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RUSALKA: UNA METÁFORA DE BARRANQUILLA

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Autor: MOISÉS PINEDA SALAZAR.

RusalkaPareciera un asunto forzado el que yo quiera relacionar la urbe tropical que a la orilla de un Río vino a ser la Ciudad de Barranquilla, con el relato mítico de “Rusalka”. Una ópera Checa del compositor Antonin Dvorak, que en transmisión simultánea desde el Metropolitan Opera House de Nueva York, se exhibe en el Teatro Multiplex del Centro Comercial Buenavista.

Pero no. No lo es.

El sino fatal de ambas, el de Rusalka y el de Barranquilla, es el mismo. El de quienes por razones del amor, dejan de ser quienes eran para ser otros, sin poder llegar a serlo.

El mismo destino de las que, siendo malditas por el fracaso que sabían les sobrevendría, terminan cubiertas por el verde de las algas, el moho del olvido, por la herrumbre del abandono, deambulando en el indefinido mundo de los súcubos, seres espectrales que se debaten entre los vivos y los muertos; cadáveres insepultos, incapaces de morir.

Como una Mohana, espantan a los que antes encantaban por su carácter fantástico. Al final, con el paso del tiempo, todos les rehuirán por su naturaleza fantasmagórica.

En la opera de Dvorak, Jezibabá es la bruja a la que todos buscan para las mismas cosas: descifrar los acertijos, hacer visibles las razones y encontrar el camino para alcanzar lo deseado.

Rusalka

Pero, Jezibabá, no solo pide a Rusalkaalgo a cambio”, una recompensa por desvelar el camino, sino que cumple con el deber de poner de presente, sin lugar a equívocos, las consecuencias que le sobrevienen al que renuncia a la propia naturaleza y quiere ser lo que no es, como cuando el ser acuoso, el ente de las aguas, quiere renunciar a seguir siéndolo para convertirse en humano.

Eso, le pasó a Barranquilla.

En el escudo que la Cámara de Bolívar le otorgó en 1813 a la ciudad de Barranquilla, quedó inscrita, la visión y la función de la ciudad como una urbe a la orilla de un “río corriente donde naveguen buques de tráfico interior bajo la protección de una batería con su asta bandera, en la que estará enarbolado el Pabellón nacional, establecidas a sus márgenes y orlada con el mote “Premio al patriotismo”.

Nuestra Ciudad nace a la vida republicana como un Puerto de Río, como una Ciudad Rianera.

Sin embargo, es el mercado, “El Príncipe” de quien la Ciudad se ha enamorado, el que la lleva a abandonar el río y a pretender convertirse en una Ciudad Marinera, en un puerto de mar.

Es el mercado, el Humano del que se ha enamorado la Rusalka, el que se siente atraído por Barranquilla, a la que percibe como un Ser Sobrenatural y Fabuloso, tierra promisoria y fantástica en la que, como en ningún otro lugar del mundo y en ningún momento de la historia, se podía ver, como un continuo, el ascenso económico y el progreso material.

Jezibabá, es la economía, la bruja que aproxima a los amantes, a la Ciudad y al Mercado, que se desean y se buscan mutuamente.

Dame un cuerpo humano. Dame un alma humana” pide Ruslaka a Jezibabá.

Premio del patriotismoEl mercado, sinceramente la amó cuando era Rianera y humanamente, la abandonó cuando dejó de serlo, cuando fue capaz de entregarle a La Bruja lo que ella le pedía a cambio: “el vestido de aguas transparentes, que la hace hermosa, rica y poderosa

Como lo hizo Jezibabá con Rusalka, la Economía, la Industria barranquillera tendió una inmensa paredilla de seis kilómetros de largo y despojó a Barranquilla del “vestido de río”, a cambio de darle la pócima que le permitirá ser humana, dejar de ser río para convertirse en ciudad marina

Perder su vestido de aguas y la capacidad de comunicarse con el Ser Amado, fue la dote que “La Arenosa” pagó para experimentar la ilusión del progreso de “sirenas de fábrica y taller”: la metáfora de la Ciudad Fabril que desplazó a la Ciudad Fenicia.

