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CÓMO NOS ROBARON A PANAMÁ

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Carmen Rosa Pinilla Díaz

 

Carmen Rosa Pinilla Díaz

Pensionada, Historiadora - Bucaramanga, Colombia

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Contrario a lo que muchos creen, Panamá no pertenecía a Colombia porque su ubicación geográfica, a pesar de estar donde siempre ha estado, hacía que tuviera más relaciones y más medios de comunicación rápidos con el Perú, con Centroamérica y aún con E.U., era muy fácil llegar a esas naciones, y no con Colombia en el interior del país.

En materia religiosa, y durante muchos años, la diócesis de Panamá estuvo subordinada a la arquidiócesis de Lima. No sólo no fue sede de una circunscripción eclesiástica, amplia e influyente, sino que durante 300 años solo hubo en Panamá ocho obispos nacidos allí.

Y la Inquisición funcionó a distancia, primero desde Lima y luego desde Cartagena. El movimiento de independencia de Panamá, realizado mucho después del de la Nueva Granada, se inició abiertamente en la Villa de los Santos el 10 de noviembre de 1821 y en Ciudad de Panamá el 28 de ese mismo mes cuando se reunió una junta a la que concurrieron los miembros del Cabildo, autoridades eclesiásticas, civiles y notables panameños. Conseguida su independencia de España, tres fueron los aspirantes que deseaban quedarse con Panamá: México, Perú y La Nueva Granada. Optaron por esta última por la gran admiración que sentían por Bolívar. Desde entonces se anexaron voluntariamente a Colombia y así permaneció después de la disolución de la Gran Colombia en 1830 y la muerte de Bolívar, cuando Venezuela y Ecuador se constituyeron en estados independientes.

La primera aventura secesionista estuvo a cargo del comandante del Ejército, General José Domingo Espinar, admirador también de Bolívar, quien a raíz de su traslado de Panamá a Veraguas –que consideraba degradación- promovió una serie de asonadas en las que propuso invitar al Libertador para que gobernara desde el Istmo. Bolívar no se dejó seducir y, antes por el contrario, invitó al rebelde para que se reintegrase a la República. Pero ésta se hallaba en guerra y por eso Panamá continuo gobernándose sola, hasta después de la muerte de Bolívar.

El segundo intento fue el 21 de marzo de 1831, cuando aún el primero no había sido completamente liquidado. Tuvo como personaje al mismo Espinar cuando viajó a Veraguas a enfrentarse a José de Fábrega, quien pretendía desconocerlo. Dejó en Panamá como encargado, al Gral. Venezolano Alzure, pero la ausencia de aquel condujo a sus enemigos a invitar a éste a que tomara el poder para “restaurar” las libertades suprimidas. En efecto, se sublevó, desterró a Espinar a Guayaquil, cuando pretendió reasumir el cargo y convocó a una junta a la que obligó a declarar la independencia de Colombia. Pero el movimiento duró escasos dos meses, apenas hasta cuando el gobierno central envió al Coronel Tomás Herrera para sofocar la revuelta. Alzure fue condenado a muerte y ejecutado el 29 de agosto de 1831.

El tercer intento ocurrió cuando la “Guerra de los Supremos” en la que cada estado escogió a su jefe y declaró su independencia. Sobre todo lo hicieron los gobernadores liberales contra el gobierno central de José Ignacio de Márquez. En Panamá el escogido fue el Gral. Tomás Herrera, de gran prestigio y considerado el más eminente de los panameños del siglo XIX y uno de los más importantes de la Nueva Granada. Allí se decidió el 18 de noviembre de 1840 que el Istmo quedaba libre de la Nueva Granada. El 31 de diciembre de 1841, Panamá se reincorporó con la condición de que la República se constituyera en estado federal.

En el gobierno de Mariano Ospina Rodríguez se produjo la cuarta separación. Se había sancionado la Constitución de 1858, conocida como la de la Confederación Granadina, y el Gral. Mosquera realizó la guerra de 1860 contra Ospina, quien le había ganado en las elecciones. Al estado de Panamá lo presidía José de Obaldía, quien había sido Presidente de la Nueva Granada durante el golpe de Melo. En ese conflicto, Obaldía se declaró neutral y por ello Panamá permaneció ajena a las contiendas de 1860 a 1862, gozando de independencia del resto del país. Fue esta la última y más prolongada etapa de separación de Panamá.

