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La Brujería en la época de la Colonia

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Antes de entrar a comentar lo sucedido en Santafé con la parasicología, invitamos al lector a imaginar el auge que debía tener la brujería en los lejanos tiempos, importancia que no ha desfallecido, ni parece disminuir en el siglo XXI, pues en los países de más avanzada civilización, magos y curanderos de toda laya siguen teniendo abundante clientela.

Para fortuna de ellos, en la actualidad no son perseguidos ni condenados por inquisidores que los envían a las pailas a convertirlos en chicharrones, como ocurrió en la Edad Media, época en la cual la cacería de brujas impregnó las ciudades de Europa de un penetrante olor a carne asada.

BrujaAntes de aparecer la Parasicología como investigación científica, todos los fenómenos paranormales estaban en la órbita de lo diabólico o sobrenatural. Al lado de los santos que entraban en extática levitación, o mostraban los estigmas de la Pasión de Cristo, abundaban los adivinos, las sortílegas, las quirománticas, etc.

Hemos hallado, en el estudio de la vida colonial un hecho que hoy hubiera sido motivo de investigación y estudio por parte de los entendidos en la materia, pero que fue señalado en su tiempo como una manifestación del demonio y que mereció un proceso por parte de las autoridades españolas.

Los hechos que vamos a narrar sucedieron una década después de fundada Santafé, y como generalmente ocurre, quienes intervinieron en su desarrollo fueron las mujeres, en su gran mayoría.

Entre los primeros inmigrantes peninsulares que llegaron a la capital del Nuevo Reino, estaba el comerciante Hernando de Alcozer y su esposa Gomiar de Sotomayor; a poco tiempo de instalados, el marido tuvo necesidad de regresar a España. Doña Gomiar, al quedar sola en la naciente ciudad, dispuso no desperdiciar sus encantos y ocurrió lo que tenía que ocurrir, cuando ni se sospechaba que pudieran inventarse las píldoras anticonceptivas.

La casquivana mujer quiso tomar las cosas sin mayores preocupaciones, segura como estaba que su marido tardaría mucho tiempo en regresar. Sin embargo, pronto pasó su optimismo, cuando un día la sorprendieron con la noticia de que la flota había llegado al puerto de Cartagena y en ella, supuestamente, venía su esposo.

En su sobresalto, lo único que se le ocurrió fue el recurso de aborto. Acudió a varias mujerzuelas expertas en este criminal oficio, pero nada dio resultado. Entonces dispuso recurrir a una negra comadrona suya, llamada Juana García, cuyas habilidades mágicas tenían ya fama en Santafé.

Juana había llegado a la ciudad con dos de sus hijas, a quienes había acostumbrado a la vida alegre y licenciosa porque, según sus propias palabras “arrastraban mucha seda y monedas de oro, como igual arrastraban muchos hombres”. Con estas palabras queda más que explicada la profesión de las hijas de la “comadre Juana”.

Doña Gomiar expuso a la negra sus problemas y temores, ante la certeza del pronto regreso de Don Hernando; Juana le respondió que quería enterarse, por sí misma, sobre la verdad de la llegada de la flota y la citó para el día siguiente. Con gran sorpresa de la encopetada dama, la negra le manifestó que estaba segura de que en realidad la flota se hallaba ya en Cartagena, pero que en ella no venía su “señor compadre”.

Ante la insistencia de la señora para que procediera a darle un abortivo, la Juana le insinuó que no se apresurara, y que lo aconsejable era llenar con agua un platón verde que tenía en una mesa de la pequeña sala, y que por la noche vendría con sus dos hijas a hacer esa averiguación, luego de que hubiesen “cenado, cantado y bailado un buen rato”. En efecto, cenaron con envidiable apetito, tomaron unas copas de vino y gozaron de un buen rato de jolgorio con cantos y bailoteo, al cabo del cual, Gomiar y Juana, con una vela encendida, se retiraron a una de las habitaciones y allí se encerraron, luego de asegurar cuidadosamente la puerta.

Ambas procedieron a situarse alrededor del mencionado platón, y Juana rogó a su comadre que observara, con mucha atención, hacia el fondo del agua. La señora obedeció y dijo estar viendo una tierra desconocida, y también a don Hernando, su marido, sentado en una silla, al lado de una mesa, cerca a una mujer y un sastre que se disponía cortar, con unas tijeras, un vestido de grana.

La negra explicó que la escena estaba ocurriendo en la isla española de Santo Domingo. La visión continuó y entonces vieron que el desconocido sastre cortaba una manga del vestido y se la echaba al hombro. La negra preguntó a la dama si quería que le quitara la manga al sastre, y como Gomiar respondiera afirmativamente, Juana se la entregó, luego de haberla sacado del fondo del platón.

