Autor: Harold Alvarado Tenorio
Como han certificado varios historiadores, fue durante el cuatrienio [1974-1978] del gobierno de Alfonso López Michelsen, cuando Colombia se consolidó como el primer exportador de estupefacientes de la historia contemporánea, que algunos llaman con una ironía digna de Caifás (AC y DC), [antes y después] de la Coca.
De las entrañas del Frente Nacional saltó el basilisco que en su odio por los liberales nunca vislumbró Laureano y mucho menos su hijo Álvaro Gómez: los narcotraficantes eran ya la nueva clase y la incontenible nueva fuerza política, enquistada en todo el entramado corruptor de sus gobiernos milimétricos y bipartidistas, cuyos dineros elegían el Congreso, nombraban magistrados, ministros, gobernadores, alcaldes, procuradores, jefes de la policía, pervertían la debilitada izquierda y terminarían liquidando moralmente las guerrillas que decían combatir el estado de cosas imperante.
El triunfo del narcotráfico y la escalada de la guerra civil entre guerrillas y paramilitares ofreció a un sector de la inteligencia colombiana la oportunidad de entrar en escena con beneficios y resultados que nunca habían conocido: la Social Bacanería, la más notable de las invenciones del Frente Nacional.
Porque como había sentenciado el filósofo de Otraparte, Fernando Gonzalez, “en Colombia, si un intelectual molesta mucho, lo mejor es conseguirle un empleo, bien o mal remunerado, y con eso basta”.
Una vez conocidas las entrañas de las instancias criticadas, nadie más que ellos serían sus defensores a ultranza. Entre el liberal ministro de educación del segundo gobierno de Alberto Lleras Camargo y el conservador ministro de educación de su primo hermano Carlos Lleras Restrepo, la intelectualidad de las grandes capitales sería lanzada al “otro mundo” como había hecho la Revolución Mexicana y estaba haciendo la Cubana.
Los rebeldes de café, que habían tenido por tribuna los periódicos y la radio durante la primera mitad del siglo XX, viviendo entre el hambre y las enfermedades, como Luis Tejada, o en el exilio como Luis Vidales, ahora irían a parar las dependencias de la enorme burocracia que creaba la paridad política.
Mientras vastos sectores de artesanos, obreros, universitarios y campesinos luchaban de nuevo contra el estado de cosas, la Social Bacanería, con el mismo lenguaje y aduciendo parecidos argumentos ambicionaba un reparto del poder, una parte de la torta del ponqué nacional, minando desde dentro, toda posibilidad de cambio.
Una legión de gocetas ha terminado por convertir, incluso la muerte, en un espectáculo para la diversión del cuerpo y el relajamiento del espíritu. Y esa fanfarria tuvo su apoteosis en la década de los noventa, cuando mientras las guerrillas secuestraban, asesinaban, colocaban minas personales, destruían pueblos y veredas y los paramilitares asolaban la tierra con sus masacres y crueldades, un loco que había mostrado su culo a cientos de estudiantes en un auditorio, fue elegido alcalde de la capital del país, para que montado en un elefante junto a su amante desquiciada, clamara por un retorno a las normas de la Urbanidad de Carreño, saludando de mano a las señoras, cediendo el asiento a las embarazadas, ayudando a los ciegos a cruzar la calle, dando de comer y beber al sediento, etc., etc., mientras mediante métodos y sistemas de computación liaban los presupuestos de galimatías matemáticos y se robaban las arcas del municipio.
La Social Bacanería, cuyos líderes se acercan hoy a los setenta años, la misma edad de las FARC, han sido unos hedonistas de pelo largo y marimba en los labios, que luego se cortaron el cabello mientras esperaban su turno para ser ministros o candidatos a algo, flotando en las estigias de la superficialidad, sumergidos en una fiesta continua añorando el ayer y acusando de todos los males a todos aquellos que han intentado poner orden en tremendo desbarajuste.
“Un país convertido en un vasto y desordenado campamento donde todo se improvisa y se invalida a sí mismo y donde nada se logra a cabalidad ni oportunamente, nada al derecho ni con la honradez indispensable”, como dijo oportunamente Jaime Mejia Duque.
En 1997 Ernesto Samper Pizano y Jacquin Strauss Lucena crearon el Ministerio de Cultura para dotar de renovados ingresos a la nueva y descompuesta inteligencia de la Social Bacanería que quiso hacer de Colombia una república de festejos, fandangos y rumba interminables en medio de un baño de sangre.
Desde entonces Casa dePoesíaSilva y el Festival de Poesía de Medellín han hecho de la poesía, con el apoyo infecto y vicioso de ese ministerio y las nuevas secretarías de cultura de los distritos especiales, el más grande espectáculo de nuestro tiempo.
Para finales de los años noventa ya habían desaparecido las revistas dedicadas a la poesía y sólo algunas, anodinas o faroleras sobrevivirían, más como fuente de ingresos y tráfico de influencias de sus propietarios que como instrumentos para la difusión de la literatura.
