Autor: Moisés Pineda Salazar
El diablo en la cultura popular del Caribe Colombiano
CONCLUSIONES:
Sin declararlo el profesor Jairo Enrique Soto Hernández, el periplo de la vida de las viejas matronas campesinas que sobrevivieron en ese invento del diablo que es la Ciudad, se corresponde con la metáfora que justifica su trabajo y que él sostiene de manera argumentada en el libro de su autoría que hoy presento ante Ustedes:
“El diablo en la cultura popular del Caribe Colombiano. Del Corpus Christi al Carnaval en Barranquilla”.
El peregrinaje del diablo en el Caribe Colombiano, desde el Corpus Christi hasta el Carnaval en Barranquilla, nos anticipa que la demonización, la satanización de las carnestolendas por parte de las Iglesias Cristianas, puede conducir a que, como mecanismo de adaptación, para no desaparecer, las danzas religiosas, la danza folclórica, el disfraz carnavalero, y el diablo mismo, se conviertan en un espectáculo, en un objeto banal de observación, en una mercancía cultural, destinada a satisfacer los consumos originados por el ocio urbano.
Como materialización de esa banalización, El Diablo corre el riesgo de terminar siendo un paquete de Chitos” para niños. Una marca acreditada y reconocida, impresa sobre un vistoso empaque que contiene una comida impostada, sin ningún valor nutricional.
Si mi abuela materna no hubiera sido una mujer campesina, muy probablemente ni yo, ni mis tres primeros hermanos, nos hubiéramos podido criar en medio de la adversidad de ese “invento del diablo” que es la Ciudad porque: “lo natural es obra de Dios, lo artificial es obra del diablo”.
La suya, fue la gesta de quien trajo consigo las capacidades que le permitieron adaptarse y sobrevivir; porque de eso se trata ese proceso en el que el ser humano, al cambiar de territorio, como quien cambia o sale de la matriz, nace- una y muchas veces- aperado únicamente con el sistema de creencias, prácticas sociales, rituales y herencias simbólicas que le permiten superar la adversidad, “sacarle partido a las dificultades” y transformar el mundo nuevo para adaptarlo a sus necesidades, cada vez más complejas, cada vez más cambiantes, cada vez más provisionales. Todo eso, sin dejar de ser lo que se es.
El papel de la herencia es, entonces, la de dote o viático. Recurso idóneo y suficiente para empezar o para continuar, no una, sino innumerables veces confiando en que “más puede Dios que el diablo”.
Quiero decir, entonces, que la dote y el viático, la herencia campesina de mi abuela fue indispensable para mutar de dobladora de tabacos a recién casada, a madre; a viuda en edad temprana, a sostén único de sus dos hijas ejerciendo el oficio de fritera, dulcera, cocinera; criandera de canarios, artesana de tabacos y calillas, tejedora de frivolité y encaje de bolillos, viviendo debajo de las escaleras de las casas a las que servía, hasta cuando conquistó lo que Florence Thomas llama: “su propio cuarto de autonomía” porque fue capaz de aprender las artes de sus patronas- de esas que llevan “la cruz en el pecho y al diablo en los hechos”- que, cuando se percataron de las excelsitudes de su empleada, la echaron a la calle porque “así paga el diablo a quien bien le sirve”.
En el desarrollo del texto, Jairo Soto nos muestra, y demuestra, la solidez de la tesis según la cual, contar con una herencia, estar dotados, nos permite adaptarnos y adaptar el mundo cambiante, y nos diferencia de la especie que, careciendo de ella, no tiene alternativa distinta a la de comportarse como un depredador que toma, de cualquier forma, lo que le sea preciso, aunque al mundo “se lo lleve pindanga”.
Como “un diablo se parece a otro diablo”, en este libro, Jairo comparte con nosotros sus hallazgos y nos muestra que la herencia, representada en el capital simbólico común, es capaz de proveernos a los Caribeños de una identidad propia que nos permite desvelar las relaciones con otras sociedades que nos explican de dónde venimos, cómo hemos sido, cómo somos, por qué somos así y qué podremos seguir siendo en el futuro colectivo porque, no en vano “cada diablo se parece a sus hechuras”.
Así, en este libro, desde los rituales religiosos, desde los mitos, desde la tradición oral, desde la música y desde la carnestolendas populares, el Profesor Soto urde con palabras, las imágenes que muestran a los lectores, las redes tupidas que mantienen la unidad de un territorio en el que, gracias a ese material simbólico, conviven, como uno solo, diversos pueblos, muchas lenguas y razas que poseen múltiples representaciones del mundo que, siguiendo los más impensados caminos, él anuda con un elemento común: El diablo.