Las imágenes se desvanecieron después de que fue visto al sastre concluyendo su labor del corte del traje, y Juana le hizo ver a la desconcertada dama que no tenía necesidad de eliminar al hijo que esperaba, porque “su señor compadre” se demoraba tanto, que alcanzaría incluso a tener otro bebé, sin ningún problema. La señora guardó cuidadosamente la manga y fue a reunirse con las demás mujeres, con quienes departió unos minutos más, hasta que finalmente se despidieron.

La verdad de todo esto se supo más tarde. En realidad don Hernando, luego de regresar a España, hizo varios viajes a la Española, donde realizó transacciones y tratos que le proporcionaron un buen capital. En ello demoró un par de años, y cuando volvió a Santafé, encontró en casa un niño ya crecido que su mujer le hizo pasar por una huerfanito recogido por ella para criarlo y protegerlo.

Al cabo de pocos días de cordial recibimiento, Gomiar empezó a amargarle la vida a su marido, con desplante de celos y picantes preguntas, sobre los amores que hubo de tener en su largo viaje, especialmente en la Española. Tan extraño proceder lo tenía escamoso, sobretodo porque ella daba ciertos detalles que eran verdaderas sorpresas para el recién llegado.

Menudeaba exigencias la infiel señora, y en la sobremesa de una cena le pidió que le regalara un traje color grana, a lo que trató de negarse el acosado cónyuge. Fue entonces cuando ella le echó en cara el vestido que le había obsequiado a otra mujer, en una sastrería de Santo Domingo y que, como se lo recordó, estaba incompleto, porque le faltaba una manga. Don Hernando trató de seguir agarrado a sus negativas, y fue entonces, cuando su mujer, para desbaratarle los argumentos, sacó del fondo de un baúl la famosa manga que la negra Juana había recuperado tiempo atrás y que tuvo que reconocer el sorprendido marido, quien, sin pensarlo dos veces, se fue directamente con la prenda donde el señor Obispo, a quien la informó de todo lo sucedido.

El Prelado, que su vez era Juez e Inquisidor, procedió a abrir una investigación, llamando a declarar a Juana, a sus hijas y a doña Gomiar, quienes tuvieron que confesar toda la verdad de estas raras ocurrencias. Pero ahí no pararon las cosas: las investigaciones de la autoridad eclesiástica sirvieron para esclarecer otro hecho, igualmente extraño, sucedido en el famoso Triángulo de las Bermudas, en 1550, y del cual hubo numerosos testimonios:

Cierta mañana, en una pared del edificio del Cabildo de Santafé, apareció un papel, con una leyenda que decía: “Esta noche, en el paraje de las Bermudas, se perdió la Capitana y se ahogaron Góngora y Galarza (dos Oidores de Santafé), y, en general, toda la gente”.

Las autoridades, más por curiosidad que por otra razón, guardaron el papel, y se olvidaron del asunto. Sin embargo, al cabo de poco tiempo se vino a confirmar el naufragio de la Capitana, ocurrido, precisamente en la zona de las Bermudas, y la muerte de los dos Oidores, con la tripulación y los viajeros de la nave.

Juana no solamente confesó haber hecho la diligencia del “platón verde”, sino también haber sido la responsable del aviso aparecido en las paredes del Cabildo. La causa fue sustanciada por el Obispo Fray Juan de los Barrios, y Juana, con sus dos hijas, fue condenada a muerte, pero el mismo conquistador y fundador de Santa Fe, Gonzalo Jiménez de Quesada, junto con otros altos dignatarios, logró que se revocara la sentencia, dado que la ciudad “era tierra nueva” y no debía ser manchada con el cumplimiento de semejante sentencia.

El Prelado accedió a la petición y se limitó a obligar a Juana a reconocer su falta frente al altar de Santo Domingo, subida en un tablado, con una soga al cuello y una vela encendida en la mano. Tanto la negra, como sus hijas, pagaron la condena en el destierro y nadie supo dar razón jamás de lo que pasó con ellas.

Esta curiosa historia, se trata del primer caso conocido en los anales de la navegación, de la pérdida de un barco en el llamado Triángulo de la Bermudas, que ha sido escenario de casos semejantes muy numerosos, que si bien son un misterio, constituyen un objetivo de investigación de la ciencia moderna.

Esta historia no es una leyenda; los textos hallados en la narración de “El Carnero”, de donde sacamos la información, como otras tantas que se narrarán en otros capítulos, corresponden a datos obtenidos por su autor, en los pliegos de un proceso que, por lo demás, fue la primera intervención de la Inquisición española en la Nueva Granada, con la actuación del primer Obispo titular de Santafé y el más destacado de los conquistadores.

Juana García, en consecuencia, merece figurar en el Catálogo de las grandes médiums, como Eusapia Paladino y Florencia Cock, si hubiera vivido en nuestro tiempo. No sólo no hubiese sufrido castigos y destierro, sino que hubiera merecido ser estudiada en los grandes centros y universidades del mundo, hoy dedicados a las investigaciones de los misteriosos fenómenos paranormales.

 

 

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