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Marco Aurelio Álvarez, una fábrica de ideas para la radio

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Autores: Álvaro Serrano Duarte - Juan Carlos Rueda Gómez

El radio teatro de La Voz Panamericana, en Floridablanca, está a reventar. La ansiedad invade al público, ya que por primera vez se presentarán "Chichi Caldera" la vedette venezolana de moda acompañada por los Hermanos Oropeza, entre los que se contaba Osvaldo, autor de la popular canción "Faltan cinco palas doce".

Marco Aurelio Álvarez y Rosalba Arenas, el día de su matrimonio, en Bucaramanga, en 1964

Es domingo, son las nueve y cuarenta minutos de la mañana. El director, propietario, gerente y presentador, Gonzalo Ayala Oliveros, aun no llega. Todos los empleados de la emisora están preocupados; ya han llamado varias veces a su casa, en Bucaramanga, donde les han informaron que el jefe había salido temprano.

Ahora sólo faltan quince minutos para dar inicio al programa. El reloj parece volar y la desesperación aumenta. Todos se preguntan quién va a asumir la presentación del espectáculo.

Ya están ubicados los micrófonos en tarima, una y otra vez han sido probados los equipos de sonido. La inquietud también se ha apoderado de los músicos que esperan impacientes tras bambalinas.

Nadie se atreve a tomar el mando de la presentación. En la cabina de control, aislado totalmente de lo que sucede a su alrededor, está Marco Aurelio, un muchacho menudito, de pelo indio, dientes grandes, ojos saltones y vivarachos a quien el locutor de turno le ha cedido su puesto para que ponga música mientras llega la hora de hacer el cambio al radio teatro.

Marco Aurelio está bailando y haciendo mímica de cantante, timbalero, pianista, trompetista... parece un verdadero hombre orquesta en solitario, aislado del mundo con los audífonos a todo volumen rodeado de discos de 78 rpm, cintas magnetofónicas y consolas y bafles.

El micrófono apagado le sirve para hacer más vívida su "presentación"; se imagina en el Madison Square Garden de New York, teniendo al frente a más de cincuenta mil personas ovacionándolo.

Terminado el disco, oprime el botón de la grabadora de carrete abierto para que suene la tanda de comerciales y se dispone a montar en el tornamesa el siguiente disco. Acaba de cumplir dieciséis años y es tan hiperactivo que más de una vez le han preguntado que "a cómo jode la hora".

En su casa no lo soportan por bullanguero, burletero, imitador de voces, gritón, parlanchín y payaso. Ha tenido más de una bronca con sus hermanos por burlarse de ellos asumiendo actitudes de mimo. Siempre encuentra refugio en su abuela Crisanta quien no sólo le alcahuetea todas sus pícaras acciones sino que le defiende de las cuerizas que constantemente le dan sus padres.

De un tiempo para acá se ha despertado en él una pasión por la radio que lo lleva vincularse a La Voz Panamericana; son seis meses desempeñando diversos oficios sin recibir sueldo. Su mamá le da para el bus y Marco Aurelio se queda todo el día y parte de la noche en la emisora.

El aseo de oficinas, estudios y baños lo combina con la organización de la discoteca, labor a la que dedica más tiempo porque aprovecha para leer todas las contra carátulas de lós discos con una dedicación totalmente opuesta a su actitud casi displicente frente a lo textos escolares.

Empieza a las cinco de la mañana, de tal forma que le queda tiempo para las tareas de mensajería, que cumple a velocidad astronómica; prepara el tinto, lo reparte y le hace mandados a los demás empleados.

Entre labor y labor se va a mirar, a través de la ventanita de vidrio del estudio, a los locutores de los distintos programas. Observa con atención sus ademanes, imita la modulación de sus voces. Pero aunque a cada instante lo interrumpen con nuevas órdenes de llevar o traer algún documento, no se molesta por ello. Al contrario, aprovecha para contestar, con voz impostada del locutor de turno:

Marco Aurelio Álvarez Camargo

¡De inmediato!. Aquí en la Voz Panamericana estamos para servirle con mucho gusto...! Son las diez y treinta y dos minutos en una mañana esplendorosa... -dice con una carcajada que le ilumina el rostro, contagiando con su alegría y comicidad a quienes le rodean-.

Nadie puede entender por qué ese muchacho es tan inquieto; cómo logra mantenerse tan despierto, tan alegre, tan chistoso las veinticuatro horas de todos los días; todas las semanas, todos los meses. Es verdaderamente un demoledor de malos genios; un dibujante de sonrisas que le saca "punta" hasta a un balín.

No tiene pelos en la lengua para decir las cosas más ingeniosas, aunque ellas hagan sonrojar; aunque perturben el orden; aunque con ello haga reír a los más serios en los momentos más solemnes o más tristes.

