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CRIMEN EN LA PENSIÓN INGLESA

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Autor: José Antonio Nieto Ibañez

Estaba aún fresco, en el recuerdo de los barranquilleros, el caso del asesinato de la llamada “Mujer X”, ocurrido en los primeros meses de 1932, crimen finalmente resuelto, cuando Efraín Duncan, el “Barba Azul” barranquillero confesó ser el asesino de Ángela Hoyos, la ex-Mujer “X” quien había sido degollada por éste en un paraje enmontado de Veranillo; cuando el 16 de abril de 1935, Barranquilla nuevamente se vio sorprendida por el asesinato de la súbdita inglesa, Catalina de Meek, en la antigua “Pensión Inglesa” de su propiedad, ubicada en el mismo hermoso edificio que fuera la casa habitación de la familia Cisneros, conocida bajo el apropiado nombre de “La Floresta”. 

Solo que este crimen, al igual que muchos otros que vendrían después, quedó envuelto en el misterio y la más completa impunidad.

He aquí una versión en la que, con el ánimo de ser amenos, utilizamos el recurso de la imaginación.

--------------

La madrugada del 16 de abril de 1935, un rumor invadió las calles y callejones de Barranquilla, clamor lastimero que bajó por el callejón de “Líbano” o “Avenida de la República”, hasta el caño del Mercado, llegando a los oídos de los madrugadores comerciantes del lugar; para regresar, haciendo el mismo recorrido hasta más allá de la calle del “Estanque”, ya en pleno corazón de “Boston” y “El Prado”, permitiendo así que los acomodados habitantes de esos prestigiosos barrios, se enteraran de la tragedia ocurrida, pocas horas antes, en la antigua “Pensión Inglesa” de la calle Murillo, y en donde su anciana propietaria había sido estrangulada.

La Floresta”, antigua residencia señorial de la familia Cisneros, para 1935 era sólo un par de viejas casonas de madera, ya bastante desvencijadas y rodeada de plantas, entre las que se destacaban las trinitarias que, sembradas a su alrededor, parecía que con el tiempo terminarían por cubrirla para siempre.

Su frente daba, calle del Divididi o de Murillo de por medio, al parrandero, alegre y carnavalero Salón “Carioca”.

Pero “La Floresta” no tenía ya el esplendor de antaño, cuando sus 11.383 metros cuadrados de superficie, albergaban árboles frutales y hortalizas y sus dos casas de madera, junto a la más pequeña del servicio doméstico, lucían atractivas, con una capa de pintura verde sobre sus paredes de madera que le daban no sólo belleza, sino un simbólico sentido de esperanza futura.

Ahora, no era más que un sitio adecuado para el crimen, dado su estado de abandono.

Sus habitantes. En el deteriorado Kiosco de madera, hacia el centro del jardín, vivía Manuel Weeber, un sirviente curazaleño y su mujer ecuatoriana, María de J. Quiñónez, nativa del puerto de Esmeraldas. En el primer piso de la casa izquierda, y mirando hacia la banda norte del callejón del Rosario, ocupaba uno de los cuartos en arriendo, la señora Luisa Silva de Cortissoz y su hijo León, una callada y humilde costurera. En esa misma casa, pero en una habitación que daba hacia Murillo, vivía John Berg, el nieto adoptivo de la señora de Meek de quien muchos aseguraban era su sobrino.

En el piso segundo de la casa derecha, al cual se llegaba por una escalera también de madera, Frank Meek, el hijo, ocupaba un cuarto que estaba separado del de su madre por un estrecho pasadizo. Frank era un hombre de unos treinta años, inquieto, ágil, a pesar de ser un poco regordete, conocedor de la mecánica de aviación, pues desde hacía varios años laboraba para la empresa colombo-alemana de aviación, más conocida por sus siglas: SCADTA.

En el cuarto contiguo de la izquierda, vivía la camarera María Medina, una señora boyacense de edad avanzada, quien acompañaba fielmente a la señora de Meek desde hacía 14 años.

Habían otros cuartos en el primero y segundo piso, pero todos estaban vacíos, porque la Pensión ya no funcionaba como tal desde 1932, cuando la difunta, ante la grave crisis económica que aún azotaba al país, decidió venderla a la “Compañía Sindical Noguera”. Pero esto, era algo que ni siquiera su propio hijo Frank conocía.

