Autora: Diana González
“Todo baile y toda ceremonia, igual que en cualquiera de las otras religiones del mundo, incluida la católica, tiene un mito de base”, aseguró el filósofo y exprofesor de la Universidad Nacional Fernando Urbina Rangel, durante la realización de una charla denominada “El robo del chontaduro”, el pasado miércoles 27 de mayo en el Claustro de San Agustín.
La actividad forma parte de la agenda académica y cultural paralela a“Saberes de pupuña, el chontaduro en la Amazonía”, una de las más recientes exposiciones de la Dirección de Museos y Patrimonio Cultural (DMPC) de la Universidad Nacional.
Según Urbina, en las poblaciones indígenas, la Bactris Gasipaes Kunth -nombre científico de la pupuña o chontaduro, como la conocemos- hace parte de una serie de rituales y tradiciones muy arraigadas. “El chontaduro entró a formar parte de los ciclos, digamos religiosos o los ciclos rituales, garantizando la importancia que tenían. Las cosas que son importantes se sacralizan, la comida se sacraliza”, declaró al respecto.
Y agregó: “hay grupos indígenas, unos más, otros menos, que alrededor de la utilización del chontaduro han hecho rituales más o menos complejos”. Eso es precisamente lo que ha sucedido con este fruto, una palmera cuyo fruto (fuente de nutrientes de alto valor alimenticio) es utilizable en su totalidad y del cual se desprende toda una cultura que ha sido construida a partir de sus propiedades y de ser considerada gente; de ahí también que la pupuña haya sido bautizada con cientos de nombres y sea núcleo de sus bailes y ceremonias.
El alcance que este fruto tiene en esas poblaciones ha sido, así mismo, tema especial en su mitología, pues a través de diversos relatos en los que esta palma es parte esencial, se ilustra su cosmogonía, su forma de ver el mundo, un mundo en el que el equilibrio natural rige las condiciones del ser humano, quien no debería olvidar que todo elemento es parte de un sistema y que, por lo tanto, es indispensable y debe ser respetado, una situación que los hombres amazónicos saben administrar muy bien o, por lo menos, así lo revela el uso sostenible de la naturaleza y los conocimientos que han desarrollado en el aprovechamiento de este fruto.
En este sentido, los mitos surgen para explicar, en parte, la forma en que deberían darse las relaciones entre el humano y los elementos de la naturaleza, los cuales son personificados y caracterizados con símbolos provenientes de sus creencias. Por ejemplo, en el mito “El robo del chontaduro” se explica cómo el Hombre Guacamayo Rojo robó el chontaduro a los peces, alterando de esta manera el orden cósmico, ya que el fruto pertenecía al mundo del agua.
Sin embargo, antes de dar inicio a este relato, Urbina hizo énfasis en la necesidad de profundizar en el verdadero significado de la palabra mito, debido a que, según su criterio, en la actualidad este término ha sido visto como un aspecto negativo hasta el punto de ser asociado con la mentira y la fantasía.
Así lo manifestó el académico, quien añadió: “cuando uno le dice a un cristiano que los mitos cristianos o los mitos bíblicos, eso es ofensivo. Ahora, si uno le explica que la palabra mito es una palabra absolutamente maravillosa para designar esas cosas y positiva en el griego antiguo, entonces las cosas cambian”.
De acuerdo con Urbina, en la palabra mito está presente el radical meudh, raíz que hace referencia a los recuerdos, al pensamiento y al conocimiento, lo que, en cierta forma, desvirtuaría la creencia de que los mitos son falsos. Al respecto, aseguró: “El mito en el fondo tiene ese contenido inicialmente. La persona que se inventó la palabra mito, en él resonaban esos sentidos, luego, claro, las palabras tienen historia y cambian, cambian, es decir, cambian de sentido y cambian de valoración sobre todo, pero conservan allá en el fondo el elemento”.
“Entonces, verdad es, etimológicamente hablando, no olvido, no olvidar y resulta que el mito es recuerdo”, añadió tras asegurar que nadie puede tener la verdad en el bolsillo, pues según él, la palabra mito se constituye en un maravilloso sistema de datos, en el que las visiones y pensamientos diversos permiten entender mejor los sucesos.
“De todas maneras, no es sinónimo de mentira, que es lo importante”, resaltó Urbina instantes antes de relatar el mencionado mito.
Según lo narrado, la palma, perteneciente al mundo de los peces, fue robada por el Hombre Guacamayo Rojo, quien así lo había planeado tras casarse con una ‘mujer-pez’, ya que, según sus apreciaciones, el chontaduro debería ser utilizado y no ser visto como un simple adorno.
Una vez enterados de este terrible suceso, los habitantes del agua deciden recuperar la palma, pero en su fallido intento inundan las riberas hasta llegar a la maloca. Es aquí donde aparece el cangrejo, quien pertenece a los dos mundos y es pieza clave en la resolución del conflicto, ya que ejerce como mediador.
No obstante, el daño ya está hecho y es poco lo que puede hacerse, pues la palma queda en poder de los seres humanos, mientras que el hijo de la pareja (el Hombre Guacamayo Rojo y la “mujer-pez) queda convertido en pez eternamente; un desequilibrio que deja como saldo un enorme caos producto de la alteración del orden cósmico.
Este mito tiene una enseñanza implícita que, según Urbina, tiene que ver con la generación de una conciencia en torno al debido uso de los recursos naturales ya que de una actitud irresponsable hacia el mundo sobrevienen drásticas consecuencias. “Estamos abocados a una catástrofe porque la humanidad está rompiendo el equilibrio”, concluyó el investigador.
Sobre “Saberes de pupuña”, la exposición
Esta muestra expositiva ha sido organizada por la Corporación Tapioca y la Dirección de Museos y Patrimonio Cultural (DMPC), en un valioso intento por rescatar, preservar y difundir los conocimientos ancestrales de las comunidades indígenas que habitan la cuenca amazónica de Brasil, Colombia y Perú, especialmente, los saberes que estas poblaciones han desarrollado en torno al aprovechamiento de la pupuña.
La exposición se encuentra en el Museo Claustro de San Agustín, sede de la DMPC, y puede visitarse gratuitamente de lunes a sábado entre 8:00 a.m. y 6:00 p.m. y domingos y festivos, entre 9:00 a.m. y 5:00 p.m.