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ANÉCDOTAS MATRIMONIALES DE TRES PERSONAJES DE COLOMBIA

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MINI-CAPÍTULOS

  • Insólito enMINI-CAPÍTULOSlace de Custodio García Rovira
  • El General Maza, vengador de Tenerife
  • Francisco José de Caldas, Precursor de la ciencia colombiana

No siempre el heroísmo y la política han guardado buenas relaciones con el séptimo sacramento, o sea con el matrimonio. La guerra y las alternativas de la vida pública no son tan buena garantía para ese “hogar, dulce hogar”, que con tanta emoción, pero a veces poca información, cantan los poetas solteros.

Vamos hablar aquí de tres enlaces que tuvieron extraños comienzos, o se frustraron en pleno verdor, o fueron truncados por una descarga de fusiles. Fueron ellos, los de Custodio García Rovira, Hermógenes Maza y Francisco José de Caldas.

Empezaremos con Custodio García Rovira

Óleo de Custodio García Rovira, en el Banco de la RepúblicaA partir de la toma de Cartagena, el 6 de diciembre de 1815, luego de ciento seis días de un sitio en cual se sufrieron todos los rigores que eran de esperarse, un profundo desaliento se apodera de las pocas tropas que en el interior de la Nueva Granada se encontraron en condiciones más o menos aceptables para enfrentarse a los “pacificadores”, nombre que les dio la historia y que por lo menos resulta inexacto, si no perfectamente equivocado.

Porque no es acaso un error denominar a Pablo Morilloel Pacificador”, cuando precisamente por temperamento y por formación, este militar, de oscura estirpe, cruel e impolítico, es nulo para restablecer amistades y carente de sentido diplomático, esto es, la antítesis de un pacificador.

Se entiende que un apaciguador o un conciliador era precisamente lo que con mejor inteligencia ha debido escoger España para la misión que se encomendó a Morillo, que bien pudo ser un buen director de operaciones bélicas, pero jamás un hombre en el cual pudiera remotamente hallarse la paz.

Si hemos de ser objetivos, podemos perfectamente calificarlo como una persona déspota o tirana, lo cual se tiene bien ganado por los procederes sanguinarios de que hizo víctima a la Nueva Granada, luego del recibimiento temeroso, pacífico y cordial que la ciudad le había tributado, y al que correspondió con siete mil fusilamientos en el Virreinato, según lo afirma el propio Virrey, don Francisco Montalvo.

Que Morillo fuera inteligente o de apreciable talento, como pretenden algunos autores, es algo que ponemos muy en duda. Fundamenta nuestro concepto la conducta asumida por él con hombres, esos sí, de singular talento, como lo eran Francisco José de Caldas o Camilo Torres, o con entidades científicas de renombre universal, como lo fue la Expedición Botánica.

Hombre rencoroso, nos quiso hacer expiar el fracaso inicial experimentado en la Isla de Margarita, sin haber podido entender que entre venezolanos y granadinos existía esa gran diferencia que se condensó afirmando que “Venezuela era un cuartel y la Nueva Granada una Universidad”.

La distancia que suponen estas dos apreciaciones y por ende señalan dos pueblos de cultura totalmente distinta, y que merecían, por consiguiente, una actitud consecuente, nos libera de cualquier comentario adicional. Fríamente cruel, usó un lenguaje sarcástico que lo pinta de cuerpo entero, cuando dijo en Santafé, a una distinguida dama prisionera que le reprochó su conducta:

-“Señora, no me obligue a forrar un banquillo en terciopelo”.

Estatua de Custodio García Rovira, en Bucaramanga, ColombiaLos soldados patriotas del interior fueron presa del desaliento, motivado por la actitud vacilante de la autoridad civil, las rivalidades y la falta de una firme y acertada dirección de las operaciones militares, que no concibió una estratégica concentración de tropas y una adecuada utilización de los elementos de que se disponía para enfrentarlos, acaso en forma ventajosa, a los expedicionarios.

Pero lejos de hacerse esto, que era apenas una norma elemental del arte militar, se abandonó a Cartagena en los días del asedio, cuando lo lógico hubiera sido atacar a Morillo, cogiéndolo así a dos fuegos.

Sólo se produjeron hechos aislados, operaciones inconexas y, cómo no, derrota tras derrota. No era precisamente el cuartel, era la universidad, y por eso la última presidencia se confió a las manos y la “inteligencia” de un General Presidente, al cual llamaban “el Estudiante”, como rezó incluso su infame sentencia.