Tiene un vocabulario muy particular que a veces sólo él entiende: "Pesar" es para él, someter al peso; "tristeza", es tenerla un tris tesa; "dolor" es cantar una alabanza en do (doloor); "amargura" es amar a una Gura (paloma filipina).

Para Marco Aurelio es más inteligente quien ríe, que quien llora. Porque si uno puede escoger entre estas dos emociones, pues, se decide por la risa, que es la única que puede convencer a los demás y es la que no hace daño; nadie se muere de risa, pero sí ha muerto mucha gente de tristeza.

Ya son las nueve y cincuenta minutos y el director-animador de la emisora aún no aparece. A Marco Aurelio se le olvida que aún no está autorizado para abrir el micrófono siquiera para dar la hora; aunque eso no signifique que no lo haya hecho mil veces a altas horas de la noche o de la madrugada mientras el locutor de turno se va de fiesta y le pide el favor de remplazarlo:

— Oiga, compadrito...me invitaron a una fiesta y no me la puedo perder. Si usted me remplaza yo le doy un cuadre a fin de mes... pero eso sí: limítese a poner discos y ni se le ocurra ponerse a joder con el micrófono, porque nos botan a los dos.

— Tranquilo, mijo. Vaya y disfrute del baile que yo le hago la segunda... Los oyentes noctámbulos de la Voz Panamericana, ya se estaban acostumbrando al estilo fresco y desabrochado del novel locutor, cuyo nombre desconocían, ya que él en su clandestino turno no podía identificarse, porque para colmo de males carecía de la licencia de rigor. Pero tan pronto lo escuchaban, comenzaban a llamar para pedirle canciones, enviar mensajes a amores secretos; los celadores somnolientos le solicitaban canciones alegres para resistir el trasnocho; los enamorados pedían baladas; los borrachitos fastidiaban pidiendo rancheras. De pronto, a las tres de la mañana, Marco Aurelio anunciaba:

— Amigos oyentes de la Voz Panamericana, si alguien necesita dormir y no lo ha podido hacer, les vamos a solucionar el problema con una deliciosa tanda de música clásica que les pondrá rápidamente en brazos de Morfeo.

Para esta madrugada fría y oscura, cuando todos los parranderos van camino a casa, nada mejor que disfrutar las creaciones del genio sordo Ludwing Van Beethoven. Dulces sueños y feliz despertar.

Acto seguido, colocaba una cinta de dos horas de duración, tendía una estera en el piso y se acostaba a dormir. Marco Aurelio Álvarez Camargo nació en Bucaramanga el 31 de Agosto de 1943, en un hogar modesto donde se respiraba arte y cultura; su padre y homónimo era un pintor autodidacta, teatrero y soñador que sostenía a la familia llevando de pueblo en pueblo su "Compañía Santandereana de Comedias".

Su madre, Valentina Camargo, se dedicaba con abnegación al cuidado de sus siete hijos. Aunque para ella, su cuarto hijo, hace por veinte, no, deja de reír a escondidas con las pilatunas de su hijo, como la ocasión aquella en que, buscando, por toda la casa la escoba para barrer, no pudo encontrarla.

Desesperada revisó todos los cuartos de la casa de pronto vio que en el patio su madre, Doña Crisanta, sentada en una poltrona, debajo del palo de mango, tenía la cara levantada hacia el tejado.

— Pero qué mira mi mamá si ella es ciega... ¿será que recuperó la visión? -se decía a sí misma desconcertada mientras caminaba hacia ella-.

La abuela seguía "mirando" embelesada hacia el mismo punto y allí Valentina encontró el motivo de su curiosidad: Marco Aurelio estaba haciendo malabares con la escoba imitando la voz de Carlos Arturo Rueda, famoso locutor de la época.

No pudo evitar el ataque de risa y corrió hacia la cocina para recomponerse un poco y asumir el papel de madre brava, mientras buscaba la correa para ponerle un poco de disciplina a "ese silicio que me está volviendo loca".

Cuando su madre se le abalanzó con la correa, Marco Aurelio ya se había escudado detrás de su abuela, quien increpó a su hija para evitar el castigo a su nieto consentido. Para compensar el mal momento, el jovencito se puso a hacer el aseo de la casa.

Su papá también llevó "del bulto" con las travesuras de su hijo. El más preciado tesoro de la familia era un moderno radio Telefunken, de fabricación alemana, que había recibido como parte de pago por una función teatral.

Era un aparato tan fino que sólo se daban el lujo de tenerlo las familias más ricas de Bucaramanga. Y en un hogar tan humilde se veía como un Mercedes Benz estacionado frente a un rancho en las goteras de la ciudad.

