Autor: Ramón Urdaneta
Después de la muerte de María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza, la única mujer con la cual legalizó su unión cuando contaba 19 años, Simón Bolívar renunció durante sus 47 años de vida restantes a establecer una vida familiar y sedentaria.
No obstante, existieron muchas mujeres en el mundo que compartieron su intimidad con él, oligarcas todas como al parecer gustaban al hombre. Tuvo más de 20 amantes iniciándose en el mundo femenino desde muy joven.
De que tengamos noticias históricas de peso sobre esa vida íntima de Don Simón, primeramente la encontramos en la ciudad de Méjico en los inicios de 1799, con la juvenil María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio, llamada por el vulgo “La güera (rubia) Rodríguez”, jovencita de apenas diecinueve años y él tres años menor, “de armonioso cuerpo, de hoyuelos graciosos en las mejillas, atractivos pechos y caminar que alzaba incitaciones”.
Mujer “de fuego” aquellos amores juveniles que duraron como dos meses, se sucedieron en la casa de su hermana María Josefa, marquesa de Uluapa, amoríos que pudieron ser para la joven heredera el segundo descalabro y efímero encuentro íntimo, entre los muchos, pero muchos que tuvo.
María Ignacia Rodríguez de Velasco de Osorio Barba y Bello Pereyra mejor conocida como María Ignacia Rodríguez de Velasco o simplemente como la Güera Rodríguez (20 de noviembre de 1778 – 1 de noviembre de 1850) fue una criolla que figuró en la sociedad colonial mexicana por su belleza y riqueza, además de brindar su apoyo a la Independencia de México.
Es considerada como un personaje emblemático de la Independencia, al mantener una relación amorosa con Agustín de Iturbide e impulsarlo a que llevara a cabo, y completara, la «libertad mexicana». Asimismo, mantuvo una relación con Simón Bolívar y Alexander von Humboldt.
Don Simón entonces permanece un tiempo en España y de pronto se encuentra en Madrid con una medio pariente, María Teresa del Toro y Alaiza, de quien se enamora en un flechazo de la vida disparado por Cupido. La jovencita no estaba presta para contraer nupcias por la edad, pero él con un furor inaguantable así lo decide aunque debe esperar unos meses para ello por lo de la edad y un permiso ministerial que debía obtener, por ser parte del Batallón de Aragua.
María Teresa, muy ingenua, sin mayor resplandor, llena de pronto su corazón y luego de casar en Madrid de inmediato, por La Coruña se trasladan a Caracas, y de allí a poco al fundo de San Mateo, donde el matrimonio se establece. Pero el destino pintó otro cuadro triste a la pareja, y pronto María Teresa en plena luna de miel enferma de gravedad para morir cinco días después de la terrible fiebre amarilla, en Caracas. Cuentan que allí juró no volver a casarse,
El año 1804 Don Simón decide establecerse en París, que era la capital de mundo, para así deleitarse en sus placeres. Allí en medio de la desazón concupiscente pronto encuentra a Fanny Dervieux du Villard, emparentada con él por la rama Aristiguieta, fina y coqueta, de refinamiento y gracia, conocida desde Bilbao y casada con un coronel veintiséis años mayor que ella
Regresado a París nuestro Libertador surge otra aventura amorosa esta vez con Minette o Teresa Lesnais, que convivía junto a un viejo aristócrata peruano, dulce, bella reservada y enigmática mujer conocida desde su estancia en Bilbao
En verdad es ella quien lo entroniza en los lazos ardientes del amor en los seis meses que duran unidos, recordados por cierto en cartas amables, porque Bolívar prosigue por otras vías su amplio desarrollo político.
A finales de 1812 en Salamina del río Magdalena conoce a la rubia Anita Lenoit, de origen francés y de 17 años, a la que en cinco días de brega amatoria la convence de su amor pasajero.
A la entrada de Caracas el 6 de agosto de 1813 conoce a Josefina Machado Madriz, morena de veinte años, que hasta 1819 y acaso moribunda, con los intervalos de la guerra plenará su corazón activo, y siendo por lo tanto una de las mujeres que estuvieron en su compañía tan cerca de Bolívar y sus quehaceres.
A Isabel Soublette Jerez, su prima y hermana del futuro Presidente Carlos Soublette, la encuentra exiliada en Cartagena en 1815, y en las liviandades de esa soledad que provoca el exilio pronto entra en comunicación íntima con la bella rubia de ojos azules, pero con cierta rapidez por los avatares de la contienda Bolívar se desprende de ella, que en la revancha oportuna casa con un extranjero de origen veronés, todo lo cual está por demás documentado
En ese mismo año conflictivo Don Simón prosigue rumbo a Jamaica, para caer en brazos de Madame Julienne, o Julia Cobier, criolla de ojos verdes, dama de origen dominicano que lo ayuda en la pobreza depresiva en que se halla y hasta le salva la vida de un vil atentado.