Así, saltando desde sus páginas, más lejos de “donde el diablo dejó el guayuco”, viniendo desde España, Belgica, Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela, Brasil, Cuba, México, Perú y Bolivia, venciendo distancias y remontando cordilleras, “los diablos andan sueltos”, desparramados por la geografía del Desierto, de la Sierra, de la Provincia de Cienaguas y de las Sabanas de Córdoba en: Riohacha, El Molino, Valledupar, Atanquez, Guamal, Pinto, Santa Ana, Mompox, El Banco, Ciénaga, Santa Marta, Barranquilla, Sabanalarga y San José de Uré.
El Profesor Jairo es prolijo en demostrar cómo, en la medida en que el ritual religioso del Corpus Christi, matriz originaria de estas danzas, ha mutado y con ellos, el pagamento, de la misma manera el cumplimiento de la promesa al Santísimo ha migrado a la forma festiva de la celebración carnavalera.
Se diría que en la medida en que los himnos del Corpus Christi, como el Pange Lingua, han desaparecido y con él las nubes de incienso, el tañer de las campanillas y las alfombras de flores para que pase El Santísimo, al debilitarse el misterio y desmitificarse lo sagrado, en esa misma medida, suprimida la matriz de la festividad religiosa, sus materiales simbólicos migran al espacio carnavalero en forma de material folclórico.
Se valida de esta manera el aserto sostenido por Canclini acerca de las hibridaciones con lo que afirma que ninguna forma, o material simbólico, permanece inalterable con el transcurso del tiempo. A él, se van incorporando formas externas, discursos internos, argumentaciones y conclusiones que, a su vez, modifican la apariencia.
El investigador, tiene la tarea de reconocer y diferenciar, lo uno de lo otro.
El Profesor Jairo sabe que su responsabilidad es comunicarlo, no precisamente para sacralizar o derruir, sino para dar a conocer, para mostrarnos, y a fe que lo logra, el tránsito que hizo el diablo desde el Corpus Christi, al Carnaval en Barranquilla.
En este prolijo ensayo, hay un aporte invaluable, de carácter científico con capacidad de predictibilidad. La tesis planteada y que desarrolla el Profesor Soto, es fundamento para, desde la evidencia presentada y documentada en él, poder abrir una reflexión sobre el futuro de estas hibridaciones en el Carnaval en Barranquilla.
Al igual que en el pasado, queda probado que la presión sobre la conciencia colectiva, ejercida desde la esfera religiosa, adjudica la condición de demoníaca y satánica a toda aquella expresión colectiva, pública o privada, que ponga en tela de juicio el dogma y la integralidad de un sistema de creencias con pretensiones de hegemonía. La acción de “sacudirse, de quitar las telarañas”, de conquistar el conocimiento y la Libertad, incluyendo la Democracia Burguesa y Liberal, son vistas como obras del demonio.
Así, en la medida en que el material simbólico que se exhibe en el carnaval en Barranquilla, sea usado como un recurso para explicar nuestra identidad dentro de la diversidad, en la medida en que cumpla su función de ser recurso para la “ciencia”, de “proveedor de luces”, de entregar explicaciones de “mostrar la verdad”, en esa misma medida, el Carnaval será calificado de “luciferino”, que quiere decir: Portador de la luz, como que Lucifer es el diablo.
Entre ogaño y antaño, la diferencia es que hoy, ese anatema ya no proviene de las sotanas y sobrepellices monseñoriales del Obispo Romero de Santa Marta en el siglo XIX, sino que sale de la boca de pastores y pastoras que dirigen las “casas de oración” y presiden las asambleas de las congregaciones cristianas a todo lo largo y ancho del territorio metropolitano.
Y, así como en la tradición oral que registra Soto en el texto que hoy me ha permitido presentar para ustedes, queda mostrado que en la medida del pensamiento elemental, en proporción a los grados de ignorancia, al pobre de El Diablo se le culpa de todos los males cuya explicación es inasible.
Para muchas mentes, el carnaval en Barranquilla es un objeto desconocido, no alcanza a ser entendido.
Por eso, ante él, el urbanita experimenta temor y miedo. Para representar el objeto del miedo, se le provee de corporeidad, se le sataniza, se le demoniza porque el Cristiano debe saber que “detrás de la Cruz, está el diablo” y no se puede dejar engañar.
