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Una historia de Revolución Femenina

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Natalia Springer Fue decana de la facultad de Ciencias Políticas en la universidad Jorge Tadeo Lozano. También, fue columnista del periódico El Tiempo y actualmente escribe para la revista GENTE y es analista política de LA FM. Autora: Natalia Springer

La historia que voy a contarles sucedió en Irán y recuerdo bien que la mujer se llamaba Farah, nombre que significa “alegría”. Farah pasaba los días hilando seda al lado de su suegra, y se hacía cargo de la familia y de la familia de su marido.

Era una mujer dueña de un rostro delicado, de ojos grandes y expresivos, y una hermosa figura. Parecía una joven novia, aunque se había esposado a los 14 años y ya alcanzaba los 20, aún sin concebir. Con los días el esposo empezó a sospechar.

Tal vez Farah impedía la concepción para humillarlo –pensaba él mientras urdía dentro de sí una rabia abrasadora- tal vez pensaba abandonarlo. Un día se aferró a la idea de que no le daba hijos porque lo engañaba con oro hombre, con muchos, quizás.

Era demasiado hermosa. En ausencia de los hijos, seguramente encontraría la forma de escapar con otros. Ese día empezó a golpearla. Por supuesto, el maldito no tenía razones, Farah le era fiel, pero para él, como les sucede a muchos hombres, ella era una posesión que no estaba dispuesto a compartir con nadie.

Una mañana, envenenado por el odio y con toda premeditación, vertió una botella de ácido en el bello rostro de la mujer. La dejó ciega.

El caso llamó la atención de la prensa porque Farah había conseguido que el tribunal de justicia, presidido por el gran Ayatollah Abdul-Karim Musavi Ardebily, en la ciudad sagrada de Qom en Irán, considerara su clamor bajo el código penal basado en el sistema coránico de retribución: ojo por ojo.

El tribunal invirtió un largo período en examinar el comportamiento de Farah, si había sido infiel o si su comportamiento, tal vez “indigno” o “sucio”, justificaban el castigo de su marido. La defensa estuvo a cargo de la propia víctima bajo sospecha, culpable de su propia desgracia hasta que se demostrara lo contrario.

Finalmente, el Ayatollah no tuvo más remedio que reconocer que Farah no había cometido ninguna falta. Demostrada la inocencia de la mujer, el Ayatollah se dispuso a tasar el “precio en sangre”, esto es, el valor en dinero de su sufrimiento y pérdida.

Pero Farah no lo quiso así: “Quiero sus ojos”, exigió (*No fue pendeja, como decimos los santandereanos). Entonces, el Ayatollah autorizó a la familia para que implorara su clemencia.

La mujer no quería el dinero, no había perdón en su corazón, deseaba que se cumpliera la justicia del Talión: “Un ojo por otro”, volvió a repetir al final de los ruegos.

Característico atuendo de las mujeres musulmanasEl juez lo concedió: Tenia derecho, exactamente en las mismas condiciones, a dañar a su marido. Solo que las mujeres, según la ley, no valen lo mismo que los hombres (?), tan sólo la mitad, por lo que el juez determinó que ella podía quedarse con el dinero de sangre y, además, tenia derecho a sacarle un ojo a su marido, con una cuchara de metal y bajo estricta vigilancia. Si Farah se hubiera excedido, entonces él habría tenido el derecho de reclamar el doble por el daño extra causado.

Este caso no deja de producirme inquietud, especialmente ahora, cuando el Oriente Medio atraviesa lo que en occidente parecemos interpretar, contagiados por un cándido entusiasmo, como una ola de democratización y de modernización:

  • ¿cuál es el rol de las mujeres en esta “revolución”?
  • ¿Cuál será su situación en los nuevos gobiernos?
  • ¿Cómo se traducirá esta transición en sus condiciones de vida, su realidad de derechos menguados, de silencio y de obediencia?

Nadie lo sabe. Bien se puede tratar del principio de una revolución de lo femenino, o puede conducir a un retraso significativo en sus condiciones.

La historia es sabia en tal sentido, y a esta lección no se escapa ni la misma revolución francesa que proclamó la libertad y la igualdad entre los hombres, pero se negó a abolir la esclavitud. Esto produjo un enorme impacto en las colonias, especialmente en Haití, que se había alineado del lado de los emancipadores.

Fueron estos hechos los que motivaron la independencia de Haití, que se convirtió en la segunda nación libre del continente, después de EE.UU, a un incalculable costo, que aún sigue pagando. Por eso me pregunto hoy si la revolución democrática es también una revolución para las mujeres en el Oriente Medio, un proceso que nos permitirá escuchar una voz emancipada, o si se trata tan solo de una transición de poder, que tal vez profundice la inequidad y valide la injusticia. Será que, como Haití, ¿tendrán que declarar ellas mismas su independencia?

Y de ser así, ¿a qué precio?

 

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