Autor: Clemente Toscano Jaimes
Mientras varios comunicadores profesionales cruzan espadas y protagonizan una riña pueril que a nada bueno puede conducir, otros, con título de periodistas, pero a los cuales hay que concederles el honor de citarlos entre comillas, insisten en brindar el triste pero también grosero espectáculo de demostrar que viven azotados por el hambre y, en consecuencia, aprovechan indebidamente cualquier ocasión que se les presente para aliviar su insaciable y voraz apetito.
En el primero de los casos citados existe la presencia de un aparentemente poderoso medio de comunicación dispuesto a aplastar con su pesada pezuña todo lo que no esté de acuerdo con sus convicciones o lo que hasta involuntariamente haya afectado sus intereses económicos o no se haya ceñido estrictamente a sus deseos, campaña para la cual no tiene inconveniente en utilizar a personas de buena fe que actúan conforme a las órdenes del amo y siempre bajo insana mansedumbre y miedo de perder lo poco que han conquistado, y que es de por sí bastante precario.
En el segundo persiste la náusea que genera la pecaminosa costumbre de algunos «periodistas» cuyo apetito es de índole insaciable, así como su pésima y desagradable educación.
Son aquellos que aparecen en reuniones o convocatorias especiales en las cuales ofrecen alimentos, bien sea por la hora del hecho o como manifestación de aprecio de los anfitriones hacia sus huéspedes. Es una especie de plaga tan perjudicial como las siete de Egipto y un poco más.
El viernes pasado tuvimos la incómoda visión de estas impúdicas actuaciones, durante la rueda de prensa concedida por la candidata presidencial del Partido Conservador, Martha Lucía Ramírez, realizada en la tradicional casa de esa colectividad. Los directivos de la campaña, teniendo en cuenta la hora de la reunión, 12:00 del día, dispusieron atender a los periodistas y otros invitados con un plato de lechona que le fue llevado a cada uno al puesto que ocupaba.
Pero los insolentes, que tienen el hartazgo como única razón de su desempeño «periodístico», terminaron rápidamente y luego se abalanzaron sobre las áreas de los meseros para pedir y consumir más. Otros hubo que sin rubor alguno pidieron en cajas para llevarles almuerzo a sus familias.
A esa cita concurrieron voceros conservadores de varios municipios del departamento, que vieron, abismados y sorprendidos, el sucio comportamiento de individuos a los que ellos conceden estima, crédito y hasta veneración, y del que se hacían cruces y no podían creer que fueran capaces de proceder así.
Gente sencilla, modesta, humilde y parroquial que venera a los periodistas, pero que ignora que el oficio ha sido invadido por esta clase de haraganes hambrientos e insaciables que dieron la mejor prueba de su deshonestidad el viernes pasado en la Casa Conservadora.
Duele, señor director, escribir sobre esos acontecimientos, pero debe hacerse a ver si algún día podemos empezar el trabajo de reciclaje que tanto y con tanta urgencia está necesitando nuestra querida pero violentada actividad.