Marco Aurelio Jr. lo encendía a toda hora para escuchar radio-novelas, noticieros, programas de música, de deportes y, cuando por fin lo hacían apagarlo, él seguía "prendido" imitando actores, músicos, locutores, instrumentos y produciendo toda clase de sonidos ensordecedores.

Hasta que su imaginación y curiosidad, lo llevaron más allá. Un día cogió un destornillador y le soltó todos los tornillos al aparato tratando de encontrar a los actores locutores, cantantes e instrumentos que producían esos sonidos fascinantes. Su frustración al no hallar lo que buscaba, se transformó en pánico tratando de armarlo de nuevo. En esa lo encontró su papá.

— ¡Hijuemadre, chino sinvergüenza! Le voy a sacar el radio del sieso a punta de correa...! -le dijo furioso-.

Marco Aurelio Álvarez - Una fábrica de ideas para la radio

En el fragor de la fuetera, el niño asume diversos papeles, llorando en distintos estilos y repitiendo diálogos dramáticos que había escuchado en las radio-novelas, lo que hace que la abuela Crisanta grite desde su cuarto:

— ¿Y es que ustedes están ensayando alguna tragedia griega? Porqué mejor no montan una comedia donde el niño tenga un papel divertido... y en vez de llorar, más bien ría...

El padre, ante el inesperado consejo dado por la abuela, quien desconoce la realidad del suceso, deja de pegarle a su hijo y no tiene más remedio que irse a su alcoba a desahogar la risa que le produjo la actitud del muchacho.

Quedan escasamente siete minutos para dar comienzo a la tan esperada actuación de los artistas venezolanos y el presentador nada que llega. Algunos empleados están contemplando la posibilidad de anunciar al impaciente público el aplazamiento del show. De pronto, una secretaria se asoma al vidrio de la cabina de control y le hace señas Marco Aurelio para que salga. Pero él responde con gestos histriónicos. La secretaria comprende que lo mejor es mostrarse más seria para que le entienda.

Entonces, Marco Aurelio se pone lívido. Se percata de que es posible que el patrón haya llegado y lo puede sorprender dentro del cubículo, al que le ha sido tajantemente prohibido ingresar.

Al salir, la secretaria le informa que el jefe está en el teléfono preguntando por él. Temblando, toma el aparato y escucha una voz furiosa que le dice:

— Marco Aurelio: Qué carajos hace usted dando la hora!?

— Señor Gonzalo, es que el locutor de turno amaneció con diarrea y yo le hice el favor cuando se terminó el disco...

— Pues parece que hace una hora que no sale del baño... pero bueno... ya que es tan machito con el micrófono, póngase el saco y la corbata que tengo en mi oficina y vaya al radio teatro a presentar el show...

— Pero... Don Gonzalo... yo... yo... -es lo único que acierta a decir el desconcertado muchacho-.

— Nada! -le siguió gritando el jefe-. Estoy varado en un derrumbe de la carretera, así que lo responsabilizo a usted del programa... y ¡ojo! que lo estoy escuchando...

Sorpresa, susto, alegría, temblor, mente en blanco, pasaron a ser sus siguientes emociones y cuando quiso responderle a su interlocutor, ya aquel había colgado el auricular.

Rápidamente se vistió de gala. Se aplicó un poco de loción Old Spice de Shulton, el único "pago" que había recibido meses atrás de parte del gerente. Llenó los pulmones de aire y se enrumbó al radio teatro. Le confesó a los artistas que era la primera vez que tenía semejante responsabilidad y les pidió toda su colaboración para salir del atolladero.

Anotó los nombres de los integrantes del conjunto y los presentó al público pidiéndoles que hicieran sonar sus respectivos instrumentos al compás de su llamado.

Realizó el programa con tanto ardor y gusto que la audiencia presente y los oyentes, incluido el angustiado presentador oficial y dueño de la emisora, vibraron, rieron y gozaron con sus apuntes.

A partir de entonces, quedó a cargo del programa y empezó a ganar sueldo. Su exitosa labor le merece un llamado para trabajar corno Director Artístico de Radio Santander, la emisora líder de la región, donde tuvo la satisfacción de trabajar al lado de Alvaro Fonseca Cornejo, toda una institución.

Aunque siempre se consideró un buen estudiante, sus notas no decían lo mismo. Por eso a duras penas terminó el bachillerato saltando de colegio en colegio, sosteniéndose con oficios como pintor de brocha gorda, pegador de vidrios y lavador de carros.

