Autor: Teobaldo Coronado Hurtado
“Cómo vas a saber querido amigo qué es la vida si nunca has jugado un partido de futbol”. Reza poética frase de un comercial de televisión. Y no es expresión exagerada surgida del ardor que desencadena el actual mundial del Brasil.
Así, la palabra movimiento evoca el significado biológico de vida como milagro: “El milagro es la vida, la muerte es lo natural”; la movilidad es enunciado que define el poder de movimiento que tiene el futbol con su magia y encanto. El milagro de la vida y lo mágico del futbol se conjugan maravillosos para encumbrar la existencia en patrimonio que debemos celebrar, gozar y cuidar, aquí y ahora.
Tierna estampa de nuestra cotidianidad es la de un niño titubeante en búsqueda de una pelota. La prudencia indica debemos detener la marcha cada vez se nos atraviesa una que rueda, presumiendo que detrás de ella, lo más seguro, corra un chico que no hemos visto.
Tal pareciera, nacemos con un juguete esferoidal incrustado en nuestro subconsciente. Obsesión natural que va desde globos multicolores y canicas hasta distintas formas habidas y por haber de elementos redondeados, de los cuales el balón de futbol es el icono más popular de todos.
Goooool, es posible, sea una de los primeros vocablos que pronuncian nuestros hijos y nietos. ¡Goooool de junior tu papá! Grita bullicioso Dieguito mi nieto de apenas 2 anitos en cuanto patea su bola policromada.
El futbol es pasión que contagia asombrosa a casi siete mil millones de habitantes que pueblan la tierra los domingos y todos los días. Su acontecer palpita en el fanático, “jugador número 12”, que asiste multitudinario a los estadios donde se practica. Igual, en cada aficionado, que por la TV, en estaderos, plazuelas y parques, en aglomeración enardecida, vive su vida atenta a los 25 personajes que protagonizan fascinante espectáculo en la verdosa cancha.
Si cuantos hemos jugueteado tras una bola de trapo experimentamos gozo infinito al ejercitarlo, sentir la vida al hacer un dribling o una patada goleadora; los que tienen el privilegio de ejercerlo como profesión y vivenciarlo en la mayor fiesta que existe sobre el planeta: un mundial de futbol, imaginar podríamos, disfrutan la apoteosis que da la dicha de ser protagonista del acontecimiento, que como ninguno, ocupa la atención entusiasta de la mayoría de los habitantes que pueblan la tierra.
De esta forma el balompié es deporte que a todos involucra como experiencia existencial. Tanto, que una personalidad insensible al orgasmo eufórico de un golazo se considera de condición patológica. Anormal.
El gol es acontecimiento colindante con dos situaciones límites de la condición humana: la felicidad y el sufrimiento. Felicidad inmensa nos produce el equipo de nuestros amores cuando gana, lo mismo, profundo dolor la derrota cuando pierde. Felicidad y derrota que, la historia señala, han llegado a convertirse en delirio colectivo que, incontenible, ha alcanzado dimensiones lamentables de dolor y tragedia.
Cierto es, en la vida es necesario saber perder al igual que saber ganar. El lema del olimpismo proclama que: “Lo importante no es ganar sino competir”. El deporte, en general, en su proyección psicológica más profunda es gran catalizador de la agresividad y la violencia que pervive en nuestros instintos animales por encima, muchas veces, de nuestra naturaleza racional. De allí el proverbial eslogan de “Mens sana in corpore sano”.
Cuando golpeamos la pelota con la raqueta, el bate, el palo de golf o el pie liberamos inconscientes impulsos violentos que con su efecto catártico purifican nuestra mente, dan tranquilidad a nuestro espíritu, llenan nuestra alma de paz y dan consiguiente vigor a nuestro organismo. El deporte es el mejor y mayor soporte alimenticio para nuestra salud. Ninguna dieta o vitamina lo supera.
Un futbolista cabal, igual que cualquier atleta, es ejemplo de vida a imitar. Además de buen futbolista debe reunir las condiciones de un futbolista bueno, es decir, ser buena persona. Buen futbolista es el deportista que por su trabajo físico, disciplina, consagración y técnica en el manejo del esférico logra bienestar económico y fama.
La experiencia enseña cómo prodigiosos jugadores han perdido en la cancha definitiva de la vida porque su comportamiento personal ha estado salpicado por el vicio o escándalos que desdicen en demasía de sus virtudes morales: del futbolista bueno.
Tienen que juntarse las dos condiciones del buen futbolista más el futbolista bueno para hacer realidad el ídolo paradigmático que la sociedad admira y cualquier joven sueña emular. Edson Arantes Do Nascimento, es tal vez, excelso exponente de este modelo singular; por algo es considerado rey, el Rey Pele
En fin, a través del futbol nos conciliamos como especie humana sin distingos. La solidaridad que nos dignifica en sentido colectivo como humanidad alcanza, por su poder aglutinante, máxima expresión en la celebración cada cuatro años de su magno evento. Para festejar sin distingos de raza, idioma, política o nacionalidad la auténtica manifestación de lo que es la vida civilizada, lejos de la barbarie de la guerra.
Ya lo dice el himno del mundial 2014:
“Somos uno solo, un solo amor, una sola vida.
Un solo mundo, una sola noche, un solo lugar.
Es tu mundo, es mi mundo, es el mundo de hoy.