En la obra de Antonín Dvořák, el precio fue más alto que el aparente de la mudez de Rusalka al quedar privada de la capacidad de poder comunicarse con los humanos. Aunque pueda hacerlo con la palabra con el resto de las rusalki, con los seres acuosos, y con la misma Jezibabá, no puede ser escuchada ni por “El Principe”, ni por el oído de los Humanos.

Rusalka acepta la condición que le impone Jezibabá de perder la capacidad de contar las cosas; no se da cuenta de que al no poder comunicarse con el Ser Amado con una voz propia, se negaba a sí misma la posibilidad de ser conocida y amada por él ya que “nadie puede amar lo que no conoce”..

La Voz de Rusalka, Barranquilla, es su cultura construida de agua; son los materiales simbólicos que a ella llegaron a través del río.

El carnaval es su logos.

Los materiales de la Fiesta Urbana son “su palabra” que vino de las aguas.

Al ser privada de su palabra, a la Ciudad se le imposibilita comunicarse con el Mercado, con una voz propia, con una cultura genuina vinculada a la recuperación de las tradiciones que, por lo pintoresca y local, carece de la capacidad para comunicar más allá de los lindes parroquiales.

Frente a aquel ser mudo y desconocido, El Príncipe, el amado se aburre.

Premio del patriotismo

Es entonces, cuando en el espacio de la relación entre Rusalka y “El Principe”, entre Barraquilla y el Mercado, aparece La Princesa Extranjera que resulta irresistible y seductora porque habla.

Ella es la cultura, son las palabras, es el logos que viene desde afuera.

Son las voces del que “no es el nosotros” que, en su afán de dominio y seducción, dominan al Mercado, lo someten a su voluntad.

Son las formas del espectáculo, del vodevil, de la banalidad comercial y de la política que sojuzga, las que acallan lo patrimonial y desplazan a la ciudad del corazón del Mercado.

Encandilado, “el Príncipe” se entrega al dominio de la Princesa Extranjera quien, una vez que lo ha sometido, una vez que lo ha agotado, lo abandona, lo desprecia, lo deja para que languidezca y arrastre consigo a una Ciudad, ahora maldita que, a pesar de todo, bendice el momento en el que pudo conocer el amor humano, el amor del Mercado.

Desesperado “El Príncipe” vuelve en busca de Rusalka pues siente que no puede vivir sin ella.

Rusalka

Para entonces, Rusalka es víctima de la maldición que la condena a regresar al fondo de las aguas si el Ser Amado la traicionaba, o la abandonaba en su condición humana; la Ondina, debe tomar la decisión de romper con aquel castigo tomando venganza por mano propia matando al Príncipe Amado.

Es tanto su amor por él, que prefiere seguir siendo maldita por siempre.

“El Principe” no tiene un palacio. Ni siquiera un metro de territorio.

El mercado tan solo posee un tálamo en el que consuma su pasión erótica por Barranquilla y celebra el ritual de su entrega masoquista a las veleidades de la cultura extranjera para, finalmente, preferir morir, antes que seguir viviendo sin la Sirena Maldita, transformada en un zombi, mujer fatal, perdición de los hombres.

Al besar a Rusalka, el lecho de aguas termina por ser ara y tumba.

-“Todo sacrificio es inútil”, sentenció el Padre de Rusalka, condenada a repetir eternamente el ritual de tentar, seducir y destruir a los hombres que se le acerquen, llevándolos hasta el fondo de los ríos.

Sin embargo, para los barranquilleros de hoy, hay preguntas sin respuesta.

¿No será, precisamente esta condición paradójica de vida y muerte, de los peligros que acechan alrededor de los inútiles sacrificios por amor y del ir y venir entre lo propio y lo ajeno, del ser lo que se es y aventurarse en la conquista de lo que se desea ser y tener, no será esa condición ambivalente lo que le confiere a Rusalka su dimensión Universal?

Entonces, ¿Será que para que Barranquilla conquiste un significado Universal debe volver al río, tornar a ser rianera y auténtica para romper con las leyes y la dinámica de los mercados, desde la cultura, desde la propia voz capaz de contar las cosas?

O, ¿Será que a Barranquilla le tocará repetir la historia de tantos puertos del Río Magdalena que hoy espantan a quienes antes los amaron?

 

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