Autores: Álvaro Serrano Duarte - Juan Carlos Rueda Gómez
La gélida noche chucureña estremece el menudo cuerpo de Inés. Tiene sólo 10 años y a su edad es inadmisible que una preocupación le impida dormir.
Como sus hermanos, debería estar agotada de tanto ir y venir a pie, de la casa del pueblo a la finca, que queda a escasos cinco minutos del casco urbano de San Vicente de Chucurí; una población de clima muy singular, donde los días son extremadamente calurosos y las noches son árticas.
La finca de su padre Saúl Gómez Gómez, es una preciosa extensión de tierra cultivable y de producción ganadera. Naranjales, papayos, mangos, guayabos y demás frutales están al alcance de la mano de los niños. De nueve hermanos, Inés es la mayor de las cinco mujeres, pero Carlos es el primogénito, condición que le da jerarquía sobre los demás y le hace merecedor de todas las atenciones de su padre, algo con lo que Inés no está de acuerdo.
En el juego de la Gallina Ciega, Carlos ejerce todo su machismo; en cambio, en el "Machín Machón" las cosas cambian, porque en él participan dos niños, cada uno ubicado en el extremo de un tronco atravesado encima de otro, que sirve de apoyo. Les recuerda los "machines" con que se extrae el petróleo crudo en los yacimientos de La Colorada, La Llana, Yarima, La Putana, El Centro y Barrancabermeja, que suben y bajan en un perpetuo movimiento.
Otros juegos infantiles como "La Lleva", "Rueda Rueda Pan de Canela", "El Tingo Tingo, Tango", "El Toreo", "Que Pase el Rey" y "Mi Cazuela", hacen parte del repertorio infantil, pero en ellos hay mayor sentido de equidad entre quienes participan, sin importar el sexo.
Pero ese día no jugaron. Inés no quería saber absolutamente nada de la finca. Daba vueltas y vueltas pensando qué hacer. El mundo se le abría ante sí como un profundo abismo oscuro, sin oportunidades edificantes para las mujeres, que, según había vis estaban relegadas a un segundo plano en la vida.
Su corta edad no le impedía ver que, mientras los hombres tenían consagrado el rol de creadores y directores de la sociedad, las mujeres estaban relegadas a la ejecución de trabajos rutinarios y sin ningún protagonismo.
—¡Hacer oficio! -pensaba con ira-.
Su mamá, Elvira Prada Plata, le había ayudado a estudiar el Catecismo de Astete. El Credo, El Padrenuestro, El Ave María, Las Oraciones para levantarse y acostarse, las de antes de comer, Los Misterios, La de invocar santos, los novenarios... pero le faltó estudiar la última página, que contenía El Salve.
Su madre le dijo:
—Tranquila Inesita, acuéstese...ya ha estudiado bastante y es muy tarde..
Y... preciso. La maestra le asignó a Inés El Salve como única pregunta. Por eso se había "rajado" en religión. Pero, ¿perder dibujo...?¡ si esa es la materia más fácil! ¡Qué vergüenza!
Nadie comprendía, menos la maestra, cómo, habiendo reglas, compases, escuadras y otros instrumentos, ella tuviera que dibujar a mano alzada círculos, rectas, óvalos, circunferencias, radios, ángulos, triángulos, cuadrados y rectángulos. Para Inés, hacerlos sin los útiles adecuados, era pintar mamarrachos que afeaban su cuaderno. Por eso se "rajó" en dibujo.
De repente la temperatura de su cuerpo comienza a subir. Es por la ira que le produce pensar en que de ahora en adelante tendrá que someterse a la voluntad machista de padre y de su hermano mayor.
No acepta verse como una sirvienta fregando pisos, lavando ropa, tendiendo cama ayudando en los menesteres de la cocina, mientras sus hermanos no le colaboran porque eso afectaría su condición de hombres si llegaren a hacerlo. Eran las doce de la noche y su acalorada mente contagió de calor su cuerpo. Tiró al piso con furia todas las cobijas.
Volvió a retumbarle en la cabeza la sentencia de su padre, cuando Doña Elvira le mostró los resultados académicos de Inés. Ella misma se ofreció a darle la noticia para explicarle la injusticia que se había cometido contra su hija y así evitar un regaño o una paliza, en el peor de los casos.
Inés estaba detrás de la puerta temblando de susto, esperando una respuesta agresiva de su padre, la que era preferible a la que escuchó:
— Mija...no se preocupe dijo -Don Saúl-. La que no estudie, me la llevo de sirvienta para la finca...
Inés seguía dando vueltas en la cama. De pronto la puerta de su coartó se abrió lentamente y en la oscuridad vio que alguien se acercaba sigilosamente. Un estremecimiento de terror la invadió.
El galope de caballos que pasaban por la calle y los sonidos sordos de los caminantes nocturnos, le recordaron las historias de fantasmas, lloronas, hombres descabezados... pero afortunadamente quien se desplazaba en la penumbra de la habitación era su mamá.
Ella había notado que su hija había pasado el resto del día muy apagada. Sus hermosos ojos verdes, vivaces e incisivos se habían mostrado esquivos horas antes cuando le dijo:
— Ya hablé con su papá: No se preocupe.