— “El carnaval es una fiesta satánica”, “No rendirás tu carne a Baal”, son expresiones comunes en el lenguaje de los congregados alrededor de los Pastores Cristianos en los tiempos de enero y febrero.
Muchos de estos conversos de última hora, han dejado expósitos bienes tradicionales de la cultura popular, verdaderas joyas patrimoniales de la humanidad, porque el Jefe de la Congregación los ha convencido de que el origen de sus males, de su enfermedad o de sus dificultades económicas, está en el hecho de haberse puesto al servicio de las causas del demonio.
En un gesto desesperado, todo aquello que recibieron como legado de sus ancestros, lo han dejado porque los sacerdotes de las nuevas religiones se lo han impuesto como una condición para poder recibir las bendiciones de Dios en forma de sanidad, dinero o sosiego.
Resulta paradójico que hoy, como ayer, al Diablo se le culpe por apostarle a liberar al hombre a través del conocimiento: “se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”.
Si la Escritura plantea que el hombre está llamado a “ser perfecto”, como Dios es perfecto, ¿entonces, de qué ha de ser culpable la criatura que quiso mostrarle al hombre uno de los caminos: el de la sabiduría?
— “¡No!- dirá el exégeta,- el hombre no quiso ser como Dios, quiso ser Dios. Y, eso, es otra cosa”
Lejos de estas discusiones, el portador y depositario de esta tradición religiosa entiende que en su condición de “pagano”, en el sentido de persona que tiene una deuda con otro y que debe “pagarla”, él sabe que es un instrumento al servicio de Dios que mediante la Danza tradicional de “Diablos y Cucambas”, escenifica la lucha entre el Bien (Dios: la Cucamba) y el mal (el diablo) en la que siempre vence el Bien.
Él danzante sabe que la liturgia del ritual procesional pone de presente ante la Comunidad de los creyentes el valor sagrado de la Naturaleza, tanto que hasta Dios toma su forma para engañar al Demonio y obligarlo a que lo adore y se rinda ante Él, que crea un circulo protector para evitar las acechanzas del Diablo que siempre está cercano a los hombres que danzan procesionalmente formando las cuadrillas del Palenque de negros y negritas.
Lejos de tales discusiones teológicas, el carnavalero hace del vestido tradicional de la danza, un disfraz; transmuta el personaje aterrorizante del pagamento y la promesa ante El Santísimo, en un bufón, en un payaso que es objeto de burlas y divertimento.
El Carnavalero, sin preocuparse por nada distinto a la experiencia de sacarle goce a la fiesta, disfruta la ocasión, y en medio de uno que otro trago de ron, la comparte con quien quiera vivir la experiencia, sin preocuparse por rutinas dancísticas, historias explicativas, teorías antropológicas o miedos esotéricos. (Aunque se pone sus amuletos y se echa sus bendiciones pues “más sabe el diablo por viejo, que por diablo”)
En suma, este enjundioso ensayo que hoy presento, y que es de la autoría del Profesor y amigo Jairo Soto, nos brinda a los estudiosos la oportunidad de comprobar que esto de recuperar los materiales simbólicos ancestrales y defender las tradiciones de nuestros antepasados, es un elemento fundamental para la construcción de una ciudadanía urbana; para edificar la identidad colectiva de unos urbanitas desconectados del ambiente natural, que crecen creyendo que los pollos vienen de los supermercados y la mayoría de los cuales ya no saben el nombre de sus bisabuelos.
Pero, también, enciende las alarmas.
La investigación de Jairo nos muestra la manera cómo el Diablo Europeo es transformado en bailarín por la mentalidad y la cultura de los indígenas y de los afrodescendientes para, luego, cuando la festividad religiosa se debilitó, cuando se oyó el último “Tamtum ergo sacramentum”, ver cómo la mentalidad y la cultura urbanas, lo transmutaron en disfraz.
Hoy, la dinámica que demoniza al carnaval en Barranquilla por parte de sectores religiosos en expansión, nos permite anticipar que esa presión sobre la conciencia moral, puede conducir fácilmente a la banalización de esta expresión cultural como ya ocurrido con los materiales simbólicos que tuvieron su matriz en la Fiestas Religiosas.
En tales circunstancias, la Sociedad habrá perdido una herencia, una dote que le permite adaptarse sin dejar de ser lo que se es y adaptar el mundo a sus necesidades, sin destruirlo ni auto-destruirse con él.
Los Curas, en su flojera, no saben cuánto daño hicieron al acabar con las Fiestas Patronales. Esta obra del Profesor Jairo Soto, les puede ser de utilidad.