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Una consulta con el síquico del ex-fiscal Iguarán

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María Jimena Duzán - Periodista - Bogotá, Colombia

Autora: María Jimena Duzán

Llevo cinco minutos en su consultorio oyendo el mantra de Swami Brahmdev, uno de los maestros de la meditación que sigue Armando Martí, el psíquico que saltó a la fama, por haber sido contratado por el fiscal Mario Iguarán; aunque cueste creerlo, hasta este consultorio vino varias veces el fiscalIguarán, siguiendo los pasos de su antecesor, el ex fiscal Osorio, otro de sus asiduos pacientes.

Pero no solo vienen políticos extraviados de la talla de Moreno de Caro, ni poderosos funcionarios que no pudieron con el peso de sus responsabilidades; también lo frecuentan los familiares de secuestrados que en algún momento se han sentido desahuciados por el Estado; todos vienen a este consultorios con la esperanza de que Martí les diga algo la realidad sobre sus seres queridos.

En un país serio, un psíquico como Martí no pasaría de ser un charlatán bien educado, que se lucra de los incautos; en un país como Colombia, donde la impunidad pesa más que el imperio de la ley, los psíquicos terminan convertidos en oráculos todopoderosos, y yo, que no creo en nada de estas cosas, vengo a ver cuál es su gracia, si es que la tiene.

La espera termina y el psíquico aparece; todo en él parece hindú, aunque en realidad sea oriundo de Popayán. Dice que todo lo que sabe lo ha estudiado a fondo: es un experto en logoterapia, en hipnosis y en lo referente a lo de las profecías, explica que, siendo aun jovencito, desarrolló una capacidad de observación similar a la de las mujeres, que le permitió tener un “sexto sentido”.

Me explica que ese consultorio está dedicado a lidiar con pacientes con problemas de pánico, de estrés y de adiciones. Con una locuacidad que embolata afirma que él practica una escuela fundada por un judío que estuvo en un campo de concentración y que desarrollo la teoría de que todos los seres humanos tenemos un inconsciente espiritual que nos impulsa a ayudar al otro, así estemos en las peores condiciones.

Iguarán, exfiscal general de la naciónSuena muy convincente, hasta que me explica su experiencia en los viajes hipnóticos, en los que los pacientes logran establecer comunicación con sus seres queridos que están secuestrados, como el que realizo con Yolanda Pulecio, la mamá de Ingrid Betancourt, en la desesperación por saber si su hija seguía viva. Según Martí, Yolanda logró, en ese viaje hipnótico, conversar con su hija y darle fuerzas para que siguiera viviendo, semanas antes de que se produjera la Operación Jaque.

Aunque Martí no me lo haya dicho, sé que no todos esos viajes hipnóticos le han salido bien; una familia, cuyo hijo lo había secuestrado el paramilitarismo, acudió a él para que les dijera si aún estaba vivo y les respondió que sí, pero que no quería saber nada de ellos. Al poco tiempo de esta cita, los paras les informaron que ellos lo habían matado.

Por no hablar del viaje hipnótico que le hizo a la esposa del entonces ministro de Salud y Trabajo, Juan LuisLondoño, en el que, según cuenta Martí, el funcionario pudo hablar con ella a través de un celular imaginario, que de patentarlo acabaría con el negocio de Comcel (hoy Claro). Fue en esa comunicación que Juan Luis le habría hecho saber a su esposa las coordenadas donde se encontraba estrellada la avioneta en la que él mimo pereció.

Te voy a hacer el mismo tratamiento que le hice al fiscal; recuéstese por favor”, me dice; “Lo que te voy a hacer es una sesión que permite quitar el temor a hablar en público”; lo miré y le dije que ese no era precisamente el temor que mas me preocupaba; hizo caso omiso a mi petición y siguió: “Miraal frente detenidamente“–cosa que hice-; veo una pantalla con colores que se funden en formas sugestivas; me dice que oiga su voz, “pon los ojos en loscírculos y nos los muevas; siente cómo la música penetra espacios y pliegues a los que nunca habías llegado; entiende que tú eres una persona que cuando se propone algo lo consigue: ¡Tú puedes!.., ¡Tú puedes”. En esa exaltación me tuvo casi diez minutos, y debo decir que en algún momento casi me pierdo entre tanto tantos movimientos circulares.

Volvía a oír su voz: “Eres consciente de lo que te estoy diciendo; mira fijamente los círculos y cuando oigas un sonido moverás los ojos”; sobra decir que los abrí antes. Me levanté del diván para pasar a otra sala en la que me hizo unas preguntas ya más personales:

Con qué color dirías tú que identificarías tu vida privada: con el rosa o con el purpura?”; le contesté que el purpura, desde luego, pues desarrollé una aversión a todo lo que es color rosa, por culpa de la Barbie. Mientras Martí me hacia otras preguntas, yo me devanaba los sesos pensando en las respuestas que le habría dado el fiscal Iguarán a este interrogatorio.

Eres una persona normal”, me dijo finalmente, conclusión que recibí como un cumplido. Luego sacó el péndulo y me dijo que sí quería saber de qué estaba enferma; yo le dije que no, que no era una mujer masoquista y que prefería vivir en la ignorancia. Él insistió y terminé con un reguero de males que nunca habría imaginado que tuviera. De lo único que puedo estar tranquila es de que, según Martí, no tengo cáncer.

En esta última sesión, me explico Martí, al paciente se le pregunta qué sintió a lo largo del tratamiento: ¿Quieres decir algo?, me preguntó. Le respondí que no tenía mayor cosa que manifestar, aunque en realidad sí hubiera querido decirle que todo esto me parecía una farsa muy bien montada.

Si quieres expresarlo de otra forma, puedes tomar estos guantes y golpear esta bolsa deboxeo”, agregó. Yo tomé los guantes y le di unos golpes al bulto, mientras me imaginaba al fiscal pegándole a esa bolsa como un desaforado. No fui capaz de decirle lo que pensaba en ese momento, pero se lo digo ahora: no me descrestó; lo único envidiable es su labia.

 

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