A la moza Bernardina Ibáñez la encuentra en Bogotá luego de conocerla niña en Ocaña, por ser una de las señoritas que coronaron al Libertador, después de la batalla de Boyacá, en agosto de 1819 y pronto se enamoró de esa posesiva y atrayente mujer, de ojos almendrados, fina, elegante, y hasta pensó casarse con ella, como queda dicho, pero ella a su vez estaba enamorada de Ambrosio Plaza, por lo que no hizo caso a sus requiebros
Con quien el caraqueño sí tuvo enredos de alcoba fue con su hermana Nicolasa Ibáñez, que después heredara en tales hazañas el increíble general Francisco de Paula Santander, episodios que se guardan en la memoria histórica respectiva.
Y ya metido rumbo al Sur de las conquistas, el caraqueño en la estancia que realiza en 1822, en Palmira del Valle, conoce a la bella y esbelta Paulina García, de negra cabellera y de 20 años, con quien sostiene también amores de alcoba, y después desparramado en inquietudes eróticas rumbo a Cali sostiene un ”affaire” amoroso con la llamada Dama Incógnita, que lucía tapada como las mujeres de Lima para ocultar su identidad, presumiéndose fuera una dama de prestancia y acaso casada, lo que todavía los historiadores avezados no han podido descubrir.
Y en estos menesteres de la carne pronto nuestro Don Juan caraqueño haciendo buen nombre de su estirpe aparece en Quito donde el 16 de junio de 1822 en un ventanal capitalino encuentra a doña Manuela Sáenz de Thorne casada con un médico inglés al que nunca quiso.
Fueron comidilla permanente en aquellas sociedades disolutas. Manuela era una mujer bella para su época, fina de cuerpo, de inmensos ojos negros e insaciable, de carácter, con fuego en las entrañas, despierta y arriesgada y vino a ser como un complemento para la soledad en que vivía el héroe caraqueño, ahora colmado de enemigos. Dos veces salvó la vida del Libertador.
De Quito, Don Simón siguió rumbo a Guayaquil, puerto donde encuentra a Joaquina Garaicoa Llaguno, de apenas dieciséis años y él cuarentón, de las mejores familias de tal ciudad, donde permanece 52 días de intensa actividad, entre ellas la de enamorar a doña Joaquina.
Del puerto de Guayaquil levanta camino hacia los Andes peruanos y en la campaña militar de Ayacucho en mayo de 1824 en el pueblo San Ildefonso una mañana conoce a Manuelita Madroño, joven presumida y virginal de 18 años, morena de tez, y luego se juntan en un canto triunfal de amor, que durará en el recuerdo por toda la vida.
En la importante ciudad de Arequipa, donde en la recepción social que le ofrecen el 2 de junio de 1825 conoce a Paula Prado, “mujer de porte gitano y de ojos negros”, de grácil figura que baila en taconeo y mueve los brazos a lo andaluza. A partir de aquel encuentro espontáneo, de empatía sublime fueron muchas noches de amor bajo las sábanas.
Desde aquel momento en que ingresó a Cusco el 25 de junio de 1825 a la Villa Imperial y se encuentra con Francisca Subiaga Bernales de Gamarra, que junto con otras damas “principales” le coloca una corona de oro, joven de veintidós años y esposa del mestizo Agustín Gamarra, casada con él aunque no por amor. Desde aquel momento no hubo día en que no se vieran Doña Pancha y Don Simón, en aquella amplia casona plena de cuartos.
En uno de los dos primeros bailes ofrecidos en La Paz conoció a la paceña Benedicta Nadal, en cuya familia existían diferencias de distinto género. Bella y tímida, buena bailarina de valses, sus amores con Don Simón fueron “intensos, de alto vuelo, íntimos e hirvientes”, mientras su madre, dominante e interesada jugó a su interés para ver qué ganancias sacaba con la hija.
A María Joaquina Costas, mujer también casada, Don Simón la conoció en las alturas de Potosí el 4 de octubre de 1825, cuando junto a otras seis jovencitas del lugar lo corona en aquel lugar cimero del mundo, en el Gran Salón de la Casa de Gobierno, ella entonces de unos treinta años de vivir y separada de su viejo marido que era general argentino.
Existió una joven mujer que, en los primeros siete años de batalla del Libertador lo acompañó y esperó noche y día hasta su muerte. Ella fue la señorita de la sociedad Josefina Machado Madriz, conocida como “Pepita”. La mujer que lo acompañó en la construcción de la República de Venezuela desde 1813 hasta 1820.
