecinas llevarle sin falta, todos las mañanas.

Respetuosos de la propiedad ajena, ninguno se atrevió a forzar las puertas, en vista de lo cual, el Sacristán corrió a darle parte al señor Cura, este le comunicó al Alcalde quien personalmente encabezó el grupo que llegó a la casa del pintor, forzaron las cerraduras de la puerta de la calle y entraron directamente a la alcoba del pintor.

¡Oh sorpresa! Reinaba el silencio que sólo fue interrumpido por la voz del loro que gritó: ¡Ladrones!

Abelito yacía en su hamaca con las manos entrecruzadas sobre el pecho, y el abdomen distendido; el famoso pintor de brocha gorda que había convertido su pueblo en un jardín, había muerto en la madrugada de un “Cólico Miserere”.

 

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