Carmen Rosa Pinilla Díaz
Pensionada, Historiadora - Bucaramanga, Colombia
El 25 de mayo, Bolívar emprende su viaje a la Nueva Granada. Componíase el ejército de los batallones de infantería, “Rifles”, “Bravos y Páez”, “Barcelona”, y “Albión”; la caballería se formaba del regimiento nombrado “Guías de Apure”, de los escuadrones de lanceros del Alto Llano de Caracas y de uno de carabineros.
La infantería, nombrada de Retaguardia, era comandada por el General Anzoátegui, y la de Vanguardia la dirigía el General Santander. Eran muy graves las dificultades de la empresa que arremetía Bolívar, las que hubieran arredrado a otro genio menos audaz y emprendedor.
Aquella época del año era de invierno riguroso en los Llanos, cuando no cesan esos torrentes de lluvias que hacen salir de madre todos los ríos y caños, que hacía de los llanos un terreno inundado y totalmente pantanoso. Operaciones tan difíciles y arriesgadas habrían sido imposibles con otros hombres que no fueron los llaneros; pero componiéndose en su mayor parte el ejército de Bolívar de estos soldados, ellos triunfaron de tamaños problemas.
Teniendo a su cabeza al Libertador y a otros valerosos jefes de la Independencia, el ejército llegó en pocos días a Guadualito. Allí encontró el Libertador al General Páez, que había hecho todos los aprestos encomendados a su cuidado.
Después de algunas conferencias, los dos jefes acordaron que Páez se quedara en el Apure con mil hombres de caballería, destinados a obrar sobre la provincia de Barinas y hacia los valles de Cúcuta. Quería también que Páez entretuviera a la quinta división del ejército expedicionario, regida por el mariscal Latorre, para que no se internase en el Nuevo Reino, ni auxiliara a la tercera división que allí existía.
Ya para el 11 de junio (1819) el resto del ejército había pasado el Arauca sin novedad alguna y entonces se conoció con fijeza en el ejercito cuál era la ruta que el general Bolívar iba a tomar, y quien se unió en Tame, pueblo de la provincia de Casanare.
Dificultades en el paso de los Andes
Ya Bolívar con sus tropas se hallaban al pie de la gran cordillera de los Andes. Acaso eran mayores las dificultades que aún debía superar el Libertador. Todas sus tropas estaban prácticamente desnudas por los trabajos de la campaña del Llano, por la inclemencia del tiempo y la escasez de recursos.
En su mayor parte se componía de hombres acostumbrados a los climas ardientes de Venezuela y debían montar la cordillera, casi hasta el término de la nieve perpetua y sufrir el intenso frio de sus heladas cimas; era también necesario conducir las municiones, víveres y equipajes en caballerías de los Llanos y éstas son incapaces de resistir el frío, la diferencia de pastos y los terrenos pedregosos de la cordillera, pues los caballos carecen de herraduras, desconocidas en los llanos, así casi todas pierden la vida en los páramos.
A tamaños obstáculos se añadían otros; aun suponiendo que el ejército de Bolívar atravesara la cadena de los Andes, le amenazaban mayores riesgos en la falda occidental de la cordillera. Sus pocas avenidas estaban vigiladas cuidadosamente por la tercera división del ejército expedicionario, que tenía en la Provincia de Tunja cerca de tres mil cuatrocientos hombres de infantería y más de cuatrocientos jinetes.
El Coronel de Infantería, don José María Barreiro era el Comandante General de esta división. Todas las tropas españolas que guarnecían a la Nueva Granada tenían moral, disciplina y abundaban de cuantos recursos eran necesarios para rechazar cualquiera invasión de los independientes.
A pesar de tantas dificultades como se presentaban, Bolívar no dudó ni un segundo en emprender la arriesgada campaña que había proyectado. La estación todavía era cruda, pues los ríos se habían salido del cauce por el invierno. Pero como era necesario seguir adelante para no dar tiempo a Morillo, el ejército ser dirigió hacia la cordillera por el camino de Morcote, con el designio de atravesar el páramo de Pisba.
A las cuatro jornadas ya se habían inutilizado casi todas las caballerías que conducían los equipajes y una gran parte del ganado en pie que iba de repuesto. El 27 de junio la vanguardia mandada por el General Santander venció en la fuerte posición de Paya, las primeras tropas avanzadas de los enemigos; los fugitivos fueron a dar parte a los realistas de que los insurgentes se acercaban.
