Autor: Moisés Pineda Salazar
Son las 0:15 horas de este lunes 1 de Julio de 2013.
Me han venido a recibir al aeropuerto en un carro, Yamiléth y su marido.
Ella, es una mujer negra, de un metro ochenta de estatura, fornida y muy amable quien llevaba en la mano una fotografía impresa en la que aparezco con mi perra.
¿El hombre?
Él, en cambio, a su lado luce flaco, desgarbado y sin importancia, porque ese es el destino que le espera al hombre que se hace acompañar de mujeres vistosas. Tiene la ilusión de que los otros varones los miramos con envidia cuando, en realidad, ellas los hacen invisibles. Ni nos percatamos de su existencia.
¿El carro?
Es de alguna marca, modelo de los años mil novecientos ochenta, te hace sentir como si viajaras en “El Ave Canta” por lo ruidoso, por lo mal carburado y por el estado de la cojinería. Su estado general me disuade de la idea de alquilar un armatoste de estos para recorrer las dieciséis horas que me distancian de Santiago de Cuba.
Menos cuando se pretende viajar de noche para ahorrar el pago de hotel y el conductor del carricoche se detiene en medio de un distribuidor de tráfico a echarse agua en la cara mientras dice: “me estoy durmiendo”.
Lo hace al pie de un letrero en el que se lee: “intersección peligrosa”.
Al final, me ha cobrado el doble de lo que exigen los taxistas de Rionegro para compensar el hecho de tener que regresarse vacíos desde Medellín luego de transportar a los viajeros.
Acá, el trayecto no es tan largo y lo de ir y volver es un decir.
Se va cuando se quiere y se regresa cuando se ídem.
Llueve desde hace dos días en la Havana.
No como lo describe en “A fuego lento” Fray Candil, Emilio Bobadilla, burlándose de los barranquilleros y de sus élites postizas y afrancesadas, en las postrimerías del Siglo XIX e inicios del novecientos: “como llueve en el trópico, a cántaros.”
No.
Esta, la de antier, la de ayer y la de hoy, es una llovizna pertinaz que te hace añorar un buen paraguas y que invita a pasar el día flojeando en la cama.
En Cuba, no es difícil hacerlo.
El tiempo transcurre con una lentitud pasmosa en la que los cambios son: despacio, lento y parado.
-“Se morirán de cualquier cosa, menos de estress”, diagnosticó un compañero español de viaje con quien compartí un “retraso” de doce horas en el aeropuerto nacional hace un par de años que, espero no se repita en mi “Camino a Santiago”
Por cierto que la tumba familiar de los Bobadilla en La Havana, los emparienta con los De Sola en Barranquilla.
¿Fueron ellos quienes invitaron al autor panfletario a pasar una temporada en la Ciudad del 17 de Abril al 20 de Junio de 1898?
¿Se cruzaron los caminos de estos dos cubanos, Emilio Bobadilla y Francisco Javier Cisneros, entre la llegada del impertinente escritor y la salida de su compatriota, 31 de mayo de ese año, desde el Muelle de Puerto Colombia, rumbo a Nueva York, donde moriría el 7 de Julio a las 6:30 pm en una habitación del Hotel Windsor?
Debió haber sido probable toda vez que ambos personajes estaban comprometidos con la causa de la independencia cubana y estuvieron vinculados a “La Estrella de Panamá”.
Sin embargo, hasta ahora, no tengo cómo probarlo.