Estas eran las personas que habitualmente residían allí, independientemente de las diarias visitas de una costurera y una cocinera, además de las alumnas que recibían clases en el pequeño taller de trocar hilos que ella había instalado y que en mucho ayudaba a la flaca economía familiar. El mecánico Juan Towood era otro de los visitantes esporádicos, lo mismo que Enrique van Hayle, un muchacho que había sido criado por la señora. Y por supuesto, su amiga Bessie Gillies, de nacionalidad inglesa, a pesar de ser nacida en Bogotá. Por último, Manuel Briceño, su cocinero de la Pensión Inglesa de la calle de San Blas, venía a menudo para cobrar los sueldos atrasados que le adeudaba la señora.

La mañana del 16 de abril: La señora de Meek, debido a su edad, se recogía en su habitación, a más tardar a las nueve de la noche, mientras que su hijo Frank arribaba en su motocicleta casi siempre a eso de las diez, lo mismo que su nieto John, con algunos minutos de diferencia. La camarera Medina se acostaba apenas lo hacía su patrona, y se levantaba todos los días a las cinco, a preparar el desayuno, muchas veces acompañada por el sirviente Manuel, pues doña Catalina se retiraba de su lecho con los toques de campanas de la un tanto alejada Catedral de San Nicolás, correspondientes a la misa de las 6.

La mañana trágica, el sirviente le dijo a la camarera Medina que le parecía extraño que siendo casi las siete, ni la señora ni su hijo Frank estuvieran sentados a la mesa para esperar el desayuno. La ausencia de John no les preocupó, pues era su costumbre, como joven sin ocupación, levantarse muy tarde y desayunar cuando ya todos lo habían hecho.

Ante esta advertencia, María Medina subió las escaleras y se acercó a la habitación de la señora, notando que el anjeo de la puerta estaba roto, pudiendo verla a lo lejos, todavía acostada y extrañamente con un brazo descolgado y la cara tapada con lo que parecía ser un vestido blanco de mujer. Al entrar, sospechó que su patrona estaba muerta. Llena de pánico y entre sollozos, se dirigió al cuarto de Frank golpeando fuertemente la puerta sin lograr despertarle, pues dormía profundamente, tal vez narcotizado, como lo declaró posteriormente en el interrogatorio.

Por fin pudo abrir sus ojos y, enterado del asunto, corrió veloz hacia la habitación de su madre, rompiendo casi de inmediato en un llanto que terminó de alarmar a los demás.

Bajó raudo las escaleras y vistiéndose como pudo con un pantalón encima de su pijama, ordenó ya desde la puerta de salida, avisaran a la señora Bessie de lo sucedido, mientras que él se dirigió presuroso hacia la Inspección Tercera que quedaba muy cerca de allí: en la acera occidental de la calle de Santa Ana, una que moría sobre el callejón del Rosario y miraba el costado norte del antiguo caserón donde ocurrió la tragedia.

El inspector Jesús María Molina, un hombre trigueño, de mediana estatura, de cabello abundante y negro, pero con entradas bastante pronunciadas, con más pinta de vendedor de seguros que de detective; acababa de llegar a su oficina, todavía un tanto estropeado por la parranda de la noche anterior en la tienda “El Sporting” del italiano Moscarella, en Progreso y Sello.

Encontró a Frank sentado en una butaca contigua a la oficina y de inmediato le hizo pasar.

.- ¡Mataron a mi mamá! ¡Mataron a la señora de Meek! le gritó al oído.

.- ¡Calma, calma! ¿De qué me está hablando?

.- ¡De mi madre! Que mataron a mi madre, ¡quizás para robarle...!

El Inspector se levantó de su asiento y no sin antes arreglarse su corbata, le tomó por el brazo y caminó con él hacia el lugar de los hechos.

La primera en abrir fue la Medina, quien con su rostro bañado en lágrimas le dijo:

.- ¡Mataron a la señora, mataron a mi patrona!

.- ¡Cálmese!, cálmese, repitió -el Inspector.

Minutos más tarde llegaron varios detectives, uno de ellos especialista en dactiloscopia, acompañados por el teniente Heilbron.

El inspector les ordenó seguir y comenzar las labores de rigor en estos casos. De inmediato convocó a todos los moradores y los reunió en el jardín. Les dejó a la espera, mientras subió a la alcoba, presentándose ante el lecho de la víctima para observar de cerca el cadáver. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que el cuarto se hallaba en completo desorden.

