Autor: Jairo Cala Otero
El planeta Tierra ha cambiado sustancialmente en materia de comunicaciones desde que la tecnología apareció para revolucionar la forma en que los humanos intercambiamos ideas, sentimientos, disentimientos y otras expresiones.
En cuestión de segundos podemos estar conectados con otro país, aunque allá sea de noche, y aquí, en Colombia, apenas nos estemos desperezando después de una plácida noche de sueño y de sueños.
A pesar de ese gigantesco paso comunicacional, para muchos mortales todavía es oscuro el sentido práctico y útil de tan mayúscula hazaña tecnológica. El sentido común (tan elemental) no florece ni da fruto alguno en muchas mentes.
Pareciera que un fenómeno metafísico hubiese sucedido en ellas, pues marchan y viven al paso de las tortugas, mientras Internet, por ejemplo, funciona a velocidades que hubiésemos considerado increíbles e imposibles antes de 1969, cuando nació esa compleja red de comunicación global en tres universidades de California y Utah, Estados Unidos.
Sorprende que aún haya quienes hacen preguntas ingenuas del estilo: ¿Cómo conseguiste mi dirección electrónica, yo no recuerdo habértela suministrado? ¿De dónde nos conocemos? ¿Éramos compañeros de estudio? ¿Por qué me mandas correos si yo no los he solicitado?, y otras de similar factura.
Respondamos esos interrogantes antes de que algunos enloquezcan tratando de desenredar la madeja, sin que nadie les dé respuesta alguna:
- Cientos de direcciones electrónicas «viajan» constantemente, a cada segundo, por la red.
Van registradas en los correos que los usuarios del correo envían, porque no se toman el cuidado de ponerlas en la casilla identificada como CCO: con copia oculta. Como quedan expuestas, se pueden tomar para cualquier fin; inclusive, para fines perversos, como lo estilan los conocidos hackers, que se pasan todo el tiempo enviando virus y otras porquerías por la red. Luego aquella pregunta es muy ingenua.
- No necesariamente hay que conocer de forma física a las personas que envían y reciben correos para hacer uso de la red.
Si así fuese, este medio global de comunicación no tendría razón de ser; sería un adminículo gigantesco, pero limitado a un grupo reducido de corresponsales con limitaciones de intercomunicación.
El principio de su creación fue, precisamente, hacer que el planeta Tierra se volviera «pequeño» al facilitarse la comunicación entre los seis mil quinientos (6 500) millones de humanos que lo poblamos.
- Internet no es una red exclusiva para compañeros de estudio, ni para amantes, ni para esposos, ni para hermanos u otros núcleos humanos definidos.
Es decir, funciona libre y ampliamente para el mundo, para todo el género humano. Creer que debe haber un precedente en la relación comunicacional para recibir y enviar mensajes por correo electrónico también es una ingenuidad tan semejante a la de seguir creyendo que los niños vienen de París, colgados del pico de una cigüeña.
Nadie tiene que haber solicitado previamente un mensaje a nadie para que este le llegue, como por arte de magia, a su buzón de correo electrónico. Quien así piensa no conoce el funcionamiento de esta maravilla que, como una telaraña de la mayor complejidad, nos une e interconecta desde y hasta cualquier punto cardinal del planeta.
Esta red no es como el formulario que se rellena para pedir que nos envíen un prospecto comercial de algún producto. Ni nadie tiene que «inscribirse» en la cuenta de ningún cibernauta para que los mensajes aparezcan en su bandeja de entrada.
Sí es potestativo de cada quien admitir o no determinados mensajes. Y para eludirlos no es preciso usar agresividad contra el emisor, sencillamente, se borran o se marcan como spam; en el mejor de los casos, se solicita, con respeto y gallardía, la eliminación de la dirección electrónica para que futuros envíos no lleguen a su casillero.
Todo es súper veloz, instantáneo y sorprendente. Este último adjetivo todavía no lo asimilan muchos de aquellos que abrieron una cuenta de correo electrónico, pero no saben cómo funciona.
- Entonces, cómo hay que comportarse para no pasar por tontos, atrasados o ignorantes preguntarán los avispados que quieren salir de esa «concha informática».
Sencillo: lo primero es abrir la mente para reconocer que este es el siglo de las comunicaciones y que un aluvión de avanzada tecnología nos sobrecogió por los cuatro costados. No se puede reversar. Solamente se podría vivir en la selva por el resto de los días para no saber nada del avance tecnológico.
Segundo, actualizarnos frente a los progresos de esa parafernalia tecnológica. Y si bien no tenemos que adquirir cuanto aparato salga al mercado, cuando menos podemos adaptarnos al que más se nos acople a nuestra necesidad de comunicación personal.
Seguidamente, explorar y conocer cómo funciona el dispositivo para no pasar por ignaros y atrasados.
Tercero, cerrar la boca (y mantener los dedos lejos del teclado) para no hacer preguntas bobaliconas. Los niños de 5 años ya operan dispositivos tecnológicos con tal destreza que hacen avergonzar a cualquier adulto.
Si no desea usted pasar una pena frente a ellos, absténgase de hacer preguntas necias. Y si el caso fuera extremo de mantenerse «enconchado», no se le ocurra abrir cuenta alguna en Internet. Para qué, si no va a querer que nadie le escriba o le mande nada.
Y si la abre, sea selectivo con inteligencia, sin insultar a nadie, sin dejar salir el salvaje que duerme a la espera de mostrar su faceta de troglodita.
El mundo terrenal de hoy es un pañuelo, ¡pero no hay que usarlo para dejar allí huellas de las membranas mucosas!