Leyenda Boliviana
Corría el S. XVII y miles de personas de todos los rincones de América acudían a Potosí atraídos por los ricos yacimientos de plata. Una vez llegó un extraño monje ermitaño que portaba un báculo en cuyo extremo había engarzado una calavera.
No causaba daño alguno, oraba sin pronunciar palabras y descalzo transitaba por las calles de la ciudad. Un día de otoño de 1679 el monje dejó de visitar la Villa Imperial, y la gente, habituada a su presencia, comenzó a hacer todo tipo de conjeturas, hasta que decidieron ir a buscarlo.
Cuando llegaron a la cueva donde vivía lo encontraron como petrificado; estaba rígido, con los dedos engarfiados sobre la calavera. En una angarilla bajaron su cuerpo y resolvieron guardarlo como reliquia y como ejemplo de santidad.
Cuando lo velaban sucedió un hecho insólito: la calavera se desprendió de su enganche y rodó sobre una escalera de granito; el golpe hundió el hueso occipital y por ahí asomó un pergamino cuidadosamente doblado. Un fraile tomó el papel y leyó la siguiente confesión:
“Yo, Juan de Toledo, confieso haber dado muerte a mi esposa, doña Leonor de Mogrovejo y Luna y a su muy villano amante, Pedro de Arzans, cuya calavera he llevado durante muchos años para recordar que está bien muerto…”
(Tomado de Almanaque Mundial, 1989)