Y fue tal su aislamiento de Bogotá que durante esos dos años sólo era posible comunicarse con el gobierno de Ospina a través de Venezuela. Panamá siempre condicionó su vinculación a Colombia a que la República fuera federal. El adalid de esa tesis fue Justo Arosemena quien logró que el Congreso aprobara el Acto adicional del 27 de febrero de 1855, que creó el Estado Soberano de Panamá y que abría la posibilidad de que hicieren lo mismo “cualquier porción del territorio de la Nueva Granada; esto originó la creación de nuevos estados soberanos y así nacieron los de Antioquia, Santander, Cauca, Cundinamarca, Bolívar y Magdalena. Con una constitución centralista, la de 1886, se dio margen a la última y definitiva separación de Panamá, el 3 de noviembre de 1903.

Para cuando la Guerra de los Mil Días terminó, en noviembre de 1902, el país presentaba graves destrozos en su producción económica, y por supuesto, en su incipiente infraestructura. Además, la pérdida de vidas humanas fue cuantiosa, si tenemos en cuenta que los muertos se calculaban entre 80 y 100 mil, en un país con algo más de cuatro millones de habitantes. Las secuelas dejadas por a Guerra tendrían efectos devastadores en la vida social y económica de la nación. Una nación que esperaba la necesaria reconstrucción y no estaba preparada para enfrentar la separación de Panamá, uno de sus departamentos más valiosos.

A lo largo del siglo XIX, dos tratados internacionales en los que se encontraba directamente comprometido Estados Unidos impidieron esta nación maniobrar libremente en sus pretensiones sobre el Istmo de Panamá. El primero, el tratado Clayton-Bulwer, firmado con Gran Bretaña en 1850, por el cual las dos naciones se comprometían a participar conjuntamente en los beneficios y la construcción de un canal interoceánico en cualquier punto del territorio centroamericano, fue derogado definitivamente el 18 de noviembre de 1901, cuando la nación europea cedía terreno frente a los norteamericanos que se constituían como la potencia hegemónica del hemisferio occidental. Tan pronto como E:U: se libró del tratado, procedió resueltamente a considerar la construcción del canal, para lo cual tenía dos opciones: Nicaragua o Panamá.

Las agitadas negociaciones que se venían realizando bajo la presión del gobierno norteamericano, concluyeron en un texto que firmaron Tomás Herrán y el secretario de Estado Norteamericano, John Hay, el 22 de enero de 1903. Este tratado estaría sujeto a ratificación por parte del Congreso colombiano, que se reuniría a partir del 20 de julio. El vicepresidente Marroquín, aunque no firmó el tratado, le dirigió al Congreso un mensaje en el que ponía de manifiesto los problemas de soberanía que implicaba, y agregaba: “Ya he dejado entender mi deseo de que el canal se abra por nuestro territorio. Pienso que aún, a costa de sacrificios, debemos no poner obstáculos a tan magna empresa… porque una vez abierto el canal por los americanos del norte, estrecharemos nuestras relaciones, nuestro comercio y nuestra riqueza”. Para entonces, E:U: se había convertido en principal socio del mercado exterior colombiano y en el mayor comprador de café.

El rechazo por parte del Congreso colombiano del Tratado Herrán-Hay, el 12 de agosto de 1903, que se dio por no ratificado el 22 de Septiembre y, finalmente, la clausura de sesiones del Congreso el 31 de octubre del mismo año, sin una respuesta positiva sobre el tratado, precipitaron las acciones, tanto de los separatistas panameños, como de los norteamericanos. Al lejano gobierno colombiano lo sorprende la rapidez con que se dan los acontecimientos en el Istmo, y así el alzamiento de los separatistas, el 3 de noviembre de 1903, se consolida el mismo día, con una tímida respuesta de las escasas tropas colombianas enviadas tardíamente.

Al día siguiente, el 4 de noviembre, la Junta de Gobierno de Panamá notificó al Cónsul de Estados Unidos la proclamación de independencia y éste, de manera inusual, reconoció de inmediato la nueva república. El 11 de noviembre el gobierno de Washington informó a la Cancillería colombiana que había entrado en relaciones diplomáticas con la República de Panamá.

