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Un milagro en medio de la tragedia

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Yuko Sugimoto amaba el mar; en marzo de 2011, un temblor en las profundidades del océano Pacifico provocó una ola gigantesca que destruyó cien mil viviendas y dejó sin vida a 20 mil personas.

La catástrofe dejó al mundo estupefacto, no solo porque causó en Fukushima uno de los accidentes nucleares más graves de la historia, sino porque le recordó a la humanidad su fragilidad frente a los elementos. La tierra rugió a las 2.45 de la tarde; cuando la tierra terminó de sacudirse, Yuko tomó su carro, encendió el motor y con el alma en vilo, salió en busca de Raito, su hijo, de 5 años, quien estaba en el jardín, al otro lado de la ciudad.

El tráfico era un caos, los puentes estaban quebrados, las calles cerradas. Pronto alguien tocó la ventana de su vehículo y le gritó: “¡Bájese y corra, que viene un tsunami!”; Sugimoto no se movió, tuvo suerte y el agua no la tocó.

Cuando la noche y el frio llegaron, durmió en el auto, y al día siguiente retomó la búsqueda. Más tarde se quedó sin gasolina, pero esto no la detuvo; recorrió a pie toda la ciudad hasta llegar al colegio de su hijo. El edificio estaba totalmente inundado; presa del miedo y con la mirada perdida, envuelta en una cobija y parada frente a una pila de escombros, madera y restos de casas y edificios, no se dio cuenta que ese momento un fotógrafo disparaba el obturador de su cámara y le tomó la foto que le dio la vuelta al mundo; su mirada va mas allá del lente del fotógrafo, pues transmite desesperación y está fija en algo que el espectador no percibe: el jardín infantil de Raito en el pueblo de Ishinomaki.

Pasaron las horas y, junto con su esposo, mantuvo la esperanza; con bicicletas prestadas visitaron todos los puntos de evacuación, hasta que llegaron a uno donde había muchos niños, y ahí estaba Raito. Un grupo de socorristas lo había rescatado del techo del jardín; llorando emocionada, Yuko lo abrazó mientras le revisaba su cuerpecito punto por punto.

Yuko Sugimoto se convirtió en el ícono del tsunami de Japón, no solo por su trauma, sino también por superarlo, aunque aun se encuentra lejos de la normalidad. Ahora, un año después de la pesadilla, Yuko, que ha vivido toda su vida en Ishinomaki, clama: “Quiero quedarme aquí, pero lejos del mar”.

Tomado de Revista Semana

 

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