Blanca Inés Prada Márquez
Filósofa, Historiadora - Bucaramanga, Colombia
Desde la antigüedad se ha reconocido que en el ser humano persiste una terrible ambigüedad la cual fue bellamente expresada en el Antigonas de Sófocles (495 – 406 a. C) cuando afirmaba que lo más maravillosos y terrible que hay en el mundo es el hombre ya que de su arte y de su ingenio creador surgen tanto el bien como el mal. Para Antígonas el hombre era “lo asombroso”, lo “maravilloso”, pero también lo “aterrador y digno de horror”.
El hombre es hybris, es decir, violencia, exceso, soberbia, deseo fuera de control, insaciabilidad, falta de medida y de límites. El ser humano tiene la capacidad de romper límites, de cometer injusticias, de no tener un ser definido, ni estable, ni uniforme porque el hombre es libre y esta condición ontológica no sólo es la fuente de la grandeza y perfección humana, sino también de sus ilimitadas manifestaciones de barbarie, egoísmo y violencia.
De ahí la exhortación de todos los grandes pensadores a lo largo de la historia sobre la importancia de la EDUCACIÓN en la transformación de la naturaleza humana, nos referimos sobre todo a la educación ética y la educación en valores a través de la cual se ayuda al ser humano a trascender, a recrearse, a lograr realizar su ser moral, su belleza interior, su armonía, su humanidad, es decir adquirir eso que Aristóteles llamaba “una segunda naturaleza”, pasar de la pura animalidad a una digna humanidad.
Una educación ética, tanto más urgente y preponderante en este momento de la historia, cuando se ha borrado la fundamental distinción entre medios y fines con una terrible inversión de valores, una verdadera deshumanización, haciendo de la producción tecnológica y de los valores económicos la actividad prioritaria, con la pérdida de las dimensiones propiamente humanas de la vida.
Nos hace falta hoy más que nunca una educación integral centrada no sólo en la transmisión de conocimientos: teoremas, postulados, fenómenos del mundo físico, acontecimientos históricos, es decir, contenidos relativos sólo a hechos, conceptos o principios físicos, sociales o naturales, sino también centrada en la búsqueda de la sabiduría en el verdadero sentido que esta palabra tiene, no enfocada sólo al conocer sino fundamentalmente al SER.
Educación que apunte a forjar una serie de valores que permita a nuestros jóvenes comprometerse con serios y sólidos principios éticos los que más tarde les servirán para orientar su actuar, y evaluar sus propias acciones y las de los demás. Los valores éticos guían la vida de las personas, son el fundamento que las lleva a hacer esto o aquello en un determinado momento buscando siempre lo mejor, es decir, lo que más favorezca a la comunidad y más dignifique su propio ser.
Valores como la libertad, la responsabilidad, la justicia, la solidaridad, la honestidad, la tolerancia, la bondad, la disposición al diálogo, el respeto a la humanidad de las demás personas y de la suya propia son cada día más importantes para lograr la convivencia y la armonía entre todos los seres humanos, pero también debemos hablar de los valores cívicos que permitan promover una conciencia colectiva enfocada hacia la convivencia pacífica y el ejercicio pleno de la ciudadanía.
Una educación social altruista, solidaria, respetuosa y dispuesta siempre a escuchar al otro y ayudarlo a ser mejor, a vivir mejor. Una educación que enseñe a los jóvenes a divertirse sanamente, que muestre los peligros a que puede llevarles la libertad cuando no se hace uso de ella con responsabilidad. Una educación que nos ayude a todos a entender que para vivir en sociedad necesitamos “ser con los otros”, respetar ciertos límites, comprometernos con ciertos valores sin los cuales no puede haber vida social armónica y digna.
Fuente:
Apuntes de mis últimas lecturas en torno a la Ética y la ciudadanía, entre otros el libro de Adela Cortica que se titula Ética Pública desde una perspectiva dialógica.