Autor: Moisés Pineda Salazar
Sorprende que cien años después, a los samarios, barranquilleros y cartageneros nos parezca “la gran vaina” construir un “tren aerosuspendido” con menos de 250 kilómetros de longitud.
El director del Museo de Ferrocarriles empezó a copiar los archivos de mi trabajo de investigación sobre el Tranvía de Barranquilla en el disco duro del único computador de que disponía la Institución. Era un modelo básico, sin pretensiones, bastante lento.
Y, mientras se ejecutaba la operación de copiar y verificar la transmisión de los datos, él seguía perorando sobre la gesta heroica de los ferrocarriles cubanos, con la pasión del “conocedor”.
Fue en medio de un mar de datos, fechas, nombres de lugares y de calificativos como el de “quimeras”, cuando soltó aquello de que el 22 de enero de 1912, más de 10.000 personas se dieron cita para asistir a la inauguración del servicio ferroviario entre Havana y New York.
Yo estaba tan abstraído en cotejar otros detalles de la historia de los ferrocarriles cubanos, que me tomó varios minutos reaccionar frente aquello de que hubo un tren, “The Havana Special” que permitía viajar entre la Capital Cubana y la Ciudad de Nueva York en la Costa Este de los Estados Unidos.
Jorge, le dije, ¿cómo es eso de un tren entre la Habana y Nueva York?
No solo entre la Havana y Nueva York, me respondió, sino que el servicio iba desde y hasta Santiago de Cuba al Suroriente de la Isla.
Fue entonces cuando se dio a la tarea de explicarme cómo fue posible que el Ferrocarril cubriera los 70 kilómetros de distancia que existían entre la Habana y Cayo Hueso, Key West, la ciudad más importante de La Florida.
Cayo Hueso es parte de la historia de la formación de la identidad cubana; en ella Martí y sus revolucionarios participaron en la guerra española, cubano estadounidense. Sigue estando distante a unos 260 kilómetros de la apenas naciente Miami, a la que se unía a través del Key West Railroad Extension, un camino de hierros construido por Henry Flager, literalmente sobre el mar, que luego entraba al continente como The Florida East Coast Railway y se prolongaba hasta Manhattan.
Sobre la cresta de la cordillera de coral que franquea la entrada al Golfo de Méjico, Henry Flagler usando bombas de achique, grúas, winches, martinetes para hincar pilotes, barcazas y embarcaciones que transportaban acero y cemento procedentes de Alemania y arena, roca y madera desde Cuba, movidos por vapor, levantó aquella infraestructura que le facilitaría llegar hasta un puerto de aguas profundas que lo beneficiaría de la actividad del Canal de Panamá y del comercio creciente con Cuba.
En muchos períodos del proceso de construcción, más de 4000 hombres trabajaban simultáneamente en la obra. Fue una gesta que duró siete (7) años en los cuales tuvieron que vencer tres ciclones (1906, 1909 y 1910) en uno de los cuales murieron 200 trabajadores.
Así, una vez culminado el camino férreo, fue posible tomar el tren en Santiago de Cuba y, luego de catorce horas de viaje, arribar a la Estación Central de La Havana en donde el convoy de vagones era embarcado en los “ferry- boats” de la Compañía para hacer la travesía hasta Cayo Hueso. Los afortunados viajeros hacían realidad el sueño de cabalgar sobre las olas del mar, cómodamente sentados en el vagón de un ferrocarril.
Esta interconexión entre el por entonces eficiente sistema ferroviario cubano y la Red de ferrocarriles norteamericanos que vivían su época dorada, dieron surgimiento a uno de los primeros sistemas intermodales de transporte de carga y pasajeros que hubo en el mundo “y Cuba aprovechó la nueva logística para convertirse en un suplidor importante de Estados Unidos de productos que anteriormente no le era posible suministrar”: una piña cultivada en los campos del suroriente de La Isla, llegaba fresca a los restaurantes y abarrotes de Manhattan, en dos días, sin ser movida de su contenedor.
Toda una hazaña en los mismos meses y días en que se construía, y naufragaba El Titanic.
Un huracán de nivel 5, el día 2 de Septiembre de 1935- labour day- destruyó parcialmente “El ferrocarril sobre el mar”, como se le conocía por entonces.
La Compañía no pudo enfrentar la reconstrucción del sistema y se vio obligada a vender toda su infraestructura al Estado de La Florida que, sobre aquellas obras, ampliándolas y mejorándolas dio paso a la Red de Carreteras que actualmente une a los Cayos de La Florida.
Llegó, entonces, la época en la que los Ferry- boats no transportaban los vagones del ferrocarril sino los centenares de vehículos y camiones en los que comerciantes, magnates, contrabandistas, prostitutas, latin lovers y turistas, de ambos lados, iban y venían entre Miami y Havana hasta un poco después del triunfo de la Revolución Cubana.
Cuando colocamos en perspectivas las distancias y las cifras, sorprende el hecho de constatar que entre Key West (USA. Fla) y La Havana, solo hay setenta kilómetros, que es una distancia comparable con la que existe entre Barranquilla y El Rodadero.
Eso nos debe explicar la magnitud de las relaciones sustantivas que fueron cercenadas por el bloqueo económico impuesto por los Estados Unidos. El complejo de identidades visibiliza la “cubanidad” que, histórica y culturalmente, existe al sur de La Florida.
Por otro lado, sorprende que cuando en 1912, con una tecnología elemental, cuando no existían los mecanismos hidráulicos, a un costo de USD$50 millones, fue posible construir un ferrocarril sobre el mar con una longitud de un par de centenares kilómetros y que cien años después, a los samarios, barranquilleros y cartageneros nos parezca “la gran vaina” construir un “tren aerosuspendido” con menos de 250 kilómetros de longitud. Y, lo más grave, nos da miedo pensarlo siquiera.
También hay que recordar que, contrariando las dinámicas mundiales, desmontamos nuestro Tren Barranquilla/ Puerto Colombia que, al decir del cubano Francisco Javier Cisneros, debía prolongarse desde Cupino hasta Cartagena para extenderse hasta encontrar el Ferrocarril de Occidente y conquistar una salida al Océano Pacífico.
Igualmente, desmantelamos los Ferry boats para dar paso a un puente que cuarenta años después no nos sirve el cual articulamos con una carretera ambientalmente agresiva que, construida como está, en menos de veinte años será devorada por los efectos que el cambio climático tiene sobre el aumento en el nivel del mar.
Tienen razón quienes afirman que en el momento en el que dejamos de ser caribeños para “colombianizarnos”, en ese preciso instante, económicamente nos arruinamos y, con el paso de los años, mentalmente nos castraron.