Autor: Jairo Cala Otero
Parece una exageración o una hipérbole. Pero, lastimosamente, es cruda realidad. Cada día surgen, desde distintas fuentes, razones de peso para sostener que muchas personas apenas si saben que el idioma que se habla y escribe en Colombia se llama español (o castellano). Hasta ahí llegan, lo demás es un mundo de oscuridad que aterra.
Podría usted pensar que el día en que escribí este artículo yo me levanté con un «tornillo flojo» en mi cabeza. O que decidí reflejar aversión por quienes nadan en el mar agitado de la ignorancia crasa respecto de cómo funciona su propio idioma. Ni lo uno, ni lo otro. ¡La «locura» proviene del interior de algunos escribidores!
Doy paso a continuación a los breves comentarios de tres lectores de mi boletín Español Correcto, sobre el fenómeno de la mala escritura y ortografía de hoy. La conclusión será potestad de usted, amigo lector.
Carlos Julio Santamaría Rodríguez, importador:
«Jairo. Lo felicito porque la educación se debe afianzar en repasar los conceptos básicos dados en la educación primaria, porque, como usted sabe, un niño lo hace porque los padres lo envían al colegio; pero a su edad no tiene consciencia de para qué lo está haciendo, ni de para qué le sirve.
«En especial, la gramática es para aprender a comunicarse de manera correcta con sus congéneres. Los estudios indican que el 89% de los profesionales no saben leer bien, de tal manera que uno se pregunta: ¿cómo se hicieron profesionales?
«Hay algunos métodos de aprendizaje, como la mnemotecnia, que se basa en tres conceptos:
- 1. La fijación.
- 2. La asociación.
- 3. La repetición.
«Hay mucho de qué hablar al respecto, pero, a veces, eso es nadar contra la corriente debido a que el ser humano es egoísta por naturaleza (por instinto de conservación); y cuando llega al poder no le conviene preparar a las personas, para mantenerlas en ignorancia y poder manejarlas a su antojo, o por lo menos para poder dirigirlas de conformidad con sus programas o intereses».
La arquitecta y excatedrática universitaria Martha Isabel Rojas Yanini, residente en Ibagué, también tiene su punto de vista y experiencia profesional con este asunto:
«Jairito, el hecho de que no le responda cada uno de sus envíos, no quiere decir que no los abra, lea y disfrute. Pero el último me dejó sin aliento. ¿Cómo así que en las Facultades de Periodismo no se enseña gramática española? Entonces, ¿qué podemos esperar de las demás profesiones?
«Ya desvinculada de la universidad, ahora tengo la libertad de no tener que leer los horrores de mis otrora educandos, y de no acabar de contaminar mi escasa cultura ortográfica. No me refiero a ellos, porque desde el primero al último semestre (incluyendo a catedráticos), veía atrocidades lingüísticas de proporciones inimaginables.
No me di a la tarea de llevar un registro de los grandes horrores que mis ‘adelantados’ educandos cometían en cada una de sus evaluaciones.
«Después de corregir cada una de las evaluaciones, yo tenía que exorcizarme, quedaba traumatizada. Llevé ese asunto a un comité académico, pero hicieron oídos sordos a mi petición. Imagínese que una de mis compañeras me dijo que ese era un tema trivial, que no valía la pena darle importancia. Enojada, le respondí: entonces, ¿en qué se diferencia un camionero de un arquitecto, si ambos cometen los mismos errores gramaticales? ¡Qué tal!
«Hay muchísima tela de dónde cortar. Me enojo cuando toco este tema y ya no tengo causa en él, porque dejé de tener contacto con el ‘mundo de los intelectuales’. Ahí se lo dejo para que hagan lo que a ellos bien les parezca con unos profesionales que no saben escribir ni siquiera sus nombres con ortografía; no pueden redactar más de un párrafo, ni mucho menos pueden sustentar una idea porque les faltan argumentos y herramientas para hacerlo.
«Lo triste es que ellos ahora van a ser nuestro relevo generacional. ¡Qué vergüenza me da! Pero tengo a Dios como testigo: hice lo humanamente posible para que aquellos que pasaron por mis manos tuvieran lo mejor de mí como persona, como ciudadana y como arquitecta».
Y, para rematar, el ingeniero y profesor de la Universidad de Pamplona Antonio Gran Acosta, en un correo electrónico, también me contó una confidencia:
«El año pasado tuve en clase a un estudiante que no sabía escribir su nombre».
Brevísimo, ¡pero contundente y alarmante!
Si juntamos los tres comentarios podemos resumir: los colegios (de primaria y secundaria) y las universidades son desdeñosos con el español, ninguna o muy poca importancia le conceden. Hay profesores que también pecan contra la gramática, la puntuación y la ortografía.
¿Cómo pueden transmitirles corrección y respeto por la normativa idiomática a sus alumnos? Es semejante al papá fumador ¡que pretende hablarles a sus hijos de lo malo que es el tabaco para la salud!
Mientras no se tome consciencia de la mayúscula influencia que el idioma tiene en nuestras vidas, seguirá habiendo gente mediocre con su comunicación interpersonal.
Y de las universidades seguirán egresando «acartonados» que, como afirma la arquitecta Martha Isabel Rojas, no saben redactar ni un párrafo completo de un texto. Y seguirá habiendo gente indiferente y necia que siga diciendo que «eso es un asunto trivial». No se requiere mucho esfuerzo para saber cómo escribe y habla quien así piensa.
Por supuesto, hay muchos otros que quieren aprender, que quieren conocer bien el español y usarlo correctamente. Lo grave radica en que de su deseo no pasan.
Quizás intentan aprender por ósmosis, sin estudio, sin esfuerzo alguno y sin invertirle dinero. ¡Eso es misión imposible!