Ascenso al Páramo de Pisba
Decidida la prosecución de la campaña, las marchas continuaron para atravesar la gran cordillera de los Andes; fueron indecibles los trabajos y fatigas que sufrieron en aquellas heladas y escabrosas cimas; cientos murieron en el páramo por la intensidad del frío; algunos desertaron y volvieron al llano, otros cayeron enfermos.
Los cuerpos de caballería, cuyo valor inspiraba total confianza, quedaron muy disminuidos, perdiendo sus caballos, sus monturas y hasta sus armas; el soldado las tiraba, pues no se detenían por nada, buscando salir lo más rápido posible y liberarse del frio; las municiones quedaron abandonadas, porque no hubo caballerías que pudieran transportarlas.
El ejército independiente estaba reducido a la más mínima expresión, pareciendo imposible resistir al español. Si en aquellos peligrosos momentos los realistas hubieran atacado, sin duda los habría destruido con mucha facilidad.
En tan lamentable estado, el 6 de julio (1819) apareció el ejército libertador en el pueblo de Socha, perteneciente a la Provincia de Tunja, sobre el fértil y hermoso valle de Sogamoso, donde el Coronel Barreiro tenía su Cuartel General.
La proximidad del enemigo aumentaba los peligros de los independientes, cuya situación era muy lamentable. Pero en ningún momento desplegó Bolívar más energía ni mayor firmeza y actividad. En operaciones tan importantes es auxiliado eficazmente por los distinguidos jefes que le acompañaban, los generales Soublette, Anzoátegui y Santander; éste era el que más trabajaba y a él se debió, en gran parte, el éxito feliz de la campaña.
La repentina aparición del ejército republicano sobre el valle de Sogamoso en el corazón de la Provincia de Tunja, fue un golpe eléctrico que puso en agitación a todos los patriotas ansiosos de libertad. Conmovidos los habitantes de la Provincia de Tunja, enviaron a Bolívar noticias sobre los realistas, caballos, armas que mantenían ocultas y cuantos socorros podían necesitar los soldados.
Algunos corrieron a alistarse en sus filas y en breve se unieron a los republicanos muchos hombres que deseaban con ansias libertarse del pesado yugo español.
Hacía cinco días que el ejército descansaba de sus pasadas fatigas y privaciones, cuando el enemigo se presentó, sobre Corrales y Gàmeza, con más de dos mil hombres de infantería y ciento ochenta de caballería. Al amanecer del 11 de julio (1819) marcharon las divisiones Santander y Anzoátegui al encuentro de los realistas.
El primer batallón de “Cazadores” y tres compañías más, pasaron el Gàmeza cono un arrojo sin igual, bajo el fuego del enemigo. Después de combatir los republicanos por ocho horas posiciones tan formidables, sufrieron la pérdida de algunos valientes Oficiales, causando aún mayor pérdida al enemigo.
Luego que se reunieron los cuerpos que no habían podido hallarse en la acción de Gàmeza, el Libertador viendo cuán difícil era forzar las posiciones que dominaba el enemigo, desistió de su primer intento de invadir el valle de Sogamoso.
Entonces, el Coronel Barreiro se sitúa y fortifica en los molinos de Bonza, cubriendo así el camino que conducía a la capital del Virreinato, mientras Bolívar fijaba sus estancias en los Corrales de Bonza, el 20 de julio. Esta era una fuerte posición que tenía grandes ventajas para el ejército independiente y que el enemigo no podía forzar.
Desde allí dominaba el Libertador los hermosos y fértiles valles de Cerinza y Sogamoso, dedicándose a reparar, en lo posible, los problemas de sus tropas. Se hallaban desnudas y muy poco se podía hacer para vestirlas, porque en los pueblos ocupados no había telas, ya que los realistas habían recogido todo lo que pudiera servir.
Bien necesitaba el ejército de todos estos auxilios; las tropas habían ocupado un país devastado y en la necesidad de hacer sensible a los pueblos los bienes de la libertad, no era justo imitar la conducta de los opresores, obligando a las sufridas gentes el entregar a la fuerza algunas cosas necesarias.
Este ejército estaba desnudo y pobre, había sufrido muchas bajas por las enfermedades, por los muertos y heridos en los combates pasados. Sin embargo, nadie se desesperaba, porque la presencia del general Bolívar les daba vida y esperanza a todos.
Batalla del Pantano de Vargas
El Libertador no descuidaba un momento la guerra. Fueron muchos los esfuerzos que hizo el ejército independiente para que los realistas dieran alguna batalla. Viendo el Libertador la necesidad imperiosa de adelantar las operaciones, antes que los enemigos pudieran reunir mayor número de tropas, movió su ejército por el camino de la hacienda “El Salitre” de Paipa; meditaba atacar a los españoles por su espalda y obligarlos a salir de su campo fortificado.
