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PROMETEO Y PANDORA

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Según los primeros griegos, los creadores del hombre fueron ZEUS y PROMETEO, quien era un Titán; fue Prometeo el que modeló a los primeros hombres de barro, concediéndoles la posición erecta para que mirasen a los dioses, mientras que Zeus les daba el soplo de vida.

- Tendríamos que enseñarles el secreto del fuego –dijo a Zeus-, de lo contrario serán siempre como niños inermes; tendremos que terminar los que hemos empezado.

- Son felices con lo que tienen, ¿para qué preocuparnos?-, respondió Zeus.

PrometeoPROMETEO comprendió que no conseguiría convencer a Zeus y subió secretamente al Olimpo–donde ardía el fuego día y noche- y encendió una tea, y con ella prendió un pedazo de carbón vegetal hasta convertirlo en un tizón, lo escondió y se lo llevó a los hombres.

Aquel primer tizón proporcionaría el fuego a los humanos y PROMETEO les enseño a utilizarlo; y con su ayuda el hombre hizo rápidos progresos; aprendió a construir casas con bloques de arcilla cocida y en lugar de trenzado de cañas, hacerlas con tejados de ladrillo. Aprendió a trabajar el metal para defenderse y cazar.

Pero, una noche que Zeus estaba mirando a la tierra desde el cielo, vio un fuego que ardía y comprendió que había sido engañado y mandó llamar a PROMETEO:

- ¿No te prohibí que dieras a conocer al hombre el fuego?; ¿acaso no comprendes que con tu ayuda algún día el hombre desafiará a los dioses?.

- No tiene por qué suceder esto, si los amamos y les damos buenas enseñanzas-, respondió PROMETEO.

Zeus se enfureció y ordenó que PROMETEO fuera llevado a las montañas del este y encadenado a una roca; un águila feroz se alimentaba todos los días con su hígado, que volvía a crecer durante la noche para que la tortura volviera a comenzar de nuevo; años después fue liberado por el poderoso Hércules. De todas maneras, Zeus no quedó satisfecho con su venganza e ideó otros sufrimientos para la humanidad.

Hefesto, hijo de Zeus, modeló una mujer; Atenea le infundió el soplo de vida y la instruyó en las artes femeninas; Hermes le enseñó la astucia y el engaño, y Afrodita le mostró cómo conseguir que todos los hombres la desearan. Otras diosas la vistieron de plata y de flores, y se la presentaron a Zeus.

- Mira, niña, toma este cofrecito –le dijo-, es tuyo, llévalo siempre contigo, pero no lo abras por nada del mundo. No me preguntes la razón, pero sé feliz y recuerdas, nunca debes abrirlo.

PandoraPANDORA, - así se llamaba la muchacha-, mirando el cofrecito pensaba que estaba lleno de joyas y piedras preciosas.

- Ahora tenemos que encontrarte un marido que te ame, yo conozco el hombre adecuado: EPIMETEO, él te hará feliz. Éste era hermano de PROMETEO, pero le faltaba la prudencia de su hermano, quien le había advertido que no fuera a aceptar ningún regalo de Zeus, pero él, halagado por la mujer, aceptó a PANDORA como esposa.

Hermes acompañó a la joven hasta la casa de su marido en el mundo de los hombres.

- Bien, amigo EPIMETEO, aquí tienes a tu mujer, no olvides que ella tiene un estuche que no lo puede abrir por ningún motivo-.

EPIMETEO tomó el estuche y lo colocó en sitio seguro; al comienzo PANDORA fue feliz y con el paso del tiempo comenzó a reconcomerla el gusanillo de la curiosidad, y un día dijo a su esposo:

- ¿Por qué no podemos ver al menos el contenido de la cajita?.-

Luego, mientras su marido dormía, abrió el cofrecito y, rápidos como el viento, salieron todos los males que desde entonces nos afligen: el cansancio, las enfermedades, la pobreza, los celos, el vicio, el odio, las pasiones… y la muerte; desesperada, PANDORA intentó cerrar el cofrecito, pero era demasiado tarde: su contenido se había expandido por todo el universo. La venganza de Zeus se había cumplido: la raza humana no podía ser noble y feliz como lo había querido PROMETEO.

Pero el triunfo del rey de los dioses no era completo: una cositas, pequeñas pero muy efectivas, habían quedado en el fondo del estuche y PANDORA consiguió encerrarlas: eran la fe y la esperanza, con ellas el género humano había encontrado la manera de sobrevivir en este mundo hostil. La fe los animaba y la esperanza les daba una razón para seguir viviendo.

(“Mitología Griega”, Michael Gibson)

 

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