¡Enhorabuena! Usted sobrevivió a un martes y trece mas, ¿ve cómo no era tan grave? Pero, aunque a veces pasen desapercibidos, existen otros cientos de agüeros, presagios y supersticiones, propios o heredados, que nos rodean cada día y pueden llegar a determinar nuestras costumbres, a dejar de ser curiosas tradiciones para convertirse en incómodas obsesiones.
La historia de las supersticiones y los amuletos, es tan vieja, como la historia de la humanidad; los griegos y los romanos no emprendían ninguna batalla sin consultar los oráculos y augures, o a través del auspicio, o examen de las vísceras de las victimas para saber si iban a tener mala o buena suerte.
Así, según muchas culturas indígenas, la llegada de los españoles estuvo precedida de horribles presagios, como una espiga de fuego en el cielo azteca. Los indígenas de Antioquia tenían la idea de que debían destruir todo lo que provenía de los españoles, porque conllevaba mala fortuna.
En ocasiones las supersticiones son tan extremas que superan los límites de lo “normal”; entre los taironas, de la Sierra Nevada de Santa Marta, existía la idea de que dando a beber a los guerreros la grasa de los muertos, les daba valor y buena suerte. Los indios guahibos, de Casanare, tienen una creencia, según la cual, cuando una mujer ve a su hijo enfermo, debe agujerearse la lengua y untar al niño con la sangre hasta que éste se cure, o muera.
En otros países las costumbres no son tan diferentes; los sudaneses rinden culto a los cráneos y por ello guardan los de sus antepasados y sus enemigos de guerra.
En algunos pueblos africanos y en sus descendientes en América, existe la costumbre de insultar y azotar a las deidades cuando no reciben lo que han pedido, así como, durante sus ritos, derramar aguardiente sobre la cabeza del santo que les concede las peticiones.
Los indios chamíes, de Caldas, consideran que si una mujer, estando embarazada, come plátanos que estén pegados, nacerán mellizos y si bebe mucha agua, al niño le crecerá mucho la cabeza.
Según la ortodoxia de las supersticiones, los niños, en sus primeros años, deben llevar colgado un azabache o cuentas de coral para protegerse contra el mal de ojos; y hay quién cree que si el bebé no llora en su bautizo, pronto morirá.
Si usted cree en esas costumbres mágicas y quiere que la suerte llegue a su hogar, colocará una herradura de siete clavos en la casa, o tres dientes de ajo en una bolsa de seda, nunca abrirá un paraguas en el interior, evitará colocar los cubiertos en forma de cruz tras la comida porque esto da mala suerte.
Como si esto fuera poco, son numerosas las creencias mágicas que a lo largo de la historia se han ido acumulando en torno a los animales y la naturaleza: según la leyenda, el cóndor, ave nacional de Colombia, nunca envejece y cura todas las enfermedades, por lo que su presencia se considera señal de buenas nuevas.
La araña da buena suerte y si un perro orina sobre su pierna, no se preocupe, porque dicen que es buena señal, se ganará la lotería. El arco iris anuncia la buena ventura, mientras que los cometas y los eclipses son, desde tiempos clásicos, signo de desgracias inminentes.
Por supuesto, no todos los días del año son considerados de igual fortuna; además de la tradición que ha ensombrecido el martes trece, se considera aciago el primero de agosto y en Chile el 24, cuando se cree que los demonios andan en libertad por todas partes.
Las supersticiones de la muerte
El canto del currucuy en el tejado de la casa, el zumbido de una mosca sobre el enfermo, el cacareo de una gallina por la noche, o un gallinazo que revolotea en los alrededores, en la cultura popular nacional son considerados como signos inequívocos de que la muerte está rondando.
De igual forma, quienes creen en augurios le dirán que si percibe el sonido de campanas distantes, oye un silbido en el oído, o escucha de repente un quejido profundo sin saber de dónde viene, puede echarse a temblar y comenzar a rezar, porque le espera lo peor.
Para completar, según el Talmud, si una mujer que está menstruando pasa entre dos hombres, uno de ellos morirá; los guajiros creen que soñar con fuego anuncia enfermedad, y soñar con lluvia abundante es signo de velorio; y, respecto al fallecimiento, se cree que hay que pasear al muerto por las habitaciones de la casa antes de enterrarlo, para que se despida y no piense volver; cerrarle bien los ojos para que no llame con la mirada a nadie de la familia y, de acuerdo a una costumbre del Chocó, el marido no se debe enterrar con la argolla matrimonial, porque volverá por su mujer.