La situación planteada trajo, como inevitable consecuencia, la renuncia del Presidente Fernández Madrid, al no sentirse la persona requerida para el mando.

En su reemplazo nombró el Congreso, por segunda vez, al bumangués Custodio García Rovira, y como Vicepresidente a Liborio Mejía. Éste, en una acción precipitada y sin esperar la llegada de su superior que marchaba con el batallón “Socorro”, integrado en su mayor parte por gentes de esa aguerrida provincia y que era el más selecto cuerpo de que disponía la República, el 29 de junio de 1816, atacó con 700 soldados y más coraje que táctica las fortificaciones que en la Cuchilla del Tambo había erigido Sámano, defendidas por 2.000 realistas, para sufrir la penúltima derrota, porque la última sería en La Plata, once días después.

Si bien las acciones militares que dejamos mencionadas, significaron un gran fracaso para la causa libertadora, en buena parte por la precipitud de Liborio Mejía, condujeron por otra a la realización de un enlace que tuvo el más singular inicio de amor que registra nuestra historia, dada, no sólo su fugacidad sino la posición de los personajes y las circunstancias novelescas en las cuales se produjo.

Al día siguiente del combate en Cuchilla del Tambo, se reunió con el Presidente y la oficialidad, al pie del páramo de Guanacas, un grupo de familias respetables que huían de la persecución española. El objeto del penoso encuentro era determinar el camino a seguir en esas inquietantes circunstancias.

En vista de la gravedad del momento y después de estudiar varias alternativas, se escogió como solución más adecuada, si bien en extremo penosa, la de internarse en la selva, buscando el Caquetá, pasando luego al río Marañón, para salir al Brasil.

Bien puede apreciarse que esta ruta, acaso practicable para soldados, no lo era en modo alguno para las damas. Entre las familias presentes se encontraba la joven Pepita Piedrahita, terca y decidida como ella sola, que una vez conocida la determinación, sin temor alguno y sin pensarlo dos veces, le pide insistentemente a García Rovira que la lleve con él, a lo cual se excusa el Presidente, pintándole, no sólo las penalidades que esto implicaba, sino la situación personal de los dos.

Casa en Bucaramanga, donde nació Custodio García RoviraComo la chica seguía insistiendo y sin que aceptara las caballerosas razones, el Presidente opta por decirle que para ello es necesario que contraigan primero matrimonio, a lo cual accede sin vacilar la agraciada joven.

Tal vez dentro de la confusión del momento, en medio de la amargura causada por los sucesivos desastres militares, considerando que todo estaba perdido para la causa de sus luchas y sacrificios, coincidieron en la ilusión de encontrar, en un hogar, la paz y la libertad que las armas no habían logrado conquistar.

Lo que sigue es una de las escenas más singulares que pueda ofrecer una unión nacida por la fuerza de las circunstancias, que nada tuvieron que ver con lo que hoy, como ayer, se llama un romance. García Rovira se apea de su mula y pide al padre Florido, Capellán de las tropas, que haga lo mismo, para que proceda a casarlos.

Se dirige luego a Liborio Mejía y le solicita que le sirva de padrino, en unión de su futura suegra. Los testigos, sin desmontarse de sus cabalgaduras, hacen un círculo en torno a los contrayentes y al celebrante. Las pálidas luces del amanecer de aquel 30 de junio de 1816, iluminan tenuemente la escena.

Un viento cortante y frío azota a los “invitados”. La niebla desciende del páramo, que como velo nupcial cubre las cabezas de los contrayentes. Concluido el ceremonial se dispersaron los asistentes, tomando cada cual su camino. Los “recién casados” se quedaron atrás. Días después son aprehendidos García Rovira y su esposa.

Ella es respetada, mientras él conducido a Santafé y fusilado el 8 de agosto de 1816. Del matrimonio, a la detención, como podrá verse, había transcurrido prácticamente un mes. Pepita, luego de su novelesco enlace, continúa viviendo con sus padres y con la pensión decretada por Bolívar.

En 1824, contrae segundas nupcias en Bogotá, con don Manuel Julián del Páramo; como puede verse, la joven enmarcó su vida romántica en dos páramos: en el primero, el de Guanacas, donde se unió con el héroe santandereano y el del apellido, el de su segundo esposo, posiblemente menos frío.

(Autores: Norberto Serrano Gómez – Manuel Menéndez Ordoñez)

 


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