Cuenta la leyenda que Pepita, una jovencita de la clase acomodada caraqueña, estaba entre las doce muchachas que salen a su encuentro el día en que Simón Bolívar regresaba victorioso por la restitución de la Segunda República, un 4 de agosto de 1813.
Vuelto Bolívar a Lima y entre los celos desatados de Manuelita Sáenz en 1826 conoce en aguas de El Callao a Jeannette Hart, de 32 años y ascendiente irlandés, que a bordo de la fragata “United States” visita esas aguas peruanas el 4 de julio, fecha de júbilo americano
Cuando se conocen la americana y el caraqueño a bordo del barco guerrero para sostener en privado una relación sentimental que fue culminada cuando Jeannette regresa de Valparaíso en la misma fragata y es cuando verdaderamente intimaron, “velada y a la sombra del silencio” en numerosas ocasiones.
Desde el primer momento que Bolívar y Jeannette se conocieron, surgió un flechazo entre ambos, continuando este romance en las diferentes oportunidades que tuvieron de platicar a solas. El episodio que vamos a narrar es extraído del diario de la propia Jeannette Hart, siendo por lo tanto creíble tal versión.
En plena Semana Santa, Jeannete Hart se encontró en su carruaje en medio de una procesión. La multitud esperaba por la salida del Libertador Simón Bolívar de la Catedral y al abrirse paso la comitiva presidencial, ella aprovechó la oportunidad para seguir la caravana hasta la residencia del Libertador. Se hizo anunciar e inmediatamente fue conducida hasta una sala de recibo.
Al poco rato, el Libertador se apareció en dicha sala y comenzaron una tertulia, dándole ella sus impresiones de un viaje reciente a Chile. Jeannette sí notó que Bolívar estaba un poco nervioso, lo cual le causó extrañeza. El se acercó a ella dándole un beso en la boca, al tiempo que le decía que ese sitio no era seguro para ella.
Al tiempo que le decía tales palabras, emergió una mujer de entre las armaduras y mamparas, dándose cuenta que era la misma atractiva mujer que había visto cabalgando fuera de la catedral: era Manuelita Sáenz, quien con voz fuerte y cara arrugada por la rabia le dijo a Jeannette:
— "Váyase y no regrese si usted aprecia su vida".
Jeannette le contestó:
— "¿Quién es usted para decirme a mí lo que tengo que hacer? ¿Qué está haciendo usted en esta casa?
Bolívar interviene y le dijo a Manuela en voz alta que saliera del salón. Manuela enfurecida le pregunta a Jeannette:
— "¿Qué hace usted en esta casa...? Esta es mi casa... !Mía y de mi Simón! y no tolero que ninguna mujer entre aquí! ¡Váyase!!
Por la autoridad con la que habló Manuela, Jeannette comprendió que eran cierto los rumores que había escuchado sobre Manuela Sáenz. El Libertador, lleno de coraje le ordenó a Manuela que se retirase del salón y que no le obligara a llamar a la guardia.
Ello le retó a que la llamara, lo cual hizo de inmediato, dejándola a un lado del salón, mientras terminaba de discutir asuntos con la señorita Jeannette. Y se sentaron nuevamente a hablar.
Manuela salió como una tromba de la sala, mientras Bolívar se disculpaba muy amablemente. Jeannette se encontraba muy sorprendida. Bolívar le explicaba la relación con Manuela a su manera, mientras Jeannette trataba de entender tal situación.
Remata la explicación diciéndole que sólo ella, Jeannette, será su esposa y compartirá con él los honores y su época de esplendor y comenzó a besarla apasionadamente
Pero, Manuela Sáenz no se había retirado. Se encontraba escondida y al contemplar aquellas escenas de amor, en un arrebato de celos, tomó un viejo estilete toledano y sigilosamente se dirigió hacia la pareja.
Cuando Bolívar vio la sombra que se abalanzaba sobre ellos, dio un fuerte empujón a Jeannette, quien fue a parar a las armaduras que estaban en la sala, mientras su brazo detenía el brazo de Manuela, y que durante el forcejeo, el estilete cayó al suelo.
La guardia se había retirado del salón y entonces, Jeannette, tomó el arma y lo colocó sobre una mesa y diciendo "Buenas noches", se marchó del lugar.
Esa noche, Jeannette Hart comprendió que su noviazgo con el Libertador no era posible….
Del Autor
Ramón Urdaneta es autor de numerosos libros de diversa factura y columnista de prensa, Presidente de la Federación Latinoamericana de Sociedades de Escritores (FLASOES) y Vicepresidente del Centro Internacional de la Paz (CIPAZ).
A continuación pinturas de las mujeres de Simón Bolívar