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AFRODITA, LA DIOSA DEL AMOR

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En la corte de Zeus había mucha agitación: Hera iba a dar a luz otro hijo; Zeus había predicho que sería varón y hacia elegido para él el nombre de Hefesto. El parto fue largo y difícil y cuando el niño nació era muy feo y deforme. Los que la asistieron intentaron no dejárselo ver, porque sabían que Hera deseaba alumbrar un dios que aventajase a todos en fuerza y hermosura, y cuando se dio cuenta que deforme y feo, se puso furiosa.

- “Este no es mi hijo” – gritó y, agarrando a Hefesto de una pierna, lo arrojó desde el Olimpo; y bajando hacia la Tierra cayó en un brazo de mar donde dos nereidas, Tetis y Eurínome lo recogieron en sus brazos, lo cuidaron como si fuera hijo suyo, y Hefesto creció feliz en el mundo de las aguas.

Afrodita, Diosa del AmorPasaron los años y se convirtió en un joven de talento, se hizo muy hábil en la elaboración del hierro y otros metales. Un día Tetis fue invitada a una fiesta de los dioses y se colocó al cuello un dije, regalo de Hefesto; en medio del dije había una gruesa perla que brillaba como la luna y sabia que la envidiarían la joya.

No se equivocaba, en seguida Hera la llevó aparte para saber quién le había dado tal regalo. Tetis sabía cómo había tratado ella Hera al pequeño y cómo Hefesto no quería saber nada de su madre, pero en aquel momento la había pillado desprevenida.

- “No…, no recuerdo su nombre; si tienes paciencia quizá me venga a la memoria”.

- “¡Qué bobadas! –exclamó Hera-, por lo menos sabrás dónde vive y trabaja, aunque no recuerdes su nombre, cosa que dudo mucho”. La pobre Tetis se vio obligada a revelarle que el artífice de tan bello regalo era el hijo que ella había despreciado.

- “¡Traérmelo aquí de inmediato” –le ordenó.- Como Tetis había supuesto, Hefesto no quiso ir; no había olvidado ni perdonado el comportamiento de su madre, pero trabajó para regalarle un trono de oro bellísimo; Hera lo aceptó en señal de paz, convencida de que pronto vendría a verla.

Se sentó orgullosa en el trono, pero apenas quiso levantarse, se dio cuenta de que a pesar de todos sus esfuerzos y contorsiones no lo conseguía. La reina del Olimpo, la esposa de Zeus, estaba aprisionada y, roja de rabia, mandó llamar a su marido; pero tampoco Zeus pudo hacer nada.

- “¡Qué venga Hefesto! –ordenó desesperada -, no quiero ser humillada de este modo por mi hijo”.

Zeus acabó por enviar a los mismos dioses para suplicar a Hefesto su presencia; pero el que consiguió convencerlo de que dejase las profundidades marinas para subir al Olimpo fue su hermano Dionisio. Una vez que llegó arriba, él decidió que Hera había sufrido bastante y la liberó; como gesto final de reconciliación, su madre le prometió la mano de Afrodita, la diosa incomparable del amor.

A Hefesto le agradaba la idea de casarse con la diosa más bella de Olimpo y agradecido apoyó a Hera en una de las frecuentes trapatiestas con su marido, y Zeus lo arrojó otra vez Olimpo abajo; esta vez no había ninfas que amortiguaran su caída y cayó sobre la pendiente rocosa de una colina en la isla de Lemnos y se rompió las piernas con varios sitios.

Para ponerse en condiciones de ir a buscar a su futura esposa, tuvo que apuntalarse las piernas, y se construyó dos estatuas de oro dotadas de movimiento; Zeus, viéndolo tan malparado, lo perdonó.

Para los antiguos griegos, Afrodita era el símbolo de todo lo bello y deseable, la diosa del amor mismo. La extraña historia de su origen se remonta al periodo de los Titanes, cuando Crono mató a su padre. Urano, con una hoz arrojó su cuerpo al mar; las olas se levantaron espumosas y de en medio de ellas surgió una ninfa, Afrodita, que con su belleza llegó a oscurecer el sol.

Poseidón, el dios del mar, la acompañó con su carro de oro a la isla de Citera, en el mar Jónico. Esperaba guardarla para sí, pero Zeus se enteró de su extraño nacimiento y mandó que la llevaran al Olimpo.

