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Espirales y Laberintos: Claves del sentido de la Creación

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Santiago Camacho - Escritor Mexicano

Autor: Santiago Camacho - Periodista, Escritor, México, México

Como si fuesen la firma de una inteligencia suprema estas formas están inscritas a todos los niveles del espacio y el tiempo. Las hallamos en las galaxias, en el sistema solar, en el código universal de la vida, en la religión y en el arte de todas las culturas humanas.

Pero, ¿cuál es su significado más profundo?, ¿cuál es el sentido último del mensaje que nos transmiten y qué relación tienen con nuestra propia existencia como hijos de las mismas estrellas que iluminan nuestro destino?

La Tierra nació a partir del movimiento en espiral de una nube de gas y polvo cósmico. Desde entonces, las espirales forman parte de nuestro entorno cotidiano. Podemos contemplarlas en todas las escalas posibles, tanto en el espacio como en el tiempo.

La propia naturaleza eligió dicha forma para su crecimiento y desarrollo. La forma helicoidal está presente en lo más recóndito de los seres vivos, como en la doble hélice del ADN (ácido desoxirribonucleico) que codifica nuestra herencia.

El cuerpo humano también contiene la triple hélice del cordón umbilical -formado por dos arterias y una vena-. Tenemos remolinos en el pelo, rizos o tirabuzones.

Las huellas dactilares, las glándulas sudoríparas y los folículos pilosos , así como la estructura torsionada de algunos huesos y el caracol de nuestro oído interno -una de las espirales más perfectas- también evocan la misma forma, que asimismo observamos en las olas que culminan enroscándose, en las conchas de los caracoles, el movimiento de los ciclones o tornados y las curvas espirales divergentes o centrífugas de las galaxias.

Todos estos casos constituyen ejemplos de cómo la naturaleza repite una y otra vez este motivo que nos acompaña desde que nació el sistema solar. Al fin y al cabo, éste es una espiral que integra otra mucho mayor: el inmenso remolino de la Vía Láctea, que gira vertiginosamente en el espacio repitiendo el mismo motivo.

Tal vez por ello, dicha forma se convirtió desde tiempos remotos en uno de los símbolos más universales de la Humanidad y la encontramos en todas las civilizaciones como un leitmotiv omnipresente.

En las culturas precolombinas, el dios de la lluvia, Tlaloc, era representado saliendo de la boca de un caracol gigante, y Quetzalcóatl estaba estrechamente relacionado con caracoles marinos. Para los mayas , el solsticio de invierno era el momento cero en su cosmología y la espiral simbolizaba ese origen.

La Venus de Milo fue representada girando sobre sí misma en movimiento ascendente, con su parte superior desnuda y la inferior cubierta, como si estuviese abandonando el ropaje de la materia en su ascenso en espiral.

Espiral

El caduceo hermético, con el doble enroscamiento de las serpientes, reproduce la misma forma que el doble movimiento de los Nâdi, unos canales situados a ambos lados de la columna vertebral que ciertas prácticas yóguicas ponen en movimiento a fin de lograr el despertar de la Kundalini, para que ésta ascienda hasta el chakra (vórtice energético) situado en la cabeza. Todas estas configuraciones serpentinas reiteran idéntico leitmotiv .

En la Venus de Milo se hace presente la espiral, ya que la figura gira sobre sí misma y en movimiento ascendente.

El antiquísimo símbolo del Yin y Yang, es también una forma de espiral que carece de principio y fin. Todo se expande y multiplica, dando origen a la dualidad, para regresar de nuevo a la divinidad, una vez finalizado el proceso.

En el Hinduísmo, la doble espiral representa la evolución, partiendo de su centro, y la involución, regresando al mismo. Es el Kalpa y el Pralaya, nacimiento y muerte.

Para numerosos pueblos africanos, esta forma simboliza la dinámica de la vida y la expansión de los seres dentro de lo manifestado. Entre los Dogón, representa la semilla de Amma; es decir, el verbo o palabra de Dios.