Apenas los republicanos habían pasado el 25 de julio el río Sogamoso, cuando se presentaron las tropas realistas en el Pantano de Vargas. Las de Bolívar tuvieron que ocupar algunas alturas que hacían al oriente. El Coronel Barreiro dispuso que varios cuerpos de su infantería tomasen las colinas más elevadas que dominaban la posición de los republicanos.
En efecto, los realistas consiguieron lo acometido, después de una resistencia muy vigorosa. Atacando también por la derecha y la izquierda, envolvieron casi del todo al ejército independiente, sufriendo un fuego horroroso y encerrándolo en una profundidad, sin más salida que un estrecho desfiladero.
El 25 de julio (1819) la destrucción del ejército republicano parecía inevitable, cuando el valiente Coronel Rondón, poniéndose a la cabeza de una columna de caballería del Llano, hace prodigios de valor y restablece la batalla, trepando por aquellos cerros; lo mismo ejecuta la infantería, que ataca las alturas de la espalda, ocupadas por el enemigo; otra parte de nuestra caballería , conducida por el Coronel Carvajal, acomete a los españoles por el camino principal, siendo desalojados los realistas de todas las posiciones que ocupaban alrededor del ejército independiente y éste quedó libre en sus movimientos.
La noche y una lluvia copiosa pusieron término al combate y salvaron a la tercera división de una completa derrota. Tanto los patriotas como los realistas tuvieron pérdidas considerables en muertos y heridos. Rondón y Carvajal se distinguieron en aquel día sobre todos los oficiales patriotas, y las compañías británicas se vistieron de gloria en esta primera vez que combatían a la vista del Libertador. Los españoles quedaron aterrados por la intrepidez y valor de los llaneros, que les habían arrebatado una victoria que parecía segura. A partir de entonces, las tropas reales perdieron toda su confianza, y se pudo vaticinar cuál sería el éxito final de la campaña.
Después de la reñida acción de Vargas, el ejército independiente hizo un movimiento retrógrado y de nuevo se situó en su campamento de los Corrales de Bonza, ocupando una fuerte posición que no podía ser forzada por los españoles. Estos acamparon en Paipa, con el objeto de cubrir siempre las ciudades de Tunja y Santafé.
Teniendo Bolívar a su favor la opinión de los pueblos, conocía hasta los menores movimientos de las tropas enemigas, porque había establecido completamente el espionaje, y considerándolo oportuno, el 5 de agosto hizo un movimiento general sobre las posiciones de Barreiro; en aquel día, una descubierta de sus jinetes arrolló a más de cien hombres de los realistas.
En consecuencia, la división española abandonó precipitadamente a Paipa, situándose en una altura que domina la unión de los caminos de Tunja y del Socorro. En la noche, los patriotas atravesaron el puente de Paipa y acamparon a su derecha, permaneciendo allí todo el día y al anochecer, Bolívar hizo que sus tropas ejecutaran una marcha retrógrada procurando que el enemigo la observara y juzgara que los independientes querían ocultarse.
Con esta jugada, Barreiro se persuadió que el Libertador volvía a sus posiciones de Bonza. Mas a las ocho de la noche contramarcha en silencio por el camino de Toca hacia la ciudad de Tunja, dejando al enemigo a su espalda. Marchan toda la noche y, el 6 de agosto, a las nueve de la mañana llegan al pueblo de Cibatá; a las once, el Libertador ocupa Tunja; la guarnición cayó prisionera, menos el Gobernador, que con el batallón tercero había salido; se tomaron 600 fusiles y los almacenes que tenía el enemigo. Bolívar fue recibido con el mayor júbilo por los patriotas habitantes de Tunja, que le proporcionaron los víveres y el vestuario que tanto necesitan las tropas.
Batalla de Boyacá
Ansioso Barreiro por cubrir la capital del Virreinato, a fin de poder reunirse con las tropas que la guarnecían, para destruir las de Bolívar, en la madrugada del 7 de agosto se puso en movimiento. Debía tomar uno de los dos caminos: el de Samacà, en cuyo caso se alejaba mucho de Santafé, por el rodeo que tenía que dar, o del puente de Boyacá, que era más en línea recta.
El ejército republicano, formado en la Plaza Mayor de Tunja esperaba las órdenes de sus jefes para romper la marcha. Estos, incluso el mismo Libertador, observaban los movimientos de Barreiro para cerciorarse de sus intenciones.