No se sentía a gusto en las aulas porque iba en contra de la metodología exigida en los distintos planteles donde estudió. Y de todos sus profesores, ahora recuerda al "profe Saavedra", quien exigía a todos sus alumnos el aprendizaje exacto de teorías filosóficas; pero a él le aceptaba sus "análisis", porque mostraba conocimiento de los temas tratados. A Marcó Aurelio le costaba trabajo memorizar textos; simplemente, asimilaba los conceptos y los explicaba con sus propias palabras.

Muchos años después, en la cúspide de su carrera forjada con el hierro candente de los caminos no construidos, Marco Aurelio encontró en su imaginación la mejor herramienta que le permitió abrirse en un medio tan competido y tan exigente para quienes no hayan pasado por una universidad.

La originalidad, pese a todos los títulos nobiliarios o académicos, no se adquiere; es un don que le ha servido para estar entre los grandes, granjeándose la confianza de empresarios de espectáculos y directores de radio y televisión.

Nunca tramitó su licencia de locutor, porque considera que su idoneidad y el profundo respeto que siente por el micrófono y los oyentes son suficiente credencial.

Todo lo que toca Marco Aurelio Alvarez Camargo resulta exitoso cultural y artísticamente; pero, como todo lo que tenga sabor cultural y artístico en Colombia, nunca ha sido proporcionalmente compensado en dinero; lo que sí tiene, y por montones, son amigos en cada ciudad de Colombia que recuerdan su paso.

Barranquilla, entre otras, ha sido loada con dos de sus más conocidas composiciones "Puente Pumarejo" y "Barranquilla es tu ciudad". Verdaderos himnos que identifican a la Arenosa a nivel nacional e internacional; que todo el país cantó y bailó, y que muchos ignoran que fueron creados por este santandereano, a quien parece no agotársele su fuente de inspiración.

Creador de estilos y formatos que revolucionaron la radio colombiana como los de Radio Olímpica, Radio Príncipe, Radio Universal y Universal Estéreo, con la cual fue pionero a nivel nacional en la difusión de música popular bailable en la banda FM, hasta entonces reservada exclusivamente para música clásica y brillante.

En Barranquilla se le recuerda por las famosas "Noches de Cumbia" del Hotel El Prado, donde cosechó entrañable amistad con lo más granado de la música colombiana.

En ese mismo establecimiento se desempeñó por más de diez años como maestro de ceremonias del Carnaval y en una ocasión cometió la "irreverencia" de poner a bailar garabato al mismísimo Presidente Carlos Lleras Restrepo, famoso por su carácter adusto, pero Marco Aurelio, en complicidad con el público, lo animó de tal manera que el dignatario no tuvo más remedio que romper el protocolo en medio del temor de su cuerpo de seguridad.

También recuerda, sin presumir, que posiblemente él fue quien primero propuso la construcción de un estadio -que posteriormente sería el Metropolitano- cuando, acolitado por la Orquesta Los Melódicos y acompañado por el público, al saber que entre los asistentes estaba el Presidente Misael Pastrana Borrero le montó un coro que decía:

— "Señor Presidente, hágale un estadio a Barranquilla".

Hoy desarrolla una exitosa, labor en la cadena RCN presentando entre otros el programa de humor "La Zaranda" y programas especiales de boleros en Amor Estéreo, donde se da gusto transmitiéndole a los oyentes todo lo aprendido como insaciable devorador de textos de farándula.

Pero nada ha superado todavía la emoción que sintió cuando fue llamado a trabajar como voz comercial del inolvidable Marcos Pérez Caicedo, quien en compañía de Jaime Jiménez transmitió desde Barrancabermeja el Campeonato Nacional de Béisbol de 1965 cuando Atlántico se coronó campeón por primera vez.

Allí conoció al legendario Álvaro Cepeda Samudio, quien más tarde le abriría las puertas de la radio barranquillera donde encontró gran apoyo en ilustres locutores corno Efraín Peñate Rodríguez e Isaac "Chaco" Sénior, y empresarios como los hermanos Navarro y los hermanos Char Abdala, quienes le respaldaron en el montaje de eventos inolvidables con artistas corno Julio Iglesias, Raphael y Camilo Sesto.

No podía faltar un lugar especial en sus recuerdos para Jimmy Salcedo quien lo llevó a la Televisión Nacional, dándole libertad para crear y presentar programas como La Feria de la Alegría y Nostalgia. Hoy no se cambia por nadie disfrutando la presencia de su primer nieto, nacido de su hija Mónica.

Aunque nunca ha grabado una cuña comercial, ha compuesto más de 1.000 jingles y considera que lo único permanente es el cambio, por eso cada día llega a la emisora con una nueva y revolucionaria idea. Ese torrente creativo es lo que lo ha mantenido vigente durante tantos años en el difícil campo de los medios de comunicación.

 

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