Había entrado a su cuarto porque ella tampoco lograba conciliar el sueño. Conocía el carácter indoblegable de su hija y sospechaba que ella posiblemente había escuchado la sentencia de su padre.
— Tranquila, mijita... -dijo acariciándole la frente sudorosa- Yo no voy a dejar que se la lleven de sirvienta para la finca. Lo que toca ahora es estudiar más, hacer las cosas como las mandan los maestros, aunque no estemos de acuerdo. "El que manda, manda; aunque mande mal". Ahora, duérmase. Mañana será otro día...
Éstas palabras le produjeron una sensación de alivio. Sintió que la ira y la angustia desaparecían; Al acercarse su madre para darle un beso en la frente, Inés aprovechó para asirse con fuerza a su cuello en un abrazo silencioso que duró algunos minutos y selló para siempre un pacto secreto de mujer a mujer.
Es enviada a Zapatoca a estudiar en el internado del Colegio de la Presentación, una institución regentada por monjas. Sus resultados académicos fueron excelentes, pero su carácter seguía siendo ingobernable.
Como todas las jovencitas de su edad, el ingreso al internado representaba una especie de adecuación a una vida encaminada a servir al hombre mediante el aprendizaje de bordado, modistería, jardinería, cocina y todo lo relacionado con el manejo del hogar y la crianza de hijos.
Aunque ocupaba siempre el primer puesto, no dejaba de tener problemas por su manera de ser "contestona y guaricha", como le reprochaban sus profesoras.
En cuarto de bachillerato la trasladan al Colegio de la Presentación en Piedecuesta. Allí había en mitad del patio un frondoso árbol de mango que llamaba la atención de las alumnas. Y estaba ahí, precisamente, como una deliciosa tentación, para forjar el carácter de las estudiantes.
En presencia de todas sus compañeras y con la participación de dos de sus más cercanas amigas, Inés tomó tres apetitosos y jugosos mangos que comieron en presencia de todas las internas.
Más demoraron en comerse las frutas, que en ser llamadas a relación. Frente a todo el alumnado, la hermana coordinadora de disciplina dijo tener conocimiento de la infracción y anunció la sentencia inapelable.
Aparte del correspondiente castigo con regla, tuvieron que soportar un día comiendo solamente mango al desayuno, almuerzo y cena, pero sumándoles la tortura de tener al frente de su pupitre y de la mesita de noche, una bandeja llena de mangos maduros, para que aprendieran a resistir las tentaciones lujuriosas del cuerpo.
Como protesta por el trato cruel e indigno, Inés regala todos sus cuadernos y se declara en rebeldía. Pide la autorización para retirarse del colegio, pero recibe la orden de esperar a sus padres, quienes fueron llamados de inmediato.
Don Saúl y Doña Elvira se presentaron una semana después y mientras el papá recibía las explicaciones de la Coordinadora de Disciplina, su mamá habló con Inés. Lo que le contó su hija le hizo hervir la sangre y solicitó hablar directamente con la Madre Superiora:
— Madre: si mi hija es castigada tan cruelmente por comerse unos míseros mangos que se están pudriendo en el árbol, yo quiero que me entregue los papeles. Nosotros no la matriculamos aquí para que sea sometida a esta clase de martirios.
La sorprendida monja investigó inmediatamente los pormenores y prometió que no volverían a aplicarse esa clase de castigos. Pero, igualmente, pidió que no retirara la jovencita ya que era reconocida como la mejor estudiante. Resuelto el impasse, Inés recorrió todo el colegio pidiendo la devolución de los cuadernos y libros que había regalado.
Al terminar el año, toda la familia se trasladó a Bucaramanga. Su padre había adquirido una casa frente al Club Campestre y matricularon a Inés en el Colegio de las Hermanas Franciscanas. Con el mismo corte disciplinario, el colegio era dirigido por monjas alemanas y austríacas, quienes escondían en sus almas la xenofobia y el racismo hitleriano.
Aunque cuando nació Inés, 23 de Mayo de 1946 ya había terminado la segunda guerra mundial, aquellas monjas mantenían una actitud arrogante y altiva frente a sus alumnas, dirigiéndoles las mínimas frases de diálogo, asumiendo poses despectivas y excluyentes.
Culminó su bachillerato como una estudiante destacada, en el mismo año que su hermano mayor y anunció de inmediato su decisión: estudiar enfermería. Eso produjo, la inmediata objeción de sus padres y hermanos. ¿Por qué no medicina? La imagen social de la enfermera era la misma de las esposas y las secretarias: sirvientas.
Segura de que su elección era la correcta, contrariando las objeciones de su familia, partió a Bogotá y se matriculó en la Universidad Nacional. Viviendo en las residencias femeninas, la libertad seguía siendo restringida por su condición de mujer. La influencia machista seguía sintiéndose.
Grupos de muchachos universitarios merodeaban en busca de jóvenes incautas, aunque algunos caían en las redes del amor. Por eso era indispensable controlar el horario de las residencias y para ello se ordenaba una especie de "toque de queda" a las siete de la noche.