Por la dirección que tomaron las tropas reales se conoció que éstas iban a pasar por el puente de Boyacá, de modo que los republicanos marcharon por el camino real, que desde Tunja, sigue a Santafé. Su objeto era impedir el paso a los españoles y obligarlos a dar una batalla.
A las dos de la tarde del 7 de agosto, la primera columna enemiga se acercaba al puente, donde se encontraban los dos caminos que llevaban las tropas contendoras, cuando se dejó ver sobre una altura hacia la izquierda realista, la descubierta caballería de Bolívar.
El enemigo, creyendo que sólo era un cuerpo de observación, envió a sus cazadores para que la atacaran, alejándola del camino mientras que sus tropas continuaban la marcha. Entonces las divisiones del ejército aceleraron la suya, y de repente, toda la infantería se presentó en columna sobre una altura que dominaba la posición enemiga.
La vanguardia española había subido parte de la cuesta persiguiendo a nuestra avanzada, y el resto de la división de Barreiro estaba en la parte baja, a un cuarto de legua del puente. Su fuerza total era de 2.500 hombres y 400 de caballería, mientras que los patriotas apenas contaban con 2.000 hombres de infantería y caballería del Llano, junto con algunos reclutas medio entrenados, que fueron puestos en la reserva.
El batallón “Cazadores”, de vanguardia, atacó a los cazadores realistas, obligándolos a retirarse precipitadamente contra un paredón que rodeaba la casa de teja, de donde también fueron desalojados. Más, pasando el puente, tomaron posiciones del lado meridional del pequeño río de Boyacá, que allí corre hacia el oriente.
Entre tanto, nuestra infantería bajaba la altura y la caballería marchaba por el camino principal. El enemigo intentó un movimiento por su derecha, al que se opusieron los “Rifles” y una compañía de la “Legión Británica”. Los batallones de infantería primero de “Barcelona” y “Bravos de Páez”, con el escuadrón de caballería del Llano Arriba, siguieron por el centro.
El batallón de línea de la Nueva Granada y los Guías de vanguardia reunidos a los cazadores formaban la izquierda. Las columnas bisoñas de Tunja y del Socorro, quedaron en reserva. El General Anzoátegui regía el centro y la derecha; el General Santander, hacia la izquierda.
La división española se formó en columna sobre una altura, con tres piezas de artillería en el centro y dos cuerpos de caballería a los costados. En esta formación aguardó el ataque de los republicanos, y en breve se rompió el fuego en toda la línea. Un batallón enemigo que había ocupado una cañada, fue compelido a retirarse.
Las tropas del centro, despreciando los fuegos de algunos cuerpos españoles situados a derecha e izquierda, atacaron la fuerza principal enemiga. Esta hizo un fuego horroroso, pero los independientes, con movimientos audaces, ejecutados con la mayor regularidad y disciplina, envolvieron a todos los realistas.
Al mismo tiempo, el formidable escuadrón de Llano Arriba, con el Coronel Rondón a la cabeza, cargó con su acostumbrado arrojo, y desde aquel momento fueron inútiles todos los esfuerzos que hiciera el jefe española para restablecer la batalla.
La compañía de “Granaderos” a caballo, que era toda de españoles europeos, fue la primera que cobardemente abandonó el campo; casi toda la caballería imito el mismo ejemplo, con su comandante, el Teniente Coronel Víctor Sierra.
La infantería trató de rehacerse ocupando otra altura, pero en un momento toda fue derrotada. Un cuerpo de caballería que estaba en reserva aguantó el combate con denuedo, y casi todo pereció. Entonces, ya nada pudo contener el empuje de los soldados republicanos. La mayor parte de la división española, en completa derrota y cercada por los patriotas, tuvo que rendir las armas.
Los frutos de esta brillante jornada fueron más de cien realistas muertos y más de 1.700 prisioneros, tomándose al enemigo mucho armamento, la artillería, municiones y cuanto tenía la tercera división española. Quedaron prisioneros, Barreiro, el Comandante General; su segundo, el Coronel Jiménez; casi todos los comandantes de los diferentes cuerpos y muchos oficiales subalternos.
El General Anzoátegui, con dos batallones y un escuadrón de caballería, atacó y rindió el cuerpo principal del enemigo. El General Santander dirigió sus movimientos con acierto y firmeza. Los batallones “Bravos de Páez”, primero de “Barcelona” y el escuadrón de Llano Arriba combatieron con un valor asombroso y se cubrieron de gloria.
Todos los demás cuerpos, incluyendo los reclutas que doce días antes habían tomado el fusil, hicieron su deber contribuyendo a dar a la Patria tan espléndida victoria.