Hasta entonces existió el programa Que hablen los poetas auspiciado por el Banco de la República, cuyas instituciones culturales terminarían al servicio de las multinacionales del libro de texto, la literatura y las artes.
Durante un cuarto de siglo el Boletín Cultural y Bibliográfico fue la fría lápida de esa poesía encumbrada desde los profundos despachos de la Casa de la Moneda y guindada de las solapas de la propia revista.
Son memorables las reseñas de un taimado peruano, calificado por sus alumnos como el peor dómine que habían conocido, quien, por unos pocos dólares, desde un helado pueblo en la frontera con Canadá enviaba, tras recibir los libros y las instrucciones para “leerlos”, unos fárragos que acopió como Agua de Colombia donde practicaba, son sus palabras, “el vacilón de la crítica”.
Dispersos, acríticos, afásicos, la gran mayoría de los supuestos poetas de la “república del viento” han adoptado diversas posturas delicuescentes a fin de no enfrentar ni las realidades de la historia ni las tradiciones de la lengua, rotas, por la demolición de la nacionalidad desde las altas esferas del estado.
Desconfiando de su capacidad para comunicarse con el otro, eliminando los nexos sintácticos del discurso, adictos a la catacresis y los hermetismos metafóricos, sus “poemas” no son cosa distinta a una suerte de palimpsestos, o paráfrasis de textos de sus “maestros”, parodias, pastiches, bricolajes confeccionados con germanías y galimatías sintácticas e ideológicas, sin ritmo ni melodía, que conducen al lector desde los despeñaderos y vacíos de la conciencia a una angustia de no saber para dónde vamos y menos de dónde venimos.
“Puede que nunca antes se haya presentado una situación tan desgarrada y ambigua en la poesía colombiana, de un descreimiento en las posibilidades del mundo, y, al mismo tiempo, un doble descreimiento en las posibilidades del lenguaje para reunir o agujerear ese mundo”, ha escrito en Una generación sin rostro, el periodista Santiago Espinosa.
Esa es la diagnosis aplicable a la “poética” de los líderes de esta camada de los noventa cuyo proyecto más ambicioso que se conozca hasta la fecha lleva por título Visiones, representaciones y presencia de la nueva poesía colombiana, 1980-2010, inscrita en la OFI de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, por el Doctor en Filosofía de la Universidad de Sevilla, Jorge Hernando Cadavid Mora, con la colaboración del químico farmaceuta Juan Felipe Robledo y el doctor de la Universidad de Iowa Oscar Torres, receptores de numerosos premios de poesía.
- Cadavid es Premio Euclides Jaramillo (1995), José Manuel Arango (2005), por el cual recibió acusaciones de plagio, Eduardo Cote Lamus (2003) y Universidad de Antioquia (2008).
- Robledo es Premio Jaime Sabines (1999), Premio Ministerio de Cultura (2001) y
- Torres Premio Colcultura (1992) y Ministerio de Cultura (1997), todos incluidos en la antología del primero titulada La República del Viento (2012), cinco señoras más treinta y un señores y sin ningún pudor ni recato, el mismo antólogo.
Cadavid ha expuesto en un bricolaje de despojos de párrafos sobre La poesía y el silencio, [Celorio: Hacia una poética del silencio; Gadamer: Acerca de la verdad de la palabra; Arte y verdad de la palabra; Heidegger: Hölderlin y la esencia de la poesía; Hua Hu Ching: Las últimas enseñanzas de Lao Zi; Lao Zi/Chuan Zu, maestros del taoísmo; Ricoeur: De la hermenéutica del texto a la hermenéutica de la acción; etc.] que no cita y tergiversa, titulado La poesía silente [El Meridiano de Córdoba, Montería, 24 de octubre de 2012], la doctrina que justificaría la ausencia de sentido de sus textos y las fanfarronerías y sandeces en numerosos de los que reúne en La República del Viento.
Ignorando las milenarias tesis de Confucio sobre la necesidad de rectificar los nombres porque tiempos y espacios rompen la unidad entre el nombre y el significado: “Si los nombres no son los adecuados no se ajustaran a lo que representan, y el pueblo no sabrá como obrar”; ignorando la historia y el presente, Cadavid justifica la abolición de las tradiciones de la lengua con el cuento de que “escribir que no se puede escribir es también escribir. El silencio de la escritura, unido a la desconfianza por el lenguaje lleva al poeta a adorar el silencio como idea, como quimera. Solo la pulsión negativa, solo del laberinto del NO surgirá una poética del silencio estético…”, todo un desorden de ideas extraídas con pinzas de los desvaríos teóricos del gallego José Angel Valente, un seudo poeta místico que predicada como doctrina estética el sincretismo entre la cábala, el sufismo y el misticismo católico duchado con taoísmo y budismo zen.