Ese día, en la cabeza de los colombianos cayó un techo de colosales dimensiones y la ingenua convicción de que podrían negociar a su conveniencia un tratado sobre el canal interoceánico, quedó vuelta polvo. Inmensa fue la conmoción producida por las noticias recibidas a través del telégrafo el 7 de noviembre, despachadas por el Cónsul colombiano en Quito y por Comandante del vapor Bogotá refugiado en Buenaventura.

La unánime reacción popular fue de dolor y rabia. El gobierno nacional expidió un decreto poniendo al Gral. Rafael Reyes al mando de un hipotético ejército que iría a reducir a los separatistas; para costearlo, los más generosos ofrecieron contribuciones en oro y billetes; los más pobres, empleados públicos de toda la nación, donaron un día de sueldo. Los más ilusos alcanzaron a soñar una intervención europea y los más desorientados pensaron en pedir la ayuda norteamericana para recuperar el Istmo. Los esfuerzos colombianos para recuperar por la vía militar el departamento de Panamá resultaron inútiles. El movimiento separatista contó con una poderosa flota de buques de guerra y tropas norteamericanas que estaban alerta para impedir cualquier desembarco de tropas colombianas.

Ante los hechos cumplidos, desechada la locura de una campaña bélica y fracasada la misión diplomática enviada a Washington, el gobierno hizo lo que mejor sabía hacer. NADA. Durante varios años oficialmente se continuó considerando a Panamá como un departamento más, aunque sumergido en la nebulosa. Las relaciones con el nuevo país sólo se establecieron en 1924.

Esta es la triste historia de un despojo efectuado en el brevísimo espacio de tres días, que tuvo para los colombianos el alcance de una hecatombe. Después, y durante 19 años las relaciones de Colombia con E.U. quedaron en el limbo, el resentimiento perduró muchos años.

Tras las huellas del dinero que nos quedó del Canal.-

En 1922, año en que Ospina asumió como Presidente, entró el primero de los pagos que Estados Unidos hizo a Colombia como indemnización por la pérdida de derechos sobre el ferrocarril que atravesaba Panamá. El largo camino de ese dinero empezó en 1903, recién terminada la Guerra de los Mil Días y con el ánimo nacionalista exacerbado. Ese año el Congreso rechazó el tratado Herrán-Hay, que facilitaba la construcción de una vía interoceánica a través del Istmo de Panamá, porque pensó que entregar el área del Canal a Estados Unidos indefinidamente era una grave lesión a la soberanía nacional y que los diez millones de dólares que ese país ofrecía eran un mal negocio.

Cien años después, sin canal y sin Panamá (aunque todavía están San Andrés y Providencia, pedidas inicialmente por E:U dentro del “paquete de negociación” del Canal para su administración), vale la pena revisar las cuentas que dejó ese dinero en el desarrollo del país. El dinero, 30 millones de dólares, de inicial, más 250 mil más en pagos anuales por 99 años, debía gastarse, según exigencia de E.U., en infraestructura y comunicaciones.

La primera destinación de ese dinero, de 30 millones de dólares, que empezaron a llegar al país ocho años después de la inauguración del Canal, fue cubrir la parte que la Nación aportó para la creación, en junio de 1923, del Banco de la República. Esto fue transcendental para la economía, ya que la centralización de la banca puso a Colombia en el grupo de países que recibieron parte de los excedentes que E.U. tuvo una vez terminada la Primera Guerra Mundial.

Esto ayudó a que, entre 1923 y 1928 el país recibiera, en préstamos locales, departamentales, nacionales y privados, cerca de 475 millones de pesos. Aunque factores como el endeudamiento y la expansión cafetera hacen muy difícil determinar exactamente cuál fue la destinación final del dinero de Panamá, fue evidente la explosión en las obras públicas, hasta el punto que entre 1922 y 1929, la red ferroviaria nacional pasó de 1.481 a 2.434 kilómetros. Desdichadamente, por el transporte por carretera, hoy se utilizan menos de mil kilómetros de vía ferroviaria, pero a pesar del transporte moderno, fueron muy buena inversión en su época.


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