Autora: Violeta Yangüela Simó
Cuenta —no se sabe si la historia, la leyenda o la tradición oral— que al regresar de Medina, triunfante de su guerra contra el clan Quray y las tribus judías de la región, la primera acción de Mahoma fue destruir todos los ídolos paganos que se encontraban en la Kaaba.
También cuentan que a partir de esa acción, toda representación humana es considerada como idolatría y por tanto están prohibidas. La nueva religión sustenta la existencia de un solo dios, Alá, y por supuesto Mahomasu profeta. Sin estatuas, sin imágenes y mucho menos caricaturas.
En el año 2001 el gobierno de los talibán en Afganistán decidió que las estatuas de los Budas gigantes esculpidas en la roca en los siglos III y IV debían ser destruidas por ser contrarias a lo que enseña el Corán.
La destrucción fue ordenada por el líder supremo de los talibán para evitar la adoración de los ídolos falsos. Fueron destruidas con tanques y con dinamita.
En el 2006, las caricaturas del profeta Mahoma publicadas en un periódico de Dinamarca, provocó que los seguidores del Islam asesinaran, amenazaran, asaltaran y exigieran de las democracias la censura a la libertad de expresión en nombre y a nombre del Islam.
Recientemente con el asesinato de los responsables de las caricaturas de la revista de humor francesa Charlie Hebdo se repite la acusación de la ofensa a la religión del Islam con la representación de su profeta Mahoma.
En la actualidad, los líderes del denominado Califato Islámico arrasan contra las estatuas y las artes milenarias en los museos y ciudades arqueológicas consideradas como patrimonio arqueológico de Irak con mazas, martillos y taladros mecánicos para destruir las efigies de mayor tamaño.
La directora general de la UNESCO, Irina Bokova, dice que la comunidad internacional tiene que responder a un nuevo hecho que calificó como de “genocidio cultural”.
En un video el responsable de la policía religiosa del Califato dice:
“Musulmanes, los objetos que están detrás de mí son ídolos de pueblos anteriores al nuestro. Los llamados asirios y acadios tenían dioses para la guerra, la lluvia o la agricultura y se aproximaban a ellos a través de ofrendas. El profeta nos ordenó deshacernos de las estatuas y las reliquias tal y como hicieron sus seguidores cuando conquistaron nuevas naciones. Cuando Dios nos ordena retirarlas y destruirlas la tarea es sencilla. Ha llegado la hora y ni siquiera nos importa si cuestan miles de millones de dólares”.
¡Ni las estatuas se salvan!