La Osteraicer ornamental del poema contemporáneo, para no hablar ni pensar del presente y menos de la historia personal de su existencia sin experiencias, solo habitadas por las citas académicas consumidas en las vigilias de ratón de biblioteca, le conduce inexorable, a vivir de los arquetipos de lo inefable, del vacío y de la nada. Es decir, del pendejismo y la majadería.
Porque para el entomólogo, pamplonita abúlico y lelo cenobita, el prodigio de la lectura en voz alta no existe, no acontece, no se ejecuta. El hechizo al que someten las palabras, el encantamiento de pronunciarlas, el mundo que revelan, el sonido, el ritmo, los tonos, imágenes, símiles, coloraturas, recursos expresivos, metáforas, los símbolos expuestos y connotados, única manera de decir lo que se dice y el momento irrepetible de su ejecución no dejan ni una huella, ni una mancha en el alma de este abandonado de la vida, esclavo de la cita, el inciso y la componenda.
Piedad Bonnett [Amalfi, 1951] ha sido considerada, por sus correspondencias entre la vida sentimental y los sofocones del erotismo en una señora bien de una sociedad patriarcal, la Lucila Godoy de la “República del viento”.
Feminista, intrigante, ladina como la chilena, la señora Bonnett, que en los últimos tiempos se ha dedicado a confeccionar novelas para una editorial española, narrando episodios dolorosos de sus relaciones familiares o de la vida y la muerte de algunos de sus parientes, fue filo maoísta en su juventud aun cuando pertenecía a una familia pudiente del mundo rural.
Su poesía “quiso socavar el discurso legitimador del arte de élite” mediante ciertas monerías que emiten las señoras mientras recuerdan los desengaños sentimentales, curando sus angustias mediante un ansia de sexo irreprimible que sólo termina por realizarse en los relentes del lenguaje.
Una belleza donde resplandece, ciega, la carne madura e insaciada. Sexualidad transfigurada en metáfora. “Yo pensaba que el mundo era cosa de hombres, /mientras mis senos/ crecían en abierta rebeldía”, dice en uno de sus textos la señora Bonnett.
Así, con estos postulados “pretende derrumbar la institucionalidad de la familia o el sexo”, eso sí, siempre y cuando la de ella siga intacta, con su marido obediente y ella haciendo hostias. Frases hechas, lugares comunes, tazas cotidianas de café, bufandas tejidas por las tías que se quedan sin usar, cosas anodinas, hombres mustios cuyas historias revelan las anonimias de su aflicción:
Es el soñado,
el hecho de retazos miserables,
de descripciones de otros,
Frankestein del deseo,
el de la hoja de vida imaginaria
y la conversación imaginaria
y la carta de amor imaginaria,
el que se niega
a ser como los otros
pero es todos los otros y ninguno,
muerta literatura,
y la literatura, ya sabemos
está hecha por dioses pequeños e impacientes
y a menudo rabiosos
que adoran lo que existe y sin embargo
viven de consagrar lo que no existe.
Otro tanto con Jhon Galán Casanova. Incapacitado para hacer una crónica del desgarramiento de una sociedad sometida al crimen y la corrupción, o comprender la rotura entre cultura y espectáculo, el mimado bogotano ha optado, como su par igual patojo Felipe García Quintero, por ofrecer un monólogo, texto y artefacto confeccionado para exprimir fondos de las varias bolsas y rifas del verso que ofrecen el Ministerio de Cultura y las Secretarías de los grandes municipios.
Aterrorizados ante cualquier forma de compromiso con la realidad o la vida, derrotados y defraudados, excepto por la convicción de que “todo vale” cuando se hace parte del establecimiento, sus libros son ataúdes atestados de majaderías, gilipolleces, bobadas, retruécanos, mal aliento, pulgas y piojos que se ofrecen entre sí como maravillosos actos vanguardistas dignos de Simias de Rodas, Rabelais, Carroll, Nodier, Huidobro y Vallejo.
No se han dado cuenta que desarticulando el lenguaje y sus escasas posibilidades combinatorias todo termina en un rosario de metáforas y neologismos que nos sumergen en la nada, un mundo que no puede expresarse pues la algoritmia sintáctica y prosódica borra la realidad y la torna mera apariencia, un juego combinatorio que nos anula, como en esta obra maestra de Galán Casanova titulada LI poemas para Li:
-¡Humano, demasiado humano!
-Demasiado humo, mi hermano…
la alambrada, los cables desgastados
la hidroeléctrica, el nevado
el gas, el agua tibia, la tubería
glucosa, lácteos
detergentes, dentiífrico, níquel, litio
TO-SHIVA, PANA-SONY
J. S. Bach, W. A. Mozart, L. A. Calvo
CNÑ, Telesur, Google, Los Simpson
mensajes de voz, de texto
petróleo
la línea blanca de la carretera con li al
volante
ganja, humo, alquitrán
las pavesas exultantes de la pipa
todos mis renglones, axones y dendritas
alerta junto a la ventanilla
paisaje humano,
demasiado humano de este libro