A los pies de la cama, cerca de la ventana había una cómoda. Bajo el lecho, un baúl estaba rodado y casi abierto, como si alguien hubiese querido forzar su candado.

Pero antes, había visto la puerta de entrada del dormitorio y observó que la moldura que sujetaba la malla de alambres estaba rota y la propia malla cortada longitudinalmente.

El armario que daba a un costado de la pieza, mostraba sus ropas íntimas y algunos objetos regados por el suelo.

De inmediato se paró frente al lecho y desde todos los ángulos observó la dantesca escena.

El cadáver estaba en posición decúbito dorsal y presentaba una profunda equimosis o contusión en el rostro y en el cuello. Un traje de lino le apretaba la garganta estrechamente y se le envolvía sobre la boca, lo que era, según el inspector, una clara evidencia de que el victimario acalló los gritos de horror de la señora. Además, la tela que le sirvió para estrangularla, estaba manchada de sangre, de donde dedujo que la víctima arrojó sangre por la boca, bajo la mano que le quitaba la vida. Sin embargo, su dentadura postiza estaba intacta.

En cuanto a la alcoba, ya lo dijimos, estaba en completo desorden. La parte superior del toldo apareció roto y tenía algunas manchas de sangre, posiblemente la misma sangre que expulsó la señora en el momento en que era asfixiada. Era de suponer además, que hubo un forcejeo causante de la rotura del mismo.

Por otro lado, encontró una mesa de noche con libros y revistas al lado de la cama, y sobre la parte derecha un carriel con objetos de uso personal.

Dos sillas, poco firmes, se hallaban en medio del dormitorio, evidenciando que no estaban en su sitio habitual.

Por lo demás, la oscuridad del lugar, a pesar de que el sol estaba afuera, le daba a la habitación un aspecto desolador.

El Inspector se sentó en una de esas sillas, y con el rostro denotando desconcierto, esperó impaciente la llegada del personal de Medicina Legal.

De repente, se abrió la puerta y dos camilleros entraron parsimoniosamente, para llevarse el cadáver y conducirlo al Cementerio Universal a practicarle la correspondiente autopsia.

Los dos hombres, apenas colocaron los restos mortales sobre la camilla, debidamente envueltos hasta la cabeza con una sábana, bajaron como pudieron por la crujiente escalera. Al llegar a la salida, tuvieron que solicitar la ayuda de algunos agentes policiales, pues una muchedumbre se apiñaba ante la puerta. Hasta el mismísimo Adolfo Held estaba entre los curiosos, aunque él, como vecino, tenía todo el derecho a enterarse de los detalles de la tragedia.

.-“Vaya a la Departamental don Adolfo.”- le dijo respetuosamente uno de los policías, mientras se ocupaba de apartar a los más impertinentes.

El inspector bajó tras ellos, no sin antes ordenar que sellaran el cuarto, se dirigió al jardín donde estaban esperándole los moradores para ser interrogados. El último en llegar había sido John Berg, pues, como siempre, se acababa de levantar, esto, a pesar de todo el alboroto que había en la casa.

.-A ver jovencito. ¿Quién es usted? –le preguntó el inspector.

.-Soy John, el nieto de la señora-le respondió, todavía restregándose los ojos, pero muy sorprendido por la gravedad de los hechos.

.- ¡Acérquese un poco más! –le gritó.

.- ¿Cómo se llama?

.-John, John Berg...

.- ¿Es usted el nieto de la víctima?

.-Si, así es...

.-Pero su apellido no me dice que sea usted realmente familia.

.-En realidad no lo soy. Soy más bien un nieto de crianza.

.- ¿Dónde trabaja?

.-Yo no trabajo. Vivo de las comisiones que ella me da por las diligencias que casi a diario le hago.

.- ¿A quién?

.- ¡Pues a mi abuelita!... ¿a quién otra?

.- ¿Nunca ha trabajado?

.-Mire, señor Inspector. Yo estoy aquí desde hace tres años, luego que vine de Nueva York donde residía y desde entonces estoy sin trabajo y viviendo casi de limosna, pero estoy joven y puedo en cualquier momento conseguir uno para juntar dinero y regresarme a Nueva York, pues, la verdad es que aquí está la situación bastante difícil en cuanto a obtener un puesto de trabajo.

.- ¿Dónde estaba usted anoche?

