Autor. Israel Julián Díaz Rodríguez
Me anuncia mi nuera que traerán a los niños a pasar el fin de semana con nosotros, seguidamente la alegría me embarga y comienzo a prepararles el ambiente para que no tengan un instante de aburrimiento; la abuela cómplice de todo, silenciosamente se escapa a la cocina y prepara una cantidad de platillos de los manjares que ella sabe que a sus nietos les fascinan.
Entre los preparativos que yo hago con veinticuatro horas de anticipación, están juegos de todas clases, cuentos para leer juntos, algunos de estos copiados de revistas y libros, otros de mi propia invención; no puede faltar el permiso para que usen el computador y jueguen por lo menos durante una hora, tal como sus padres lo autorizan y recomiendan pero nosotros los abuelos en nuestro afán de hacernos simpáticos con los niños, nos hacemos los ciegos y sordos y les permitimos que prolonguen el tiempo usando el computador, desde luego que les vigilamos no sea que de pronto se metan en uno de esos programas prohibidos.
Todo está listo, reviso una y otra vez para que no falte nada, que no se me escape ningún detalle, no quiero sorpresas.
Llegó la hora, han llegado los nietos, después de besos y abrazos, tiran sus morrales por cualquier parte, seguidamente y antes de que los abran y saquen sus juegos modernos, les informo que les tengo un programa especial para que lo disfrutemos juntos, incluyendo a la abuela.
A ruegos consigo que jueguen conmigo en primer lugar, una partida de Dominó. Soy consciente de que no durarán jugando sino algunos minutos; así fue, cuatro partidas y no más.
— No jugamos más –me dijeron– y me dejaron el reguero de fichas en la mesa, pero como yo estoy preparado, entonces saco unos cuadernillos que he coleccionado de los que edita semanalmente el periódico local, calculo que echarán mucho tiempo ahora sí, pues se trata de rompecabezas y otros juegos que a mi entender, les serán difíciles de resolver.
Cuán equivocado estaba, pues más demoré en entregarle el cuadernillo a mi nieto de seis años, cuando me lo muestra diciéndome abuelo ya está, lo reto entonces a un partido de Ajedrez, unos pocos movimientos de fichas... y mi Rey está encerrado... entonces riéndose a carcajadas me dice:
— Abuelo !Mate Pastor!.
Recojo mis cosas que con tanta dedicación había preparado para esperarlos, y entonces son ellos quienes me invitan a jugar en sus “tabletas” y otros juegos que para uno a esta edad le son difíciles de comprender. De todas maneras bienvenidos los nietos que con sus travesuras e ingenio, nos alegran la vida.