Autor: Gustavo Alvarez Gardeazábal
La chinkunguña solo nos da a los calentanos. En Bogotá no se reproduce el mosquito que la contagia. Por eso no le han querido dar importancia, pero es una peste.
Es terrible. Comienza con un dolor en las coyunturas, en las muñecas, en los tobillos. Después dos o tres días de fiebre alta y a quedarse tieso una semana porque cualquier movimiento hace retorcerse del dolor.
En Riohacha y en Cartagena, en Cúcuta y en la Costa Pacífica la peste avanza. Para curarla no recetan sino acetaminofén y hasta el más pobre dizque tiene que ir al médico para que le receten lo mismo y no le adviertan que no puede tomar aspirina ni que debe beber licor por varias semanas.
Son miles los que hoy día se retuercen en Colombia. El ministerio de salud le sacó primero el cuerpo porque la prevención según la ley les toca a los alcaldes. Y como ellos no tienen plata suficiente para repartir toldillos o repelentes o venenos para fumigar, se quedaron haciendo propaganda pendeja para que la gente no acumule agua en recipientes, llantas viejas o charcos.
La peste avanza. Minsalud no reparte toldillos. La oficina de atención de desastres no regala repelentes. No hay quien fumigue, pero siguen gastando plata en comerciales inocuos donde no enseñan cómo manejar la enfermedad. En cambio, promueven la congestión de las urgencias de hospitales y clínicas.
Si la peste del chinkunguña diera en Bogotá, ya habría hasta carrusel de contratación para fabricar toldillos. Pero como es en la tierra caliente, ¡que se jodan!.