Este concepto se expresa mediante una espiral de cobre rojo que da tres vueltas en torno a una vasija de barro. Entre los germanos, el mismo signo rodeaba el ojo de un caballo unido a un carro solar, que representaban la fuente de toda luz.

Una clave arquetípica

No cabe duda de que estamos ante un arquetipo de nuestra psique más profunda : el inconsciente colectivo de C. G. Jung. Podemos imaginarnos el descenso de esta forma espiro-helicoidal desde el espacio, representando así el recorrido que efectúa la energía universal para que, atravesando distintos planos, niveles y estadios del Cosmos, en su descenso se convierta en energía cada vez más densa, hasta alcanzar el estado de la materia, tal y como la conocemos. Si el recorrido es efectuado en un sentido inverso -es decir, ascendente-, representará entonces la evolución.

Si trasladamos la forma helicoidal en el espacio y en una dirección horizontal determinada, irá tomando el aspecto de un muelle y también simbolizará el proceso evolutivo humano. Este movimiento de hélice codifica el desarrollo y la continuidad de los distintos estados de la existencia. Estos se repiten, pero siempre en planos diferentes.

Los grados de la Iniciación también siguen el mismo modelo. Por eso suelen expresarse gráficamente bajo la forma de una escalera de caracol ascendente. «El Dragón del Conocimiento» o «la Serpiente de la Sabiduría» , aparecen con frecuencia enroscados en las columnas de algunos templos, partiendo de su base, que es la representación de lo físico y material, para ir subiendo en una lenta ascensión hacia lo superior y lo trascendente.

Como las espirales , tampoco los laberintos son patrimonio exclusivo de una u otra filosofía, religión o cultura. Ya desde la noche de los tiempos aparecen petroglifos esparcidos por todo el mundo con este motivo.

Con el tiempo, dichas formas geométricas abandonaron las lajas pétreas para incorporarse al hábitat del ser humano, apareciendo en puertas y ventanas, y convirtiéndose en motivos ornamentales recurrentes de la orfebrería y la cerámica.

Así fue como pronto llegaron a formar parte de la arquitectura. Palacios, ermitas, iglesias y catedrales poseen espirales y laberintos de todo tipo.

En todo caso, no siempre implican alusiones iniciáticas. En numerosas ocasiones, fueron escogidos simplemente como elementos decorativos para embellecer un volumen arquitectónico, un muro o el capitel de una columna. Pero incluso en estos casos su selección nos revela que estamos ante una expresión formal que impregna el psiquismo humano más universal.

Sin embargo, cuando las espirales y los laberintos poseen un significado esotérico, generalmente aparecen junto con otros elementos indicadores de que nos encontramos ante un lugar trascendente y frente a símbolos que nos desvelarán su contenido, ayudándonos a proseguir nuestra experiencia de adquisición de nuevos conocimientos.

Estas espirales, y sus múltiples variantes que pueden observarse a través del ancho mundo, han sido también utilizadas como esquema del laberinto, símbolo que nos permitirá abrir otras puertas y alcanzar otros horizontes.

El laberinto de Abydos, en Egipto, era conocido como «el caracol». De forma circular, en sus pasillos se celebraban las ceremonias iniciáticas de los antiguos Misterios, al igual que sucedía en Newgrange, Irlanda, en cuya entrada se erigía una piedra con el símbolo de la espiral.

Cuando se trata del mundo apasionante de los laberintos es obligado citar a Teseo y al Minotauro. Pero nuestra intención no es recordar este mito, sino más bien dilucidar su posible significado.

Cuando el príncipe Teseo llega a Creta y enamora a Ariadna, hija del rey Minos, obtiene de ella un ovillo para poder penetrar en el Laberinto. En realidad se trata de un huso con hilo que irá desenvolviendo a medida que penetre en su interior. Una vez muerto el Minotauro, y cuando Teseo recoge el hilo enrollándolo de nuevo, lo hace de forma perfectamente circular.

Huella DactilarEste huso alargado de Teseo representa las imperfecciones de su ser interior, que necesita desenvolverse y pasar por una serie de pruebas. La esfera que construye al recuperar el hilo simboliza la perfección lograda, una vez que completa ese proceso y sale al exterior.