Afrodita fue acogida en la sala del consejo; la admiración que despertaba en los dioses y en los hombres hizo aumentar su atractivo; ella llevaba en la cintura un ceñidor mágico que tenía el poder de enamorar a todos los hombres, mientras Poseidón pensaba que tenía más derecho que todos los demás por haber sido él quien la había encontrado.

- “Has venido del mar y el mar es mi reino, así que tú eres mía. Todo lo que hay bajo las olas será tuyo, vivirás en una gruta iluminada de perlas” -

Y para demostrar su poder alzó el tridente y desencadenó en el mar una furiosa tempestad.

Hermes prometió a Afrodita que le haría dar la vuelta al mundo en su carro de oro:-

- “Conmigo verías el corazón ardiente de los desiertos, los animales salvajes de la selva, la belleza glacial de las tierras del norte, las gentes de piel oscura como el ébano”, -prometió.

También Apolo intentó convencerla cantándole lindas canciones de amor; pero no tenía necesidad de decidirse ahora y con un poco de paciencia podría encontrar un dios más bello y más poderoso. Pero no puedo esperar, porque Hera había decidido que ella fuera la mujer de Hefesto:

- “Venga, vamos –ordenó, mientras los demás dioses formaban fila ante Hefesto que avanzaba renqueando -, pues es tu voluntad y la mía, toma a Afrodita por mujer”.

La diosa sonrió y fue a abrazar a Hefesto, pues comprendió que era el tipo de dios que no intentaría mandar sobre ella, una vez casada seguiría haciendo lo que quisiera. El matrimonio no fue fácil; pronto se vio que Afrodita prefería la compañía de otros hombres a la de su marido.

Hefesto decidió seguirle los pasos; con un hilo de bronce muy sutil, hizo una red casi invisible; luego dijo a su mujer que tenía que ausentarse y sin ser visto entró en la casa de Ares, el dios de la guerra, y escondió la red entre los cortinajes, encima de la cama del dios.

Aquella noche, Afrodita fue a casa de Ares; el plan de su marido empezaba a funcionar. Escondido en la habitación donde estaba la cama, esperó que los dos se acostaran y en aquel momento dejó caer la red; Ares y Afrodita lucharon para romper los hilos, pero fue inútil. Atrapados como dos pajaritos, fueron descubiertos. Las diosas, siempre celosas de Afrodita, se sintieron heridas por su comportamiento:

- “Es justo el castigo para una mujer tan descocada –dijo una-; ¿qué otra cosas se podía esperar de ella?.

Al fin Hefesto decidió liberarlos, pero no sin que Ares lo resarciera con un valioso botín: monedas de oro, espadas y escudos, botín que fue amontonado en su casa de la colina.

Para Ares fue un duro golpe el verse descubierto en ridículo, pero Afrodita no se preocupó gran cosa; después de todo, ella era la diosa del amor y no estaba en su naturaleza comportarse con cautela.

Pasaron los años, y Afrodita no cambió; estaba presente en todas las fiestas y en todas las bodas era la invitada honor. En medio de una de esas fiestas, Eris, uno de los invitados, que personificaba generalmente como diosa de la discordia, lanzó una manzana de oro en medio de la sala; la fruta tenia escritas estas palabras: “Para la más hermosa”; tres diosas, Hera, Atenea y Afrodita, pretendían para sí la manzana y el honor de la suprema belleza.

Ningún dios quiso cargar con la responsabilidad de decidir, y el fin resolvió que el juez seria París, el joven hijo del rey de Troya. La reina del cielo era Hera, Atenea era bella y sabia, Afrodita, sonriente y alegre, miraba a Paris con ojos de desafío, como si su elección fuera la más normal del mundo.

Paris sonrió y le ofreció la manzana de oro, ganándose así el odio implacable de las otras dos.

La acción tuvo consecuencias tan graves que ni siquiera la sabia Atenea hubiera jamás imaginar; poco tiempo después Paris fue a Esparta, y Menelao lo acogió en su palacio real. Allí se enamoró de la bella reina Helena y con la ayuda de Afrodita logró raptarla y huir con ella a su casa, donde se celebraron las bodas.

Cuando Menelao se dio cuenta de la traición de su huésped desencadenó una guerra que tuvo fatales consecuencias; los griegos combatieron para rescatar a Helena: es la historia de la guerra de Troya. Afrodita, la diosa tentadora y hechicera, tuvo su parte de culpa en aquella sangrienta y larga batalla.

(“Mitología Griega”, Michael Gibson)

 

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