Terror y pánico del Virrey y los realistas en Santafé
En Santafé, ninguno de los españoles y realistas temían una derrota de Barreiro. Los combates de Gàmeza y Vargas habían sido pintados como de victorias. De un día a otro se aguardaba la noticia de la destrucción de los bandidos republicanos que acompañaban a Bolívar, y la prisión y posterior fusilamiento de este cabecilla. ¡Tanta era la confianza que tenían fincada en la superioridad de la división de Barreiro!
Pero, cuando todos se hallaban en las más completa seguridad de sí mismos y del Virreinato, a las 7 de la mañana del 8 de agosto (1819) aparece de repente el oficial, don Manuel Martínez de Aparicio, quien comunica al Virrey Juan Sámano la infausta noticia de la derrota de Boyacá, manifestándole que todo estaba perdido, y que muy pronto llegaría Bolívar con todas sus tropas.
Un pánico terror se apodera del Virrey y de las demás autoridades, lo mismo que de todos los españoles y americanos enemigos de la Independencia. Ya les parecía que Bolívar iba a entrar a sangre y fuego, pues acordándose de las escenas sangrientas de los años 1813, 14 y 15, juzgaban la venganza que llegaba.
Todo el día se pasó en preparativos para emigrar, y fue tal el aturdimiento del Virrey, que hubo muchos empleados principales a quienes no se les informó de tan funestas noticias. Hallándose en Santafé el Coronel Sebastián Calzada, éste se hizo cargo del mando de la guarnición de la capital.
El 9 de agosto, el Virrey salió emigrado hacia Honda, custodiado por su guardia de alabarderos, dejando intactos los archivos, con más de 700 mil pesos en oro, plata y monedas que existían en la Casa de Moneda, pertenecientes al fisco, y en su palacio algunas cantidades de oro, que correspondían al mismo Sámano.
Los Oidores, los empleados, los españoles europeos y los enemigos de la Independencia emigraron también ante o después del Virrey, muchos a pie y en gran confusión, dejando abandonados todos sus enseres, como igual almacenes y tiendas de mercaderías. Casi todos siguieron hacia Honda para de salir a Cartagena, con el designo de trasladarse a Quito.
En el Puente del Común conoció el Libertador de la huida del Virrey y el absoluto abandono de la capital; entonces, dejando atrás su escolta, velozmente fue hacia ella, con algunos de sus edecanes y sirvientes. A las cinco de la tarde del 10 de agosto entra a Santafé, donde es recibido con vítores y palmas por todos los patriotas que suspiraban por el feliz momento de verse libres de la tiranía española.
Apenas podían creer lo que veían, y Bolívar fue mirado como el ángel tutelar y su Libertador. En aquella misma noche, en el cerro de Monserrate apareció el Teniente Coronel Antonio Pla, español, con más de 300 hombres que tenia a sus órdenes en los valles de Tenza, de donde se retiraba a consecuencia de la derrota de Boyacá.
Sabiendo que Bolívar se encontraba ya en la ciudad, no se atrevió a a entrar, pues ya no había quien lo defendiera. El Coronel retrocede, pero los indios de Guasca y Guatavita dispersaron aquellas tropas atemorizadas, cogiendo prisionero a Pla y otros oficiales.
Luego que llegaron a Santafé algunas tropas de Bolívar, dio éste las más activas disposiciones para perseguir los restos de la tercera división. El General Anzoátegui siguió hacia Honda en busca del Virrey y de los emigrados, que ya se encontraban muy lejos.
El Coronel Plata picó la retaguardia de Calzada, causando ambos bastante daño a los realistas, auxiliados por los habitantes de las Provincias de Mariquita y Neiva, que por todas partes se levantaban contra el poder español.
Con la ocupación de la capital de Santafé y la fuga del Virrey, unido a las demás autoridades españolas, terminó el General Simón Bolívar la primera parte de su célebre campaña de liberación de la Nueva Granada.
Su genio vasto y emprendedor se la hizo concebir; su actividad y constancia vencieron los innumerables obstáculos que le oponían las llanuras anegadas por donde transitó; y su audacia y valor, auxiliados por sus ilustres compañeros de armas, lo mismo que por la decidida opinión de los pueblos, le ayudaron a terminarla con un éxito el más glorioso, a los cuarenta y cinco días de haberla emprendido.
Solamente una firmeza e intrepidez a toda prueba pudieron hacerle atravesar los llanos cubiertos de agua, en medio de los más crudo del invierno, así como las solitarias y heladas cimas de los Andes. Este pasaje de las montañas se puede comparar a los más célebres que presenta la historia militar de las naciones y coloca a Bolívar a la par de los primeros y más ilustres capitanes.