La suerte está a la venta
Para luchar contra todos esos miedos e infortunios que puedan sobrevenir, son muchos los amuletos y “fórmulas mágicas” que ofrecen brujos, videntes y chamanes: “el muñeco millonario” que lo protegerá de la mala suerte y de sus enemigos ocultos; tres monedas de centavo con una cruz del rostro de Cristo servirán para atraer el dinero; las cremas elaboradas a base de garrapatas; el talismán de los “Tres poderosos” que atrae la fuerza, la fe y la suerte; la liga guajira que promete ser un poderoso “contra”, o defensor para los malos espíritus, el famoso “ojo de buey”, y los jabones de San Cipriano, son algunos de ellos.
Mil y un objetos (bebedizos, cremas o ungüentos, las siete hierbas, metales mágicos, etc.), destinados a atraer la buena suerte, alejar las malas energías, “atrapar” a una pareja conocida o por conocer.
Farsantes o convincentes, enterados o ignorantes, serios o simples “tumbadores”, se hacen llamar consejeros espirituales y forman una fauna en la que es muy difícil distinguir cuánto hay de verdad, cuánto de predisposición psicológica a la credulidad y cuánto de estafa, en el peor de los casos.
Muchos de esos símbolos son emblemas antiguos que han sido adaptados, como sucede con la estrella de David del pueblo judío, la llave de la vida de la tradición egipcia, la cruz de Caravaca o el mismo Buda, del que se dice que frotar su “panza” sirve para atraer el dinero a la casa.
Formas, en definitiva, de buscar seguridad para afrontar lo desconocido, lo temido, a veces lo inevitable; asideros de los que los más escépticos se zafan con la broma popular: “Yo no soy supersticioso, porque eso me da mala suerte”.
Algunos orígenes
Las supersticiones y amuletos que se desarrollan al margen de explicaciones racionales, muchas veces brotan de forma anónima y por casualidad; en pocas ocasiones se conoce su origen; por ejemplo, la idea de que pasar por debajo de una escalera da mala suerte, se relaciona con la costumbre medieval europea de colgar de una escalera a los sentenciados a morir en la horca.
Al parecer, el número doce es considerado de buen agüero, porque doce fueron los apóstoles, los hijos de Jacob, los meses del año y los signos del zodiaco; la extendida superstición de que una mariposa de grandes alas negras es anuncio de muerte o fatalidad, guarda relación con la idea clásica de que las mariposas eran espíritus errantes y por ello algunos pintores antiguos representaban el alma como una mariposa.
La creencia de que el aullido nocturno de un perro es aviso de una muerte inminente, procede de la mitología griega, donde se representaba a Hécate, la diosa de los infiernos, al lado de este animal.
Manías de algunos famosos
Destacados personajes históricos se aferraron también a sus propias creencias, supersticiones y amuletos. Se cuenta que el poeta Petrarca utilizaba vestidos de cuero cubiertos de signos extraños para atraer la inspiración y reavivar la memoria. El escritoralemán Schiller componía manteniendo los pies en un bloque de hielo y el francés Alfred de Musset tenía una superstición de desgracia cuando veía anguilas.
Tampoco los grandes deportistas o los personajes de la farándula escapan de estos hábitos, que proyectan al público como excentricidades, dignas de las estrellas: Julio Iglesias tiene unos “zapatos de la suerte” para sus conciertos y cuando recibe una mala noticia, quema la ropa que llevaba puesta en ese momento.
Roberto Carlos no soporta la ropa oscura, especialmente la negra. Ramírez,futbolista de Millonarios, llevaba siempre una camiseta del Divino Niño bajo la del equipo.
Las manías llegan a su máxima extravagancia con el político GuillermoMartínez Guerra, quien duerme cuatro días a la semana en un ataúd. Los toreros consideran de mala suerte dejar la montera encima de la cama, o que una mujer entre a la habitación cuando se está poniendo el traje de luces.
(Recopilado de Vanguardia Liberal)