Hugo Vargas, estudiante de último año de ingeniería civil, queda prendado de aquella jovencita tan hermosa como rebelde. Ella también se rinde ante el amor y decide presentárselo a su familia por carta, enviando una fotografía en blanco y negro de su enamorado. Les cuenta que es de Barranquilla; que está terminando su carrera; que es muy serio y muy formal.
Sus padres y sus hermanos miran una y otra vez la fotografía, que por ser en blanco y negro, muestra al pretendiente con un color de piel más oscuro del que ellos están acostumbrados a ver, lo cual, sumado a su origen costeño, les hace pensar que "Inesita se está liberando mucho en Bogotá, miren el novio que se fue a conseguir...".
Pero no había manera de contradecir los gustos de Inés. Era mejor dejar que en su condición de mujer adulta tomara su propia decisión. De todas maneras, nadie le haría cambiar de opinión.
Desde el primer año, Inés tuvo conocimiento de que la Universidad otorgaba becas a los mejores estudiantes y se propuso ganarse una. Esa excelencia académica le hizo merecedora del máximo premio de la universidad: una beca para estudiar en U.C.L.A., Universidad de California en Los Ángeles, Estados Unidos. A éstas alturas ya estaba casada con Hugo y tenían un hijo de 3 años y otro de cuatro meses.
Inés estaba en una encrucijada: aprovechar o no la beca. Pidió consejo a su esposo, quien le respondió:
—Es tu decisión... yo no voy a opinar ni a favor ni en contra.
—...Y en caso de que tú fueras el ganador de la beca, ¿qué harías?
—iFácil! Si yo fuera el de la beca, te dejaría con los niños y me iría a estudiar. ..-dijo con desparpajo Hugo-.
Fueron dos años de soledad en los que tuvo que privarse de quienes más amaba: sus hijos, su esposo, sus padres, sus hermanos... Pero valió la pena.
Cumplidos sus estudios de especialización, regresa al país y se radican en Barranquilla donde ya Hugo había establecido su oficina de ingeniero.
Su retomo coincide con la creación del Programa de Enfermería de la Universidad del Norte, del cual es co-fundadora y primera directora. Varios años después participa en la creación de dos programas de Post-grado en la misma universidad.
Su constancia y tenacidad la mantuvieron vinculada durante veinte años a esta Alma Máter. Ha recorrido el mundo entero dictando conferencias y asesorando a las más prestigiosas universidades y hospitales.
Ideóloga de las primeras jornadas masivas de vacunación, recibió el máximo premio de la Sociedad de Mejoras Públicas de Barranquilla, la Medalla 7 de Abril, lo mismo que la más alta distinción de la Universidad del Norte.
Por sus éxitos académicos y los buenos resultados de los planes de vacunación masiva en los sectores populares del Departamento del Atlántico es escogida por Fuad Char Abdala y el Movimiento Voluntad Popular para lanzarla como candidata al Concejo Distrital de Barranquilla, donde se destaca por sus iniciativas en favor de la comunidad, especialmente en el campo de la salud, dando un gran salto en el siguiente período al ser elegida con la mayor votación del Atlántico y la segunda del país como Representante la Cámara, donde se distinguió por su indomable y aguerrido carácter.
La Fundación Kellogs, reconocida mundialmente por su labor investigativa en las áreas biológicas y médicas, la llama como su consultora. También fue co-directora del Partido Liberal Colombiano.
Su tarea catedrática la combinó con estudios en el exterior en Geriatría y Gerontología. En uno de sus viajes vio algo que le pareció muy hermoso y diciente de lo que es el pensamiento femenino en otras esferas del mundo, cuando en un congreso de ancianos en Washington ingresaron al recinto numerosas mujeres mayores de 60 años, maquilladas y bien peinadas, orgullosas de su condición femenina. Algo que en nuestro medio era rechazado por las mismas mujeres, quienes después de los 45 años comenzaban a pensar y actuar como ancianas decrépitas y abandonadas.
Hoy, al ver a sus hijos, Hugo Alberto y Mauricio, recuerda sonriente las premonitorias palabras de su madre en una de sus numerosas conversaciones acerca del machismo y el dominio de los hombres en la sociedad:
—¡Quiera Dios que a usted no le toque criar una manada de machos..
Le consuela saber que al menos ya tiene una nieta, Valentina, quien con su hermanito Andrés Felipe, se disputa su cariño de abuela joven y dinámica.
De todas maneras Inés sigue considerando:
—La nuestra es una sociedad llena de contradicciones. El machismo se halla incrustado en la mente misma de la mujer. Es que machismo se escribe con M de mamá, con M de mujer
La organización social sigue dependiendo injustamente del hombre, pero la que educa es la mujer. Por 'eso estoy de acuerdo con aquella frase que dice: "Educa a un hombre, y sólo estarás educando a un individuo. Educa a una mujer, y educarás a una Familia”.
Continúa su gestión pública al frente de la Superintendencia Nacional de Salud, labor que requiere un especial cuidado por su condición de entidad fiscalizadora en la ejecución de planes y programas de atención y seguridad social.
(...)