Autor: Moisés Pineda Salazar
Un amigo, en respuesta a mi pregunta acerca del por qué los voceros de las llamadas “redes cívicas” barranquilleras han permanecido en silencio frente al enojoso y público incidente protagonizado por el Senador Merlano y el General Pérez, me respondió diciendo- palabras más, palabras menos- que meterse con un político cuya familia había estado vinculada a redes paramilitares “puede ser muy peligroso”
Sin embargo, luego de hacerle seguimiento a millares de vinculaciones a grupos y álbumes de facebook que piden la renuncia del Senador y un número similar de mensajes en twitters, a centenares de artículos en blogs, a docenas de escritos de prensa y luego de soportar un par de “abucheos amables” de los que fui objeto a la salida de un restaurante y en un centro comercial, concluyo que hay diferencias entre estar ATERRADO y estar INDIGNADO.
Los “Cívicos de Barranquilla”, están aterrados en tanto que los periodistas de los medios más emblemáticos de la opinión nacional, los blogueros y los miembros de las redes de Twitter y Facebook, estamos indignados.
Estar aterrado significa estar en el suelo, vencido, derribado, abatido, paralizado a causa de un miedo intenso.
El miedo, el terror, que les produce la creencia, la certeza subjetiva, individual o colectiva, de que el violador, el victimario y el infractor poseen recursos letales que pueden utilizar en su contra produciéndoles un daño irreversible.
Ante esa certeza, con fundamento en la realidad, o no, el ciudadano se aterra, se paraliza.
Al inerme no le queda otro recurso que el de someterse a los designios del delincuente. Es una forma de ser victimizado.
Pero también puede participar en el delito, haciéndose el desentendido, callando, “pasando de agache” ante los hechos de los que es testigo dejando que las víctimas se defiendan como puedan. Es una manera de convertirse en victimario.
O, también puede reaccionar armándose y organizándose para defenderse y resistir a la fuerza criminal.
Y, no puede desconocerse, son muchos los que, creyendo en el Estado, recurren a los que de manera legítima pueden enfrentar a los armados, en condiciones de igualdad.
Depositamos nuestra confianza en la Policía, en el Ejército, en los organismos de inteligencia, en los Fiscales y en los Jueces para que sean ellos, los organismos habilitados para hacerlo, quienes asuman nuestra defensa y protección.
Así pues, aterrarse, paralizarse, es consecuencia de unas condiciones desiguales en las cuales no son posibles ni el diálogo, ni el consenso, ni el acuerdo, ni el ejercicio de la Ciudadanía.
En cambio, estar indignado, es sinónimo de estar irritado, enfadado, airado vehementemente contra una persona o contra sus actos.
A diferencia de “los escenarios de los aterrados”, que se fundamentan en una relación asimétrica, de fuerza irresistible y vulnerabilidad manifiesta, “los escenarios de los indignados” únicamente son posibles a partir de la existencia de una relación simétrica, entre sujetos Iguales ante la Ley, entre CIUDADANOS.
Si me preguntan cuál es ese escenario simétrico, en el que realmente es posible la Igualdad Real, entre sujetos en condición de CIUDADANOS, diré que, sin lugar a dudas, es la CIUDAD.
Ella es el escenario privilegiado para el ejercicio de la Ciudadanía.
Así lo predica nuestra Constitución cuando se refiere al MUNICIPIO como el ámbito apropiado para el ejercicio de la Democracia, entendida como el conjunto de valores, prácticas sociales e instituciones que hacen posible la Igualdad Real el lugar en el que no es tolerable que el infractor se escude en la “singularidad de su investidura o de su condición” para conducir sin licencia, para negarse a una prueba de alcoholemia o para tramitar ante un General adormilado en Bogotá, las órdenes para que no lo molesten.
Por eso, a diferencia de lo que le pasa cuando el Ciudadano es avasallado por la fuerza irresistible de las armas, cuando en el ámbito de la Ciudad se quiebran los principios, los procedimientos y las normas que garantizan ese “Valor Fundacional” de la Democracia Liberal, el Ciudadano se indigna, se enoja, se irrita y reclama.
El Indignado se moviliza en defensa del único espacio en el que son posibles la paz, la convivencia y el desarrollo humano: la Ciudad.
De lo que se trata es de la defensa de esa construcción compleja en el que la autoridad de la Ciudad, de la Polis, la Policía, el Cuerpo Civil Armado, la que atiende los asuntos relativos al comportamiento que hace posible la convivencia en la Ciudad, no puede proteger al “infractor” con el argumento de hay que respetar unas pretendidas “jerarquías” de privilegios y privilegiados; que no es lo mismo “infringir una norma que violar la Ley” y que hay 100 colombianos que no está sometidos al imperio de los estatutos que se le aplican a los otros cuarenta y cinco millones, novecientos mil residentes en el territorio nacional.
Entre uno y otro escenario, el de las armas letales y el del ejercicio ciudadano; entre el del TERROR y el de la INDIGNACION, entre el del avasallamiento y el del encuentro, entre el ciudadano y el delincuente o infractor, hay un claroscuro, una puerta giratoria, por la que circulan los émulos de Merlano.
Ellos, los Merlano, se revisten con los “atributos” que “los hacen aparecer desiguales”.
De entre todas las particularidades posibles, eligen aquellas que tienen un significado de “letalidad”: capacidad para inferir un daño irreversible.
Como el burro de la fábula, se ponen encima una piel de León para asustar a los aldeanos. La gente se lo cree hasta cuando, por el descuido que produce el ejercicio reiterado del engaño, una oreja del asno queda al descubierto: ¡es un burro! grita un niño y los campiranos, envalentonados, indignados, lo emprenden a palos....
De eso se trata. De ejercer la ciudadanía, de no paralizarnos, de no ser ni víctimas ni victimarios, de INDIGNARNOS.
Obviamente, "los palos" son símbolo de la palabra, de la denuncia, de la opinión que se manifiesta en el debate, que tiene fuerza movilizadora.
Si frente a los armados la única alternativa civilizada con la que contamos es la de acogernos a la protección de las armas legítimas del Estado, la única manera que tenemos para recuperar la dignidad ciudadana, para restaurar los valores quebrantados de la Democracia Liberal, es ejerciendo la Ciudadanía porque la Dignidad, como la Libertad, no la regalan.