.- ¿A qué hora?

.-Yo no le estoy preguntando eso, sino simplemente dónde se encontraba anoche. ¿En casa?

.-No. Yo acostumbro a venir a eso de las diez de la noche, pero ayer vine más tarde, como a las 11 porque estaba en el cine. Fui al...

.-¿Al Rex?

.-No, al Apolo.

.-Pensé que habría ido al Rex por aquello de estar recién inaugurado ese teatro.

.-Estuve a punto de hacerlo, pero me encontré con unos amigos que iban para el Apolo y me les uní.

.-Qué película vio?

.-“Broadway al desnudo”. Esta es una comedia musical...

.-No, no, no me la cuente. ¿Tiene usted algún testigo?

.-Si, los señores, José Salvat y Aquiles Arrieta, con quienes compartí antes y después de la película. Ellos fueron los que me convencieron que fuera con ellos al Apolo y no al Rex.

.-Cuándo llegó… ¿quiénes estaban en casa?

.-Creo que todos. El último en llegar, que yo sepa, fue Frank, a quien divisé desde mi ventana entrando con su moto. Pero eso no debo yo responderle...

.- ¿Por qué?

.-Porque quien debe saber con exactitud es el sirviente Weeber, pues es él quien abre la puerta a todo el que va llegando.

.-Tiene razón...le dijo y le ordenó retirarse, llamando de inmediato a Manuel.

El sirviente Weeber era un hombre bastante fornido y con la piel tostada, tal vez por haber nacido en las hermosas playas curazaleñas.

Se le acercó un tanto asustado, cosa que observó el inspector, pero su actitud no le despertó sospechas, pues su olfato de sabueso experimentado le indicaba estar ante un hombre bueno y dedicado a sus labores, sin más aspiraciones que el mantenimiento de su humilde hogar. Por lo demás, estaba enterado que éste era un viejo conocido de la señora de Meek, pues había trabajado para ella como cocinero durante cuatro años, cuando tenían la sucursal de la pensión en la calle de San Blas entre Cuartel y 20 de Julio.

.- ¿Recuerda usted si además de John Berg entró otra persona a la Floresta en la noche de ayer?

.-Si, el señor Frank con su moto. Yo mismo le abrí. Por cierto que ya tenía bastante sueño.

.-Dígame. ¿Fue usted la primera persona que vio el cadáver?

.-No, la camarera. Recuerdo que yo le hice ver que me resultaba extraño que ella, la señora, no hubiese bajado aún, a pesar que ya eran las siete de la mañana.

.-Bueno...siendo usted en realidad el portero, puede decirme: ¿qué otras personas vinieron a la casa durante el día 15 de abril?

.-Los mismos de siempre. Es decir: la cocinera, la costurera y las dos o tres muchachas que estudian en los talleres de trocar-hilos. Porque lo que es el señor Briceño no viene desde hace 20 días.

.- ¿Briceño? ¿Quién es Briceño? ¿Vive aquí?

.-No, él es un señor venezolano que trabajó para la señora como cantinero en la otra pensión, pero ella le quedó debiendo unos dineros por sueldos atrasados. Él viene todos los meses a cobrar y se va.

.-¿Cuándo vino la última vez ?

.-Hace como veinte días. Mire. Él ha venido dos o tres veces a cobrar su dinero a la señora Meek y siempre lo ha hecho muy cortésmente, a pesar de que una vez no pudo cobrar. Otro que visita de vez en cuando es el niño Van Hayle, pero ya tiene una semana que no viene. La señora Bessie sí, y a cada rato porque es muy amiga de la patrona.

.-Ya lo sé. Por eso le he pedido que se quede a cuidar la casa, acompañada por un par de agentes mientras continuamos la investigación.

El inspector, un tanto cansado le despidió y llamó a la camarera Medina.

.-Usted fue la primera que descubrió el cadáver. ¿No es así?

.-Sí...

.-Dígame. ¿Cree usted que los asesinos fueron ladrones?

.-No lo creo así.-respondió.

.-Pero me dicen que de los dedos de la víctima desaparecieron 3 anillos avaluados en 1.500 pesos.

.-Sí, pero, ¿no le parece extraño que esos mismos ladrones no se llevaron otras prendas y cosas?

.- ¿Cuáles?

.-Pues vea, el anillo que se le halló en el dedo anular de la mano derecha, uno que tenía un signo de la logia: ELKS.

