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El poeta de los niños, 100 años después

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Recordando a Rafael Pombo, quien murió hace 100 años traemos a la memoria ciertos datos interesantes de la vida de sus antepasados: su abuelo, Manuel, firmó el Acta de Independencia; su padre, Lino de Pombo, fue uno de los defensores de la heroica Cartagena de Indias, del asedio de Morillo; prisionero, fue enviado a España, donde participó en el levantamiento de Riego.

Poeta Colombiano Rafael PomboDe regreso, en 1827 casó con Ana María Rebolledo, de una prestante familia del Cauca; Santander lo nombra Secretario del Interior y Relaciones Exteriores. Parte entonces para Bogotá con su esposa embarazada, quien da luz a su hijo Rafael frente a la puerta principal de la Casa de la Moneda, el 7 de noviembre de 1833.

A los ocho años ya sabía leer y escribir, “edad desde la cual intenté hacer versos, empleando algún tiempo todos los días en leer obras de poesía que encontraba a la mano”; o sea, desde 1847 es factible encontrar versos fechados por Rafael Pombo, lo cual da mal contados casi 1.400 poemas de su propia inspiración.

Con innegables aciertos y deplorables caídas y con una multiplicidad de tonos, formas y motivos que resulta difícil considerarlos obras de un solo poeta; el poeta amoroso, el patriótico, el costumbrista, el poeta de la naturaleza, el de los niños; el poeta que se hace pasar por Elda, poetisa bogotana; el poeta traductor del inglés y el latín, el poeta festivo que llena álbumes de admiradoras, en fin, el poeta humorístico.

Setenta y nueve años son muchos en un país que parecía inmóvil en la aparente ruptura del orden colonial, pero que era también el foco de muchos debates políticos –centralismo, federalismo, económico, religioso, incipiente y social-; golpes de cuartel, como el del general Melo, contra el cual luchó Rafael uniéndose al gobierno legitimista de José María Obando. Igual, Pombo fue un entusiasta estudiante de ingeniera en la Escuela Militar, donde se graduó en 1851.

El ingeniero, el dibujante, el poeta, el que divierte a los niños, el lector y admirador de Lord Byron, de los románticos españoles –Espronceda, el Duque de Rivas, Campoamor- de José Eusebio Caro-, a los 20 años ya había visto tres revoluciones, “y mi Patria cada vez mas desgraciada”, como lo recuerda Héctor H. Orjuela en su pionera y muy útil biografía de Rafael Pombo.

Hay un punto que vale considerar: Pombo no publicó en vida ningún libro con sus versos, y en su Diario intimo, publicado en 1913, dirá: “Yo estoy enfermo, gravemente enfermo; mi alma ha devorado mi cuerpo; mi vida es una alternativa de delirante entusiasmo y desaliento mortal que me mantiene en la fiebre o la postración”.

Siguiendo el Diario, en 1855 escribía: “Nunca me agrada completamente lo que el día anterior he hecho; por esto he dejado de concluir mil cosas, he dejado de publicar otras mil; lo que no me sale entero de un golpe, ahí se quedó. Si no fuera por eso, ya habría hecho algo formal”.

Verdugo insensato de sí mismo; este funesto yo mismo que es el objeto que mas me atormenta”.

Encontramos entonces en Rafael Pombo una oscilación entre el contemplativo y el activo. El que, entre 1855 y 1872, vive en Estados Unidos, como secretario de la legación colombiana, con el embajador Pedro AlcántaraHerrán y más tarde, como periodista independiente, y luego traductor para la editorial Appleton de dos libros: Cuentos pintados para niños, de 1867, y Cuentos morales para niños formales, de 1869.

A partir de poemas, fabulas, juegos verbales y moralejas en inglés, Pombo crea una de las series más populares de las letras colombianas; el hombre de ojos saltones, frente muy amplia, fue toda su existencia un solterón, fracasado en innumerables tentativas amorosas, donde la imaginación desatada compensaba las indecisiones, postergaciones y torpezas de su impaciente fascinación por una u otra mujer, así sea en Popayán o Nueva York.

Por ella dirá, refiriéndose a lo que pudo ser y no fue, que posee “la cruel revelación de un desengaño, la atroz sonrisa de un remordimiento, la rosa de una tumba”.

Pombo reconoce entonces la impaciencia de su carácter, la dispersión de sus muchos proyectos, el autoanálisis que lo lleva a concluir “no sirvo para nada, sino para hacer versos”.

(Juan Gustavo Cobo, “Ámbito Jurídico”, extracto)

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