Autor: Evaristo Camargo-Rodas
Categóricamente, Saúl Dávila posee ciertas claves heráldicas de que estamos, sin duda, ante un artista. Ha sostenido una carrera de fases ascendentes fortalecida por la coherencia en lo diverso, signo seguro e incontestable de una personalidad de su estirpe, que nunca ha conocido la repetición. Siempre es capaz de nuevos postulados plástico-pictóricos que nos sorprenden. Es un continuo siempre distinto en partes fundamentales de un todo integrador.
En Saúl Dávila es obligado constar la pujante y resuelta aparición de un orden: el orden Daviliano. Sus dotes pre cognitivas le permiten augurar emblemas de lo desconocido, lo oculto, lo no evidente, de lo subyacente, lo paralelo imperceptible pero potencialmente tangible, gracias al don del artista que lo transfigura para los ojos profanos.
Así, todo ello palpita, bulle, dialoga, vibra en estas resonantes obras. Es un deleite recibir el poderoso influjo del universo Daviliano en el cual destacan sobresalientes y afortunados hallazgos como ondas formales luz en movimiento, luz atrapada, luz inmanente, aprehendida mediante lúdicas formas. La forma como corpus de la luz que juguetea se regocija en magnificas y bellas tonalidades, casi científicamente plasmadas en su exacta dimensión de gris, negro o azulado.
Son arte por partida doble las obras en sí, aquí analizadas y la hermandad, el connubio de la imaginación con el inconsciente que al final concluyentemente dan cuenta de la precognición y capacidad de adelantarse a su tiempo que privilegian a quienes como el artista Saúl Dávila Celis, ostentan el don de ir más allá.