.-¿Era masona la señora ?

.-No sé. Creo que sí, porque por algo cargaba ese anillo.

.-Pero se olvida usted que también encontramos un broche de oro sobre la solapa de una camisa. En otro bolsillo un billete americano de 5 dólares, además de 32 pesos que guardaba en el camisón.

.-Entonces tengo razón...Yo creo que más bien fue...

.-¿Notó algo sospechoso ?

.-A eso de las cuatro de la madrugada sentí un golpe como de algo que tiran contra el pavimento, pero pensé que había sido el gato.

.- ¿Cuál gato ?

.-Uno que vive aquí y que muchas veces se tira desde un árbol hasta el balcón que, como es de madera, suena muy fuerte.

.-Entonces... ¿es posible que el gato haya visto a los criminales? -preguntó el inspector en un tono un tanto socarrón.

.-Tal vez, respondió, tapando con la mano derecha su boca que empezaba a descubrir una sonrisita burlona.

.-.Entonces, ¿no cree que fueron ladrones?

.-Ya se lo dije. Yo creo más bien que fue por venganza que la mataron.

.- ¿Venganza?

.-Sí, de alguno de sus acreedores, pues, quiero que sepa que la señora debía mucha plata. Le debía, por ejemplo, al señor Briceño.

¿Briceño el cantinero?

.-Sí... ¿y cómo usted lo sabe?

.-Porque me lo dijo Weeber, el sirviente.

.- ¿Y qué le dijo él?

.-Que ese señor andaba muy enojado porque la señora le debía y no le quería pagar.

El inspector se la quedó mirando y esperó que ella continuara hablando para poder confrontar su respuesta con la de Manuel.

.-Sí, así es. Andaba muy enojado, porque del trabajo realizado en San Blas le debía como 8 meses de sueldos atrasados.

.-Pero, ¿acaso la Pensión quedaba en San Blas?

.-Creo que era una sucursal, pero no sé exactamente. Pregúntele al niño Frank, pues él conoce toda esa historia en detalles.

.-Pero, volvamos con Briceño. Me decía que...

.-Que andaba muy enojado. Muchas veces venía e insultaba a la señora. Recuerdo que una vez dijo en voz alta, como para que todos le oyéramos:.. “La vieja esa se quiere quedar con mi plata, pero yo le meteré abogado para que me pague...”

.-Pero eso no tiene nada de malo, dijo el inspector.

.-Sí, pero en otra ocasión dijo:... “Lo que soy yo le arranco mi plata en cualquier forma...”

El inspector de inmediato llamó al teniente Heilbron y le ordenó al oído que hiciera efectivo el arresto de Briceño, cosa que fue fácil ya que él trabajaba en el Bar “Bolívar” el cual quedaba muy cerca, en Medellín con Progreso.

.-A sus órdenes, señor inspector, le contestó Heilbron. Se lo traeremos de inmediato.

.-No-le contestó el inspector. Llévenlo directamente a la Departamental, pues allá quiero continuar mañana con los interrogatorios.

La camarera, mientras tanto, trató como de retirarse, pero el inspector la detuvo con un grito.

.- ¡No! No se vaya, que todavía no hemos terminado.

.-¡Si no me voy ¡ Sólo quiero traer una silla para sentarme.

El inspector volvió a mirarla fijamente y le dijo de repente:

.-Pero… ¡pudo haber sido usted¡

.-Cómo así. ¿Qué quiere usted decirme?

.- ¡Qué pudo ser usted la asesina!

.- ¡Por Dios! ¡Bendito sea Dios!...!Cómo se le ocurre tamaña calumnia! Si yo adoraba a doña Catalina. Además, aunque ya casi no recibía sueldos, tenía mi buena alcoba y comida. ¿Qué más puede pedir una persona anciana como yo?

.-Olvídelo, olvídelo, le dijo el inspector y ordenó a sus detectives, quienes eran cuatro, llevaran detenidos a todos hacia la Policía Departamental del Parque San José, con el fin de esperar hasta el siguiente día para continuar con la investigación.

Uno de los detectives se atrevió a preguntarle si no sería conveniente conducirlos a la cárcel de Obando, a lo que el inspector contestó con un gesto negativo de cabeza.

.-Pero… ¿dónde dormirán...?

.-En los pasillos, en los pasillos. Colóquenles unas colchonetas en los pasillos.

 

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