En algunos vasos encontrados en el Ática vemos la figura de Teseo portando un hacha de doble filo que recibe el nombre de Labris y que fue el arma del dios Ares-Dionisos, quien recorrió el primer laberinto.

En el interior del laberinto

El hacha o la espada han sido siempre emblemas de la voluntad. Para abrirnos paso dentro de nuestro propio laberinto es necesario ante todo esta fuerza rectora. El hilo que sirve para encontrar el camino de regreso es la memoria, que nos evitará caer en los mismos errores que en el pasado. En realidad, Ariadna entrega una clave, una solución personal. El Minotauro es la materia, lo físico y mundano que nos atrapa como una cárcel, igual que a Teseo.

Cuando se comprenden los símbolos del mito, también se adquiere el conocimiento de cómo hallar la salida al exterior desde el corazón del laberinto. Entonces nuestro Teseo interior puede despertar, destruir al Minotauro y conseguir así la libertad.

El laberinto es, esencialmente, un cruce de senderos que se mezclan en un espacio lo más reducido posible para retardar el acceso al centro que se desea alcanzar. Se trata de un viaje iniciático, sólo permitido a los elegidos. En ese sentido, este simbolismo tiene íntima relación con el mandala que suele presentarse con aspecto laberíntico y posee las mismas propiedades.

Estamos ante el sentido último de la aventura del Yo que, una vez alcanzado el objetivo, pasa de las tinieblas a la luz y de la ignorancia al conocimiento. En este sentido, el símbolo representa la victoria de lo espiritual sobre lo material, de la inteligencia sobre el instinto y de lo eterno sobre lo perecedero.

Tal vez los laberintos más conocidos, sean los que realizaron en las catedrales góticas francesas -durante los siglos XII y XIII- los maestros constructores pertenecientes a gremios herméticos, como los llamados «Hijos de Salomón» , sobre quienes planeaba la sombra alargada de la Orden del Temple.

Poitiers, Amiens, Arras, Reims, Bayeaux, Mirepoix, Saint-Omer, Toulouse y Saint-Quentin, entre otras, poseen laberintos octogonales, cuadrados o redondos, como en el caso de la catedral de Chartres, una de las más conocidas, cuyo laberinto está basado en la geometría del círculo.

Precisamente, estas formas reproducidas en el pavimento de las catedrales eran conocidos en la Edad Media con el nombre de «Camino de Jerusalén» . Pero no se trataba de evocar la imagen de la ciudad histórica, sino de la «Jerusalén Celeste».

Los secretos del rey Salomón

Interior de la Catedral de ChartresEste recorrido iniciático formaría parte de uno de los muchos secretos que se atribuyen al rey Salomón y, en consecuencia, dichas representaciones tan recurrentes en las catedrales europeas recibieron el nombre de «Laberintos de Salomón» .

El centro de éstos es un punto arquetípico en el cual reside el Principio Supremo que es necesario buscar. Dicho punto se encuentra en el espacio sagrado y ordenado del templo.

Constituye el lugar secreto y oculto al profano al cual sólo se puede acceder atravesando el mítico laberinto que va del atrio al altar, de la periferia al centro del templo, en un periplo que evoca al del psiquismo humano durante el proceso iniciático de búsqueda.

La idea de viaje o «navegación», está incluida en el lugar del edificio que se atraviesa y que, significativamente, se denomina «la nave», orientada generalmente de Este a Oeste, en correspondencia estricta con el recorrido que realiza el sol desde el alba al poniente. Al mismo tiempo, resume también la ruta de peregrinación a Tierra Santa, convirtiéndose en una geografía sagrada en cuyo centro reside el Espíritu.

Todos, sin excepción, poseemos ese hilo de Ariadna que nos permite recorrer nuestro propio laberinto y destruir al Minotauro, que impide alcanzar niveles superiores de conciencia. Espirales y laberintos son el testimonio de ese parpadeo cósmico que es el hombre y de su esfuerzo espiritual para trascender su condición y eternizarse.


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